miércoles, 24 de agosto de 2011

EL ARMA SECRETA DE HERNÁNDEZ BUSHTO

Ernesto Pérez Castillo

A Ernesto Hernández Bushto le falta gracia, le falta humor, y le falta todo lo demás. Por eso, después de meses amenazando a diestra y siniestra con cerrar su blog por falta de billete, de pronto el lunes pasado inauguró la semana con un mensaje singular: “Un buen día para anunciar nuestro nuevo proyecto informativo”.

Cualquiera que haya tenido un televisor en la Cuba de los ochenta recordará la frase de aquellos muñes animados, en que un colonizador español al ver el amanecer, declaraba que era: “una buena mañana para explotar indios”.

A Hernández Bushto no hay que compararlo con el colonizador de los muñequitos, entre otras cosas porque él no se cree español, sino norteamericano (recuérdese por ejemplo que en las notas luctuosas en su blog no pone EPD, sino RIP). Pero, mal que le pese, él no es ni norteamericano ni español. Si acaso, él es ese indio al que van a explotar, y él lo sabe, y lo peor es que le gusta.

¿Y de que se trata su nuevo proyecto? Esa es justo la pregunta de menos, y la que se responde fácil: el súper arma secreta de Hernández Bushto es un sistema para enviar SMS masivos a Cuba con titulares noticiosos.

La pregunta de difícil respuesta es otra –digo, de difícil respuesta para él– y es: ¿quién paga ese envío masivo de mensajes de textos a la Isla? Al menos, en la página donde se ofrece la suscripción al servicio no se dedica una sola línea a clarificar de dónde provienen los fondos.

Pero quien tenga memoria recordará que el 20 de mayo de 2008, celebrando la república de mentiritas que los yanquis le permitieron tener a los cubanos en 1902, Súper W Bush –el que aparece en las fotos con Bushto y con cervezas– declaró: “vamos a cambiar nuestra política para permitir que los estadounidenses envíen celulares a familiares en Cuba” y luego, en abril de 2009, Yoani Sánchez anunciaba: “hemos comenzado un diminuto servicio de información a través de SMS. Una noticia, no mencionada por los medios oficiales, es enviada a través del móvil a un grupo de personas que a su vez la reenvían a otras”.

O sea, como se ve, es el mismo perro, con el mismo collar. Y hasta con las mismas pulgas y las mismas garrapatas.

Claro que aun puede surgir una tercera pregunta y es: ante la recepción de tantos y de tantísimos SMS (Bushto afirma que, contando solo en La habana, ya alcanza a 800 suscriptores), ¿de cuánto será la ganancia metálica de ETECSA, la empresa de telecomunicaciones que opera todos los móviles cubanos?

Si antes Hernández Bushto no vio la pateadura que las fuerzas policiales propinaron a los indignados del 15M bajo su balcón en Barcelona, ahora tampoco parece estar siguiendo los acontecimientos en Libia.

Que no te enteras, Bushto, que ningún gobierno se tumba a punta de SMS. Que la cosa es con cohetes. Pero a Hernández Bushto, cuando se trata cohetes, son precisamente cohetes los que le faltan.

martes, 23 de agosto de 2011

EL ÚLTIMO KOMSOMOL, SVETLANA, Y LOS COMEMIERDAS ANÓNIMOS

Rafael Grillo

Me "descuarejingué" de la risa cuando leía Haciendo las cosas mal. Como que hago "resañas" y no reseñas, puedo hablar así. Y puesto que no me empeño en pasar por "crítico serio", por uno de esos que, de entrada, me sancionarían la errata porque el Real Diccionario solo reconoce "descuajeringar" o "descuajaringar". ¡Como si hubiera algún cubano que no pronunciara mal esa palabra! La que tampoco usamos cabalmente en el docto sentido de "relajarse el cuerpo por efecto de cansancio", pues "descuarejingarse" tiene para nosotros una sola, exacta, y no importa si vulgar, significación: "mearse de la risa". Que fue lo que me sucedió li-te-ral-men-te con la novela de Ernesto Pérez Castillo.

No espero de ningún circunspecto académico que vaya a empeñarse en hacer "crítica profunda" o "hermenéutica literaria" a costa de este libro. Si acaso alguno, en la camaradería incómoda del urinario para hombres, en voz baja y a un amigo cercano, se lo recomendaría prometiéndole que, igual, se va "descuarejingar" de la risa.

Sin embargo, como para afianzar el axioma de que cualquier norma sufre disensiones, hubo un jurado que decidió otorgarle a Haciendo las cosas mal el Premio UNEAC 2008 de Novela Cirilo Villaverde. Cito a los que emitieron veredicto: Antón Arrufat, Maria Elena Llana y Jorge Fornet, y de paso me los imagino: conteniendo al unísono las carcajadas y la vejiga. En similar circunstancia, a la editora del volumen: Ena Lucía Portela. Y les aplaudo el coraje, por defender el humor en estos tiempos de cólera y solemnidad somníferamente correcta.

De Pérez Castillo, algo les cuento: Nacido en La Habana, 1968. Autor de Últimas vacaciones con el abuelo (Gente Nueva, 1996), el libro de minicuentos Filosofía barata (Sed de Belleza, 2006) y la noveleta Medio millón de tuercas (Ediciones Loynaz, 2010), que es otra gozada, se los aseguro.

De Haciendo las cosas mal (Ediciones Unión, 2009) les presento algo de sus personajes y peripecias:

Svetlana es rubia y soltera. Es castaña y divorciada. Es trigueña y viuda. Es pelirroja y huérfana. Según sus datos inscriptos en www.chicasdeleste.com, www.rusaslindas.com, www.brideinrussia.com, etc. Y a la experiencia de sus 26 años le ha extraído dos ideas fijas: Una, huir casada de la hoy "democrática" Moscú. Otra, la convicción de que para "un alma cultivada" (ella estudió Filología Eslava, Lenguas Clásicas y varios temas más) "sólo tenemos un camino para expresar nuestra la genialidad: hacer algo mal, genuinamente mala" (calco textualmente su imperfecto español).

El último komsomol de la Rusia antaño soviética, en donde todo joven fue komsomol (lo mismo que decir el último mohicano de la añeja Norteamérica descrita por James Fenimore Cooper), de nombre completo Vladimir Stepánovich Ustimenko (Volodia, cariñosamente achicado por su mami Várvara Stepanovna) viaja a la ostrav svoboda (Isla de la Libertad) en busca del padre perdido, portando como únicas pistas de su identidad que era cubano y negro y estudiante de Explotación Florestal en la Siberia de aquellos tiempos de la Hermandad Socialista.

El Chino Wong es un tipo al que las mujeres siempre le pegan los tarros (aclaro: las mujeres lo traicionan, por si acaso me está leyendo algún foráneo que desconoce la singular vertiente cubana de la tauromaquia). A Cartaya las mujeres siempre lo dejan (y le pegan también los tarros aunque él ni se entera). Mientras que Estéreo Seguro es policía; y además Comemierda en Jefe del trío que conforma con los dos anteriormente mencionados, y que se hacen llamar a sí mismos el Club de los Comemierdas Anónimos (no porque sean hacktivistas ni otra cosa que, simple y llanamente, eso: "comemierdas"; o sea "boludos", "gilipollas", "assholes", lo cual advierto por si me están leyendo en Argentina, España y USA).

Sobre "cómo" logra Ernesto Pérez Castillo que estos tres hilos narrativos se enhebren como "cordeles dentro de un bolsillo" (tomé prestado el símil a Juan José Millás y Dos mujeres en Praga; lo revelo antes que me llamen plagiario), en medio de vericuetos cuasi policiales, de espionaje y de oscuros secretos sexuales, no me atrevo a detallar nada más. Pues anticipo que a alguien, muerto de risa, se le va a caer este libro de las manos y, entonces, irá a parar a las manos de algún lector como ustedes.

Tan sólo les adelanto esto: Para uno de sus personajes las cosas van a acabar mal, pero que muy mal. Porque no hay comedia buena si al aderezo no se añade una pizca de tragedia.


Tomado de: http://www.isliada.com/resena/2011/08/el-ultimo-komsomol-svetlana-y-los-comemierdas-anonimos/

lunes, 22 de agosto de 2011

MIAMI: ¿SE ACABAN LAS VACACIONES DE LOS REFUGIADOS?

Ernesto Pérez Castillo


Un anuncio reciente del presidente Raúl Castro ha puesto los pelos de punta a los que en Miami quieren impedir a toda costa que se normalice la migración cubana.

En su discurso del primero de agosto ante el Parlamento de la Isla, el General de Ejército informó: “En la senda de reducir prohibiciones y regulaciones (…) que jugaron su papel en determinadas circunstancias y después perduraron innecesariamente (…) nos encontramos trabajando para instrumentar la actualización de la política migratoria vigente (…) ajustándolas a las condiciones del presente y el futuro previsible”.

Algo así no puede sino ser una buena noticia, a más que esperada y necesaria, para todos los cubanos, y es justo todo lo contrario de lo que desean los que malquieren a los cubanos.

Por lo pronto, y sin esperar siquiera un día, el propio primero de agosto el representante republicano de la Florida David Rivera adelantó un proyecto de ley para que el Departamento de Seguridad Interna vigile más de cerca a los beneficiarios de la Ley de Ajuste Cubano –vigente desde 1966, y que da estatus de refugiado político a los cubanos que ingresen de manera ilegal a territorio norteamericano– para que se les cancelen los privilegios que dicha ley les concede si visitan aunque fuere una sola vez la Isla antes de cumplir un mínimo de cinco años a partir de su entrada a los Estados Unidos.

Además de la perversión evidente, esa iniciativa de Rivera oculta una mala leche que apesta de lejos, pues precisamente esos cinco años son los que se deben esperar para obtener la ciudadanía norteamericana, y una vez concluido el plazo y adoptada dicha ciudadanía, los cubanos sentirían sobre sí el peso de la espada de Damocles de la Cuban Assets Control Regulations de 1963, basada en la Trading With the Enemy Act, que en la practica prohíbe a los ciudadanos norteamericanos viajar a Cuba.

Así las cosas, lo que David Rivera propone de facto es que los cubanos recién llegados, primero, no viajen a la Isla durante cinco años en cumplimiento de su ley, y luego nunca jamás, en cumplimiento de la ley de 1963.

Lo original del proyecto de Rivera es que, justo en el momento en que Cuba anuncia que flexibilizaría los trámites de viaje –algo que se le ha reclamado al gobierno cubano desde siempre–, el representante republicano pretende abolir esos viajes de raíz.

Encima, quienes a partir de entonces se acojan a los privilegios de la Ley de Ajuste Cubano, serían rehenes del gobierno norteamericano, al menos durante cinco años: una especie de “refugiados políticos forzados” por el país que les “protege”.

Tal proyecto ha puesto en tres y dos a la contrarrevolución interna, como es el caso de la mercenaria Yoani Sánchez, quien opinó en contra del proyecto de Rivera: “Esas personas se convierten en embajadores democráticos y de libertad”, pero no dice una coma de que para ello deben violar las leyes, ser carne del criminal tráfico humano y exponer sus vidas frente las olas en el estrecho de La Florida.

En todo caso, la cifra de cubanoamericanos que solo en el año anterior pasearon por Cuba se eleva a más de 320 000, y esos son muchos más “embajadores democráticos y de libertad” que los que Yoani quisiera.

Otro que no sabe dónde poner el huevo es el plusmarquista de las huelgas de hambre, Guillermo Fariñas, pues según él: “Desde el punto de vista ético no deben regresar a Cuba hasta que el gobierno no caiga”. Cuando él habla de ética, no se sabe de lo que habla, pero lo cierto es que nadie sabe cómo se come el asunto de que los refugiados políticos vayan por miles a vacacionar al país que supuestamente les persigue.

Así lo ha dicho el Jaime Suchlicki, director del Instituto de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos de la Universidad de Miami: “no creo que sea correcto que los cubanos vayan a pasear o divertirse en Cuba si han salido recientemente como refugiados”.

Lo que verdaderamente les duele del proyecto de Rivera es que cuestiona en profundidad el carácter de refugiados y perseguidos políticos de los cubanos que arriben a los Estados Unidos, y por tanto debilitaría a una de las principales armas que han tenido desde siempre en Miami para atacar a la revolución.

martes, 16 de agosto de 2011

JERZY GROTOWSKI, CENTRO HABANA, JUANCITO Y YO

Ernesto Pérez Castillo

Si Manuel Navarro Luna escribió: “No os asombréis de nada, es Santiago de Cuba”, pudo hacerlo por una sola razón: al parecer el poeta no conoció mi Centro Habana.

Y aquí vengo a demostrarlo. Cuando en el verano de 1990 todo se empezó a acabar, yo cumplía uno de mis sueños más soñados: ser desmovilizado del Servicio Militar. Desde principios de año me había enterado que existía un lugar llamado Instituto Superior de Arte y me había presentado a los exámenes de admisión, queriendo estudiar lo único que no se estudiaba en el ISA: guionista de cine.

En el gimnasio de la Facultad de Teatro, y de pasada, vi a un viejito que barría el tabloncillo, ataviado con una bata de barbero, según me pareció. Le di los buenos días, y seguí de largo, mientras observaba su empeño en adecentar el lugar.

Luego, al comenzar las entrevistas a los aspirantes, me sorprendió que fuera precisamente aquel conserje de limpieza quien me fuera a entrevistar. Y es que no era el conserje ni la cabeza de un guanajo, ignorante de mí, sino que era ni más ni menos que el maestro Vicente Revuelta, casi que el padre del teatro cubano.

Mi entrevista debe haber implantado un récord: duró exactamente lo que tarda una pregunta corta y una respuesta más corta aun. Me preguntó Vicente: “¿A ti por qué te interesa el teatro?” y yo le respondí “No, el teatro no me interesa”. Vicente me miró, y con su sonrisa suave me dijo: “Entonces hemos terminado”.

Y ese habría sido el fin de mis estudios teatrales, de no ser por lo cabezón que soy. Que yo no había ido hasta allí por gusto. En primer lugar, el sitio me fascinaba: una construcción de ladrillos rojos, con cúpulas sorpresivas en medio de una vegetación salvaje, más abandonada que exuberante –tan parecida al patio de mi casa– y, no está de más decirlo, me quedaba relativamente cerca y podría ir caminando todos los días hasta allí.

Así que antes de dar por concluida la conversación, aun le dije: “Yo lo que quiero es ser guionista de cine, y traje una película que filmé”. Sin darle tiempo a nada, saqué de la mochila mi proyector y lo comencé a armar.

Antes de seguir, vale la pena un par de aclaraciones. Cuando digo “mochila” me refiero a mi mochila de soldado, pues entonces aun yo era militar, y de hecho me había presentado a las pruebas con mis botas sucias y mi uniforme de campaña, que debía ser verde pero después cuarenta meses de subir y bajar lomas al sol y dormir a la intemperie bajo los aguaceros de febrero ya era gris.

Siempre me he preguntado qué habrá pensado el maestro al ver ante sí a aquel soldadito pelado al rape, sacando de la mochila que llevaba al hombro un proyector ruso de 16 milímetros. Lo que fuere que haya pensado el maestro, el caso es que me invitó a mostrarle la película, y eso me salvó.

Así las cosas, en septiembre, el día que comenzaría mis estudios de arte teatral, me despertó Radio Reloj con la noticia de que el gobierno cubano declaraba el inicio del periodo especial. Yo no preocupé ni mucho ni poco con semejante anuncio, pues para mí el tal período había comenzado desde hacia cuatro años atrás, cuando dejé los estudios de cibernética en la Universidad de La Habana y comencé a vivir con los siete pesos de mi paga de soldado.

Pero todo lo anterior es solo la introducción del cuento que de verdad quiero contar, y que tiene que ver con que ya comenzado el curso, Vicente nos dividió en cuatro grupos, cada uno de los cuales se dedicaría a la investigación de los métodos de creación del ruso Konstantin Stanislavsky, el alemán Bertolt Brecht, el italiano Eugenio Barba, y el polaco Jerzy Grotowski. En ese último, el grupo de Grotowski, caí yo.

Lo que de verdad quiero contar es que unos meses después, visitando a mis hermanos que aun viven en Centro Habana, y conversando como se conversa en aquel barrio, esto es, en la puerta de la calle –nótese de paso que allí no se dice “la puerta de la casa” sino “la puerta de la calle”–, como casi siempre, apareció Juancito con otro cuento de Pepito.

Juancito, el verdadero protagonista de esta historia, que no yo, es un mulato altísimo que nunca fue flaco, ni siquiera en lo peorcito del periodo especial, y quizá ello se debiera a que siempre se estaba riendo y sobre todo, siempre estaba haciendo reír a los demás. Así que, cada vez que aparecía caminando por la acera, los demás le abríamos espacio y cerrábamos la boca, sabedores que él nos miraría a todos antes de decir: “¿ya se saben el último cuento?”

Esa tarde nos hizo el cuento de ocasión, y luego se volvió hacia mí, y al verme por fin otra vez mal vestido, pero vestido de civil, me dijo: “Chama, que bueno, al fin botaste del verde”. Y a seguido me preguntó qué estaba haciendo.

Le dije que había comenzado a estudiar en la universidad. ¿En qué universidad?, me preguntó. En el ISA, le dije. ¿En qué carrera?, terció. Teatro, le contesté. Y entonces vino la mundial, me presionó: “pero… teatro qué, cómo es la cosa, qué hacen ahí?”

Uff, tuve que pensármelo dos veces antes de responder. Podría haberle dicho que estudiaba las técnicas de Jerzy Grotowski, el creador del método del teatro pobre, un modo de trabajo que más se centraba en el proceso del actor que en el público –Grotowski, por ejemplo, había dicho que trabaja no para el público, sino pese al público. Un asunto más bien antropológico, donde la cosa teatral era usada solo como herramienta, como instrumento de investigación. Podría, sí, haber dicho eso, si no fuera por mi temor de que Juancito no me entendiera ni papa y se quedara regao como un chino.

Así que cortando por lo sano, preferí decirle esto, más o menos: “asere, es una moña ahí rara, medio loca, con muchas muecas y muchas murumacas” y, mientras le “explicaba” el método de Grotowski, contorsionaba mi cuerpo, expandía y arremolinaba mis brazos, dejaba escapar mi voz de manera gutural, para ilustrarle de qué iba el asunto.

Juancito me vio hacer aquello, meditó un segundo para dentro de sí, y de pronto se le iluminó el rostro y me soltó: “Ah, coño, una onda grotowskiana, ¿no?”

–Sí, exactamente eso –fue todo lo que mi vergüenza me permitió responder.

viernes, 12 de agosto de 2011

EL DÍA QUE NO CONOCÍ A FIDEL


Ernesto Pérez Castillo

Era agosto y era verano y era el año 1976.

Ahí estaba yo. Los pantalones largos de algodón azul oscuro, almidonados la noche anterior, me daban el placer inolvidable del fru-fru-fru tan sonoro al esconder las manos en el fondo de aquellos bolsillos enormes y vacíos. Camisa azul clara, más clara por el desteñido de haberla heredado de mi hermano, que la heredó del hermano mayor, que a su vez la heredó de algún primo que tal vez también la heredó.

Al cuello, siempre mal anudada, la pañoleta blanca y azul. Detrás de mí, mi madre. Ella detrás de unos espejuelos oscuros que le cubrían la mitad del rostro, los dos bajo el sol que esa mañana rebotaba implacable sobre el parque Maceo y sobre los otros tantos niños y sus mamás que se despedían para irse por una semana al campamento de pioneros de Tarará. A nuestras espaldas, el mar. Enfrente, al otro lado de la calle, la explanada enorme donde se acumulaban ladrillos y lomas de arena que muchos años después serían el Hospital Hermanos Ameijeiras.

Yo tenía ocho años, y no recuerdo que ningún otro niño de mi escuela se haya presentado. Así que tras el beso de mi madre, abordé junto a un montón de escolares de toda Centro Habana, a quienes nunca había visto, la Girón V (ómnibus que la gente llamaba “aspirina”, pues alivia, pero no resuelve) y partimos hacia el este de La Habana.

De esa experiencia, la primera, pero no la única, en la playa de Tarará, recuerdo pocos detalles, pero los recuerdo muy bien. Recuerdo la casa en que nos alojamos. Una típica casa de verano con techo de dos aguas, de muchos cuartos, y de muchos baños –donde quiera abrías una puerta y allí encontrabas otro baño, y otro y otro.

Yo, que mi idea del mundo –y de una casa– era la casa a medio hacer de mi familia –una casa oscura que inventó mi padre en lo que iba a ser el garaje de un edificio de cuatro plantas, con dos habitaciones y un baño que nunca fue azulejeado–, no dejaba de sorprenderme ante tantas puertas y ventanas y lo mejor: una escalera que conducía a la segunda planta de la casa, con otros cuartos y más baños y una terraza con vista al mar.

¡Una escalera adentro de la casa! Eso sí que no se me habría ocurrido jamás, y era algo que no dejaría pasar así como así, así que jodí y jodí hasta que la maestra designada a cuidarnos me ubicó en una litera de uno de los cuartos de la planta alta. Y una vez en aquella litera, luché y luché hasta que también logré que me asignaran la cama de arriba.

Eso fue una reparación histórica, justa y necesaria, pues en mi propia casa teníamos una litera, sí, pero nunca me tocó la cama de arriba, ocupada desde siempre por alguno de mis dos hermanos, pero nunca por mí.

Recuerdo también que a toda hora nos daban yogurt, y a toda hora también galletas dulces. Aún me tengo en la memoria, en una sala a la penumbra de una bombilla de muy pocos watts, cayéndome de sueño tras un día de mucha playa, haciendo fila tras los otros niños, mientras la maestra nos sirve el yogurt de antes de dormir.

La verdad es que de aquel viaje y de aquella semana no recuerdo mucho más. Salvo un detalle: un día pasaron por la casa preguntando si alguno de nosotros cumplía años ese mes. Tres o cuatro niños, no sé cuántos, levantaron la mano. Recuerdo que uno de aquellos niños se había hecho amigo mío, y yo sabía que él no cumplía años en agosto, sino en marzo, como yo. Él había levantado la mano por si acaso, para ver qué…

El caso es que los mandaron a bañarse y a ponerse el uniforme y al rato los vinieron a buscar, mientras al resto nos volvieron a dar más yogurt con galleticas, y después de la merienda nos llevaron al Anfiteatro, donde había música y payasos y globos de colores y allí fue que nos vinimos a enterar: ese día era trece de agosto, era el cumpleaños de Fidel, y Fidel estaba en Tarará y celebraría su cumpleaños con aquellos niños que cumplían años en su mismo mes.

De estas cosas me acordé el verano pasado, un día de julio, en medio del Acuario Nacional. Recorría las peceras con mi hijo de la mano, inventándole historias sobre las tortugas, los cangrejos y los caballitos de mar, retardando el momento de enfrentar la cola de la cafetería que suponía abarrotada, mientras Sebastián me preguntaba por qué no había allí ni un solo amiguito con quien jugar. Quisimos ver el show de los delfines, pero el lugar estaba cerrado a cal y canto y no encontré ni un empleado a quien intentar convencerle de que nos dejara pasar.

Ni un empleado, ni nadie. En todo el camino no nos cruzamos con una sola alma. Solo nosotros recorríamos aquellas galerías extrañamente vacías para unas vacaciones recién comenzadas.

Lo mejor, lo increíble, fue llegar a la cafetería y sorprenderme con las muchas ofertas a nuestra disposición, sin otro cliente con quien competir, sin una cola que hacer: todo fue ir, escoger tranquilamente lo que queríamos, y después sentarnos a la sombra a merendar.

Algo raro sucedía allí, y más me lo pareció unos quince minutos después, cuando aquel lugar, hasta entonces tan extrañamente vacío, de pronto se llenó de niños de la mano de mamá y papá que asaltaron la cafetería y colmaron las áreas de exhibición. Lo bueno fue que al fin Sebastián tuvo a mano un amigo para corretear frente a las peceras del acuario.

Un par de horas después, ya de camino a casa, el teléfono me comenzó a vibrar en el bolsillo, y al responderlo fue que me vino a la memoria, sin remedio, aquella tarde en Tarará: la voz al otro lado me anunciaba que Fidel –de quien hacía rato no se sabía nada– acababa de visitar el acuario.

Me sonreí al comprender lo raro del vacío que me había tropezado allí: el público disfrutaba del espectáculo de los delfines, y entre ellos estaba Fidel, aunque yo no me enterase. Por eso no vimos a nadie por ningún lugar hasta que el Comandante se marchó.

Ahora saco la cuenta y veo que, aquella tarde lejana en Tarará, Fidel estaba celebrando sus cincuenta años. Hoy cumple ochenta y cinco. Dos veces lo he tenido tan así de cerca, sin enterarme. Y ni falta que me hace, la verdad.

Que en este país usted da dos pasos y mira y ahí está Fidel, y no en los afiches que los burócratas se cuelgan en sus oficinas, sino en la obra real del día a día, en el médico de familia en la esquina de mi casa, en los niños –todos los niños– que cada día van a la escuela y ninguno a trabajar, en la universidad de la que me gradué de gratis y de la cual salí sin deberle un centavo a ningún banco, y en mi vida sencilla de cubano, casi siempre sin otra cosa en el bolsillo que mi carné de identidad.

Así que, ahora que Fidel cumple años, yo le digo –y no solo por su vida tan larga, sino sobre todo porque ha sido una vida con muchas más luces que manchas-: felicidades, Fidel; felicidades, Comandante.

miércoles, 3 de agosto de 2011

YOANI SÁNCHEZ, UN MARROQUÍ Y EL DC-8 QUE NADIE VIO

Ernesto Pérez Castillo

Un cable de EFE logró colarse en la primera plana de la edición digital de El Nuevo Herald, y lo hizo no por el drama humano que rezuma sino porque, tanto para la agencia como para el diario, la noticia era curiosa…
El titular mismo apunta hacia ello: “Agentes españoles descubren a un inmigrante escondido en una bolsa de deporte”. En un ejercicio supremo del peor periodismo, ya desde ahí se nos escamotea el fondo del asunto: no dice quién estaba en la bolsa, ni en dónde ocurrió el hallazgo, ni por qué corría semejante riesgo –no para qué, que obviamente era para emigrar, sino por qué lo intentaba de ese modo.
Luego el redactor no se apartará ni una pizca de ese propósito. En toda la nota, que no tiene más de una veintena de líneas, no aparecerá jamás el nombre del inmigrante, apenas identificado como “un joven marroquí”. El nombre en blanco y negro lo habría humanizado y puesto en carne y hueso ante los lectores, todo lo contrario de lo que la agencia quiere: cosificarlo, volverlo nada, ningunearlo y olvidarlo.
El asunto es que el marroquí fue hallado dentro de una bolsa de deporte, guardada en el maletero de un vehículo que estaba a bordo de una embarcación que cubre la ruta marítima entre Melilla, al norte de África, y la ciudad de Barcelona, en el noreste de España.
Según el guardia que lo encontró, estaba “completamente contorsionado”, con “síntomas de desorientación, nerviosismo, respiración agitada” y “empapado de sudor, producto del exiguo espacio en el que se encontraba, encajonado dentro de la bolsa de deporte” sin ventilación para coger aire. Pese a su grave estado, se consideró que no necesitaba asistencia médica.
Ni una sola palabra se dedica a comentar las razones que llevaron al joven a exponer a tales peligros su vida. ¿Por qué el redactor no infiere de todo ello que, evidentemente, las cosas van muy mal en Marruecos cuando los jóvenes hacen cosas como esa? ¿Por qué lo califica de inmigrante sin más ni más, y no lo presenta como un joven disidente que huye de una dictadura? ¿Por qué no usa el suceso como un ejemplo de que los jóvenes marroquíes no tienen más perspectivas ni futuro que escapar de su país, aun a riesgo de sus vidas?
La respuesta es una y solo una: porque no era un joven cubano. De haberlo sido, la noticia hubiera rebotado de diario en diario por el mundo, magnificada en titulares rojos, con fotos y más fotos, y acompañada de las declaraciones de cuanto pícaro quisiera pescar provecho para sí mismo.
Uno de esos pícaros que ahora guarda silencio es Yoani Sánchez, quien hace unas semanas, ante el hallazgo del cadáver del joven cubano Adonis Guerrero Barrios en el tren de aterrizaje trasero de un avión que arribó al aeropuerto de Barajas en Madrid, no tuvo miramientos para manipular el asunto, y secundada por el diario español El País, afirmó torcidamente: “No se trata ahora de sacarle una tajada política a la decisión tomada por el joven Adonis de emprender un viaje como polizón en el tren de aterrizaje de un avión DC-8 de Iberia, sino de encontrar las causas que lo empujaron a morir así.”
Nótese la cantidad de detalles: Yoani apunta el nombre del joven, en qué parte del avión se encontraba, y qué tipo de avión era. Ella, y el periódico que la publica, buscan a toda costa comprometernos con la historia que se nos quiere vender, y con la versión del suceso que les interesa asentar.
Pero es que Yoani no acierta en el plano general ni en los detalles. Adonis no fue encontrado en el “tren de aterrizaje” sino en el tren de aterrizaje trasero, pues los aviones tienen varios y no uno solo, como supone la blodeguera.
Al parecer, para Yoani Sánchez suponer es más que suficiente. Ya se ha dicho otras veces, y ahora la blodeguera ha vuelto a dar fe de su tremendísima y suficiente experticia periodística. Ha afirmado, y nadie sabe de dónde se ha sacado este detalle, que Adonis emprendio un “un viaje como polizón en el tren de aterrizaje de un avión DC-8 de Iberia”.
El Douglas DC-8 es un avión de reacción cuatrimotor que se fabricó entre 1959 y 1972, cuando modelos de mayor capacidad como el DC-10 le hicieron quedar obsoleto. Detalles del diseño del DC-8 le proporcionaron una leve ventaja en la faceta de carguero, posibilitando que cientos de ellos, remotorizados, continúen efectuando servicios de carga para diversas compañías. Pero hace mucho que no realiza vuelos comerciales en el transporte de pasajeros, al menos no con Iberia.
La verdad que a Yoani Sánchez no le interesó buscar es que Adonis no viajo de polizón en un DC-8, sino en el vuelo 6620 de Iberia, en un avión Airbus A320, pero ya se sabe que a Yoani le basta con inventarse las cosas y creérselas ella misma.
Su disparate de suplantar el Airbus A320 por un DC-8 fue abundosamente comentado en Foroaviones (http://www.foroaviones.com/foro/comercial-general/13270-dc-8-de-iberia.html), donde los usuarios dejaron las siguientes opiniones:
Ozzman: Sobre lo del DC-8, bueno, el que no es aerotranstornado no se dará cuenta de la burrada que está diciento... habrá sido un lapsus, porque tampoco es tan difícil averiguar el modelo.
beto_8: Que esta tía no tiene ni puñetera idea, y que no creo que se haya informado para hacer el artículo, estoy de acuerdo. Es una inútil. E insisto, sí, esa tía no tiene ni zorra idea de lo que ha escrito, porque no se ha informado. Pero antes de meterse con el periodismo, entérate que es más criticable que en la redacción nadie se haya dado cuenta del error, porque esto no es mandar el texto y colgarlo en el periódico. Pasa por muchas manos antes de sacar al papel (editores, correctores....). Ese sí es el grave error, no la tipa esta que no sabe lo que dice. El error está en quién ha dado el visto bueno para publicarlo, porque no lo ha revisado, y si lo ha hecho, tampoco tiene ni puta idea. Insisto.... soy periodista
Icaro: Me parece que aquí no solo es un fallo del periodista, sino de toda la cadena que creo que debe haber desde que una noticia se va ha publicar hasta que está impresa. Por que poner que el avión de Adonis era un DC8 es que no se había documentado nadie, pues si se hubieran documentado habrían visto que el DC8 fue de un suceso de hace 40 Años y es normal que ya no sea el mismo avión el que haga el viaje, pues una simple consulta hasta por teléfono y les habrían dado el dato de que avión era y como se llamaba, corregido el error y habría quedado mucho mas documentado.
Esos comentarios dejan en claro lo inocultable: que Yoani Sánchez y el diario español El País desprecian la verdad, y en la carrera por hablar mal de Cuba toman lo que se le ponga a mano y se inventan los detalles a tontas y locas. Yoani supone, improvisa y miente a mansalva, y El País le reproduce sus embustes sin una revisión elemental de lo que su premiada les envía.
En el mismo artículo sobre Adonis, ella fantasea: “¿Tenía un motivo adicional, como sentirse perseguido con peligro…? (…) Tampoco conocemos la gravedad de sus problemas, lo que sí podemos intuir es que no encontró a mano solución alguna para ponerles fin”.
Nótese que la blodeguera que cambia a su antojo un avión por otro, ahora también pretende suplantar a Adonis y poner en su lugar a un perseguido político, y aunque reconoce no saber “la gravedad de sus problemas”, asegura por cuenta propia que Adonis “no encontró a mano solución alguna”.
Sin embargo, aunque Yoani lo ignore, Adonis tenía familia, y esa familia, en declaraciones telefónicas para Diario de Cuba –un sitio digital que no se hace en Cuba, y del cual se puede decir cualquier cosa menos que sea afín al gobierno cubano–, en la voz de su padre y de su tía, ha afirmado que el joven “estudió en una escuela especial porque sufría algún retraso mental”.
La noticia, según Yoani Sánchez y El País, se resume a un disidente perseguido que huye en un DC-8 porque no tenía solución a sus problemas, mientras la verdad habla de un joven con problemas mentales que recibió educación especial y que intentó emigrar entre las ruedas de un Airbus A320. Si eso no es “sacarle una tajada política a la decisión tomada por el joven” –esa fue la introducción de Yoani–, entonces ¿qué es?
El lamentable caso de Adonis es comparable –citando otro artículo de El País– al de “el paquistaní de 21 años que murió en un avión de Lufthansa que había partido de Kuala Lumpur en septiembre de 2000. O aquel hombre tahitiano que intentó volar de Papete a París en mayo de ese mismo año. O los dos dominicanos que intentaron llegar a Suecia un mes después. O el cubano Roberto García Quinta, de 47 años, cuyo cadáver fue descubierto nueve días después de que abordara el tren de aterrizaje de un avión de Alitalia.”
Hay que ser ciego para no ver, otra vez, que la única víctima de tales desastres que es citada por su nombre es el cubano Roberto García Quinta, mientras los otros son mencionados apenas como “el paquistaní”, o “aquel hombre tahitiano”, o “los dos dominicanos”. ¿Por qué ellos no tienen nombre, y el cubano sí?
En defensa de Yoani solo se puede decir una cosa: es normal que ella confunda el Airbus A320 con un DC-8, pues fue precisamente un DC-8 de Cubana de Aviación el tipo de aeronave que el 6 de octubre de 1976 sufrió dos explosiones en pleno vuelo que lo precipitaron al mar, acto terrorista organizado por Luis Posada Carriles, en el que perdieron la vida 76 personas. Todavía en 1997 explotaron varias bombas en La Habana, en atentados también organizados por Posada Carriles, y que le costaron la vida al turista italiano Fabio Di Celmo. Esas acciones fueron financiadas desde Miami por la Fundación Nacional Cubano Americana, la organización terrorista que Yoani Sánchez acaba de felicitar por mano propia en El Nuevo Herald por sus 30 años de creada.