sábado, 22 de octubre de 2011

CREMATA, LA YUMA, LA COLMENITA Y EL CHISTE DE HOY

Foto: Bill Hackwell

Ernesto Pérez Castillo

De adolescente, como todo muchacho que se respete, siempre tuve nombretes, y uno entre muchos, el que más tiempo me duró, fue “El Ruso”. No creo que mis rasgos apuntaran demasiado en esa dirección, así que la única razón que le encuentro a aquel apodo es que vivía en Centro Habana, y ser blanco —tan blanco que casi era transparente— en aquel barrio mestizo era más que suficiente para parecer extranjero. Y la cuasi única referencia de extranjeros, en la Cuba de los 80, y en mi secundaria, eran los rusos. Eso es todo.

Pero ese no es el chiste.

Cuando comencé a estudiar teatro en el Instituto Superior de Arte (ISA), ya en los 90, y la Gran Revolución Socialista de Octubre se fue a bolina, mi sobrenombre cambió.

La CCCP dejó de existir —aún recuerdo aquello que nos decíamos bajito en las aulas de primaria, en aquella época de los Tres Mosqueteros, arroz, chícharo y huevos: ¿Cuándo Carajo Comeremos Pollo?— y la palabra Rusia sustituyó otra vez a la antaño sagrada Unión Soviética.

Ese fue el momento de mi aventura como presidente de la FEU en el ISA: ya presidente de la FEU, mi sobrenombre de “El Ruso” cayó también en el olvido junto con la URSS. Desde entonces fui nombrado “El Zar”.

Y, ¿quién inventó eso de nombrarme El Zar del ISA? Pues ni más ni menos, aquel sobrenombre pertenece a la genial autoría de Tin, también a veces conocido por “Cremata”.

Esa solo ocurrencia, tan aterrizada en los tiempos que corrían, baste para hablar de la agilidad mental y las inteligentes y graciosas asociaciones que al Tin se le daban a las menos cuarto, con su humor tan cubano y tan particular.

Pero tampoco ese es el chiste de hoy.

El Tin aún no tenía La Colmenita, tenía La Colmena: estudiantes de todos los años de la Facultad de Arte Teatral y otras facultades, e ir a sus ensayos era siempre una fiesta. Los que vivieron la experiencia de estar cerca del Tin en aquellas gozosas sesiones de trabajo aún comparten la hermandad que entonces se fraguó.

Luego, no sé cómo ni cuándo ni por qué —pero quien quiera saberlo que busque, que seguramente en algún lugar él mismo lo ha explicado– sorpresivamente para mí, el Tin se concentró en el trabajo con niños, y ahí surgió La Colmenita.

El milagro de esa conversión es que así el Tin, un niño que creció él mismo sin padre, se dio a los niños todo entero como el padre mejor, día por día de su vida, a enseñarles y a aprender de ellos el amor.

El chiste es que ahora que el Tin con su Colmenita está de gira en la mismísima Yuma, de pronto me entero que personeros del gobierno norteamericano han declarado que esos niños con su espectáculo teatral son un peligro para la seguridad nacional de los EE.UU.

Eso tiene que ser un chiste, porque el padre de Cremata —el papá del niño que algún día el Tin fue— murió demasiado temprano, y no de muerte natural, sino que era uno de los tripulantes del avión civil de Cubana de Aviación que el 6 de octubre de 1976 estalló en pleno vuelo cuando dos bombas explotaron en su interior, precipitándolo al mar sin que nadie sobreviviera al terrible sabotaje.

Y de ser un chiste, sería uno de muy mal gusto, pero no se le pueden pedir mangos a un árbol de papaya, y menos si es plástico.

Porque lo cierto es que los que pretenden que Cremata —una víctima del terrorismo— y los niños a los que ha dedicado su vida son “un peligro para la seguridad nacional”, son exactamente los mismos que protegen al terrorista Luis Posada Carriles, justo el responsable confeso de la muerte del padre del Tin y de otras 72 personas que aquel día de octubre viajaban en el DC-8 derribado frente a las costas de Barbados.