domingo, 3 de noviembre de 2019

UN PASITO PALANTE, MARÍA, UN DOS TRES…

Ernesto Pérez Castillo

 
Si algo habrá que concederle a este año cuando acabe, es que aburrido no ha sido, ni un poquito. Comenzó sin pan, luego sin aceite, después sin taxis, siguió sin pollo, y ahora incluso camina sin petróleo y hasta sin pasta de tomate. Pero reformamos la constitución, hubo aumento de salarios, llegó la Internet a los móviles, tenemos 4G por todas partes y, por tener, de pronto y de nuevo, por primera vez en mucho tiempo, tenemos incluso presidente de la república. De verdad, hay que decirlo: el que el que pida más, es un goloso.

En medio hubo desde tornados hasta meteoritos, pero el estremecimiento más grande, el temblor mayor, el terremoto ha sido la noticia de que al final de la jornada los dólares, cuando ya nadie los quería y nadie lo esperaba, vuelven a la carga.

Después de tanto reclamar de un lado el impostergable y prometer del otro el pronto fin de la doble circulación monetaria, al que no quiere caldo se le sirven tres tazas. Que sí, que tres. Que muy a pesar de tanta matraca y tanta muela, tres serán las tres monedas con las que habremos de vérnoslas a partir de ahora, quién sabe hasta cuándo, al infinito y más allá.

Cuando escuché a este y al otro en la televisión nacional explicando cómo y por qué se les ocurrió la tan brillante y novedosa idea, me acordé de Lenin, Vladimir Ilich, cuando en su temprana época de cuasi compositor de congas revolucionarias insistía con aquel clásico e inolvidable “un pasito palante y dos pasitos para atrás”.

Lo que suena a triste en este arroz sin mango es que ya hace veinticinco años, un cuarto de siglo atrás, a las carreras y para lo mismo, a los de entonces se les ocurrió levantar en cada barrio una TRD, ¿te acuerdas? Eran las famosas Tiendas Recaudadoras de Divisas. Y a las nuevas tiendas que abrirán ahora, como las llamaran: ¿TMRT? ¿Tiendas Más Recaudadoras Todavía?

¿Es que acaso quedó demostrado con pelos y señales que aquel invento de comenzados los noventa no funcionó? Y, si no funcionó o no del todo, entonces, ¿por qué razón habría de funcionar mejor ahora?

La medida, que a duras penas persigue el imposible de contener el goteo de las divisas que a diario y por los aeropuertos escapan de la Isla en el bolsillo de los particulares que se dedican al trapicheo, trayendo de allá lo que sea que falte en las tiendas de aquí, conseguirá, eso sí, que el mercado informal refine, readecue y optimice su oferta. Al final de todo, ya eso será algo.

Lo demás, está por ver. Que en principio no es que dé muy buena espina eso de ver a la ministra de finanzas y precios –creo que ella mismitica era–, en vivo y en directo, advirtiendo que en las nuevas tiendas –que solo aceptarán dinero plástico y convertible verdadero de verdad– los precios no serán inamovibles… eso, cuando menos, implica que al que se duerma y no compre ahora mismo puede que después lo coja la confronta para siempre.

Lo previsible es que afuera, en los portales de las tiendas, vas a encontrarte a un tipo –o tres, o cuatro– que a tu paso, sottovoce, pero sin esconderse demasiado, te endulzará el oído susurrándote: “refrigerador Samsung de no sé cuántos pies cúbicos, pantalla plana de cincuentimás pulgadas, tu moto eléctrica, el aire acondicionado, lo que tú quieras, papi”.

Y más… porque el reto es grande y, peor que grande, grandísimo, cuando se intente surtir esas novedosas tiendas y mantenerlas surtidas a mediano y largo plazo, teniendo a la vista la realidad del resto de las otras, las que con suerte, con mucha suerte, se pasan la mitad del tiempo medio vacías, bostezando.

En cuanto al CUC, pobrecito, lo bueno es lo malo que se está poniendo. El peso convertible queda de momento en plan piyama, dando vueltas y más vueltas dentro de la casa, de la sala a la cocina y de la cocina al comedor, entre el peso cubano y el dólar de verdad, en candela, entre la espada y la pared. Pudiera ser que pudiera que sin querer y sin pedirlo, o sin querer queriendo, y sin que nadie se haya dado cuenta todavía, se esté anticipado su pronta y definitiva muerte natural.

 

jueves, 17 de octubre de 2019

LA PIEDRA QUE HACÍA FALTA

Ernesto Pérez Castillo

 
En un sistema electoral como el cubano, hasta donde puedo imaginar, teórica o hipotéticamente, el mejor y el más deseable de los presidentes, el que más nos convendría a todos, sería aquel que resultara electo con menos votos a favor, con más votos en contra, siempre que la cantidad de votos que se le opongan en las urnas no alcance a superar el límite constitucional de la mitad menos uno.

Sí, yo mismo reconozco que eso sabe y suena como una tremenda y pura inocentada, y sé que así me lo dirán en todas partes. No importa, imaginémoslo: Periquito Pérez gana la presidencia de la República de Cuba con trecientos votos negativos. Como nuestro parlamento tiene poco más de seiscientos butacones, Periquito gobernará enfrentando a media asamblea nacional y a la mitad de los habitantes de esta isla. Sin dudas, Periquito tendrá que hilar muy fino, sin equivocarse demasiado, sin meter mucho la pata ni las manos, para convencer a todo el mundo o por lo menos a la simple y sana mayoría, y así y solo así podrá mantenerse en el empleo por diez años. Esa es la idea.

De momento, y en tanto ello sucede, lo que tenemos es un presidente que ha sido electo por un parlamento al que se le presentó un solo candidato y que ese solo candidato terminó siendo electo con un solo voto en contra. ¿Se nota? Al menos a mí, en lo llanamente personal, me parece que esos son demasiados “un” para una sola oración.

La verdad es que ese solo y solitario voto en contra, con todo y ser secreto, grita más de lo que calla y el montón de preguntas que deja flotando en el aire, y que en el aire quedarán colgando para siempre y sin respuesta alguna, comienzan con: ¿quién habrá sido ese asambleísta solitario? Y más: ¿por qué no le gusta nuestro nuevo presidente? Y todavía mejor: ¿quién sería su candidato?

Curiosamente, si se hubieran contado dieciséis o veintisiete votos en contra, este solo voto contrario desaparecería entre ellos, se camuflaría, no se echaría a ver, sería normal, agua en el agua sin esta ni ninguna otra importancia, y ya perdería todo su valor y toda su fuerza. Pero así, solito en su soledad tan sola, este único voto de desaprobación se magnifica y desentona como la pequeña mancha indeseable en aquella pared tan blanca, como un punto negro en la piel más lisa, como el único que al final de la función se queda sentado cuando los demás, de pie, aplauden.

No hay que olvidar que primero, y antes de ir al definitivo, decisorio y solitario momento de las urnas, la comisión de candidaturas o como se le llame presentó ante la asamblea su propuesta para presidente de la república, que debía ser aprobada a la vista de todos, en el mismo salón y a mano alzada. Y aprobada resultó. Para más señas, aprobada por unanimidad. Nada nadita de nadie en contra.

  O sea, quien quiera que haya sido aquel o aquella que después, tras la cortina, en la soledad de las urnas votó en contra, primero y a la vista de todos los demás aprobó la candidatura alzando su mano a favor, como todo el mundo.

Si antes votó a favor, pero después votó en contra, ¿eso qué quiere decir? ¿Que estaba a favor de la candidatura, pero no del candidato? ¿Qué aprobaba que el candidato apareciera en la boleta, solo para después poder votar en contra suya? Es una lástima, pero es así: de esos porqueses y de aquellos paraqueses no nos enteraremos jamás, quedarán para siempre en el reino de las tinieblas y las sombras y no los conoceremos nunca.

Del lobo, un pelo. Lo cierto y destacable es que el flamante presidente sabe, por ese solo voto en contra, que no goza de la unánime unanimidad de antes, y tendrá que gobernar con ese voto en contra, sabiendo que, al menos, un parlamentario no lo creyó bueno para el cargo. Ese solo voto será, con suerte, la buena y conveniente piedra en su zapato.

martes, 9 de mayo de 2017

VENEZUELA: LA VERDAD ESTÁ EN OTRA PARTE


Para empezar por el principio, habría que establecer primero que el hecho de que la Venezuela Bolivariana sea noticia, no es noticia. No debería serlo. Cuando tantos medios de prensa –léase: agencias de desinformación– nos machacan minuto a minuto con las marchas y las contramarchas, las protestas y la represión, al menos tendría que aceptarse, es evidente, que hay un interés muy marcado, de gente muy poderosa, en que veamos eso, creamos en eso y aceptemos eso.

Es sabido que esos medios noticiosos no se mueven de gratis ni mucho menos por amor a la verdad. Son los mismos que reportaron hasta el cansancio la existencia de un arsenal químico en las manos de Saddam Hussein, la excusa para tontos que desató la invasión a Iraq, que resultó devastado a puras bombas aunque después nadie encontró nada de aquello ni se volvió a hablar del asunto.

Pero más de cerca, son los mismos medios que miran a otra parte cuando se reprime con furia a los estudiantes chilenos que exigen mejoras en el sistema educativo, o cuando con saña se castiga en México a los padres de los cuarenta y tres de Ayotzinapa que sólo quieren saber dónde están sus hijos desaparecidos, o antes guardaron el más obediente, cómplice y culpable de los silencios ante Stroessner, Somoza o Pinochet.

Cuando se ha vivido por más de cuarenta años en esta Isla, siempre asediada, ¡oh casualidad!, por esos mismos medios –y por orden del mismo amo–, tiende uno por naturaleza a desconfiar, a sospechar, a intuir que lo que se publica hoy sobre Venezuela –como lo que se ha escrito desde siempre sobre Cuba–, casi nunca es la verdad, y que la verdad de lo que allí ocurre no es lo que aparece en el blanco y negro perfecto de los titulares que llegan a todas partes.

Ya en el muy lejano 1898, y tras la explosión nunca bien aclarada del acorazado Maine en La Habana, William Randolph Hearst (magnate de la prensa norteamericana que controlaba los diarios Examiner y Morning Journal) envió a Cuba a su dibujante Frederick Remington para que reportara la debacle, pero este solo consiguió informar: “Todo está en calma. No habrá guerra. Quiero volver”. O sea, en la Isla no pasaba nada. Entonces Randolph Hearst, en un rapto de inspiración divina, le contestó con un telegrama que sentó las bases de cómo se hace el periodismo, ese periodismo, hasta el sol de hoy: “mande usted las imágenes, que yo pondré la guerra”.

Así las cosas, todavía a estas alturas del juego, cuando en La Habana la “oposición” realiza alguna de sus caminatas dominicales por la Quinta Avenida del muy tranquilo barrio de Miramar, si usted se acerca, verá allí más periodistas extranjeros escoltándoles y tomándoles fotos que opositores manifestándose.

Algo como eso, detalles más, detalles menos, sucede en Venezuela. Que mucho cuesta aceptar que tanto coctel molotov y tanto bravucón encapuchado sean reportados como manifestantes pacíficos. Ellos son apenas los actores bajo cuerda del pobre melodrama que se dicta, se exige, desde el norte, para que la prensa, esa prensa, pueda hacer su trabajo.

Lo demás, ya se sabe: los buenos son los que ganan a la larga, si tienen la paciencia, la calma, la claridad, la integridad y la inteligencia para hacer paso a paso lo debido, sin miedo, con justicia y con firmeza. Ya lo decía Vallejo sobre aquella España que sí se perdió: “¡Cuídate, España, de tu propia España! ¡Cuídate de la hoz sin el martillo, cuídate del martillo sin la hoz!”.

lunes, 9 de noviembre de 2015

MI CASITA, QUE ME GUSTA TANTO


 
Me gusta mi casita. Se está cayendo a pedazos. Fue amor a primera visita, desde el mismísimo instante en que crucé hace veinte años bajo el dintel de su puerta, cuando aún no era mi casita. Las paredes estaban abofadas, y todavía lo están. El techo descascarado, las cabillas de acero oxidadas y expuestas. Así siguen. La carpintería era un asco, y hace un par de años alcancé a darle una mano de aceite: sigue mal, pero reluciente. En fin, descuidada, despintada, tremendamente mágica.

En general, tiendo a exagerar. Siempre lo hago, desde siempre, pero solo cuando hace falta. Así que lo de mágica es exacto. Si algo tiene mi casa es luz, toda la luz del mundo, cálida en el día, tibia en la tarde. Y silencio. Un silencio así solo lo he sentido, a solas, bajo el mar. Lo demás es poca cosa.

Algo he reparado, aunque con mis propias manos, así que no es que me enorgullezca demasiado de los resultados. En algunas partes, se ve un poquito peor después de la reparación. Y no tiene muebles, salvo un Frigidaire que heredé de mi abuelo, –comprado a plazos en 1948, sesenta y siete años atrás y nunca ha fallado– y un librero lleno de faltantes, por mis frecuentes idas a las librerías de segundo mano, no a comprar libros, sino a vender los míos. Con suerte, un libro ya leído puede dar tanto como para una semana decente, si tus expectativas son moderadas y tendientes a cero. Tenía una cama, pero la transforme en un escritorio. La verdad, el escritorio está mucho mejor, y para lo que dormía en la cama, el escritorio es mucho más funcional.

Ventanas sí que tiene muchas, y casi todas se abren. Y una terraza con cristales que miran a la calle. Es una delicia, en las mañanas, sentarme a fumar allí, café mediante, y ver a los escolares pasar. Y en las tardes, cuando el sol cae presuroso, ver el rebote de su brillo contra el mar. Sí, desde mi casa se ve el mar, solo necesitas valor para trepar a la azotea, superando los escalones bailoteantes que suben a lo alto.

Sentado allí, terminando el día y los cigarros, veo la noche llegar. Pienso en mi casa, que me gusta tanto, que me necesita tanto. Pienso en mi país, que tanto se parece a mi casita.

sábado, 21 de marzo de 2015

DECLARACIÓN OFICIAL DE LA UNIAC


DECLARACIÓN OFICIAL DE LA UNIAC

La Unión Nacional de Intelectuales y Artistas de Cuba, asociación a la que pertenecen todos los creadores, intelectuales, escritores, artistas y otros que creen serlo, inspirados en la alta moral y meridiana actitud ética que prima en el actuar de los miembros del movimiento deportivo cubano e internacional, ha decidido readecuar sus normas de conducta y de valoración del trabajo artístico, aspirando a un arte más puro y más ejemplarizante para el resto de nuestra sociedad.

POR CUANTO: La actividad deportiva es constantemente monitoreada éticamente, mediante numerosos chequeos antidoping, decidimos crear el LAPAAI (LABORATORIO ANTIDOPING PARA LA ACTIVIDAD ARTISTICA E INTELECTUAL.)

POR CUANTO: Todo miembro del movimiento deportivo debe cumplir, y cumple celosamente, los requerimientos antidopaje, lo mismo ocurrirá con todo intelectual, artista, escritor o creador en cualquiera de sus diversas maneras artísticas reconocidas o por reconocer. De no asistir a los chequeos antidopaje programados o negarse a los chequeos sorpresivos, el individuo en cuestión se verá invalidado para siempre para el ejercicio de la actividad artística, literaria o creativa que fuere.

POR CUANTO: Cualquier miembro del movimiento deportivo mundial que resulta positivo en un control antidoping es de inmediato despojado de sus triunfos, de igual manera, cualquier artista o creador que resulte positivo en la prueba, y se demuestre de manera científica e irrefutable que ha consumido cualquier sustancia sicotrópica, alucinógena, estimulante u otras (drogas de cualquier tipo, alcohol, nicotina, café) será despojado de sus triunfos artísticos.

POR CUANTO: Ante cada evento deportivo el atleta debe cumplimentar los chequeos antidoping de rigor, igualmente, antes de presentarse a cualquier concurso, certamen, beca de creación, exposición personal, concierto, representación teatral o danzaría, el creador deberá demostrar con un certificado emitido por el LAPAAI que durante la preparación, realización o representación de la obra, no ha consumido ninguna sustancia que pueda influir en sus resultados artísticos.

POR CUANTO: Lo más importante es la pureza del arte que entregaremos al pueblo trabajador, a partir de esta publicación quedan despojados de sus méritos artísticos todos los creadores e intelectuales a los que por causas naturales no se les pueda en el presente realizar un chequeo antidoping que demuestre su inocencia y su ética artística.  Esto aplica dentro y fuera de nuestras fronteras. Esto aplica al “arte” producido en cualquier etapa de la historia universal. En los casos de Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristóteles, Shakespeare, Mozart, Beethoven, Da Vinci, Miguel Angel, Picasso (y otros tantos que no mencionaremos, por no hacer demasiado extensa la presente declaración) es demostrable con documentos y declaraciones de su época que trabajaban bajo los efectos de diversos tipos de sustancias estimulantes, y por tanto sus “creaciones” son fraudulentas y desde ya descalificadas deshonrosamente. Una comisión creada especialmente al efecto se dedicará a confirmar todos los casos antiguos pendientes y publicar sus resultados.

Publíquese en la GACETA OFICIAL DE LA REPÚBLICA y en las redes sociales.

DADO EN CIUDAD DE LA HABANA, A 21 DE MARZO DE 2015

Pd: Todos los actuantes en la redacción de esta DECLARACIÓN OFICIAL fueron sometidos a priori a los  chequeos antidoping correspondientes.

sábado, 1 de noviembre de 2014

OTRAS VIDAS QUE NO SON

Ernesto Pérez Castillo

 
 Cuando se mira en torno, porque se quiere ver, se necesita, con ganas, con deseos, con desesperación, suele saltar a la vista tanto y tanto, que cuesta un mundo colocar la mirada. Así, los ojos sobrevuelan el paisaje, sin detenerse en nada, ni en la gente, ni en la ciudad, ni en el cielo, hasta que de pronto, con suerte, hay un destello, ocurre el milagro.

A veces es una fachada que pende en la nada, vana, hueca… a veces un balcón donde ya nadie se asoma a ver el mar… a veces son ruinas sobre las ruinas… Hay cierto misterio consolador, cierto encantamiento dulce en la contemplación de la desolación ajena.

Prefiero el descubrimiento de lo iluminado que me sorprende a la vuelta de muchas esquinas, la intención inacabada, el esperpento que sonríe, la inocencia que desborda –a ratos felizmente– los rincones oscuros donde no llega nada y todo surge desde sí, apetito irrealizado.

Así me alegran suavemente las mañanas aquellas balaustradas, efigies femeninas, cada una revestida en distinto color, tintes varios y baratos sobre la marmolina. La verdad: son horribles, cierto. Pero cargan mucho detrás: alguien, insatisfecho, quiso mejorar su vida, y lo intentó de la peor manera, sí, más justo ahí radica su valor: lo intentó, donde nadie lo intentaría por nadie ni por él.

Y entonces sonrío. Si tomara esa balaustrada toda y la colocara en cualquier galería, firma mediante y nunca mi firma, ya sería arte, y la imagen mil veces repetida aparecería en las revistas especializadas, y los críticos harían su agosto, y los públicos se devanarían los sesos contemplándola. Hipocresía pura y dura.

Allí donde está, apenas visible por ese arbusto crecido, no discursa sobre la duda ni el consenso. Simple, humilde, kitsch, es signo de vida. Hay otras vidas, sí, que son más caras, y tampoco son vidas.

lunes, 8 de septiembre de 2014

¡¡¡FELICIDADES, PATITA FELIZ!!!


 
Hace cuatro años, a esta hora que escribo, más o menos, cinco y algo de la tarde, me dijeron que no había “ni esta contracción”. Más tarde, como a las ocho, la situación era la misma, y el doctor de guardia me sugirió irme a casa, que el parto, por su experiencia, no se produciría. Que descansara. Que ya estaban programando  la cesárea para mañana.

Me fui a casa con la mochila a la espalda… ahí llevaba todo: la ropita para cuando Patricia naciera, las cremas, los pañales desechable, la ropa de la mama… qué se yo, solo sé que pesaba una enormidad, y con esa enormidad a la espalda crucé a paso rápido las calles entre Maternidad Obrera y mi casita.

Me pesaba en los hombros la mochila, pero más me pesaba en el corazón la posibilidad de esa cesárea. Ateo y sin bautizo como he vivido desde siempre, no sé cómo rayos se hace para hablar con Dios, pero aquí confieso que le hablo a mi manera a cada rato. Ese día le hablé, mientras atravesaba aquellas calles oscuras que no olvido. Le pedí, le pedí con todas mi fuerzas, con toda mi pasión, con el corazón entero, que se obrara el milagro del parto. Quería que la Paty naciera como es debido, que su mamá pasara los dolores del alumbramiento y la dicha enorme que supone ver a tu criatura en tus brazos después del acto valiente, valientísimo, de parir.

Llegué a la casa, puse un café, derramé alguna lágrima (toda mi vida entre La Lisa y Centro Habana no ha servido de nada: pese a ello, soy un hombre que llora, y orgulloso de ello), fumé un par de cigarros, y en medio de eso sonó el móvil… la voz femenina que me habló desde el otro lado, solo dijo: “Papá, ¿dónde está usted? Ya comenzó el trabajo de parto”.

Demoré menos en colgar que en salir corriendo por la avenida 41 de vuelta hacia el hospital. Llovía a cantaros. Corría por el medio de la calle y le hacía señas a todos los taxis que se me cruzaban, y hoy que revivo la escena entiendo a los taxistas: un tipo flaco, largo, medio calvo y pelúo a la vez, desgreñao, corriendo por el medio de la avenida, bajo el aguacero, empapado como un gato mojao, jadeante, no suena a ser el mejor de los pasajeros posibles.

Llegué al hospital, subí a la sala de parto, y mostré el certificado que acreditaba que había cursado el curso habilitante de papá que puede estar durante el parto. Me dieron la ropa verde (que me quedaba mal, pero eso no es algo nuevo, casi toda la ropa, del color que sea, me queda mal) y entré. Allí estaba Mytil, panzona, adolorida, comenzando por fin a ser mamá. Su primer gesto, el gesto con el que confirmé que esa mujer sobre la camilla sería una madre excelente, fue que me miró, me vio todo. mojado, y entre contracción y contracción, cuando el dolor le daba un respiro, me decía: “estas muy mojado, sécate, te empapaste en la lluvia, te vas a enfermar”.

Qué grande el alma de una mujer, que en ese momento, en tal trance, pensaba en mí, en un posible resfriado, cuando ella estaba comenzando y ya sufriendo la tremenda y terrible epopeya de su parto.

Tras mucha dura y larga batalla, tras mucho valor y mucho coraje de Mytil, vio la luz al fin Patricia, toda morada en sus manitos y sus pies, sin respirar aun, y con sus ojitos gris azules tremendamente abiertos. Ahí fue el corre corre de las enfermeras, el miedo de Mytil, las maniobras de los médicos, y yo contenido, sonriente para Mytil, diciéndole que no pasaba nada, que todo estaba bien, y por dentro, por segunda vez en menos de diez horas (todo un exceso para un ateo) hablándole, pidiéndole a Dios.

Así fue que, naciendo el día, a las cinco de la madrugada, ya la Paty estaba fuera de peligro y pegada al pecho de su mamá en la sala de recuperación. Entonces me fui a casa, a descansar un par de horas, y al rato, serían menos de las nueve de la mañana, estaba de vuelta en el hospital, a cargar a mi hija, a tenerla en mis brazos, a besar a su mamita que tan fuerte y tan valiente se portó.

Pasaron cuatro años, y hoy la Paty se la pasa pintando con los pinceles, bailando, cantando por los pasillos de la casa, queriendo ser princesa, ser sirena, ser bailarina, queriendo tener alas de mariposa en su espalda, tener unos tacones rosa.

Tan bella mi hija que ahora cumple sus cuatro años. Tan dulce como tan cabezona. Tan de la manera que tanto me gusta. Y tan fuerte y tan feliz, siempre feliz, sonriente, con sus ojitos pícaros, su malcriadez que me reblandece los huesos, sus besos que llevo conmigo siempre dentro de mí.

Aquí me tienes, Paty, Patita, Patica, Patricia de tu papá. Y aquí tienes mi amor que no ha de faltarte nunca. Felicidades, Patuti. Te ama, papá.

miércoles, 23 de julio de 2014

EL ENCAJONAMIENTO DE HOY


 
 
Ernesto Pérez Castillo
 
Hace calor en La Habana, mucho, mucho con demasiado. Más calor hace, y más me recuerdo de niño, frente al televisor en la casa de mis abuelos (entonces ni televisor teníamos en mi casa) mirando el parte del tiempo, en los finales de los setenta, hace apenas treintipocos años. Entonces, cuando el Licenciado Rubiera anunciaba las temperaturas para el día siguiente, si llegaba a la osadía de pronosticar 30 grados de calor, todo el mundo se espantaba, y mi abuela la primera, que de inmediato agitaba más y más su abanico de mano, para refrescarse por adelantado.

Ahora, noche por noche, y todavía muchas veces el eterno Rubiera (que ya es Doctor) nos anuncia 34, 35, 36 grados de temperatura, como si tal cosa, como si con nosotros no fuera…

¿Cómo es posible que nos jodan el mundo, nos lo descuajeringuen, nos lo pongan de vuelta y vuelta ante nuestras narices, y no nos haga pensar, que más que pensar, habría que hacer algo?

Así, con la misma calma con que hoy vemos arder el clima, noche a noche en la televisión, así mismito fueron por sus propios pies, respondiendo a una citación, los judíos a los mataderos nazis de la segunda guerra mundial.

Eso vale para todo. Y es terrible.

Por hoy es suficiente, al menos hasta que el encajonamiento se me pase.

 

martes, 29 de octubre de 2013

LOS COHETES NUCLEARES DE EL NUEVO HERALD


 
Ernesto Pérez Castillo
 
Amaneciendo una mañana de octubre de 1962, y a punto de comenzar la Crisis de los misiles que puso al mundo al borde del hasta aquí las clases, mi padre –un sargento de diecinueve años– comandaba el camión líder de una caravana artillada del ejército que avanzaba por una carretera perdida.

De pronto mi padre clavó la vista en un Buick azul marino atravesado en medio de la vía, con las puertas abiertas. Con una palabrota –conozco a mi padre, debió decir: me cago en el copón divino, o: me cago en la virgen puta–, ordenó detener la marcha del camión, y con ello la de toda la caravana, descendió y avanzó a grandes pasos, nerviosamente, sudoroso ya, hasta el automóvil.

El chofer del Buick seguía al volante, impasible, pero su acompañante, una mujer panzuda por un evidente embarazo de más de siete meses, sonreía al sargento que se les acercaba gesticulando y soltando coños y carajos.

Nueve pingas y veintisiete cojones después –el conteo no es exacto pero es proporcional: como buen revolucionario, mi padre tiraba tres cojones por cada pinga que soltaba–, la embarazada se refugió dentro del auto a las carreras, el Buick se apartó del camino y la carava militar siguió su marcha hacia el emplazamiento de los RD-12 soviéticos que debía custodiar.

Cuando el oficial a cargo supo –por un chivatazo– del maltrato que aquel sargento mal genioso le propinó a una embarazada indefensa que se tropezaron de casualidad en el camino, le suspendió en el acto el pase de fin de semana. Mi padre cumplió su castigo con rigor.

En verdad lo de la suspensión del pase le daba igual, pues llevaba más de cinco meses sin pase ninguno, desde el comienzo de la Operación Anádir, como bautizaron los rusos a la misión secreta destinada a desplegar cohetes nucleares en la isla. Es más, el castigo le quitaba un peso enorme de encima, pues el mando no se había enterado de lo importante: el chofer del Buick era mi abuelo, la embarazada era mi madre y quien estaba en su panza era mi hermano mayor.

Si todo ello llegaba a saberse, a mi padre el asunto le habría costado mucho más que otro fin de semana retenido sin pase en la guarnición, pues la pregunta era: ¿cómo rayos supo mi madre la ubicación súper secreta de las unidades soviéticas?

El presidente John F. Kennedy necesitó que un avión espía sobrevolara la isla –cosa para esa época hacían cada vez que le venían en ganas, hasta que le bajaron a tierra el primer U-2 hecho mierda– y le fotografiara los cohetes para tener la segura certeza de que en Cuba se estaban emplazando armas nucleares rusas.

A mi madre, en cambio, le bastó con empatar los cabos sueltos de los chismes de barrio sobre el montón de camiones enlonados que avanzaban en medio de la noche, con todas las luces apagadas, por aquí y por allá. Así ubicó a mi padre, a quien tenía ganas de ver antes de dar a luz.

De todo eso acabo de acordarme ahora, al abrir la portada digital de El Nuevo Herald y cagarme de la risa con su tremendo titular:Expertos de la ONU analizan en Cuba caso de armas nucleares”.

Ese titular –no lo busque, ya le dieron un cocotazo al redactor y al editor y a malanga por estar comiendo mierda, y lo arreglaron–, que estaba en portada y que se repetía en su sección Cuba, refleja el automatismo y la mala leche con que los del lado de allá analizan la realidad cubana, en la que ven lo que quieren ver, y lo que quieren que se vea, pero nunca la verdad.

Lo peor, o lo mejor, o al menos lo más cómico es que han publicado ese tremendo disparate sobre supuestas armas nucleares en Cuba, justo hoy, 29 de octubre, exactamente cincuenta y un años después de que Nikita Jruschev comunicara a Fidel Castro que se había puesto de acuerdo con los Yumas pa llevarse sus cohetes pa casa de la pinga.

jueves, 12 de septiembre de 2013

LOS CINCO: QUINCE AÑOS


 
Los cinco están presos porque dos y dos son cuatro. Porque el quilo no tiene vuelto. Porque está brava la mar. Y digo los cinco porque Rene, bien que lo sé, seguirá tan entre rejas como sus hermanos mientras ellos sigan allá, del otro lado, lejos muy lejos de donde hace mucho debían estar.

Hoy ya se cuentan en quince los largos años de prisión y la marea no baja. Un día contado detrás del otro, con sus noches, sus veranos, sus navidades, sus pascuas y san juanes, su derecho y su revés.

Presos políticos son, y peor: prisioneros de guerra, en una guerra descarada y brutal del poderoso contra el cabeciduro que no quiere entrar por el aro, e insiste en dar la cara y caminar sobre sus propios pasos.

Así es y así será.

Más tarde o más temprano, y más temprano que tarde, habrá de imponerse la razón. Esto es: la vida.

martes, 23 de abril de 2013

VENEZUELA: LA VICTORIA MÁS IMPORTANTE

Ernesto Pérez Castillo

La oposición venezolana acaba de perder, y al menos en el caso de Capriles esta derrota es para siempre. Porque después de dos años haciendo bulla de punta a cabo, con los billetes chorreándole de los bolsillos, ha sido vencido en las urnas por una campaña chavista hecha a las carreras en apenas quince días.

Pero esa, la victoria electoral del ya presidente Maduro, estaba cantada y en lo personal es la que menos importa. La gran victoria, la victoria estratégica, la batalla que no se podía perder, fue la que se dio una vez anunciado el resultado por el Consejo Nacional Electoral.

Ahí, como era de esperar, Capriles Radosnsky desconoció el resultado, se mesó las barbas y llamó a sus seguidores a desatar la “arrechera” con toda su furia. Ese fue el momento en que todo se decidió, para él y para los suyos.

¿La furia y la frustración de los opositores en que se convirtió? ¿En protestas pacíficas? No. Actos vandálicos, brutales, provocadores. Nueve muertes, nueve, costó al pueblo venezolano el llamado de Capriles. Los nueve eran personas trabajadoras, humildes. Ninguno iba armado, ninguno era policía, ninguno era un militar.

Los seguidores de Capriles, ¿asaltaron alguna estación de policía, tomaron aunque sea un cuartel militar –¿uno solo, uno solito?–, o incendiaron por lo menos un banco? No, que con eso no se juega. En su lugar, asediaron a varios funcionarios del estado en sus casas, dispararon contra el pueblo, y atacaron varios centros médicos.

¿Cómo es posible que un centro médico sea un objetivo de guerra? Ello solo cabe en la mente de aquellos que no reconocen el derecho de la gente a la atención médica gratuita, ni ningún otro derecho.

Capriles y los que le dan cuerda –que son otros y están muy lejos– perdidos como se sabían de antemano, ya habían tramado todo de mucho antes. Sus acciones violentas no pretendían echar abajo al chavismo, o no a corto plazo. Sus intenciones eran otras muy otras. En un mundo que se pelea a noticias antes de desembarcar a los marines, la estrategia era la misma que ordenaba el amarillista William Randolph Hearst: “ponga usted las imágenes, que yo pongo la guerra”.

Los chavistas, con Maduro al frente, llamaron a la paz, a la concordia, y a no dejarse provocar. Y sus seguidores hicieron caso. Ahí derrotaron la intentona de la derecha, que no es derecha y ni siquiera ultraderecha, sino fascistas mondos y lirondos.

Así impidieron el objetivo irracional de la oposición: que se desatara la violencia, que hubiera represión, que hubiera batallas callejeras, que se dispararan las armas y que –¡oh, objetivo final!– se dispararan los flashes de la prensa… una imagen, todo por una imagen. Una imagen para después desatar el armagedón.

En una de sus recientes alocuciones, el presidente Maduro preguntaba: “¿qué hubiera pasado si le hubiéramos dicho al pueblo que se lanzara a la calle?” Yo sé lo que hubiera pasado: el festín de la prensa, la gran prensa que no es sino la primera línea del frente, tras la cual avanzan los drones, los infantes y los tanques made in usa.

No sucedió porque esta vez fue el enfrentamiento de los que aman y construyen con los que odian y destruyen, no sucedió porque esta vez fue la lucha entre la inteligencia y la barbarie. No sucedió porque son los buenos los que ganan a la larga, y esta vez, en Venezuela, los pobres volvieron a ganar.

miércoles, 3 de abril de 2013

PARA LOS NEGROS, LA REVOLUCIÓN NO HA TERMINADO, NI PARA NADIE DE ESTE LADO


Ernesto Pérez Castillo

Leo, con estupor, a Roberto Zurbano en el New Yok Times. Y no por lo que dice, que ni es mucho ni es nuevo, y ni siquiera por lo que no dice, sino por lo que debiera haber dicho y no quiso o no se le ocurrió. Otra oportunidad perdida, otro más que muerde el polvo.

Después de un titular tan tremendo, “For Blacks in Cuba, the Revolution Hasn’t Begun”, uno se esperaría cualquier otra cosa, y sobre todo una cosa estremecedora, para entonces darse contra la realidad de más y más de lo mismo, incluso más de los mismo que ya leyó en el mismísimo Granma alguna vez. Para nada, en el Granma y en Zurbano.

Porque, hablando en serio, para meterse en el tema del racismo dentro de la revolución, habría, debería haber ido él a las raíces. ¿Qué pasó con los negros en la Cuba de 1959, y de ahí en adelante? Un cambio, un cambio enorme, un cambio trascendental, sí, pero un cambio fuera de foco. Pero un cambio.

La revolución cubana, mal que nos pese, no la hizo Jean Paul Sartre ni Herbert Marcuse, y en verdad no sé qué revolución habrían hecho ellos. En esta islita la revolución, salvo los cuatro gatos de más alante (Fidel y Raúl entre ellos) la hicieron un montón de guajiros analfabetos, y no podía ser de otra forma en un país que reconocía oficialmente una tasa de analfabetismo de más del sesenta por ciento de la población.  Y esos guajiros brutos no solo hicieron la revolución que podían, sino que, como alguna vez confesara el comandante, hicieron una revolución más grande que ellos mismos.

Y todo lo bueno y lo malo tiene que ser visto bajo esa luz, luz que no alcanzó a Zurbano. En mi opinión, que es desde todo punto de vista completa y absolutamente irrelevante, el gran pecado, la asignatura por mucho tiempo pendiente de la revolución frente al conflicto racial fue la pretendida igualdad. Que sí, que si usted mira con calma y sangre fría para atrás, y así me lo parece a mí, verá que todo se basa en un mal entendido tenaz y persistente: cuando se decretó de facto la igualdad racial no se estaba decretando que negros y blancos eran iguales, sino, cosa terrible, que los negros eran, y debían ser, iguales que los blancos. O sea, que los negros, por obra y gracia de la revolución, no solo tenían derecho a todo los derechos que tuvieren los blancos, sino por, sobre todas las cosas, los negros tenían el derecho de ser blancos. Y con ello también, sino la obligación, al menos el deber.

Es complicado, lo sé, y es tema para alguien con más luces que yo. Pero, por ahí van los tiros. Si bien de pronto los negros tenían derecho a asistir a las mismas escuelas que los blancos, a acceder a los mismos empleos que los blancos, a compartir las mismas playas y el mismo sol sobre la arena que los blancos, lo grave, lo que nunca se les concedió de jure, para decirlo mal y rápido, fue el derecho a seguir cantando sus canciones, a seguir bailando sus pasiones, y a seguir orándole a sus divinidades. O sea, lo que nunca se debatió ni se planteó sobre el papel, en blanco y negro, fue el derecho de los negros a ser negros.

A mí, que soy blanco, blanquísimo, requeteblanco, me he habría encantado oírle decir algo así a Zurbano, y no la matraca de la desventaja que sufren en un paisito tercemundista y descarriado los negros, como si solo ellos fueran los de abajo.
Porque es que el cuento que Zurbano cuenta yo ya me lo sé, y me lo han contado de lado y lado. Pero, cuando él pierde el pie, deja por completo de tocar el fondo y comienza a boquear desesperado es cuando, reconociendo primero la salud y la educación gratuita y luego la hornada de ingenieros y maestros y doctores que salieron de entre los negros, y también de entre los negros de mi barrio, da un salto de cuarenta-cincuenta años y descubre, oh, que los negros frente a los cambios en la economía y en la vida cotidiana tras el gobierno de Raúl, están en desventaja.

Para demostrar su punto, a Zurbano –a quien el New York Time minimiza presentándolo apenitas como un “editor and publisher of the Casa de las Américas publishing house” y que en verdad es ni más ni menos que el Director del Fondo Editorial de esa institución que para las Américas y para el Caribe tanto y más ha dado, o en otras palabras: Zurbano es un negro muy pero que muy bien empoderado- le bastan unos pocos, para no decir pobres, ridículos ejemplos: los negros tienen las peores casas y por tanto no podrán hospedar a nadie ni aspirar a crear en ellas cafeterías ni restaurantes.

El caso es que reducir los cambios que los últimos años han traído para la isla y su gente, a comprar un teléfono móvil o vender su auto (cosa que de momento muy pocos harán, ya sean negros o blancos) es trivializar mucho y con muy mala leche el montón de transformaciones justas casi todas y casi todas necesarias que el gobierno de Raúl ha implementado.

No sé, de verdad no sé, cuántos nuevos negocios de carácter privado son regenteados por negros, y quizá, no sé, tal vez es algo que Zurbano haya previamente estudiado. Pero tampoco sé cuántas de las hectáreas de tierras ociosas que han sido entregadas a particulares para hacerlas productivas, y que no menciona Zurbano, han ido a parar a negras manos. Tampoco creo que lo sepa Zurbano. Él se concentra por lo pronto en el tema de las  casitas de alquiler y los pequeños restaurantes citadinos.

Al parecer, Zurbano acaba de descubrir con horror que, en los nacientes negocios particulares de la isla, los negros tienen pocas oportunidades. Esto es, que en la mínima, estrechísima franja de capitalismo que descuella, los negros van en desventaja. O sea, generalizando, que en el capitalismo los negros son discriminados. ¡Felicidades Zurbano, has dado en el clavo! Tarde, pero vale tres.

Sinceramente, uno esperaba más. Del New York Times y de Zurbano. Que encima, para decir lo suyo con ella o sin razón, no había que andarse refritando el verbo tan deslucido y añejo de nombrar a Fidel y a Raúl como “los castros”, ni como otros tantos, tan en balde y tan copiando, apostarlo todo, de nuevo, otra vez y otra vez, al final de los castros.

 

domingo, 2 de diciembre de 2012

SIRIA, LA PUESTA EN ESCENA / CUBA, EL ENSAYO GENERAL


Ernesto Pérez Castillo

De pronto una mañana, caminado por la calle 60 hacia el mar, tuve una epifanía, una iluminación, un alumbrón de esa pequeña bombilla que todos llevamos todo el tiempo agazapada en la cabeza.
Y es que iba al paso, al pasito, pensando en todas las boberías que piensa uno cuando aun no acaba de amanecer y hay silencio en los barrios –salvo alguna que otra cafetera que borbotea demasiado cerca de esa ventana– y el alumbrado público se va despidiendo hasta la noche.
Así caminaba, incorregiblemente cabizbajo como siempre, y entonces fue que la idea me sorprendió. La idea primero, la reflexión sobre la idea después, desde el viernes y hasta la noche de este domingo que termina tan calmo.
Era simple: en Siria está sucediendo –están haciendo que suceda– lo que no lograron que pasara en Cuba. En Damasco ahora mismo explotan bombas en los supermercados, en los hoteles de La Habana explotaron bombas parecidas en los noventa y tantos.
A todas luces, no son sirios los que ponen las bombas en Siria, como no eran cubanos los que trajeron las bombas a la Isla. En ambos casos, los sicarios fueron contratados en países vecinos, mercenarios que reciben su paga, si la reciben, a tanto por estallido.
Si abre usted la prensa –la prensa del mundo, digo– de Siria cuando no se habla mal es porque se va a hablar peor, como solo se habla peor y mal sobre Cuba en esas mismas primeras planas. Y los que mal escriben reciben también su paga para ello. No es que esté de más decir lo malo, es que es de mala leche decir lo malo solamente. Y una canallada mentir cuando lo malo no les alcanza o no les parece suficiente.
El guión es el mismo, un calco al carbón, palabra por palabra. Le han llamado “primavera árabe”. No hay que esforzarse mucho para recordar cuánta publicidad se gastaron en aquello de la “primavera negra” en el caso cubano.
 En Siria, y para colmo de casualidades, tuvieron incluso su “bloguera disidente”, una muchachita joven y lesbiana –así se presentaba– que posteaba desde Damasco. Amina Arraf Abdallah al-Omari lanzaba sus escritos y toda la prensa occidental la replicaba, y grande fue el alboroto mundial cuando se denunció su secuestro a manos del gobierno sirio. Su imagen apareció entonces en todos los diarios, y ni uno solo se disculpó con sus lectores cuando la croata Jelena Lecic se reconoció en la falsa foto de Amina que todos los medios publicaron.
Porque la bloguera Amina Arraf Abdallah al-Omari nunca de los jamases existió. Era solo un personaje construido por Tom MacMaster, un norteamericano cuarentón, residente en Escocia, que nunca aclaró por qué le había tomado el pelo a medio mundo.
En La Habana, ya se sabe, construyeron también a su bloguera, y se han gastado que sé yo cuántos miles o millones para convertir esa tomadura de pelo en una ventana.
Así son de simples y de repetitivos. Pero, ya lo dijo Martí, los buenos son los que ganan a la larga.