lunes, 29 de junio de 2009

COMPOSICIÓN CON INTRODUCCIÓN, NUDO Y DESENLACE (I Parte) Por Ernesto Pérez Castillo

INTRODUCCIÓN
Meterse a clasificar cuántos tipos de buzos hay, y cuáles son sus diferencias a partir de los modus operandi, ubicación geográfica, y tarea específica, podría resultar labor de muy larga duración.
Los Larga Duración eran unos discos de plástico que se llamaban así, y lo de Larga Duración, o LD, o LP por las siglas en inglés de Lonplei –que vendría a significar algo así como lon-largo y plei-juego, y entonces sería un juego largo, en pelota (o beisbol, para seguir en inglichs) sería un juego de más de nueve inings, y en fútbol (para hablar de cosas conocidas en Europa, mercado natural de esta historia), un partido con sus dos mitades, tiempo extra y decisión final por tiros libres–...
¿Por en dónde íbamos? Ya, eran unos discos de música, que traían entre doce y quince canciones, y que pasaron a la historia cuando aparecieron los Cidis (de compat dis, o disco compacto en español) que traen igual cantidad de canciones, o más, o menos, según sea de hijo de puta el productor, y que son de lo más útiles si usted los cuelga con un cordel del espejo de mirar patrás de su automóvil, pues impedirá a los policías de tránsito, cuando le apunten con la pistola radar, averiguar a qué velocidad viene usted. Si usted tiene automóvil.
Si usted no tiene automóvil, no siga leyendo. Me interesa que me lean tipos que tengan automóvil, pues esos son los que tienen el baro, el melón, los fulas, los dólares, los euros, los yenes o las libras esterlinas, objetivo final de este cuento. Bueno, objetivo final mío al escribir este cuento. Así, pues, deja de leer, que no te toca, y cuando tengas un baro, veremos qué se hace.
Ahora, despejado el perímetro de muertos de hambre, que no me voy a poner a escribir mierda de gratis, sigo. A propósito, mierda es lo que buscan los buzos al ejercer su oficio, tan viejo como la putería. Si no lo cree, fíjese en las pirámides egipsias: ¿de qué están llenas? De dibujitos de mierda, que se llaman geroglificos. Los faraones eran fanes del buzeo, incluso tenían un dios, el dios Aquenatón, que en egipcio de antes significa “aquel que nació en un latón”. Se sobreentiende que se refiere a aquel que nació en un latón de basura.
Y es que como todo, la vida salió de la basura. ¿O usted se creyó el cuento del dios flotando sobre las aguas y que el verbo era lo primero? Usted no puede haberse creído eso, pues entonces usted sería un inocente. Y si fuera un inocente, no tendría automóvil, y si no tuviera automóvil, no estuviera leyendo esta parte de la historia, pues por allá encima yo aclaré que esta historia es para gente con automóvil.
O sea, si usted esta leyéndome es porque tiene automóvil, no es inocente, es tronco de delincuente y sabe perfectamente de qué estoy hablando, sabe de toda la basura de este mundo, porque la ha venido haciendo. Lo que puede que a lo mejor no sea un especialista, y entonces este cuento le puede servir para algo. La superación.
Pues bien, al principio, fue la basura. Y qué sería lo primero, sino la basura, después del gran despingue que se formó después del big-ban... ¿Qué significa big-ban? Big, en inglés, es grande, y ban viene de ba, raíz de la palabra a la que vamos, o van los buzos, esto es, a la ba-sura.
Un último detalle, para terminar con los detalles. Esta hipótesis es desarrollada con amplitud, por otro escritor, alemán, (¡¡¡alemán!!!, que esos sí que nunca se equivocan) en un tratado que tituló “El ángel Azul”, donde repite una y otra vez el origen del término Ba-sura.
Napoleón fue otro fan del buzeo. Cuando se fue pa Egipto, se llevó con él a un buzo famosísimo, y lo obligó a bucearse cada una de las tumbas de los faraones, hasta que encontró la piedra Roseta, desde entonces reconocida como una de las basuras más importantes de la historia universal.
Después de esta introducción histórica, podemos ir al origen del buzeo en Cuba. Aunque se pueden citar antecedentes del buzeo desde la llegada de Colón, que trajo las carabelas llenas de mierditas (espejitos, cascabeles, y otras basuras de allá para cambiar por la basuras de acá) y puso a los indios a buzear en cuanto arroyo o cañada se tropezaba para que le encontrarán pedacitos de oro, el verdadero desarrollo del buzeo en Cuba, como todas nuestras grandes conquistas, no se da sino hasta 1959, con el triunfo de la revolución.
Los dirigentes del gobierno revolucionario eran conscientes de la gran cantidad de basura que habían generado los regímenes burgueses y el colonialismo español, ambos sistemas basados en la producción e intercambio de basura. En las casas de los cubanos, con sus mentes llenas de rezagos burgueses, se acumulaban refrigeradores viejos, muebles llenos de comején, muñecos de yeso, etcétera, etcétera, etcétera. (Normalmente cualquier escritor hubiera puesto etc, etc, etc. Yo escribo la palabra etcétera completa, porque así ocupa más espacio y estiro el cuento).
Y también, los dirigentes revolucionarios sabían que para la joven revolución era una cuestión de supervivencia acabar con los rezagos del pasado, para que con las casas y las mentes higienizadas, pudiera nacer el hombre nuevo, liberado de la basura. Entonces, se debía acabar con toda esa mierda. Por eso, a la altura de los años 70, se inventaron el Plan Tareco.
¿En que consistía el Plan Tareco? Pues que la gente tirara pa la calle la basura burguesa que tenía en la casa. ¿Cuál era la estrategia revolucionaria? Pues que la gente empezará a ver la basura con ojos nuevos. Claro que, (y es que los rezagos del pasado son una cosa muy fuerte), solía pasar eventualmente que usted recogiera de aquella basura algo que quizás con algún arreglito, pudiera serle útil, y si no le servía ahora mismo, quizá le serviría más adelante, porque quién sabe, ¿no?
La dirigencia revolucionaria comprendió que la estrategia no estaba funcionando al cien por ciento pero, con su amplia perspectiva dialéctica de la historia, comprendió también que, si aquello si no serviría para acabar con la mierda, por lo menos contribuiría a removerla, y algo es algo, ¿no?
De todas maneras, esa etapa fue la génesis del Movimiento Nacional de Inventores y Racionalizadores, capaz de hacer maravillas con la mierda. Como diría el camarada Lenin: un paso palante, y tres patrás. Si le hubiera puesto música, le hubiera salido una conga muy bonita, y con los komsomoles bailando conga en la plaza roja, ¿quién hubiera podido tumbar el comunismo?
Volvamos a Cuba. Esa fue la primera etapa del buzeo. La etapa romántica, imbuida del espíritu victorioso de la revolución. ¿Quién puede decir que no fue un buzo integrado en esa época?
Luego pasaron los años, y la revolución fue madurando, se fue acomodando, se fue enfriando el entusiasmo característico de los primeros tiempos. La gente se fue aburguesando, y fue perdiendo el sentido crítico y autocrítico. Fue disminuyendo el hábito de deshacerse de las basuras burguesas. Se fue volviendo conservadora. Se fue quedando con su mierda. Y bueno, con el bloqueo norteamericano, también cada vez había menos mierda que botar. Porque eso sí: donde no entra no sale.
Más, siempre hay una esperanza. Cuando muchos hombres pierden el espíritu buzístico, hay hombres que reúnen en sí el espíritu buzístico de muchos hombres. Entonces los buzos se fueron profesionalizando, especializando. Y el gran auge del buzismo se dio precisamente cuando nadie lo esperaba, cuando todos pensaban que ya eso era cosa del pasado: de pronto el campo socialista, completo, se fue a la basura. En Cuba empezó el periodo especial, y entonces fue el gran momento: muchos hombres, decididos a resistir, se fueron a la mierda. A revolver la mierda, a buscarse la vida en la basura.
(Claro que la dirigencia revolucionaria también dio sus pasos en esa dirección: vaya a las tiendas en pesos y verá cuánta mierda, salida de dios sabe dónde, está a la venta ahí. Y clasificadita: existe, por citar un solo ejemplo, la Ropa Reciclada Primera Especial A. Sin dudas, una idea Bárbara.)
Al presente, se pueden apreciar ya con claridad varios tipos diferentes de buzos.
1- El buzo de playa: esta especie se divide en dos categorías:
a- Buzo de orilla: aparece en las primeras horas de la mañana, y recorre la costa, mirando detenidamente cada granito de arena. Una mirada inexperta podría confundirlo con un amante de las caracolas a la caza de algún bello ejemplar, una piedra pulida, una concha rosácea. Pero no, anda a la caza de alguna moneda caída de los bolsillos de los turistas. Su especialidad es difícil y azarosa, y no es raro que termine convirtiéndose en:
b- Buzo de arena adentro, también conocido como Buzo alternativo: aparece a cualquier hora, es inconfundible. Registra una por una las canecas de basura de la playa, recogiendo latas de cerveza, refresco, y botellas de vidrio. Lo vende todo a la Empresa Municipal de Materias Primas. Algunos investigadores afirman que muchos Buzos alternativos provienen del Movimiento Nacional de Inventores y Racionalizadores.
2- El buzo porcino: es un espécimen de ciudad. Busca en la basura restos de comida, cáscaras de plátano o papas, frutas podridas. Con ello engorda un puerco en el baño de su casa. Por eso buzea. Salvo en épocas muy críticas, consigue lo que busca. En épocas muy críticas, no tiene un puerco en el baño de su casa. Por eso buzea.
3- El buzo común: es un espécimen ordinario. No tiene un puerco en el baño de su casa. Su casa no tiene baño. A veces ni siquiera tiene casa. Buzea por lo que sea: ropa vieja (literalmente hablando, que difícilmente alguien encontrará un plato de ropa vieja en la basura, y menos en la basura de Labana), sobras de comida, frascos vacíos, periódicos viejos. Nadie sabe qué rayos hace con lo que buzea.
Por lo común, un buzo no pasa de una categoría a otra. Eso es lo raro de Yeslandi Mengano. Comenzó de Buzo de orilla en la playa de Santa María. Pero es el primer Buzo de orilla que conozco al cual le dio por criar un puerco, y pasó a ser Buzo porcino.
(Continuará…)

sábado, 27 de junio de 2009

ESTE DÍA ES 28, Y ES DÍA DE MIS POEMAS Por Ernesto Pérez Castillo

1
dios mío que estás
en el polvo de esta casa
que limpio tan de tanto en tanto
dios pequeñito
acuclillado tras la puerta despintada
escondido en las estanterías
entre los libros de segunda mano
dios que te asustas
con el estruendo del teléfono
que te duermes en el ronroneo del viejo refrigerador
que tembloroso y helado
te sientas junto a mi hornilla
a calentar tus manos blancas mientras burbujea el café
dios, mi dios
que te refrescas en el agua de regar mis plantas
y te resecas en mis olvidos
y te lloras mi dolor
dios pobre, dios desposeído
desvelado cuando duermo
atento a mis sueños y a mi respiración
dios que vienes conmigo al baño
y al viento del tejado
que te atoran mis cigarros
que estás donde yo estoy
dios, mi dios, sigue estando, permanece
que no me falte
tu rostro de niño abandonado
tu mano sobre mi mano
tu voz sobre mi voz.

2
no somos polvo.
fuimos.
y luego polvo sedimentado
machacado polvo, polvo apretujado
hasta que no somos polvo
sino piedra, piedra dura, piedra piedra.
y de piedra nuestras manos
y la cabeza de piedra
las venas que se tupen
piedras sobre las piedras
en piedras se nos ahoga el pulmón
y el corazón ya no es sino una piedra.

3
voy a partirte en dos,
desarmarte, quebrarte, romperte.
quiero abrirte y mirar dentro de ti
buscarme en ti
mecerme despacio entre tus pechos
acunarme en tu vientre
lamerte
beber de ti.
quiero mirar de frente tus pupilas antes del amor
y luego dormirme junto a ti.
si pudiera
¡ah! si pudiera
comerte despacio y devolverte nueva
saberte húmeda y mía
y húmeda de mí.
si pudiera vivir entre tus piernas,
comerte de espaldas,
gastarme entre tus dedos,
sorber, lamer, beber en tus labios,
masticar tu carne a poquitos,
enredarme en tu pelo y no salir.
vestirme de ti,
cubrirme de ti.
si pudiera estrenar contigo la vida otra vez,
reiniciarme, cantar,
morirme en tu canción,
dejarte sin mí en medio de la calle
y oírte gritar
y saltar de donde esté hacia tu boca.
si pudiera voy a ser en mis manos la noche entera,
voy a estar apenas en la punta de mis dedos,
bajando por tu espalda,
rozándote la ilusión.
dejar un trazo de mí sobre tu piel
una huella de vellos erizados,
quedarme quieto y silencioso,
la respiración un segundo contenida
y esperar tu gemido
antes de dejarme caer
resbalarte entre las piernas
hacia tu corazón.

AUSENCIA DE AMOR Juan Gelman

Cómo será pregunto.
Cómo será tocarte a mi costado.
Ando de loco por el aire
que ando que no ando.

Cómo será acostarme
en tu país de pechos tan lejano.
Ando de pobrecristo a tu recuerdo
clavado, reclavado.

Será ya como sea.
Tal vez me estalle el cuerpo todo lo que he esperado.
Me comerás entonces dulcemente
pedazo por pedazo.

Seré lo que debiera.
Tu pie. Tu mano.

viernes, 26 de junio de 2009

SOBRE EL AMOR Por Ernesto Pérez Castillo

Lo terrible de morirse de amor es que no acaba uno de morirse nunca.

SOBRE MI INTELIGENCIA Por Ernesto Pérez Castillo

De niño yo era muy inteligente. Los niños inteligentes tienen los dientes delanteros separados y botados hacia afuera. De grande ya no soy inteligente, en todo me va mal. La culpa la tiene mi madre. De niño, mi madre me llevó al dentista.

ELISEO SUBIELA COPIA A EXUPÉRY Por Ernesto Pérez Castillo

Había una vez un director de cine, argentino por más señas, que en 1986 supo estremecer a más de un espectador con una película sui géneris. A la cinta le bastaba una hora con cuarenta y cinco minutos para abrirnos los ojos a la obviedad de que vivimos en un mundo extremada y estúpidamente absurdo.
El director –que además escribió el guión– fue Eliseo Subiela, y el filme se tituló Hombre mirando al sudeste, y no hay un cubano de entonces al que usted le mencione ese título y le diga que no lo vio.
Lo impresionante es que todo el mundo opinara que la película, sobre todo, era muy original. Y es que de esa obra se puede decir cualquier cosa, menos eso. Aunque en los créditos Subiela no lo reconociera, su Hombre mirando al sudeste, es, ni más ni menos, una versión –muy, muy, muy pegadita al original– de la más famosa novela del francés Antoine de Saint-Exupéry, El pequeño príncipe, publicada por primera vez cuarenta y tres años antes, justo, cuánta casualidad, en 1943.
Para afirmar algo así hay que tener argumentos, y esos son los que me sobran a esta hora. Y valdría la pena comenzar por ahí, por el argumento mismo. ¿Qué nos cuenta Subiela en Hombre mirando al Sudeste?
Veamos: es la historia de un siquiatra que de pronto descubre, en el hospital donde trabaja, un paciente de más. No se sabe de dónde vino, ni cómo, ni cuándo ingresó allí. Pero el paciente afirma haber viajado desde las estrellas. El doctor se obsesiona con este enfermo en particular, y tiene largas charlas con él: ahí es que el enfermo despliega todo su alegato sobre la estupidez humana, y lo hace de manera convincente.
Al final, el doctor queda bastante convencido de la procedencia extraterrestre del paciente –incluso acude a un experto en física que le prueba que lo que dice el paciente sobre cómo llegó a la Tierra es matemáticamente demostrable– y las valoraciones de aquel sobre los hombres lo conmueven, lo estremecen, y le llevan a cuestionarse todo lo que hasta entonces daba por sentado. Y el clímax se produce cuando el paciente anuncia su partida, su regreso a las estrellas. Enferma gravemente, convulsiona, pierde la conciencia, y muere.
Eso, perdóneseme la bravuconada, es una copia al carbón de El pequeño príncipe de Exupéry. Una y la otra historia se parecen como dos copias de un texto salido de una impresora de inyección de tinta.
¿De qué va, si no, El pequeño príncipe?
Pues es la historia de un piloto al que se le ha averiado su aeroplano, e intenta repararlo, a solas, en medio del desierto en que se ha visto obligado a realizar un aterrizaje forzoso. Tarea tan imposible como improbable es la de curar, en cualquier sanatorio, a un enfermo mental. Sin dudas, ambas son tareas casi irrealizables, y los escenarios son equivalentes, ¿qué metáfora mejor lograda que sustituir el desierto por el hospital siquiátrico?
Luego este piloto escucha una voz en el desierto, y resulta ser la de un niño pequeño que –como insistía el paciente de Subiela– afirma venir de las estrellas. Y afirma ser príncipe, y ya todo su discurso será el mismo que el del extraterrestre de la película argentina, aun cuando otras sean sus palabras.
Y este principito también deberá morir para regresar a la estrella de donde vino. Si estas historias son la misma historia contada dos veces, más se acusa el parecido, más se extrema, en sus finales. Al principito lo morderá una serpiente, que le inoculará el veneno fatal. Eso nos cuenta Exupéry.
¿Cómo traduce esas imágenes Subiela en su film? Nada menos que mostrando al paciente, convulsionando, mientras una enfermera le inyecta “algo”. Ambos, paciente y principito, son inoculados en su hora final, uno por una enfermera, otro por una serpiente, y no hay que olvidar que justo la serpiente es el símbolo universal de la medicina…
No creo que haga falta más para demostrar el punto: Subiela copió a Exupéry. Para lo que sí hace falta mucho, pero muchísimo, es para tener el talento, el genio, de este director de cine, que ha vuelto a contarnos una historia archiconocida, y nos hace verla como si fuera la primera vez.

Y OTRA CANCIÓN (que de canciones ando)

Gritar quién o cuál ahora da igual
Te juro da igual que hagas bien o mal
Si es que al final la gente se va
Y estás…
A ti que puedes arreglar mi vida
Capaz como eres de ser día a día a día a día

Tía
Sin tu alegría seré un pringao
Yo no me merezco la pena
Tía
Sin tu valía caeré en picao
Me quedaré solo
Me quedaré solo

Sabes bien tal vez
No pueda cambiar
No vaya a cambiar jamás
Caer bien o mal
Se acerca el final
Mi triste final

Y tú
Que ansias controlar mi vida
La paz con guerras homicidas
mi día a día a día

Tía
Sin tu alegría seré un pringao
Yo no me merezco la pena Tía
Sin tu valía caeré en picao
Me quedaré solo
Me quedaré solo

Si un día sin tu alegría
Seré un pringao
Me quedaré
Si un día sin tu valía
Careé en picao
Si un día sin tu alegría
Seré un pringao…

jueves, 25 de junio de 2009

CANCIÓN PARA UNA NOCHE MUY SOBRIA (y muy larga)

No sé por qué te quiero
Será que tengo alma de bolero
Tú siempre buscas lo que no tengo
Te busco en todos
Y no te encuentro
Digo tu nombre
Cuando no debo

No se por qué te quiero
Si voy a tientas tú vas sin freno
Te me apareces en los espejos
Como una sombra de cuerpo entero
Yo me pellizco y no me lo creo

Si no me hicieran falta tus besos
Me tratarías mejor que a un perro
Piensa que es libre porque anda suelto
Mientras arrastra la soga al cuello

Querer como te quiero
No va a caber en ningún bolero
Te me desbordas dentro del pecho
Me robas tantas horas de sueño
Me miento tanto que me lo creo.

Si no me hicieran falta tus besos
Me tratarías mejor que a un perro
Piensa que es libre porque anda suelto
Mientras arrastra la soga al cuello

Querer como te quiero
No tiene nombre ni documento
No tiene madre
no tiene precio
Soy hoja seca que arrastra el tiempo
Medio feliz en medio del cielo

miércoles, 24 de junio de 2009

UNOS VERSOS MUY VIEJOS Por Ernesto Pérez Castillo

…tengo un descosido en el pecho
y me gotea.
no moriré de eso.
tendré una larga vida
pero será
una vida con goteras…

Y ESTO CANTABAMOS EN EL BARRIO (Siempre se escuchaba gente cantando en Centro Habana, menos las noches en que se escuchaban disparos)

Era una noche de luna
de relámpago y de truenos
se paseaba un caballero
de su coche a su cochero

Iba vestido de blanco
en el cuello una medalla
y al doblar las cuatro esquinas
le dieron tres puñalas…

Abre la puerta querida
que vengo herido del alma
y solo me queda tu alma
y la tengo embarazá…

Y si acaso sale hembra
la mujer de Santa Clara
y si sale varón
que sea chulo como yo

martes, 23 de junio de 2009

CANCIONES INFANTILES… de los setenta… (Así cantábamos camino al Palacio de Pioneros)

1
Él era mi novio
Y yo lo trajinaba
Cuando comía pollo
Los huesos le dejaba

Él era mi novio
Y yo lo trajinaba
Cuando íbamos al cine
Con otro me sentaba

2
Maria, no seas mala
Préstame tu novio una semana

Yo no te lo presto
Aunque tuviera otro de repuesto

Yo no lo quería
Era para ver lo que decías

3
¿Qué es lo que le pasa
A este chofer,
Que vamos al palacio
Y no quiere correr?

Una cervecita
Para este chofer
Que se la merece
Por tanto correr…

UN MARTILLO NEUMÁTICO Y UN MONTÓN DE BILLETES FALSOS Por Ernesto Pérez Castillo

Si ella entrara alguna vez, no tendría de qué sorprenderse. Desde la ventana de su apartamento en el primer piso del edificio de al lado, se ve completamente la habitación. Lo espió durante meses. Allí estaría el colchón, sobre el suelo. En la esquina, el tubo empotrado que hace de colgador. Allí los percheros con la ropa limpia. Bajo la ventana, la porción de piso sin baldosas, poco más de un metro cuadrado.
El resto de la habitación embaldosinada en blanco y gris. El techo blanco. La lámpara apagada. Cerrada la ventana. La luna sobre el cuadrado de suelo desvestido. Al centro, el martillo neumático, clavado hasta la media caña. Las mangueras del aire comprimido cruzando hacia el compresor, silencioso, en la sala.
Han sido vecinos desde siempre. Tan vecinos como cualquiera. Sin mirarse a los ojos jamás, sin reconocerse cuando la casualidad los cruza en el barrio o en cualquier otro punto de la ciudad. Sin memoria del otro en el mercado. Sin haberse dirigido en ninguna ocasión la palabra. Del todo transparentes el uno para el otro. Invisibles. Perfectamente vecinos.
Una mañana despertó sudada. En el sueño, la atormentaba un ruido infernal. Saltó de la cama, y olvidó inmediatamente lo soñado. Solo conservó rastro de una pesadilla. Y el ruido, que seguía ahí, instalado en su vigilia. Más infernal aun. Entonces se asomó a la ventana.
Así lo descubrió. Sudoroso, el pecho desnudo, descalzo, vistiendo apenas un viejo short de mezclilla, empuñando aquel martillo neumático que la despertó.
Iba a gritarle algo, alguna grosería, justo en el instante en que él levantó la mirada. Solo esa vez la vio, un piso por encima de él, el cabello corto y revuelto, una camiseta sin mangas, la luz de la mañana –y el ruido– obligándola a entrecerrar los ojos.
Ella entornó sus persianas. Él volvió a concentrarse en su trabajo. Ella encendió un cigarro. Él la olvidó al instante. Ella comenzó a espiarlo. Él, el martillo neumático contra el suelo. Ella se fijó en la vibración que la pesada herramienta transmitía a los músculos de su pecho, a sus hombros. Él continuó perforando otra media hora. Ella tuvo un orgasmo.
Él duerme solo. Duerme en las tardes. De noche corre una cortina tras los cristales de su ventana, y ella solo alcanza ver una luz muy tenue que la atraviesa. Ni una sombra, ni un movimiento, ni nada.
Ella duerme sola. En las tardes, en las noches, en las mañanas. Duerme cuanto puede. Tampoco tiene pareja. Nunca se masturba. Solo aquella mañana. Y ni siquiera lo hizo pensando en él. La vibración de aquellos músculos le trajo algo a la memoria.
De adolescente, regresando de la escuela, cortó camino a través del parque. Entre los arbustos, una pareja se besaba. La muchacha se abrió la blusa y frotó sus pezones contra el pecho velludo del muchacho. Ella se detuvo. Entre ella y la pareja, un señor también miraba.
El señor estaba a pocos pasos, ella veía su perfil recortado contra la vegetación que lo ocultaba. El señor se frotaba entre las piernas. Ella contuvo la respiración. Era un señor muy bien vestido, elegante incluso. Mayor. El señor se abrió la bragueta y sacó el pene.
El muchacho sacó su pene, la muchacha lo tomó entre sus manos y comenzó a besarlo, a acariciarlo con la lengua, a introducirlo una y otra vez en su boca. El muchacho miraba a todos lados. La muchacha comenzó a tragar con los ojos cerrados. El señor se sacudía el pene rudamente y, cuando comenzaron a fluir los chorros de semen, empezó a vibrar, a estremecerse. Entonces ella echó a correr.
Nunca más recordó aquello, hasta la mañana en que vio los músculos vibrantes en la ventana de los bajos. No fue consciente de lo que hacía hasta que comenzó a vibrar ella misma, detrás de sus persianas entornadas.
De noche, corrida la cortina, él enciende una pequeña luz y se tira en el colchón. A mirar el techo. Todas las mujeres, dos, tres, le han abandonado. Él se acuesta, piensa en ellas y se desvela.
A una la recuerda siempre de espaldas. Su espalda saliendo del mar mientras él queda en el agua. Su espalda al desvestirse, siempre de espaldas. Su espalda en el aeropuerto sin volverse hacia él después del último beso, sin una mirada, sin un gesto con la mano, sin un último adiós. Solo su espalda.
A otra la recuerda desnuda, penetrada, apretándose los pechos, gimiendo a horcajadas mientras él entra al cuarto y la encuentra con otro, a punto del orgasmo. La recuerda, la maldice, y se masturba.
En las mañanas él descorre las cortinas, abre las ventanas al fresco, fuma un par de cigarrillos mirando la gente pasar. Fuma y bebe un café largo. Nunca sale, nadie lo visita, nunca una mujer. Bebe su café, fuma uno tras otros sus cigarros, se asoma a la ventana, se tira nuevamente a la cama, lee. Duerme desde la caída del sol hasta la medianoche.
Ella le sigue los horarios. Cuando él abandona la ventana, ella cuenta «uno, dos, tres...» y él reaparece, protege con una mano sus ojos del sol, y mira hacia arriba, hacia la ventana de ella, siempre cerrada desde la única vez que se miraron a los ojos.
Quizá él no mira hacia su ventana. Quizá solo mira hacia arriba, hacia ningún lugar. Ella no sabe. Pero lo espía, se aprende su rutina, se ríe de su elementalidad. Se aburre. Es a media mañana que enciende el compresor, toma el martillo neumático, y perfora el mismo pedazo de suelo. De nueve a doce, de lunes a viernes, nunca los fines de semana. Los fines de semana desaparece. Cerrada la ventana, ninguna luz tras el cristal. No lo ha visto salir ni entrar, no le llega un ruido, un sonido, solo el silencio que flota sobre sus sábados y sus tardes de domingo.
Los fines de semana ella dibuja. Empapela las paredes del apartamento, del piso al techo, techo y piso incluidos, pieza a pieza, con sus cartulinas. Imitaciones desproporcionadas. Dólares, libras esterlinas, euros, yenes, el falso dinero a la vista, debajo, encima, delante y detrás de quienes la visitan. No es una artista. Ni siquiera lo ha pensado. Ni ella ni su amiga, que llega cada domingo poco antes de la media noche, y la ayuda a pegar las malas copias, le sostiene la escalera, le habla y le habla sin parar, hasta el amanecer.
Alguna madrugada, cansadas, cansadas de todo, dejan la escalera, los billetes, el engrudo y descorchan un vino. Beben, hablan muy bajo, se toman de las manos, se besaron una vez.
Esa madrugada la amiga lloró y ella la invitó a bailar. La música era suave. Bailaron abrazadas, la amiga no dejaba de llorar. Ella le tomó el rostro y la vio bella. La amiga cerró los ojos y ella le besó los ojos húmedos y le besó los labios. La amiga la abrazó muy fuerte, siguieron bailando. Nunca más se han vuelto a besar.
Los lunes amanece sola. La amiga nunca se despide. Se duerme y la amiga desaparece hasta otro domingo. Despierta los lunes, enciende un cigarro, mira por entre las persianas, y ahí está él, la ventana abierta, su cigarrillo y su café.
Él perfora siempre en el mismo lugar. En la tarde apisona el suelo removido, lo compacta, y al día siguiente vuelve a perforar. No busca nada, no tiene un plan preciso. Solo trabaja. Solo se empeña de balde. Suda y maldice mientras perfora una y otra vez el mismo pedazo de suelo. Ella ha visto que a veces llora, deja caer el martillo, lo patea, termina echado sobre la tierra removida, sus gritos a salvo bajo el ruido salvaje del compresor.
No le importa por qué él perfora. Solo le espía su soledad, disfruta su violencia, su perseverancia. Solo le da lástima. Le espía y vuelve la mirada a sus paredes colmadas de billetes falsos, y siente lástima otra vez, y sonríe.
Pero a veces lo ve alegre. Danza con el martillo, da saltos, ríe. Entonces lo sabe lejano. Más que lejano, ajeno. Un fantasma detrás de la ventana. Una sombra. Y deja de espiar.
Él ríe por causas simples. Un recuerdo ante el rebote del metal contra la piedra. El hallazgo, otra vez, de la misma caracola. Una chispa repentina que salta. Él sufre por causas simples. El olvido, el hallazgo de nada, la oscuridad. O viceversa. Todo depende del día, del curso de los astros, de la nube gris, del aguacero desplomado.
Ella amó una vez, y cree amar de vez en cuando. A ratos cree que la aman. Pero no le importa, o eso cree. Se deja llevar, acepta una caricia, responde, suda. Luego regresa a su apartamento, y nunca timbra el teléfono ni tocan a su puerta, ni llama ella ni busca. Solo dibuja sus billetes, espía en la ventana, espera.
Una noche ella tocará en su puerta.. Le mirará a los ojos cuando él abra. No la reconocerá. Desconoce que lo espía. No sabrá qué decir, qué hacer cuando la tenga delante. Pero ella sí. Será de mañana. Habrá llovido y él tendrá aun corridas las cortinas, la luz del cuarto encendida aún. Ella entrará sin decir nada. Irá hasta el cuarto, tomará el martillo neumático en sus manos y le pedirá que haga funcionar el compresor.
El martillo vibrará y vibrará su cuerpo todo. Sentirá en sus senos la potencia de la vibración. Él mirará desde el colchón el estremecido movimiento de sus nalgas. Se le acercará, le sacará el vestido, y la tendrá desnuda ante sí, desnuda, vibrante y de espaldas. Y tendrá que besar sus hombros y su cuello y sus labios le recorrerán la espalda. Ella le dejará hacer. Sabrá que finalmente está sucediendo cuando su sexo se humedezca y se desee penetrada.
Así piensa mientras se masturba mirando su cuerpo, vibrante con el trabajo del martillo, el sudor que baja entre los vellos de su pecho y se pierde entre los vellos de su abdomen.
Él detiene su trabajo, pasa la palma de su mano por la frente, por el pecho húmedo. Enciende un cigarrillo, se asoma a la ventana. Así lo ve en el momento del orgasmo: envuelto en el humo del cigarro, su pensamiento puesto en nada.
Luego se viste, sale a la calle, cruza frente a su ventana como si no supiera que está ahí, y en el último momento vuelve el rostro hacía él. Él le sostiene la mirada. Ella sigue. Él cierra la ventana. Ella espera un par de minutos, y entonces atraviesa la verja de su jardín, llega hasta la puerta y llama con tres toques. Él abre, y la reconoce.
Ella lo mira a los ojos. Él aparta la mirada. Finalmente ella dice: «Ah, discúlpame». Y se da media vuelta. Camina hacía la salida del jardín, temiendo que él la llamará.
Pero él no la llama.

¿QUE VOY A HACER CON MI VIDA? Por Ernesto Pérez Castillo

Hoy desperté con una iluminación... estaba dormido, abri los ojos y tuve una idea... una idea simple... se trata de esto:
Siempre se pregunta uno: ¿Qué voy a hacer con mi vida? ¿Qué es en verdad lo que quiero de la vida?
Y de pronto desperté hoy, porque entre sueños vi esta idea: lo importante no es saber QUÉ quieres, sino saber PARA QUÉ lo quieres.
O sea, quizá el problema sea más complicado aun...
Qúe cosa tan jodida.

lunes, 22 de junio de 2009

SOBRE LAS EXCEPCIONES Por Ernesto Pérez Castillo

Digo, si aceptamos que toda regla tiene su excepción, y aceptamos que esto es también una regla, entonces, la regla que dice que toda regla tiene una excepción tiene ella misma una excepción a su vez. Entonces, la excepción de la regla que dice que toda regla tiene su excepción es que existe al menos una regla sin excepciones. Ahora, si aceptamos que existe al menos una regla sin excepciones, queda demostrada la falsedad de la regla que dice que toda regla tiene su excepción. Digo.

HISTORIAS DE CABALLOS Por Ernesto Pérez Castillo

Fue en 1990 cuando le escuché confesar a la doctora Graciela Pogolotti que uno de sus libros de cabecera era La cartuja de Parma, de Stendhal (Grenoble, 1783 / París, 1842), el francés cuyo nombre conocido es Henri Beyle. Oírle decir eso a la doctora me hizo pensar que no estaba yo tan perdido, pues justo había comenzado a leer la novela un par de días antes, y sus palabras me llevaron a leerla con mayor interés.
Ya me había impresionado La cartuja… por una frase que me produjo un repentino escozor, cuando narra la estancia de las tropas napoleónicas en Milán:
«Esa época de imprevista felicidad y de embriaguez no duró más que dos breves años; la locura había sido tan excesiva y tan general, que me sería imposible dar idea de ella, como no sea por esta reflexión histórica y profunda: aquel pueblo llevaba cien años aburriéndose.»
Me alarmó al leerla su cercanía con el título de la más conocida novela de García Márquez, Cien años de soledad, aunque este se caiga de espaldas jurando que su estilo es un intento por copiar el modo en que hablaba su abuela. Lo cierto es que en La cartuja… el lector paciente y avispado encontrará otras mil cercanías con el modo de contar del colombiano.
Pero ello no es lo principal. Para nada. El asunto explotó ante mis narice solo al llegar a una brevísima descripción de lo vivido por el protagonista de La cartuja… en la batalla de Waterloo. Stendhal, al intentar plasmar el horror de la guerra, escribió:
«Lo que le pareció horrible fue un caballo ensangrentado que se revolcaba en la tierra labrada, pisándose sus propios intestinos: quería seguir a los demás.»
Ahí sí que se me dispararon todas las alarmas… Y es que un par de años antes me había afectado particularmente, y aun permanece ardiendo en mi memoria, un pasaje de Sin novedad en el frente, la novela del alemán Erich Maria Remarque (Osnabrück, 1898 / Locarno, 1970). Allí se narra otra batalla, de la gran carnicería que fue la primera guerra mundial, y Remarque apuntó:
«Nunca había yo oído gritar a un caballo, y apenas lo puedo creer. Es toda la miseria del mundo, es la tortura de todos los seres vivos, el dolor espantoso, feroz, el que brama. [...] Son los caballos heridos [...]. Algunos galopan más allá, caen a tierra, siguen corriendo. Uno lleva abierto el vientre, le cuelgan los intestinos; se enreda en ellos las patas y cae; pero se levanta de nuevo.»
Ambos, el francés y el alemán, han elegido preciso la misma escena para denunciar el horror de la guerra, la de los caballos heridos, y más aun, para reforzar el efecto sobrecogedor en el lector, escogen de entre mil posibilidades, la imagen del caballo al que se le enredan las patas en sus propios intestinos.
Pudiera pensarse que es una casualidad, solo que sería una casualidad muy tremenda. Y el caso es que yo no creo en casualidades. No por gusto median casi cien años entre la escritura de una y otra novela. Y, «casualmente», ambas fueron escritas por autores que usaban seudónimos… y ahí también huele todo a gato encerrado, pues resulta que Stendhal, conocido como Henri Beyle, se llamaba en realidad Henri Marie Beyle, así, con ese Marie que tanto nos lo acerca al otro autor, Erich Maria Remarque. Solo que Stendhal suprimió de su nombre el Marie.
Pero… Remarque tampoco se llamaba así, ese es el nombre que él se inventó. En realidad su apellido de nacimiento era Kramer, que él invirtió para obtener Remark, o Remarque, como más se le conoce. Y hay más… Su segundo nombre era en verdad Paul, y él lo eliminó y se añadió el Maria.
Otra coincidencia, ¿no? Resulta que tenemos a dos autores, que ambos firmaban con seudónimos, y que uno de ellos suprimió de su nombre real el Marie que a su vez el otro añadió al suyo.
Y para no seguir, baste añadir que La cartuja de Parma fue precisamente la última novela de Stendhal, al tiempo que Sin novedad en el frente, escrita noventa años después, resulta ser la primera novela de Remarque.

POR PRIMERA VEZ Por Ernesto Pérez Castillo

Eduardo y Mariana no se conocen. Esta mañana estrenan sus uniformes de azul y se han mirado a los ojos por primera vez en sus vidas. Ella le vio cara de inteligente. A él le gustó mucho su trenza.
Han empezado este curso en la misma escuela, y tendrán tres años para que algún día comience su historia: varias veces cruzarán miradas en las filas del comedor, se verán otras tantas entre los arbustos del campo, comentarán algo a los amigos, y se soñarán cada uno por su lado.
Un día, quizás ya muy entrado el curso, en una rueda de casino, irán de improviso a quedar en brazos uno del otro. A él le sudarán las manos, a Mariana le sudará la espalda. Quizás la tarde siguiente, o con suerte cualquier otra, se bañaran juntos en el mismo aguacero, del que saldrán juntos, mojados, felices y finalmente enamorados.
Entonces Eduardo, si de veras es inteligente, regresará del campo casi siempre con una flor para Mariana. Y si ella es inteligente se negará siempre a lavarle la camisa. Lo querrá muchísimo, eso sí, y con ello habrá de bastarle a él para defenderse de las burlas de los socios que lo sorprenderán afanado bajo el chorro del lavadero.
¡Discutirán tanto..! Discutirán por todo. Discutirán, por ejemplo, si el sábado es mejor ir a una fiesta o al cine, si esas nubes son indicio de la lluvia que vendrá, si la felicidad tiene que ver con el dinero, si una casita con jardín es mejor que un penthouse de cristales en un rascacielos, si las matemáticas son exactas, si la semana tiene más de siete días...
Él siempre querrá tener la razón y ella será tan terca como él. Por eso sufrirán varias, no muchas pero sí muy dolorosas, separaciones. Tendrán a cambio, y para ellos solos, la ambrosía de la reconciliación.
Por una única vez la reconciliación les vendrá lenta: será cuando Mariana descubra a Eduardo con otra. Pero eso será en segundo año, y con el dulce néctar del reinicio a ella le quedará un repunte de amargura, una mínima sospecha de que nunca lo debió perdonar.
Y también una única vez la reconciliación no se producirá: casi al final del último curso Eduardo la verá salir con otro del cine. Él no habrá de perdonarla y para siempre le quedara la quemante certeza de que no hacerlo fue una estupidez.
¡Y qué se le va a hacer!
Al principio se extrañarán, se harán una falta horrible, y la vida arreglará las cosas para que nunca, nunca, la casualidad vuelva a ponerlos frente a frente.
Pasaran diez, doce, quince años. Se habrán borrado sus memorias, ni por un minuto se acordarán uno del otro, y les quedarán ya lejos muy lejos los mejores años de sus vidas.
Pero eso no importa ahora. En este momento Eduardo y Mariana no se conocen. Esta mañana estrenan sus uniformes de azul y se han mirado por primera vez en sus vidas. Ella le vio cara de inteligente, a él le gustó mucho su trenza. Sus ojos se han cruzado tres segundos, y acaban de regalarse una sonrisa.

MEMORIAL DE PENELOPE Por Ernesto Pérez Castillo

Ya me aburrí de alejar de esta casa a los que me pretenden y ahora juego a que me violan y los decapito al amanecer. Pero son insaciables. Cada noche vuelven y beben y se hartan mientras yo les miro desde mi sillón de viuda probable y espero la medianoche en que sortean cuál me poseerá esa madrugada. Luego se van y el desafortunado de turno me arrastra hasta tu cama con obstinación de adicto mortal a la ruleta rusa: allí he sido poseída de mil y una maneras desiguales y secas.
Yo les dejo hacer, mansa, como una paloma degollada, y al alba los ciego clavando en sus ojos mis dedos con ternura. Luego corto sus cabezas con la espada que dejaste a tus hijos para que me defendieran. Los cadáveres alimentan la pira del banquete nocturno, y esparzo las cenizas al viento de modo que queden insepultos y malditos.
Mis amantes son los hilos del manto inmenso que tejo tenaz para que no regreses nunca. Si un día apareces por esa puerta sus fantasmas te echarán a patadas por el culo. Ellos colman las habitaciones. De día les veo deambular nostálgicos y se despeñan desde los balcones para morirse otra vez porque no aceptan su derrota y olvidan el maleficio que nos ha regalado prometeo de hacernos ignorantes, para que buscásemos luz, y ciegos, para que tuviésemos fe.
Pero tú, siempre el más obtuso, sé ciego hasta el final y no regreses nunca. Cada atardecer, antes que el sol baje y se eclipse tras el horizonte, le rezo para que te tuerza y te laberinte los caminos, y ni por error te enrumbe de vuelta. Porque si algún día te atreves a volver habrás de pasar las pruebas a que someto a cada impostor que simula ser tú, y de las cuales ninguno sobrevive porque las inventaste tú mismo, a sabiendas de que eran letales incluso para ti.
Tardé tanto en aceptar que la mortalidad absoluta y consciente de tales pruebas era señal irremisible de que no regresarías nunca porque prometiste volver antes que tuviera fuerzas para empuñar la espada el hijo que engendraste entonces, y en mi vientre quedaba como garantía. Cuando lo vi nacer y uno de tus guerreros, luego supe que dejado sólo para ello, le cortó las manos, no dudé más. Eres un cochino traidor de guante blanco.
Así, el odio entinta cada uno de mis gestos, incluso los casuales, los del azar, los de no recordarlos nunca, porque he hecho del odio un ritual y por el odio es que sigo viva. Me alimento sólo para odiarte más, y para que más te odien tus hijos.
En ellos no debes poner la más mínima esperanza de salvación, he sido cuidadosamente sutil a la hora de sembrar la hidra de la abominación en sus corazones. Lejos de blasfemar tu memoria, llené la casa de reliquias tuyas que debían adorar y ante las cuales ofrendaban la mitad de sus alimentos, aún en las mayores hambrunas. Les obligué aprender de memoria cuantos versos compusieron los poetas para alabar tu gloria, y se los hice entonar por turnos hasta el cansancio o la fatiga.
De ahí que miren tu imagen en las paredes e instintivamente lleven la mano al pomo de la espada. Cuando pudieron escapar a mi dominación, destruyeron las reliquias que te recordaban, y escupen a tu hijo menor, el único que a pesar de la ausencia de sus manos pone amor en tu recuerdo.
El mayor, que se sobrepasaba siempre, para ofenderte hasta el incesto, se presentó una noche al sorteo de mis amantes, con tan mala estrella que se alzó con la victoria. Le dejaron sólo e intentó tomarme, confiado en que además de mujer era su madre y contra él nada podría, mas, no tuvo tiempo siquiera de gritar y ya su cabeza volaba y el cuerpo caía hacia atrás, como si estuviera muy borracho. No lo creerás: al tomar su cabeza para arrojarla al fuego vi que sus mejillas estaban llenas de lágrimas.
Aquello aclaró a sus hermanos las fronteras a respetar. En lo siguiente se limitan a orinar sobre los restos de tus reliquias y a burlarse de los versos que cantan tu gloria, mientras esperan el día en que yo decrete por fin que estás muerto, o muera yo misma, para repartirse los restos de tu heredad.
Al hermano menor no le dejan tranquilo, aunque son menos malévolos: le cuentan cómo apestaba la casa si descansabas en ella al término de alguna de las batallas que inventaste para dejarnos solos. Dejarnos solos era parte de tu gloria, la gloria del guerrero que no sabe que para subsistir su mujer se prostituye, tu gloria de hojalata, tu gloria que no alcanza a alimentarnos.
Sólo una vez pensé que llegaría a perdonarte, por una razón que no tenía que ver contigo, al menos no directamente. Fue a causa de uno de mis amantes. No dijo nada, mas sentí que aquel hombre me amaba. Hicimos el amor sin amor, pero muy tiernamente, como si de veras nos amáramos, como dos amantes que se separan otra vez y se despiden.
La ilusión duró apenas tres segundos. Al final de la madrugada comprendí que no me amaba a mí, sino a la mujer suicida que soy, y comencé a odiarlo cuando dijo amar el modo en que me veía tomar la espada. Recuerdo su cara de enamorado fugaz y todavía me da asco. No le degollé: lo dejé sobrevivir aquella madrugada, y el muy imbécil cometió la estupidez de morirse de amor.
Algo que no comprendía era la amputación que ordenaste contra tu hijo menor. Luego supe. El oráculo, al partir, te previno: de la espada de aquel hijo te debías cuidar. Hice morir empalada a la guardia que habías dejado para protegernos, y que tan poco celo mostró frente al mutilador de tu hijo. De ese modo quedamos a merced de cuanto advenedizo cruzara el país hasta que se crearon las reglas para el derroche a pesar nuestro de lo que abandonaste en casa.
Si vieras con qué placer estos hombres, débiles y mezquinos, que no fueron capaces de seguir tus tropas, cobardes, enanos antes que hombres, si vieras con qué placer derraman tu vino y devoran tu ganado. Para ellos el placer, chatos, no es cuestión de contraste sino de intensidad. No comen carne, comen tu carne. No fuerzan una mujer, fuerzan tu mujer. No gozan cagando, gozan porque se cagan en ti. Luego se dejan matar porque te temen, y porque prefieren morir inmediatamente a mis manos, que esperar temblando mil años las tuyas.
Así te has convertido en el peor de los tiranos: has dado lugar a que tus súbditos cometan en su delirio infinitos crímenes, y son tantas culpas que ni uno sólo lleva en el reino la cabeza levantada. Si continúan pecando no es incontinencia ni maldad sino que ellos, a una, buscan la muerte. Yo los tolero y los mato por compasión, y porque en mis amantes entreno el arte de la decapitación con que habré de recibirte.
El por qué de que tu hijo menor, el de las amputaciones, te ame tanto, es un milagro de Dios. Debía ser el primero a la hora de humillar tu recuerdo, y sin embargo, se ha cuidado mucho de ello, aunque pienso que pudiera ser orgullo. Pero no. Quizás, luego de conocer los designios de oráculo, te esté infinitamente agradecido por evitarle pecar de parricida.
De cualquier manera yo tú no andaría por ahí tan seguro: con los mutilados nunca se sabe. El lleva sus muñones con humildad y hay cierta aureola de dignidad en cuanto hace. Cada amanecer, después de sus abluciones, ora por tu salud y pide tu regreso con fervor. Siempre al caer la tarde va al mar, y dicen que pasa horas oteando el horizonte por descubrir si vuelven tus naves.
Nunca te dije que nací oscureciendo, una tarde cualquiera, en un país muy pobre, a finales de invierno. Iba a empezar la primavera, es cierto, pero en casa apenas importaba. Yo nací por accidente, como casi todo el mundo. Por eso cuando me elegiste entre las esclavas para ser tu esposa, Tú, el señalado por los dioses, el magnífico, no pude sino hacerte votos de eterna gratitud.
Pero hasta la más inmensa gratitud tiene sus límites, y el límite de mi gratitud es la soledad. Y es que la soledad me ha ido lastrando con dos rencores náufragos. Uno es el olvido, porque hiere pero nunca alcanza hasta la muerte. Otro es el amor, porque siempre llega tarde, siempre muy tarde, siempre siempre.
Un tiempo fuimos jóvenes y amantes, y yo descubría la palabra amor enterrada en tu pecho. Pero ahora cada vez estoy más consumida, viajo hacia el centro de mí misma como un hueco negro en medio del espacio que decidiera, después de haber absorbido al universo, absorberse a sí mismo, y no soy ningún hueco negro, sino una mujer con un miedo enorme a la ancianidad que me ronda y me acosa desde tus ausencias. Por eso no tienes perdón, ni la memoria ni ninguna de sus santas triquiñuelas podrán convencerme. El tiempo todo lo sana pero yo me preocupo cotidiana y pertinaz en reabrirme las heridas. Pobre de ti. Soy una gran llaga, una úlcera, un cáncer que te espera.
Dios mío que no me has oído nunca, perdona mi soberbia, perdona estos deseos de matar al prójimo, perdóname y no me dejes sola a la hora del delirio y de las confusiones y guíame hasta la paz del arrepentimiento, pero déjame tener de qué arrepentirme, así te será más grato el momento en que me postre ante ti como una hija que regresa. Dios mío, señor, soy una actriz, una comediante: mátame señor, por favor, mátame las máscaras.
No lloro nunca porque estoy viviendo más allá del llanto y del dolor. Estoy viviendo en una memoria de espinas que me hinca la esperanza. Yo te arrancaré a pedradas las mentiras de la despedida. Yo te arrancaré pedazos de hígado cada amanecer.
Tu amor por mí fue un gesto hermoso, pero impropio. Debiste amar a una hembra de tu raza para que pudieras pisotearla sin rencores y te fuera fiel hasta el dolor. Yo soy tu hamartía porque vengo de una raza de puñales, tan humillada siempre, que ha elevado su orgullo hasta los dioses.
Mi sola preocupación era el amor profesado a ti por el hijo mutilado, pero, mutilado al fin, poco podría en tu auxilio. Ya no estoy tan segura. Una tarde de otoño lo seguí hasta el mar y, con espanto, sorprendí la hermosa destreza con que sus muñones manejan la espada. Sólo una obstinación como la mía pueden haberle forjado la voluntad para llegar a servirse de su arma con la belleza con que le vi danzar los pasos de aquel solo de espadachín.
No temo que intente nada contra mí, hoy sé que su amor a ti es de histrión, y sus cantos de alabanza son como los cantos de la asquerosa hiena. No es mi enemigo: es mi competidor. Ha aprendido a manejar la espada para que cumplas la promesa de regresar, está pronto a ejecutar el fatal oráculo que a él te enlaza. Por eso me preocupo: nadie me quitará el privilegio de tu martirio. Si algún día regresas lo primero que hallarás será su cabeza clavada en una pica a la puerta de la casa. Habré concluido la obra que tú no pudiste cobarde.
Y si los dioses te ayudan, o si los años son tantos, que a tu regreso las trampas que preparaste a los usurpadores se han quebrado y logras salir vivo de ellas, si en definitiva puedo comprobar que eres tú, te digo, si regresas, no lo quiera dios, te voy a matar. Te voy a matar despacio delante de tus hijos. Hijo de perra, porque lo peor es que te espero y lo sabes, te espero aún después del odio.

sábado, 20 de junio de 2009

¿POR QUE SOCIALISMO? Por Albert Einstein (Publicado originalmente en Monthly Review, New York, mayo 1949)

¿Debe quien no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo?
Por una serie de razones creo que sí.
Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Puede parecer que no haya diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil porque la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores que son difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia humana —como es bien sabido— ha sido influida y limitada en gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los grandes estados de la historia debieron su existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su comportamiento social.
Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó «la fase depredadora» del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.
En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por sí mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y —si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos— son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana está pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de tal situación que los individuos se sienten indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad, y subrayé que solamente una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: «¿Por qué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana?»Estoy seguro de que hace tan solo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.
El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de estos diferentes y frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y su combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto «sociedad» significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la sociedad —en su existencia física, intelectual, y emocional— que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la «sociedad» la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra «sociedad».
Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido —exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral han hecho posible progresos entre los seres humanos que son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que, en cierto sentido, el hombre puede influir en su vida y que puede jugar un papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.El hombre adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son característicos de la especie humana. Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad como la antropología moderna nos ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que predominan en la sociedad. Es en esto en lo que los que se están esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.
Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del hombre deben ser cambiadas para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos modificar. Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios. Los tiempos —que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos— en los que individuos o grupos relativamente pequeños podían ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre. Es solo una leve exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de producción y consumo.
Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. El hombre sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad.La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de su trabajo colectivo —no por la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas.
A este respecto, es importante señalar que los medios de producción —es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional— puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré «trabajadores» a todos los que no compartan la propiedad de los medios de producción — aunque esto no corresponda al uso habitual del término. Los propietarios de los medios de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador. Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es «libre», lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directa o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible, para el ciudadano individual obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.
La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de «contrato de trabajo libre» para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo «puro». La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un «ejército de parados». El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a esa amputación de la conciencia social de los individuos que mencioné antes.Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.
Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males: el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo.
La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?

viernes, 19 de junio de 2009

BREVE MEDITACIÓN SOBRE LA POBREZA Por Ernesto Pérez Castillo

Hace algunos días una amiga me visitó. Para llegar a mi casa tuvo que recorrer una gran distancia, porque ella vive bien lejos. Mi amiga es joven, y es bella, y las botellas se le dan muy fácilmente. Tras cada viaje tiene siempre una aventura que contar: ha conocido capitanes de barcos, ex-macheteros vanguardias, dirigentes serios, hijos de papi, gerentes de una sola hora (la que comparten con ella en el trayecto), empresaurios de todo tipo, hombres felices que la transportan sin ni siquiera mirarla, otros que insisten glotones en verla de nuevo el día después, poetas que aprovechan las paradas en la roja del semáforo para leerle un poema (en realidad creo eso solo ocurrió en un sueño de mi amiga, pues los poetas no suelen tener carro).
Su belleza es tal que se da el lujo de contar que ha viajado en ambulancias de cuidados intensivos, turistaxis que no le cobran un centavo, camiones de bomberos que a su pedido hacen aullar la sirena, y que más de una vez ha hecho chillar las gomas a un auto patrullero...
Así que esta vez, y después de saludarme, me soltó esta historia: la había recogido un tipo (de cuyo rostro ya no podía acordarse) que conducía uno de esos super carros que se alquilan en dólares (en muchos dólares, acoté yo).
Ella pidió que no la interrumpiera y siguió: cada vez que pasaban junto a una shoping, un cupet, o cualquier otra venduta dolarizada, el tipo interrumpía la marcha y se bajaba para regresar trayéndole un helado, un refresco, chocolates, galletas, un sandwich, una lata de malta, de aquí un pollo frito, de allá un muñeco de peluche...
Detrás del timón el tipo hablaba y hablaba. Decía tener mucho, muchísimo dinero (cuando abria la billetera, como al descuido, dejaba ver el abundoso fajo del billetaje que la reventaba, aunque nunca dijo cuál era su modo de ganarlo) y embutía a mi amiga que al final cargaba cuatro jabas llenas de cosas y más cosas.
El caso es que este señor (que ni era muy viejo ni tenía alas) se desvió varios kilómetros de su ruta para dejar a mi amiga frente a la puerta de mi casa, y antes de dejarla bajar le propuso matrimonio.
Mi amiga le sonrió, le agradeció el ofrecimiento y le dijo que no. Él se quedó estupefacto y solo atinó a preguntar: ¿vas a encontrar alguien por ahí que pueda ofrecerte todo esto?
Ella comprendió que no tenía caso intentar una respuesta. Le volvió a dar las gracias, le dijo que había sido muy amable, y subió las escaleras para contarme su última aventura mientras abajo se escuchaba aun el acelerón del auto que se marchaba.
Mi amiga me contó su historia a carcajadas, sentada en una de las denvensijadas butacas de mi sala, tomándose un vaso de agua al tiempo (mi refrigerador hace un par de años que está roto) y cuando le ofrecí mi improvisado y pobre té de cascaras de naranjas, se quedó un instante seria, yo diría que hasta triste, y dijo:
–El pobre, solo tiene dinero. No tiene más nada que ofrecer.

jueves, 18 de junio de 2009

CARPENTIER SE INVENTA UNA PINTORA Por Ernesto Pérez Castillo

Nada hay nuevo bajo el sol. La afirmación, muy vieja en sí misma, lleva el peso de una montaña: vano será recordar que ciertas situaciones de lo cotidiano se nos parecen, en demasía, a otras vividas con anterioridad.
Para ello se estableció el término déjà vu (en francés: ya visto), que se refiere a la fuerte sensación, ante un evento o una experiencia nueva, de haberla sentido o vivido con anterioridad. Fue acuñado por el investigador psíquico francés Émile Boirac (1851-1917), en su libro L'Avenir des sciences psychiques (El futuro de las ciencias psíquicas).
Mas, los déjà vu no son privativos del mundo real. En la literatura, con harta frecuencia, pasajes de una obra nos recuerdan personajes o conflictos de otra. Y no hablo de fraudulentos plagios, sino de piezas claves de la cultura universal que, al ir en busca de las esencias humanas, rozan inevitables las vetas de algo creado con años, o incluso siglos, de distancia.
Aquí contaré un déjà vu que hube de vivir, y que tiende un puente entre la literatura y las artes pláticas. Me sucedió leyendo el Concierto barroco de nuestro Alejo Carpentier.
La novela se inicia con una magistral descripción de la casa del protagonista, y de esa descripción me prendó especialmente el fragmento que sigue:
«Más allá, en un pequeño salón que conducía a la butaca barbera, aparecían tres figuras debidas al pincel de Rosalba pittora, artista veneciana muy famosa, cuyas obras pregonaban, con colores difuminados, en grises, rosas, azules pálidos, verdes de agua marina, la belleza de mujeres tanto más bellas por cuanto eran distantes. Tres bellas venecianas se titulaba el pastel...»
Confieso que tomé demasiado en serio a Carpentier, y durante años quise ver ese cuadro. Lo busqué en cuanto catálogo renacentista cayó en mis manos, sin hallarlo nunca, ni encontré jamás la más mínima referencia a una artista llamada Rosalba Pittora.
En aquel momento de mi obsesión no existía Internet, mas, ahora que estas líneas apuro, acabo de copiar el nombre en Google, y el buscador me devuelve apenas cinco links con ese nombre, y todos remiten a la obra carpenteriana. O sea, apoyándome en lo que dice una amiga –si no está en Internet, no existe– casi puedo certificar que sin dudas la Rosalba Pittora de Carpentier es solo una fantasía.
¿Dónde experimento entonces mi déjà vu?
Pues muchos años después, frente a la edición cubana de 1966 del Pequeño Larousse Ilustrado –que en muchas casas de la Isla aun se puede ver, y que a falta de más, era como la Internet de antes–, me tropecé en sus páginas, mientras buscaba cualquier otra cosa, con una pequeña reproducción, en blanco y negro, de una pintura titulada Tres cabezas de bandidos. Su autor era Salvatore Rosa. El flechazo, el déjà vu, fue inmediato. Aunque, como todos lo son, también era irracional.
El cuadro de los bandidos es sombrío, lúgubre, tenebroso, y en cambio el de las venecianas, según Carpentier, tenía «colores difuminados, en grises, rosas, azules pálidos, verdes de agua marina». Carpentier nos induce a pensar que las venecianas eran bellas, mientras los bandidos se ven horribles. Los bandidos los pintó un hombre, las venecianas una mujer… Nada nos llevaría a sospechar relación alguna entre ambas obras, salvo que las dos representan tres figuras humanas, pero de modos tan totalmente opuestos, antagónicos hasta la saciedad. Quizá… precisamente por tanto antagonismo, si uno es suspicaz, puede que presienta de inmediato el gato encerrado.
Y ese fue mi caso.
Busqué información sobre Salvatore Rosa. ¿Quién fue este pintor? Bueno, pintor y poeta. Y actor. Y bandido. Nacido en 1615 en Arenella, y muerto en Roma en 1673, es todo un arquetipo él mismo del barroquismo, creador de farsas y espectáculos carnavalescos, interesado –en su pintura– por los paisajes fantásticos, los lugares tenebrosos y las escenas de brujería o bandoleros. Su vida daría para una novela. Y peor, su tono, su filling, se avendría muy bien en una novela sobre lo barroco, como la novela de Carpentier. Qué sospechoso…
Más sospechoso resultó el asunto cuando, por la cercanía fonética de su nombre con el de la Rosalía Pittora, me dio por jugar con él, e invertirlo. Así, de SALVATORE ROSA, obtuve ROSA SALVATORE. Hummm… Junté el nombre y apellidos invertidos, y salió ROSASALVATORE... eliminé una de las dos silabas SA, y quedó ROSALVATORE... ¡Oh, aquí aparece ROSALVA, basta separar el TORE final, y tenemos a ROSALVA TORE…
¿Qué le falta a este nombre nuevo para ser el de la supuesta pintora ROSALVA PITORA? Pues, solo tres cosas. Primero, una simple, afeminar el apellido TORE, sustituyendo su E final, por una A. Ya está, ahora es ROSALVA TORA.
Lo segundo: si duplicamos sus T, lo italianizamos un poquito más, y será ROSALVA TTORA, y también cambiar la V por B, obviamente. Ya tenemos a ROSALBA TTORA
Lo tercero: añadir una sílaba a su comienzo, y no una sílaba cualquiera, sino justo aquella que casi todo el mundo conoce, y que representa las 3.1416 veces que cabe el diámetro en el perímetro de toda circunferencia, la más popular de todas las constantes matemáticas, PI… y ya volvimos a crear a la ROSALBA PITORA que, apuesto, solo existió en la pinacoteca imaginaria y personal de Alejo Carpentier.
Me dirán que todo esto no es más que pura especulación, pero, como dicen los italianos, “si no e vero, e ben trovato…”

miércoles, 17 de junio de 2009

NO Por Ernesto Pérez Castillo

Al llegar, sin saludar al vecino, subió a su apartamento. Entró y cerró, pero no pasó el cerrojo de seguridad. No encendió las luces. No encendió el televisor. No encendió la radio. No se cambió de ropa.
No abrió las ventanas ni el balcón. No le echó agua a las plantas de la sala. No se preparó nada de comer, no bebió nada. No habían platos sucios en la cocina. Abrió la nevera, sacó una cerveza y la dejó sobre la mesa sin abrir, y junto a ella dejó el periódico, sin ojearlo.
Volvió a la sala y se sentó en el sofá. Estiró las piernas, cerró los ojos, y no se durmió. Así estuvo más de media hora. Luego fue al cuarto. Vio el manófono del teléfono sobre la mesa de noche. Colgó el teléfono y dejó abierta la gaveta que había dejado abierta en la mañana.
No retiró el cubrecama, no se sacó los zapatos, no se tendió en la cama. Se sentó en la orilla, junto a la cabecera, puso una almohada tras su espalda, se acomodó, y no cerró los ojos.
Cruzó las manos tras la nuca y no pensó en nada. No pensó en nadie. No pensó en sí mismo. Escuchó el descargue del baño vecino, los pasos que subían o bajaban la escalera, que se detenían en la puerta de enfrente, el trasiego en la cocina del piso de arriba, el timbre del teléfono del apartamento de al lado. Escuchó el timbre de su propio teléfono, y no respondió.
Anocheció, llamaron a la puerta y no hizo caso. Volvieron a llamar. Siguió sin responder su teléfono que sonó otras cuatro veces en la madrugada.
Al amanecer encendió un cigarro, pero lo dejó en el cenicero a medio fumar. Entonces se cambió la camisa, se peinó, se cepilló los dientes. No se preparó un café. No desayunó. Guardó la cerveza en la nevera y salió del apartamento a las siete menos cuarto, sin pasar el cerrojo de seguridad.
Bajó unos escalones, se dio media vuelta, y volvió al apartamento. Entró al cuarto, descolgó el teléfono, dejó el manófono sobre la mesa de noche y volvió a salir, pasando ahora el cerrojo de seguridad.
En la avenida miró el reloj y comprobó que otra vez tenía tiempo suficiente para llegar temprano a la oficina.

martes, 16 de junio de 2009

HIMNO NACIONAL CUBANO (Versión Original)

Al combate corred Bayameses
Que la patria os contempla orgullosa
No temáis una muerte gloriosa
Que morir por la patria es vivir.

En cadenas vivir es vivir
en afrenta y oprobios sumidos
¡del clarín escuchad el sonido
a las armas valientes corred!

No temáis los feroces iberos
son cobardes cual todo tirano
no resisten al bravo cubano
para siempre su imperio cayó.

Cuba libre ya España murió
su poder y su orgullo ¿do es ido?
¡del clarín escuchad el sonido
a las armas valientes corred!

Contemplad nuestras huestes
contemplados a ellos caídos
por cobardes huyeron vencidos
por valientes sabemos triunfar.

¡Cuba libre podemos gritar
del cañón al terrible estampido
del clarín escuchad el sonido
a las armas valientes corred!

QUITARLE EL CASCABEL AL GATO Por Ernesto Pérez Castillo

Ponerle el cascabel al gato fue un error. Ahora vivimos en un terror constante, escuchando el eterno y sádico tintinear.

SOBRE HOMBRES Y MUJERES Por Ernesto Perez Castillo

En cuanto a los seres humanos, es de señalar una peculiaridad definitoria, y ancestral, que diferencia entre sí a los sexos opuestos: los hombres tienen penes, mientras las mujeres tienen penas.

ZANAHORIAS Por Ernesto Pérez Castillo

El carretero disponía para su oficio de un asno muy torpe. Para trabajar engañábalo mediante el consabido ardid de la zanahoria. Colgaba ante las narices del asno la zanahoria gracias a un pedazo de cáñamo y una larga vara, y el bruto, por alcanzar la golosina, daba un paso, y otro, y otro.
Era un carretero muy pobre, y soñaba con ahorrarse el dinero de la zanahoria. «Si el asno supiera leer –pensaba el carretero–, bastaría colgar ante sus narices un cartel que dijera ZANAHORIAS.»

lunes, 15 de junio de 2009

COMO UN DOLOR DE MUELAS (Letra: Subcomandante Marcos, Joaquín Sabina / Música: Pancho Varona)

Como si llegaran a buen puerto mis ansias,
como si hubiera donde hacerse fuerte,
como si hubiera por fin destino para mis pasos,
como si encontrara mi verdad primera,

como traerse al hoy cada mañana,
como un suspiro profundo y quedo,
como un dolor de muelas aliviado,

como lo imposible por fin hecho,
como si alguien de veras me quisiera,
como si al fin un buen poema me saliera...
una oración.

Como si la arena cantara en el desierto
los cantos de sirena del mar Muerto,
como si para crecer sobraran las escaleras,
como si escribiera un ciego un libro abierto.

Ven a poblar el zócalo de ojos,
siembra de migas de pan caliente
mis canas de alcanfor adolescente.

Ponle al sordo voz y alas al cojo,
bendice nuestro arroz, nuestro minuto,
como si no fuéramos cómplices del luto...
del corazón.

RESPUESTA DE SABINA AL SUB-COMANDANTE MARCOS

Al Subcomandante Marcos
¿Dónde encontrar una excusa para tan terca mudez? Sucede que, cada vez con mayor saña, las musas se vengan de quien abusa del ripio y el do, re, mi. Qué puedo contarte a ti, que no sepas de memoria, si andas cambiando la historia con la tinta y el fusil.
Bastaría con que en las actas chiapanecas del dolor, conste que mi corazón es una ciencia inexacta, que a regañadientes pacta, con la razón militante. Ojalá, subcomandante, al cabo de este pregón merezca tu absolución, este afónico cantante.
Pero, elige con cuidado a quién diriges tus cartas, porque hay leyendas que infartan al ánimo más templado.
¿Cómo puede merecer corresponsal tan bragado quien desde el mejor hotel de Cancún o de Sevilla oye hablar de la guerrilla como quien oye llover? Y, sin embargo excluido de partidos y banderas, me conmueve tu manera de no darte por vencido, de disputarle al olvido la hoguera del porvenir, de desempolvar la crin del caballo de Zapata, de matar a los que matan, de enseñarnos a vivir.
Me encargaste una canción y por décimas te salgo, hace meses que cabalgo sobre la contradicción de restaurar la emoción, en tiempos tan iscariotes, con la mano en el escote del verso a la antigua usanza. Así hablaba Sancho Panza con mi señor Don Quijote. Por lo demás, cuídate, cuando vengan por las malas, que no te rocen las balas, que no te falte papel, ni frijoles, ni mujer, que la virgen lacandona te esconda bajo su lona. Te lo pide un gachupín que se despierta en Madrid soñando con tu persona.

domingo, 14 de junio de 2009

CARTA DEL SUB - COMANDANTE MARCOS A JOAQUIN SABINA

Ejército Zapatista de Liberación Nacional
18 de Octubre de 1996
(como a las no sé cuántas de la madrugada)

A: Joaquín Sabina
Planeta Tierra

De: Subcomandante Insurgente Marcos
CCRI-CG del EZLN
Montañas del Sureste Mexicano, Chiapas
México

Don Sabina:

Yo sé que le parecerá extraño que le escriba, pero resulta que me duele la muela y, según acabo de leer, usted camina ahora por estas tierras que, mientras no acaben por venderlas también, siguen siendo mexicanas. Entonces pensé yo que, aprovechando que me duele la muela y que usted camina ahora bajo estos cielos, pudiera yo escribirle y saludarlo e invitarlo a echarse un “palomazo” con el Sup (a larga distancia, se entiende). ¿Qué dice usted? ¿Cómo? ¿Que qué tiene que ver el dolor de muela con el “palomazo”? Bueno, tiene usted razón, debo explicarle entonces la muy extraña relación entre el dolor de muelas, el que usted camine por estas tierras, la larga distancia y una muchacha. No, no se sorprenda usted de que ahora haya aparecido una muchacha. Siempre aparece una, vos lo sabés Sabina.
Bien, resulta que cuando yo pasaba por esa etapa difícil en que uno descubre en que ya no es más un niño y tampoco alcanza a ser un hombre (esa etapa, vos lo sabés Sabina, en que las féminas se transmutan de molestas a interesantes y hay que ver la de problemas que esto provoca), conocí a un viejo que, sin que se lo pidiera, decidió que tenía que darme un consejo sobre esos seres incomprensibles pero tan amables que eran, y son, las mujeres.
“Mira muchacho —me dijo— la vida de un hombre no es más que la búsqueda de una mujer. Fíjate que digo ‘una mujer’ y no ‘cualquier mujer’. Y por ‘una mujer’, muchacho, me estoy refiriendo a una de “única”. El problema está en que el hombre siempre queda con la duda de si la mujer que encontró, si es que encuentra alguna, es esa ‘una mujer’ que estaba buscando. Yo ya estoy viejo y he descubierto una fórmula infalible para saber si la mujer que uno encontró es la ‘una mujer’ que estaba uno buscando...”
El viejo se detuvo a ver hacia todos lados, como temiendo que alguien más lo escuchara. Yo sentí que algo muy importante estaba a punto de serme revelado, así que puse cara de circunstancia y saqué discretamente un papelito y un lapicero para tomar nota, no fuera a ser que se me olvidara la fórmula (de por sí batallaba mucho con las matemáticas). El viejo carraspeó y, sin poner atención en mi papelito y mi lapicero, me confió:
“Si tú le dices a una mujer que te duele una muela y ella, en lugar de mandarte al dentista o darte un analgésico, te abraza y deja que recuestes la mejilla en sus pechos, entonces, muchacho, esa mujer es la ‘una mujer’ que andabas buscando...”
Yo me quedé perplejo, pero como quiera tomé nota de la fórmula. A mí nunca se me había ocurrido que debía pasarme la vida buscando una mujer, por más que esa mujer fuera “una de única”. A mí se me ocurrían cosas más concretas y factibles, como ser bombero, conquistar el mundo o construir un avión que se controlara sólo con el pensamiento. Respecto a las mujeres, yo me tenía en muy alta estima y estaba más propenso a que esa “una mujer” me encontrara a mí, que a buscarla yo...
Yo tenía como 10 años y una maestra de piano de la que, por supuesto, estaba enamorado. Mi mayor empeño consistía en mirarle unos pechos que se adivinaban como el mejor remedio dental que tenía a la vista. Por supuesto que le apliqué la fórmula, pero ella sólo se me quedó viendo y me dijo que era un pretexto para no practicar en el teclado. Yo de por sí ya sabía que ella no era la mujer de mi vida, 15 años y un piano se interponían entre nosotros.
En fin, el caso es que, como quiera, seguí el consejo del viejo. Ya se imaginará usted, Don Sabina, el desconcierto que provocaba en las muchachas el hecho de que, en cuanto se presentara la oportunidad de estar solos (ese momento en el que el resto de los mortales aprovechan para acercar una mano o unos labios), yo me llevaba la mano a la mejilla y declaraba solemnemente que me dolía la muela...
Es cierto que en esa época no conseguí ninguna, pero acumulé una importante cantidad de analgésicos, antiinflamatorios, antibióticos y, por supuesto, tarjetas de dentista.
A mí ni se me ocurrió que la fórmula estuviera mal. Así que achaqué mis primeros fracasos a la falta de autenticidad en mi dolor de muelas. Por tanto me di a la dulce tarea de picarme las muelas. Y digo “picarme las muelas” en un sentido literal y no sólo comiendo dulces y bebiendo refrescos. Con clips y palillos, después de una paciente labor de meses, logré picarme dos muelas con tanto éxito que tuve que acompañar la estrategia con una fuerte dosis de antibióticos. Repetí la fórmula, ahora con la confianza de saberme auténtico, y los resultados siguieron siendo magros.
Así hubiera seguido adelante, acabando con mis muelas, si no es porque, ya adolescente, encontré a otro viejo que, cruel, me dijo:
“Mírate en un espejo y así sabrás por qué no tienes éxito con las chamacas. Tu problema está en la cara. Más bien en tu nariz. A los feos, las muchachas no les hacen caso... a menos que sean cantantes”.
¿“Cantantes”? Bueno, esta nueva fórmula le daría reposo a mis muelas (que por lo demás ya estaban definitivamente destrozadas) y me obligaría a un cambio radical en la estrategia. Claro que el problema entonces era saber qué se necesitaba para ser cantante. Resulta que no era tan sencillo como usar palillos y clips. Leí todos los manuales que pude: manuales de carpintería, cerrajería, electrónica, radio y tv, mecánica, y hasta tomé dos cursos por correspondencia, uno de piloto aviador y otro de detective privado.
Créame Don Sabina, que fue muy duro para mí darme cuenta que, con todos los avances de la ciencia y la técnica, no existe todavía ningún manual para ser cantante. Después, escuchando canciones, me di cuenta de que el problema era mayor ya que una cosa era ser “cantante” y otra más difícil era ser “cantautor” o “canta-autor” (vos lo sabés Sabina). Entonces hice trampa, es decir, escribí algunos poemas (o como se llamara lo que escribía) y dejaba siempre pendiente la música.
Por supuesto que seguí cosechando fracasos con las mujeres, pero a cambio logré darle una tregua a mis muelas y juntar una gran cantidad de papeles, papelotes, papelitos y, sobre todo, papelones (vos lo sabés Sabina) con poemas.
Seguro que todo este dilatado relato no le resuelve, Don Sabina, el misterio de la relación entre dolor de muelas, su caminar por estas tierras, la larga distancia y una muchacha. No se desespere usted, ya verá cómo al final de todo (vos lo sabés Sabina) las piezas se acomodan. Bien, continúo:
Resulta que (vos lo sabés Sabina) hay ahora una muchacha que está demasiado lejos y entonces pensé que usted, Don Sabina, podría echarme una mano y una tonadita (mire que no es lo mismo pero pudiera ser igual). Y usted podría echarme una mano si me permitiera tutearlo y, cómplice como ha sido antes sin saberlo, fingiera usted que nos conocemos desde hace mucho tiempo y que, por tanto, es perfectamente natural que usted reciba una carta del Sup redactada en los siguientes términos:
“Sabina (sí, ya sé que te desconcierta este inicial e irreverente tuteo, pero tú compórtate como si tal cosa):
“He trabajado arduamente en los últimos días en la letra que me encargaste para tu nueva canción (¡vamos, quita ya esa cara de espanto!, ya sé que no me has encargado ninguna letra para ninguna canción, pero sígueme la corriente para despistar al enemigo) pero ha sido inútil. No me sale nada original.
“Así las cosas, busqué en el cofre del pirata y sólo encontré un viejo y mohoso poema, que no es tan viejo y tal vez ni a poema llegue, que te puede servir si le das un poco de aliño. Es ideal para ponerle música y escalar con velocidad el hit parade internacional (no me preguntes si para arriba o para abajo), pero tú ya sabes que a nosotros las artistas (sigue fingiendo demencia, no denotes la menor sorpresa) no nos importa la fama (bueno, no mucho).
“En este caso particular, a mí sólo me interesa una muchacha que está demasiado lejos para que pueda yo musitarle al oído este poema y arrancarle así, vos lo sabés Sabina, una sonrisa o una lágrima. Porque es de todos conocido que arrancar una sonrisa o una lágrima de una muchacha que está demasiado lejos, es una forma de que no siga estando demasiado lejos, vos lo sabés Sabina. El poema dice, más o menos, así:
“Como si llegaran a buen puesto / mis ansias, / como si hubiera dónde / hacerse fuerte, / como si hubiera por fin / destino para mis pasos, / como si encontrara / mi verdad primera, / como traerse al hoy / cada mañana, / como un suspiro / profundo y quedo, / como un dolor de muelas / aliviado / como lo imposible / por fin hecho, / como si alguien / deveras me quisiera, / como si, al fin, / un buen poema me saliera. / Llegar a ti.
“La tonadita puede ir más o menos así: tara-tarara- tarirara-etcétera, vos lo sabés Sabina. El título de la canción podría ser ‘Canción para una muchacha que está demasiado lejos’, o ‘Un dolor de muelas para ella’, o ‘Un dolor de muelas, Sabina, la larga distancia, una muchacha y el Sup’. En fin, ya se te ocurrirá algo. El crédito puede ser ‘Letra: el Sup. Música: Joaquín Sabina’, o ‘Letra y música: Joaquín Sabina (a petición del Sup)’ o como quieras.
“Vale. Salud y ojalá ella entienda.
“El Sup”.
Esa podría ser la carta que usted recibiera y aceptara, Don Sabina.
Y todo esto viene a cuento porque estaba yo solo, con mi dolor de muela y leyendo que usted camina por estas tierras. Entonces pensaba yo que usted, tal vez, estaría de buen humor y magnánimo y que podría contarle yo la historia de los dolores de muelas, mi frustrada carrera como cantautor y una muchacha que está demasiado lejos.
Y pensaba yo que podría escribirle una carta tuteándolo y pidiéndole una tonadita para un mohoso poema. Y pensaba yo que usted me perdonaría el tuteo y el pedirle una tonadita para acercar a una muchacha que está demasiado lejos, y que así se completaría el rompecabezas del inicio.
Y no para que me dispense es que le cuento todo esto Don Sabina, sino para que comprenda. Y comprender, vos los sabés Sabina, es otra forma de absolver.
Vale. Salud y ya sabe usted, si le sobran por ahí un analgésico o una tonadita, no dude en mandármelos. Ambas cosas se agradecen en este asfixiado pecho que le escribe...
Desde las montañas del Sureste Mexicano.

CARTA DE KARL MARX A SU ESPOSA JENNY

21 de Junio de 1856
¡Amada mía!
Te escribo de nuevo porque me encuentro solo y me es difícil estar siempre platicando mentalmente contigo y que al mismo tiempo, tú no sepas nada de esto, no me oigas y no puedas responderme.
Tu retrato no esta mal, es maravilloso, me viene bien, y ahora comprendo porque hasta las lúgubres madonnas, las más monstruosas obras de la virgen, podían encontrar fervorosos admiradores, e incluso, mayor cantidad de admiradores que las mejores pinturas. En todo caso, ninguna de esta lúgubres obras fue tan besada, nadie las miró con este estremecimiento piadoso, nadie las adoró tanto como yo a tu retrato que, aunque no es lúgubre, es sombrío, y no refleja en absoluto tu gracia, tu encanto dolce, creado especialmente para besarte el rostro. Yo afirmo que los rayos del sol se imprimieron mal, y encuentro que mis ojos no se han deteriorado con la luz de la lámpara nocturna ni con el humo del tabaco, y son capaces de dibujar no solo en sueños, sino en la realidad. Tú estás toda ante mí como viva, te tomo en mis manos, te cubro de besos de la cabeza a los pies, caigo de rodillas ante ti y suspiro, «yo la amo madame». Y efectivamente, te amo más fuerte de lo que alguna vez amó el moro de Venecia.
El falso y vacío mundo crea una errónea y superficial idea de las personas. ¿Cuál de mis numerosos calumniadores y detractores me ha reprochado alguna vez que sirvo para el papel de primer amante en algún teatro de segunda? Y es así. Encuentran esos miserables aunque sea una gota de humor: garabatean por una parte «La relación de producción y cambio» y de otra parte me dibujan a mí entre tus piernas. Pero esos miserables son imbéciles, y quedarán imbéciles in seculum seculorum.
Una separación temporal es beneficiosa, pues la relaciones permanentes ocasionan una apariencia monótona, a través de la cual se borran las diferencias entre las cosas. Incluso las torres aparentan no ser tan altas en la mezquindad de la vida diaria, y cuando se choca con ellas de cerca, crecen desmesuradamente. Así sucede a las pasiones. Las costumbres cotidianas, como resultado de su cercanía, atrapan por completo al hombre, semejan pasiones, y dejan de existir con solo desaparecer de la vista su objetivo directo.
Las pasiones profundas, que como resultado de sus cercanía toman forma de costumbres diarias, crecen y de nuevo toman su fuerza propia bajo la mágica influencia de la separación. Cuesta tanto universo separarnos, y yo aquí me convenzo de que el tiempo de que dispongo para nuestro amor será lo mismo que el sol y la lluvia para las plantas.
Mi amor hacia ti, lejos de mí te costara trabajo comprobarlo, significa tanto como lo que es en realidad: una especie de gigante, en él se junta toda la energía de mi alma y la fuerza de mis sentidos. De nuevo me siento hombre, en el completo sentido de la palabra, pues experimento una gran pasión.
Es que esa variedad que nos impone la enseñanza y la conducta moderna, y esa expectatividad que nos hace poner en duda todas las sensaciones objetivas y subjetivas, solo sirve y existe para hacernos ruines, débiles, burgueses, e indecisos. No obstante, no es el amor al hombre de Feuerbach, ni el amor al proletariado, sino el amor a la amada, a ti, el que hace al hombre de nuevo hombre, en el completo sentido de la palabra.
Te sonreirás, querida mía, y te preguntarás por qué estoy tan retórico. Pero si yo pudiera apretar tu tierno y limpio corazón al mío, me callaría y no pronunciaría ni una palabra.
Ante la imposibilidad de besarte hasta el cansancio, me veo forzado a recurrir a las palabras para con su ayuda enviarte mis besos. Así, podría yo incluso componer versos, y reescribir el Libri tristium de Ovidio en alemán. Ovidio fue solo separado del emperador Angusto. Yo estoy alejado de ti, y a este Ovidio que soy nadie lo comprende.
En el mundo hay muchas mujeres, muchas de ellas hermosas, pero ¿dónde encontraría yo otra cara, otros rasgos, incluso otras arrugas que me despierten los más profundos y hermosos recuerdos de mi vida?
Incluso, mi dolor infinito, mi insustituible perdida, la veo en tu cariñoso rostro, y supero el sufrimiento cuando cubro de besos tu querido rostro, y ya no necesito a los brahamanes, ni a Pitágoras con sus estudios sobre la resurrección del alma, ni al cristianismo con su estudio del resurgimiento después de la muerte.
Me despido, amada mía, miles y miles de besos para ti y para los niños.
Tuyo
Carlos

sábado, 13 de junio de 2009

EL ASNO Y LAS DOS PACAS DE HENO Por Ernesto Pérez Castillo

Ante las dos pacas de heno el asno se muestra meditabundo, como si no pudiera decidir de cuál comer primero. A la izquierda, heno fresco. A la derecha, heno fresco. Tras el asno, un cristal polarizado. Tras el cristal polarizado, las cámaras de video, los monitores, las computadoras, los analistas, los asistentes de investigación, los doctores, los militares de uniforme, los agentes de civil. Tras todos, el señor presidente. Quiere apostar con el secretario de estado sobre la selección que hará el asno, pero el señor presidente no logra decidir si apostar por la paca de heno de la izquierda o por la paca de heno de la derecha.

NUESTRA LIBERTAD Por Ernesto Pérez Castillo

Hemos conquistado nuestra libertad. Sangre, sudor, fuego. No la cederemos fácilmente. Habrá que pasar por sobre nuestros cadáveres para arrebatárnosla. Pasar por sobre nuestros cadáveres y luego romper los siete candados, las largas cadenas, los gruesos barrotes tras los que hemos guardado, bien segura, nuestra libertad.

viernes, 12 de junio de 2009

SOBRE EL GRITO Por Ernesto Pérez Castillo

Hubo un tiempo en que la gente gritaba, y gritaba en blanco y negro, y gritaban sobre todo los negros, y hubo luego un tiempo otro en que la gente gritaba a todo color, y cada vez más gritaban más y más en rojo, hasta que se gritaba sólo en rojo, pero ya eran menos los que gritaban.Así fue hasta hoy, que ya casi nadie grita, y los que gritan prefieren los colores pasteles, los rosados fuerte, los amarillos, y cierto tono muy especial de azul.