jueves, 30 de septiembre de 2010

ECUADOR: LOS FASCISTAS NO PASARÁN

Por Ernesto Pérez Castillo

No es raro que un golpe de estado esté en marcha en la República de Ecuador. Esa receta fascista es la última carta que le queda por jugar a las derechas en América, convencidas como lo están de que la pelea política frente a la opción socialista la tienen perdida de medio a medio.
El golpe de estado fascista fue su desesperado remedio cuando vieron que no podían con Chávez en Venezuela, y fue igualmente el único recurso que tuvieron para ahogar en sangre las posibilidades de un gobierno mejor que representaba Zelaya en Honduras hace poco más de un año.
Ahora han ido a por Correa. Y a los golpistas los lidera ni más ni menos que un ex militar, Lucio Gutiérrez, que en su momento logró manipular los deseos de la gente y la admiración que Chávez –también proveniente del ejército– despertaba entre los más humildes. Pero en muy poco tiempo había frustrado todas las expectativas, y en menos de lo que canta un gallo el pueblo lo echó a escobazos del sillón presidencial.
Pretenden disfrazar el golpe bajo el manto de una insubordinación en protesta por supuestas prestaciones que los policías perderían de aprobarse la Ley de Servicio Público, ley que ni siquiera ha sido aprobada aun.
¿Y solo por protestar van los policías a tomarse, coordinadamente, todos los aeropuertos del país, incluido el aeropuerto internacional de Quito? ¿Solo por una desavenencia salarial van los policías a disparar contra el pueblo, secuestrar al presidente, y agredirlo y lesionarlo físicamente? ¿Solo por manifestar su desacuerdo van a acumular sobre sí el centenar de heridos que ya se cuentan, y la primera persona que ya resultó asesinada en la intentona?
A otro perro con ese cuento, que de eso ya sabemos demasiado.
También el alzamiento de los sargentos y soldados que en 1933 terminó con la dictadura de Gerardo Machado en Cuba, tenía una excusa estúpida: se quejaba la soldadesca de que la camisa de su uniforme llevaba tres botones, mientras la de la oficialidad tenia cuatro botones dorados… así, con esa pueril demanda, se sublevaron los sargentos, pero la intención última era abortar la revolución que se olfateaba, e impedir a toda coste la llegada de los comunistas al poder.
Y como entonces, también hoy el gobierno norteamericano, cuando se le ha preguntado al respecto, se ha hecho el chivo con tontera, y ha declarado que “sigue con interés los acontecimientos”. ¡¡¡Y claro que los sigue con interés, si es precisamente el gobierno norteamericano el principal interesado, como padre de la criatura que sin dudas es!!!
El pueblo ecuatoriano ha dado amplias muestras de valentía y fuerza, al sacar del poder, muchas y varias veces, a los gobiernos corruptos que se le han impuesto. Ahora ese pueblo ha ido al rescate de su presidente, que equivale al rescate de la democracia, que equivale a asentar firmemente el socialismo del siglo XXI en el Ecuador.
Pase lo que pase, los fascistas no pasaran.

¡¡¡NO AL FASCISMO EN ECUADOR!!!

El presidente de Ecuador Rafael Correa se encuentra secuestrado por efectivos policiales amotinados.

!!!NO AL GOLPE FASCISTA EN ECUADOR!!!


miércoles, 29 de septiembre de 2010

PROTESTAS CALLEJERAS EN LA HABANA

Ciudadanos españoles protestan contra las reformas del gobierno español, frente a la embajada de Madrid en La Habana.

YOANI SÁNCHEZ, SUSPENSA EN GEOGRAFÍA Y EN TODO LO DEMÁS…

Ernesto Pérez Castillo

Mientras la televisión cubana ha hecho públicas las declaraciones del terrorista salvadoreño Francisco Chávez Abarca, develando la implicación en sus actos criminales en La Habana de Posada Carriles junto a la Fundación Nacional Cubana Americana, y de congresistas cubano-americanos como Robert Menéndez, Ileana Ros-Lehtinen y los hermanos Lincoln y Mario Díaz Balart, a El Nuevo Herald no se le ocurre una cortina de humo mejor que publicar un texto de Yoani Sánchez, como si con ello pudiera silenciar el horror de los crímenes confesados.
Como todo aquel que hace rápido muy rápido la tarea, a Yoani entonces no le queda más remedio que escribir a tontas y locas, y se agarra de la nada para soltar de nuevo muchos y muy diversos disparates.
En su texto la blodeguera se pregunta, para comenzar suavecito, “cómo ocurrió el proceso que llevó a millones de seres en este planeta a creer que la unanimidad se había instalado –de manera natural y voluntaria– en una isla de ciento once mil kilómetros cuadrados”.
Personalmente, no creo que nadie en el planeta crea eso. Si Yoani de verdad piensa que eso creen sobre Cuba “millones de seres en este planeta”, entonces la que está muy mal es ella misma.
Y no hay pasar por alto un detallito. Según la afirmación de Yoani, Cuba es “una isla de ciento once mil kilómetros cuadrados”. Que pena, pero Cuba no es una isla, sino un archipiélago, aunque para su mal la blodeguera no se haya enterado todavía. Y el área de dicho archipiélago es de 109 886 kilómetros cuadrados según http://www.hidro.cu/sgeografica.htm, y de 110 860 kilómetros cuadrados si se mira en http://es.wikipedia.org/wiki/Cuba, por citar solo dos fuentes. Con ello, como se ve, queda demostrado que unanimidad en cuanto a Cuba no la hay siquiera en sus dimensiones.
Por cierto, ni una sola página web, de las muchas que acabo de consultar, cubana y no cubanas, apunta la cifra de Yoani, lo cual confirma que su cifra ella se la sacó de quién sabe dónde. Probablemente, de dónde mismo se saca todas sus otras mentiras.
En todo caso, la isla de Cuba como tal, la mayor del archipiélago, y a la que probablemente Yoani hacia referencia, tiene 104 556 kilómetros cuadrados, o sea, la blodeguera es tan inexacta que se equivoca en ¡¡¡más de 6 000 kilómetros cuadrados!!! al medir con su regla particular la isla. Pero bueno, eso es pecata minuta, teniendo en cuenta que la Yoani, si algo sabe, es exagerar las cosas.
Del resto, el texto de Yoani puede resumirse en un intento suyo por afirmar algo que podría plantearse así: yo no soy una mercenaria, yo soy una inconforme.
Y sí, inconforme debe ser, y mucho, muchísimo. Porque alguien que disfrutó de instrucción gratuita hasta titularse en la Universidad de La Habana –tras hacer perder varios años a los profesores de una universidad pedagógica, carrera a la que renunció cuando se le antojo ser filóloga– para después no realizar ningún ensayo ni estudio en que demuestre que no fueron en balde sus estudios, debe ser muy inconforme. Alguien que decide emigrar y va a parar a Suiza y aquello no le gusta y se regresa a Cuba, ciertamente tiene que ser muy pero que muy inconforme. Alguien que se declara opositora al gobierno de su país, y trabaja a sueldo para una potencia extranjera y no da con sus huesos en la cárcel por ello, tiene que ser inconforme y más. Alguien que recibe un cheque de veinticinco mil euros cada vez que las gallinas mean, y pese a ello sigue hablando de lo que pica el pollo, tiene que ser inconformísima. Vaya, que la Yoani Sánchez es la mata de la inconformidad.
En cuanto a la afirmación de Yoani Sánchez de que ella no es una mercenaria, no hay mucho que decir. Baste citar el caso del tipo que en la fiesta se da tres tragos de más, y enseguida se pone a decir “yo no estoy borracho, yo no estoy borracho”, y lo dice y lo repite hasta la saciedad. Ese es el mismo caso de la Yoani, que se la pasa todo el tiempo repitiendo “yo no soy mercenaria”. Bueno, por algo será que lo dice y lo repite. Y eso sí es matraca suya.

jueves, 23 de septiembre de 2010

EN EL PRINCIPIO, ¿FUE UNA MANZANA?

Ernesto Pérez Castillo

El pecado original, la gran culpa que carga sobre sí el mundo católico-cristiano, por lo común se asocia a un pecado de tipo sexual, de hecho, a la tenencia de relaciones sexuales, las cuales se suponen prohibidas por el Yavé, Yavé Sabaot, o Yavé Dios de los Ejércitos. Para ello se cita al Génesis, primer libro, aunque no el primero en concebirse, del conjunto de los cinco textos iniciales de la Biblia, llamado Pentateuco. Allí asoma la negativa divina de comer cierto fruto del Jardín del Edén, y ese fruto se ha convertido en la manzana prohibida.
Digo “convertido” porque en el Génesis se advierte a Adán: “Puedes comer de cualquier árbol que haya en el jardín, menos del árbol de la ciencia del bien y del mal; porque el día que comas de él morirás sin remedio”. Como se ve, en el texto bíblico no aparece la palabra manzana.
Allí aflora la posible ubicación del mítico Edén: “Del Edén salía un río que se dividía en cuatro brazos. El primer río se llamaba Pisón [...]. El segundo río se llamaba Guijón [...]. El tercer río se llama Tigris [...]. El cuarto río es el Eufrates.”
Los dos últimos, Tigris y Eufrates, en Asia menor, aventuran una hipótesis: en algún lugar de aquella extensa región debió estar, de haber existido, el tal jardín. No puedo negar de forma categórica que en esa zona geográfica no se den manzanas, mas, tampoco puedo afirmar lo contrario.
Lo que sí puedo afirmar, sin el más mínimo temor a dudas, es que al menos ni en el Génesis, ni en el Pentateuco completo, hay manzanas. Allí sí que no se las encuentra. Ni una sola.
De hecho, en el texto bíblico no aparecerán manzanas sino hasta llegar a los Proverbios, libro atribuido a Salomón. Exactamente en Proverbios 25,11 es que se puede leer: “Como manzanas de oro engastadas en plata, así es una palabra oportuna”.
Si paradójica resulta la mutación en manzanas de los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal, más paradójico es interpretar la prohibición de comer dicho fruto como la prohibición de las relaciones sexuales. El Génesis, hermosa metáfora del surgimiento de la vida formulada por el pueblo judío, me parece mucho más valioso que esa visión reduccionista.
Demos una mirada detenida al mito de Adán: primero, Adán está solo y desnudo, luego tiene una compañera de sexo opuesto, desnuda también. Comen libremente lo que les place, hasta comer del fruto del saber. Entonces cubren sus genitales, se anuncia a Eva: “Con dolor darás a luz a tus hijos”, y se anuncia a Adán que deberá trabajar para lograr el pan con el sudor de su frente.
¿No se parece en demasía ese relato a la vida de cualquiera de nosotros? ¿No nacemos desnudos e inocentes y recibimos el alimento sin esfuerzo, salvo el de pedirlo o estirar la mano? ¿No tenemos, en esa infancia feliz, compañeros de juegos sin tomar en cuenta qué sexo poseen? ¿No somos educados, primero en casa y después en instituciones escolares que, acotemos, suelen exigir el uso de uniformes? Dicha educación ¿no nos anuncia que una vez concluida la formación deberemos trabajar para lograr el sustento, y nos prepara a ello? ¿No es precisamente ese el momento en que ellas se enteran de que parirán con dolor?
Así vemos que la historia de Adán viene siendo la historia de cualquiera de nosotros. Por tanto: si bien no es la historia del primer hombre, sí es una metáfora sobre la historia del Hombre.

¿Y la manzana?
El Génesis, junto a otros antiguos textos judíos, probablemente se redactó durante el reinado del antes mencionado Salomón, entre los años 970 a 932 a.n.e. Para entonces ya el griego Homero había compuesto su Ilíada.
Salomón, para construir el Templo de Jerusalén, importó maderas preciosas del Líbano, territorio de asentamientos fenicios, los mejores marinos y comerciantes de la antigüedad que, junto a sus mercaderías, transportaban entre el Asia menor, Europa y África, el conocimiento de las culturas con que tenían contacto.
No afirmaré que Salomón, o sus coterráneos, leyera la Ilíada. Tampoco hace falta. Lo que sí es cierto es que ella está inspirada en la tradición épica, y reformula los ya entonces muy antiguos mitos de los pueblos helénicos, en los cuales sí aparecen las manzanas, y con remarcada importancia. La Ilíada canta la cólera del Pélida Aquiles, durante el asedio a Troya. ¿Cuál fue el origen de esa guerra?
Zeus arrojó del Olimpo a Eris, diosa de la discordia. Al no ser invitada a las bodas de Peleo y Tetis la diosa del mar, la vengativa Eris lanzó en el festín una manzana con la inscripción: “A la más hermosa”. Venus, Juno, y Minerva se disputaron el premio. Como juez escogen al troyano Paris. Las tres rivales intentan sobornar a Paris: Juno prometíole el poder, Minerva la sabiduría y Venus la mujer más hermosa del mundo. Paris votó por Venus, y en pago recibió a Helena.
Mas, Helena era esposa del griego Menelao, y Paris, con la ayuda de Venus, hubo de raptarla. Mitológicamente, esa es la causa de la guerra de Troya.
Ojo: el castigo a Troya no es porque Paris tenga relaciones sexuales, sino porque roba una esposa. Es el robo de la esposa lo castigado, hecho también punible entre los judíos, y se sanciona con especial vehemencia pues es el único delito que aparece por duplicado en el Decálogo, los diez mandamientos que el dios de los judíos entregó a Moises: Mandamiento 7: “No andes con la mujer de tu prójimo”, y Mandamiento 10: “No codicies la casa de tu prójimo. No codicies su mujer, ni sus servidores, ni su buey o su burro. No codicies nada de lo que le pertenece.”
Por tanto, también los judíos, y en forma de Ley, prohíben el robo de esposas, mas no la tenencia lícita de estas. De hecho, muchos de los patriarcas hebreos desposaban más de una mujer, y tenían derecho incluso a las relaciones sexuales con sus esclavas, cuyos hijos reconocían.

¿En el principio, fue una manzana?
La manzana de la discordia, que no la manzana prohibida, genera no un tabú sexual, sino un conflicto de relaciones de propiedad. Similar conflicto crean Adán y Eva al comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal: han comido un fruto que era sólo propiedad de Dios. Se apropiaron de algo que no les estaba destinado: el saber, la conciencia de sí y del mundo.
Esa conciencia los diferencia del reino animal. Tan grave falta conllevaría un castigo: el quebrantador fue obligado a trabajar. Ello operó el milagro: Adán se transformó en Hombre.
En el principio lo que hubo fue una apropiación indebida, un quebrantamiento de las relaciones de propiedad. En el principio no fue el verbo. En el principio no fue una manzana. En el principio lo que hubo fue, técnicamente, una revolución.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

BAJO LA BANDERA ROSA

Ernesto Perez Castillo

El joven camarada Vladímir Stepánovich Ustimenko, aparatchik de la Kommunisticheski Sayiuz Maladioshi Leninski –más conocida como Komsomol, en español Unión de Juventudes Comunistas Leninistas–, y secretario general de su Comité de Base en la fábrica de camiones GAZ –Gorkovsky Avtomovilini Zavod, Fábrica de Automóviles de la Ciudad Gorky, ciudad que después del descojonovich ha vuelto a llamarse Nizhny Novgorod–, se lavó la cara, se untó otra vez desodorante, lo cual no hizo que oliera mejor o que apestara menos, salió finalmente del baño del TU-154 –TU por A. N. Tupolev, el ingeniero insignia de la aviación soviética, que fundara su oficina de diseño 1922– y volvió al asiento mientras el avión comenzaba a descender una tarde de agosto, a nueve mil quinientos cincuenta kilómetros de Moscú, sobre la ciudad de La Habana.
En la pista de aterrizaje de la terminal número tres del Aeropuerto Internacional José Martí, una numerosa comitiva de militantes de la juventud comunista cubana –que sean jóvenes comunistas no quiere decir a su vez que sean jóvenes, algunos tienen mas de cuarenta años, como tampoco quiere decir que sean… bueno, no diré más… ¡que siga el cuento!–, algunos de ellos sosteniendo una enorme tela blanca con alguna consigna en letras rojas, comenzaron a agitar sus banderas, y a dar vivas y aplausos cuando el aparato tomó tierra, y una banda de música del ejército, con sus uniformes de parada, entonó las notas de La Internacional.
Ustimenko se emocionó al ver a través de su ventanilla las banderas rojas flameando sobre la multitud, y confirmó que había llegado al lugar preciso: la ostrav svaboda –la isla de la libertad, según todos los manuales de Geografía Política que heredó de su padre. Sacó su mochila del portaequipajes, se caló la bolchevique –la misma que antes usó su padre y antes el padre de su padre, y también el padre del padre de su padre, y así sucesivamente, no por tradición sino porque los Ustimenko siempre fueron unos muertos de hambre– y avanzó por el pasillo hasta la puerta de salida del avión.
Al asomarse, con los ojos entrecerrados por el brillo intenso del sol, pudo leer lo que ponía la pancarta: «Viva la amistad entre los pueblos de Lincoln y Martí» e inmediatamente vio como los jóvenes comunistas cubanos abrazaban a la delegación de la juventud comunista norteamericana que también visitaba la isla, y aun de lejos pudo comprobar que los jóvenes comunistas norteamericanos eran jóvenes, lo cual ya es pedir demasiado.
Stepánovich se alisó la camiseta roja con la hoz y el martillo en medio del pecho, descendió a pasos cortos, y comenzó a respirar el aire de la libertad.

GUSTAVO PÉREZ FIRMAT: EL AÑO QUE VIENE ESTAMOS EN CUBA (o las memorias de la mala memoria)

Ernesto Pérez Castillo

(Otro texto escrito hace un par de años, tras la lectura de un libro, esta vez El año que viene estamos en Cuba, de Gustavo Pérez Firmat.)

Era septiembre del ‘94, yo regresaba a casa luego de mis clases en el Instituto Superior de Arte, y en una de las calles escuché la música que me lo hubo de recordar: ese era un día de fiesta, y la fiesta se hacia a la manera de aquel barrio. Y dicho así, no he dicho nada.
Para decir algo tendría que decir que aun no había pasado lo peor del período especial, que hasta hace muy poco habían sido los apagones de ocho por ocho, que mi primo ya estaba en la base naval de Guantánamo después de haber sido rescatado por un guardacostas americano de una embarcación de mentiritas en alta mar, que el barrio que atravesaba era El Puente Negro, en La Lisa –donde se contrabandeaba lo incontrabandeable–, que regresaba a pie porque la bicicleta se me había vuelto a ponchar y ya ninguna guagua cubría ese trayecto, que era 27 de septiembre, que la fiesta era esperando el aniversario de los CDR, y que la música que se escuchaba era Willy Chirino que volvía a anunciar que ya, que ya vienen llegando.
La diferencia entre el primer y el segundo párrafo es que, aunque ambos son un ejercicio de memoria, el segundo rebosa de contradicciones mientras el primero es un párrafo light.
Por suerte es solo un párrafo. ¿Qué tal si fuera un libro de 200 páginas? ¿Qué tal una autobiografía? Pudiera creerse un ejercicio imposible. Pero no, Gustavo Pérez Firmat posee la rara habilidad de lograrlo.
El año que viene estamos en Cuba, escrito originalmente en inglés y dividido en tres partes, 10 capítulos, un epílogo y un índice desastroso que no coincide para nada con la paginación real (quizá este índice sea solo una traducción del original en inglés, sin revisar nunca la numeración), pretende ser una memoria-análisis de la condición vital de los cubanos que viajaron a Estados Unidos con la esperanza de muy pronto estar de vuelta, y se torna una especie de autobiografía light, toda vez que escamotea numerosos datos a la hora de rememorar.
Un párrafo de El año que viene... es especialmente demostrativo de esa habilidad para el escamoteo y la escaramuza, y lo transcribo tal cual:
«Algunos de los amigos batistianos de mí padre estaban en la casa la noche del 31 de diciembre de 1958. Uno de ellos era almirante en la Marina de Guerra Cubana. Poco después de la medianoche, recibió una llamada telefónica del Estado Mayor informándole que Batista y su familia se encontraban en Columbia, un campamento militar, listos para abordar un avión que los llevaría a Santo Domingo. El almirante decidió irse también, e hizo bien. Pero el padrino de mi hermano Carlos, que también era oficial de la marina, optó por permanecer en Cuba, ya que no había participado en la guerra. Su ingenuidad le costó caro. Cuando por fin salió de la cárcel, su esposa se había vuelto a casar y él no había visto a su hijo en más de veinte años.»
Este almirante, de quien por cierto Firmat olvida el nombre, me intrigó a primera vista. Pero Ventura Novo, en un artículo de sus memorias publicado en El Tiempo de New York, el 25 de julio de 1966, nos cuenta: «En el avión el silencio era tenso. Solo el trepidar de los motores daba un signo de vida. El piloto, coronel Antonio Soto, había recibido instrucciones bien claras: proa a Jacksonville, Estados Unidos. [...] Pese a la voz baja en que habló, todos pudimos oír al doctor Gonzalo Güell, hasta unos minutos antes Ministro de Estado, decir: “Con su permiso, presidente; yo estimo que sería mejor ir a Santo Domingo que a Estados Unidos”. [...] Silenciosos, demacrados, vi los rostros de Batista y su esposa Martha Fernández, a cuyo lado también preocupado, estaba su hijo Jorge. En otros asientos cercanos al mío, divisé al ex jefe de la marina de guerra, almirante Pedro Rodríguez Calderón [...]».
Lo primero sería entonces que algo recuerda mal Firmat, pues el destino que seguiría el avión se decidió ya con los pasajeros a bordo. Nadie lo sabía antes de ese momento, y nadie podía habérselo anunciado previamente por teléfono a nadie.
Y encima, el Almirante no era solo un Almirante, era el Jefe de Estado Mayor de la Marina de Guerra batistiana, cargo que había asumido, ¡qué casualidad!, el 12 de Marzo de 1952, a solo dos días del golpe de estado de Batista. Su puesto le duró 6 años, 10 meses, y 9 días, récord que solo superó el Capitán de Navío Alberto de Carricarte y Velázquez, quien ocupó similar puesto durante 11 años, de ellos casi siete también durante otra tiranía, la de Gerardo Machado.
En la dirección web cuban-exile.com/doc_201-225/doc0221a.htm se puede leer la composición del Poder Ejecutivo del Gobierno de Cuba en 1958, y allí aparece como Jefe del Estado Mayor de la Marina de Guerra el Contraalmirante José N. Rodríguez Calderón. Coinciden los apellidos, pero no es Pedro, es José, y es el mismo grado y cargo con que se le menciona en el Libro de Cuba, especie de enciclopedia publicada en 1954, aunque aquí aparezca no como José N. sino como José E.
Los oficiales de la marina que ocupaban las jefaturas de los tres departamentos en que se subdividía el Estado Mayor (Departamento de Dirección, de Administración, y de Inspección) alcanzaban apenas el grado de Comodoro. O sea, esa noche, en casa de Firmat, no estaba un Almirante de la Marina. No, allí estaba el único Almirante de la marina de Batista.
Y de ese Almirante nos cuenta Eduardo Robreño en su crónica Los Cuatro Caminos: «[...]En la piquera que estaba por la calle de Belascoaín trabajaban dos choferes que un día hicieron una rápida “carrera”, cobrándosela bien caro a la República. Uno llegó a ser Jefe de la Marina en tiempos de Batista y el otro fue ayudante de este y encargado oficial de dar “palmacristazos” a los oposicionistas del régimen[...]»
Quizás este ayudante, aficionado al “palmacristazo”, fuera el otro oficial de la marina «que no había participado en la guerra». Pero eso no podremos confirmarlo, pues Firmat también olvida (evita) su nombre.
Dos nombres que si puedo citar, y que evidencian en qué medida “no participaron” algunos oficiales de la marina en la guerra, los tomo del número de la revista Bohemia que circuló con fecha del 11 de enero de 1959. Aparecen en el foto reportaje Galería de asesinos: «En el desfile de asesinos del régimen, la Marina de Guerra tiene su más alto representante en Julio Laurent, oficial del Servicio de Inteligencia Naval. [...] Su centro de operaciones lo tenía últimamente en el Castillo de la Chorrera a donde llevaba a sus víctimas.»
El otro es el Comandante Blanco: «[...]el “socio” de Laurent en los crímenes de este. Al mando del puesto naval de la Chorrera brindaba la impunidad de esa fortaleza a su compinche para torturar allí a los que caían en sus garras[...]»
Ahora tenemos una idea más completa de quiénes eran los amigos que compartían la fiesta aquel fin de año de 1958, desdibujados en la memoria de Firmat. Y es una mala memoria que pudiera intentar justificarse por ser los recuerdos de un niño. Pero el niño creció, y al momento de escribir sus memorias había terminado su doctorado, y era un reconocido poeta, ensayista y profesor de Literatura hispanoamericana en la Universidad de Duke. Y un doctor no cita de memoria. Consulta fuentes. No le hubiera tomado gran esfuerzo.
De hecho, para encontrar al Almirante, me bastó visitar algunas páginas en Internet y hojear un par de libros y revistas que tengo en casa. Solo el Libro de Cuba fue consultado en la Biblioteca del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad. A Firmat le hubiera bastado con preguntarle a su padre.
Y es que como él mismo reconoce: «Aunque mis memorias de Cuba parezcan claras y precisas, en realidad recuerdo muy poco». Ello es particularmente evidente al ubicar el almacén que poseía su padre en la parte vieja de la ciudad: «ocupaba casi toda una manzana en la esquina de Paula y San Ignacio. [...] al frente, la iglesia donde se celebró la primera misa en La Habana.»
En esa dirección existe hoy en día un centro de entrenamiento deportivo, mayormente frecuentados por los niños de la comunidad. Y enfrente, está la Iglesia de Paula, construida entre los años 1665 y 1735.
Por cierto, la primera misa en La Habana se celebró el 16 de noviembre de 1519, y eso son 116 años antes de terminada la Iglesia de Paula que menciona Firmat, y dicha misa no se celebró en Paula y San Ignacio (que no existía entonces) sino a 16 cuadras de esa esquina (si se toma por San Ignacio para salir a Obispo) y a 14 cuadras (si se sigue la Avenida del Puerto), al pie de una ceiba en el lugar que hoy ocupa el Templete, en la Plaza de Armas, y fue precisamente la misa fundacional de la ciudad.
Un dato que le hubiera podido servir para dar realce al almacén, sin faltar a la verdad, sería el mencionar que la calle de Paula (hace mucho rebautizada Leonor Pérez) termina en el almacén que la Revolución le intervino a su padre, pero comienza en la otra punta, y en la acera de enfrente, con una casita modesta, en la cual nació José Martí.
Pero recordar tanto sería demasiado para Firmat, que solo recuerda esa primera misa que no fue.

Perteneciente a lo que se da en llamar “la generación uno y medio” –nacidos en Cuba que abandonaron el país en la adolescencia– su texto a ratos es muy interesante, sobre todo al llegar a la conclusión de que quienes cómo él viven en Estados Unidos, no ESTÁN exiliados sino que SON exiliados.
Esta diferencia crucial, Ser y no Estar, marca gran parte de su reflexión, y reconoce que ha sido un negocio y razón de ser parte de los cubano-americanos. Sus vidas perderían sentido sin esta cualidad.
Así, en cierta medida, El año que viene... constituye una radiografía del pensamiento y los traumas que llevan consigo quienes escogieron marcharse de Cuba a partir del triunfo revolucionario, particularmente los que lo hicieron en los primeros años, y sobre todo los hijos de estos. Y es también la tesis de defensa de una rara cubanía, explicitada cuando cita una serie de pertenencias que lo afirman en su identidad:
“Encima de los estantes de la cocina tengo una fila de velas de santería y una estatua de la deidad afrocubana de la cual soy medio devoto –Eleguá, el dios de los caminos, el que abre y cierra las puertas. [...] en las paredes de la sala y el comedor cuelgan pósters y cuadros cubanos –lienzos de pintores como Humberto Calzada y Arturo Cuenca, retratos de Miami Sound Machine y Willie Chirino [...] una carta autógrafa de Desi Arnaz, una portada de Bohemia. [...] y en la pared tengo un mapa antiguo de Cuba. Cada vez que voy a Miami, [...] regreso con más recuerdos y recordatorios de mi patria.”
Lo primero sería señalar que no existen las tales “velas de santería”. Cualquier vela puede ser utilizada para los rituales de este culto. Bueno, quizás en Miami sí haya quien produzca “velas de santería”. Luego, señalar que Eleguá no es “el dios de los caminos”, sino el que abre y cierra los caminos, y para nada es “el que abre y cierra las puertas”, pues la cultura de la que viene Eleguá no conocía las puertas.
Cabe aquí también preguntarse cómo será esa estatua de Eleguá, deidad que siempre he visto representada de manera muy simple, casi siempre alegórica, en una piedra, incluso un caracol, al cual se le incorporan rasgos humanos, que se reducen como regla a una representación de ojos y nariz.
Los cuadros cubanos que menciona Firmat son de pintores que no residen en Cuba. Lo mismo sucede con Desi Arnaz, actor residente en USA desde la década del treinta. Y “un mapa antiguo de Cuba” ya no nos sorprende: solo siendo antiguo garantiza que sea de antes de...
La referencia al Miami Sound Machine me trae a la memoria el verano del ‘83, en que era un adolescente recién graduado de la secundaría y vagabundo con un amigo en Varadero, nos sorprendió la noche sin tener donde dormir. Y nos salvó la vida una pandilla de friki-frikis, que nos ofreció albergue junto a ellos, clandestinos en la azotea de un hotel. Dormimos allí, al arrullo de un Selena, los únicos radios que captaban en Cuba la señal de frecuencia modulada. Y lo que se escuchaba era la «Super Q», la WQBA, «tu FM 108, Miami», una de las vías por las que entonces se enteraba uno de lo que sucedía con la música cubana fuera de Cuba.
Y esto viene a que Firmat, musicalmente, una y otra vez nos remite a Willie Chirino, y nunca va más allá Gloria Stefan y Celia Cruz. Como si no hubiera más música cubana al otro lado del estrecho. ¿Qué se hizo de (que hace Firmat con) Miguelito Valdés, en su momento uno de los cantantes latinos más respetados y mejor pagados de New York? ¿O con Israel López “Cachao”, Chano Pozo, Antonio Machín, Mario Bauzá, su cuñado Frank Grillo “Machito”, o el maravilloso Arsenio Rodríguez, Arturo Chico O´Farril, José “Chombo” Silva, Pupi Legarreta, Julio Gutiérrez, Fajardo y sus Estrellas o La Sonora Matancera? Nótese que con los reconocidos músicos que menciono me mantengo entre los que hicieron vida sobre todo en New York, desde antes o después de la Revolución. Y no mencioné a ninguno de los que como Lay y la Aragón, Revé y su Charangón, Chucho e Irakere, Formel y los Van Van, o El Tosco y NG, David Calzado y La Charanga Habanera, Piloto y Klimax, Issac Delgado o Paulito FG, permanecieron en Cuba y se han presentado más de una vez en los Estados Unidos.
Todo lo anterior confirma mi idea de que esa última línea, “Cada vez que voy a Miami, [...] regreso con más recuerdos y recordatorios de mi patria.” es un lapsus. Firmat debió escribir: “Cada vez que voy a Miami, [...] regreso con más recuerdos y recordatorios de Miami.”
En cambio, para describir las cosas que lo conectan con USA, Firmat apunta: “[...] desde la banderita que tengo sobre el escritorio hasta el carnet de votar que guardo en la billetera.”
Qué curioso que tenga una “banderita” norteamericana en su escritorio, y no mencione una bandera cubana por ninguna parte. Qué curioso que las cosas cubanas estén en la cocina –como los criados de la casa– o en la sala –donde las vean las visitas. Qué curioso que su escritorio, el lugar donde trabaja, piensa y escribe Firmat, esté presidido por una bandera norteamericana


Bibliografía

Kuchilan, Mario, Fabulario, Retrato de una época, Ediciones Huracán, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972
Pérez Firmat, Gustavo, El año que viene estamos en Cuba, Arte Público Press, Houston, 1997
Robreño, Gustavo, Cualquier tiempo pasado fue..., Editorial Letras Cubanas, 1978.
Libro de Cuba, La Habana, 1954
“Galería de Asesinos”, Revista Bohemia, La Habana, Año 51, No. 2, Enero 11 de 1959, p. 155

domingo, 19 de septiembre de 2010

ELISEO ALBERTO: SEGUNDO INFORME CONTRA SÍ MISMO

Lightning P38


Ernesto Pérez Castillo

(Acabo de reencontrar esto que escribí hace un par de años, cuando leí el libro Dos Cubalibres, de Eliseo Alberto. El libro me resultó tan disparatado, que no me provocó sino este análisis en tono de farsa, que me dio risa entonces, y ahora me la ha vuelto a dar.)

He descubierto a un encubierto agente de la CIA, y seguramente me darán por ello una medalla, o un televisor Panda. O un reloj despertador. O un diploma. O por lo menos un Bono de Destacado. Una estrellita roja. En fin, algo. Algo es algo. Su nombre es Eliseo Alberto.
Fui corriendo a la más cercana de las cuatro oficinas de denuncia de la Seguridad del Estado que hay en mi cuadra, pero no pude hacer mi declaración porque no había luz –por culpa del bloqueo imperialista tenemos apagones de 37 horas diarias, y a veces más– y la computadora con la base de datos de los enemigos del pueblo no podía encenderse. Quise ir a las oficinas de denuncia de la cuadra de al lado, pero igual estaban en apagón. Y así mismitico estaban las de todo el municipio, la provincia y el país.
No importa. Nada nos detendrá en nuestro avance victorioso. Por lo pronto dejaré todo por escrito mientras llega el barco venezolano con los diez millones de toneladas de petróleo que harán que nunca más nos falte la corriente.
A ver y cuento el cuento desde el principio, porque principios es lo que nos sobra en nuestra patria socialista. La cosa fue así: ayer andaba por el Vedado, y de pronto el viento hizo que se ajuntaran entre mis botas cañeras un montón de papeles escritos a máquina. Desde que recogí el primero, y lo leí, me di cuenta que ahí había gato encerrado. Por eso, y con paciencia, los recogí uno por uno, y como la ventolera había aflojado, cada vez los papeles me quedaban más lejos, pero caminé para aquí y para allá, tras ellos, hasta que recogí el último… ¿y saben ustedes dónde estaba parado cuando recogí el último? Pues ni más ni menos que en medio del Malecón… ¡¡¡frente a la embajada americana!!!
Así mismito, y una de las ventanas de la embajada estaba abierta, y vi como el viento sacaba todavía de allí otra hoja, que vino directamente ella solita a mis manos, y resultó que era la página que traía el título del material que yo acaba de recoger. Decía: Dos Cubalibres, y tenía el subtítulo: “Nadie quiere más a Cuba que yo”.
Con todo el material en mis manos confirmé de qué se trataba el asunto: era el original de un libro contra nuestra patria socialista, que se les había volado por la ventana a los americanos. Le pregunté a algunos socitos del barrio, y todos conocían el libro, que lo había publicado Ediciones Península en 2004. Otra patraña internacional para hablar mal de Cuba y regar por todo el mundo más chismes falsos contra nuestro amado país.
Lo importante es que gracias a la ventolera supe, y lo puedo demostrar, que todo no es más que una maniobra de la CIA, pues si no, ¿por qué el original, escrito a máquina, estaría todavía guardado en la embajada americana?
Leí todo aquello con sumo cuidado, pues leer esas cosas que escriben los enemigos de la patria es peligroso, pues puede revolverte el cerebro. Pero yo tomé precauciones: cogí un periódico Granma, y lo abrí, y cada vez que sentía un mareo leyendo el manuscrito, rápidamente me leía alguna noticia de Granma, que es un antídoto excelente. Así fue que pude llegar al final y seguir siendo comunista todavía.
Para entrar poco a poquito en el asunto, resumiré primero brevemente las conclusiones a las que este libro me ha hecho llegar:

PRIMERO: Eliseo Alberto está preparando una invasión armada contra Cuba.
SEGUNDO: Eliseo Alberto piensa postularse para presidente de Cuba cuando en esta isla se caiga el comunismo.
TERCERO: Eliseo Alberto no quiere a Cuba sino todo lo contrario.
CUARTO: Eliseo Alberto no sabe ni jota de historia. Ni de aviones. Ni de huracanes. Ni de casi nada.
QUINTO: Eliseo Alberto es un agente de la CIA.

Ahora pasaré a demostrar una por una mis conclusiones.

PRIMERO: ELISEO ALBERTO ESTÁ PREPARANDO UNA INVASIÓN ARMADA CONTRA CUBA.
Esto se respira en todo el libraco, basta para ello ver solamente el enfermizo lenguaje que utiliza, excesiva, gratuita y aburridamente bélico y militaroide. Cito varios ejemplos:
-Si se apagan las ascuas de la PÓLVORA, poco a poco renacerá la hierba hasta en los CAMPOS DE BATALLA. (p.170)
-… el primer mandamiento seguía siendo LA ORDEN INAPLAZABLE de amarnos los unos a los otros… (p.171)
-Me vienen a la mente dos eventos de GRAN CALIBRE celebrados en La Habana… (p.175)
-… los errados somos los soñadores de ese PEQUEÑO BATALLÓN de ingenuos que dentro y fuera de la isla… (p.199)
-La idea me había tentado desde que ESTRENÉ ARMAS en el oficio del periodismo y me ENROLÉ EN LOS BATALLONES del cine. Por una razón u otra posponía el ABORDAJE de la primera cuartilla. (p.202)
-A las cuatro o cinco líneas, apareció un EJÉRCITO de personajes extravagantes y enloquecidos. ME CONQUISTARON. (p.203)
-La literatura, la de realeza, no apunta con ESCOPETAS DE PERDIGONES hacia esos patos disecados que se empolvan, mustios, en los estantes de nuestro Museo de Historia; la letra impresa debe procurar la CAZA DE ALTO VUELO, y siempre habrá que intentar el DISPARO a partir de los PRINCIPIOS ELEMENTALES DE LA BALÍSTICA. (p.209) (esta definición sobre qué debe ser la literatura es buenísima, por eso la decidí pasársela al comisario político que atiende mi taller literario)
-… buscaba TRINCHERA en la biblioteca. (p.237)
-…para volver a respirar si era posible el OLOR A PÓLVORA de su destronada juventud. (p.250)
-…lenguas de pimiento rojo y MUNICIONES de chicharos verdes. (p-256)
-…traía consigo un montón de palabras nuevas, y quizá semejante ARMAMENTO resultó… (p.258)
-…un gran dominio del tema, visto desde los dos FRENTES DE BATALLA. (p.258)
-… polígonos que los conflictos políticos BOMBARDEABAN con CAÑONAZOS de insultos. (p.258)
-La literatura es un terreno movedizo. Un CAMPO MINADO de trompetillas. (p.259)
-Soy apenas un lector al que le agradan los DUELOS, y siendo así, prefiero que saquen sus ESPADAS los que se han ENTRENADO para BATIRSE a MACHETAZOS. Me considero un padrino de ARMAS, cuando mucho. (p.260)
-Rubén tiene BUENA PUNTERÍA, si no jamás habría DISPARADO letra a letra, fiera a fiera, las crónicas de vida o MUERTE que hoy reúne en su primer libro. (p.280)
-…Ernest Hemingway o al maestro Isaac Babel, dos FRANCOTIRADORES de la literatura universal… (p.280)
-¿cómo escribir este apunte en una libreta de CAMPAÑA? (p.280)
-Cuando se está en CAMPAÑA, la primera VICTORÍA de cada día debe ser tan simple como abrir los párpados y respirar el aire contaminado por la PÓLVORA. (p.280)
-… la primera MISIÓN de la nueva jornada… (p.281)
-El ARMA de un reportero es la mirada; para DAR en el CENTRO DEL BLANCO no basta, sin embargo, alinear el oficio a la pupila, la pupila a LA MIRA y LA MIRA al OBJETIVO PRINCIPAL, antes de APRETAR EL GATILLO de la cámara. (p.281)
-… el DOLOR de lo roto bajo la METRALLA… (p.281)
-Era un hombre que se escondía en sus seudónimos, como un ESPÍA (p.282)
-… coincidimos en LA TROPA de reporteros de una publicación… (p.282)
-Nuestros novelistas de raza rara vez se LANZAN AL RUEDO con ARMAMENTO de poetas… (p.319)
-… LA TROPA, en LA AVANZADA, de los poetas novelistas. (p.319)
-Diríase que los hombres y las mujeres de los circos viven libres en la PATRIA de las carpas, sin más BANDERAS que la del arte y sin otro ARMAMENTO que no sea el SABLE de la imaginación… (p.344)
-… las arecas son mal ESCUDO. (p.372)
-Una perdida de tiempo que atrasa el AVANCE DE LA TROPA… (p.386)
-… como ESTANDARTE de una ardorosa adolescencia en fuga. (p.387)
-El tiempo es un VERDUGO y trae un HACHA en la mano. (p.387)
-… dos espejos frente a frente –dos CENTINELAS de hielo. (p.387)
-El alma siempre está en GUERRA contra el músculo. (p.388)
-… Charin debió aprender a girar sobre guijarros y a saltar entre CAMPOS MINADOS… (p.388)
-… ni el HUMO de los aplausos queda… (p.389)
-Los DARDOS del risoteo atraviesan el salón. (p.395)

Con lo que hasta aquí he copiado creo que basta para demostrar el punto de que Eliseo Alberto está preparando una artera invasión armada a nuestra querida patria. Por eso, su subconsciente lo traiciona y se le escapan todos esos términos militares cada vez que escribe media cuartilla. Que nadie sea ingenuo y vaya a creer que es mediocridad ni pobreza de lenguaje. Nada de eso, ¡¡¡qué va!!! Lo dicho, el tipo está organizando algo gordo contra Cuba. Demostrado el punto: hay que estar preparados.

SEGUNDO: ELISEO ALBERTO PIENSA POSTULARSE PARA PRESIDENTE DE LA REPUBLICA DE CUBA CUANDO EN ESTA ISLA SE CAIGA EL COMUNISMO.
Este punto es sencillísimo de demostrar. Primero, porque ese es uno de los afanes de todos y cada uno de los locos a quienes se les mete entre tarro y tarro tumbar a la revolución. Ninguno quiere ser, una vez tumbado el comunismo, chofer de guagua ni bombero ni enfermera del hospital de emergencias… no, todos se apuntan para presidente, y para ello comienzan por promocionar su pedigrí… De pronto, todos son gente de buena familia, y bla-bla-bla…
En fin, concentrémonos en Eliseo Alberto de Diego García-Marruz. Esta vez pongo su nombre, así completo, porque así lo puso en la solapa de su libro (el mentado Dos cubalibres), en su ficha de presentación. Solo le faltó poner, antes del nombre, un título nobiliario. O anteceder su nombre con un “Ilustrísimo”, o “Su Excelencia”. O por lo menos, un Don, un Señor, un Mister… no sé, algo así. Cualquiera sabe por qué no se decidió a poner algo de eso.
Eso sí, por modestia no fue. Porque esa misma ficha afirma que él es: “uno de los grandes de la literatura latinoamericana”. De un plumazo él ha entrado en el panteón de los Borges, los Rulfo, los Carpentier…
Si ello no alcanzara para escandalizar a cualquiera en su sano juicio, en la página 195 se puede leer: “Todos los días de su Dios, papá está en su reino: la patria universal de la poesía. Además, por si fuese poca tanta fortuna, la red familiar que él ayudó a tejer representa una estirpe fundacional de la cultura cubana.”
¡¡¡Alabao!!! ¿Abrase visto tamaño egocentrismo? Si Eliseo Alberto hubiese nacido en Buenos Aires, esa sola cita bastaría para hacer otros mil chistes sobre los argentinos. Pero el nació en La Habana, así que los argentinos quedan libres de toda culpa, tanto como ninguna responsabilidad por esa frase le cabe al grandísimo poeta que seguirá siendo por toda la eternidad nuestro Eliseo Diego, impecable siempre por su humildad.
Humildad que desconoce y despractica Eliseo Alberto, pues con esa línea intenta lucrar a su favor con el altísimo prestigio intelectual de su familia, y acerca la llama a su propio caldero, pues no hay que olvidar que según él mismo, él es “uno de los grandes de la literatura latinoamericana”. Obviamente, quiere pasar por la estrella principal… Vaya, mejor dicho, que para presidente de la republica, mejor que él, ni pintado.

TERCERO: ELISEO ALBERTO NO QUIERE A CUBA, SINO TODO LO CONTRARIO.
Pese a que su libro lleva el subtítulo: “Nadie quiere más a Cuba que yo”, sus 398 páginas nos convencen de lo contrario, y ese subtítulo no parece ser sino una disculpa ante la cantidad de barrabasadas anticubanas que se pueden inventariar en él.
Veamos algunas, pero pocas, para no aburrir demasiado esta vez:

-… nuestra negativa a negociar (a pensar incluso) (p.38)
-… los cubanos somos desmemoriados y epidérmicos. Zorros. (138)
-… esta islita demente e irresponsable, cabecidura, de rumberos atléticos y bailarinas carnosas (…) tierra de peloteros, espiritistas, boxeadores, poetas y sementales. (p.166)
-¿Será posible que lo mejor que podría suceder a mi isla es que acabe siendo una nueva Atlántida…? (p.167)
-… esa isla quebrada, insolente, hambrienta, guapachosa, jinetera… (p.172)
-Ser mentirosos, en el buen sentido de la palabra (¿?), parece ser condición esencial del cubano. (p.203)
-Los cubanos estamos condenados a ser músicos o bailarines o rumberos o boxeadores o peloteros o abakuá o tiratiros o chismosos o valientes o mira huecos o jineteras o pajaritos o bugarrones o buena cama o geniales o bandidos. En tales valores se sustenta la fama de nuestro ser nacional… (p.328)
-Cuba no solo es sensual, graciosa, chiquitica: también es ingrata. (p.352)

Si eso piensa alguien que “quiere a Cuba”, ya entonces Cuba no necesita de alguien que la odie.

CUARTO: ELISEO ALBERTO NO SABE NI JOTA DE HISTORIA. NI DE AVIONES. NI DE HURACANES. NI DE CASI NADA.
En esta parte comentaré apenas dos de los muchos disparates que el ilustrísimo Eliseo Alberto comete en Dos Cubalibres.

El asunto Exupéry
En La pulsera de Antoine y su “querida enana” (uno de los artículos recopilados en Dos Cubalibres), Eliseo Alberto hace gala de su incapacidad para la confirmación de datos, su escasa potencialidad para la imaginación de escenarios, y su habilidad para contradecirse.
Entrémosle. En la página 105 asegura: “Y así murió: Antoine de Saint Exupéry se estrelló en el mar, el lunes 31 de julio de 1944, mientras realizaba una misión de reconocimiento para preparar el desembarco aliado en Provenza, a bordo de su caza de combate predilecto, un Lightning P38, matrícula 2734-L, con muchas horas de vuelo en sus alas y algún que otro ratón en la cabina. Nunca apareció el cadáver –tampoco restos del fuselaje. Se los tragó el océano.”
Es difícil, pero que muy difícil, crear otro párrafo con más disparates juntos.

a- El avión de Exupéry no se estrelló en el mar, sino que “fue derribado por un caza alemán (…) Daniel Decot, que investigó sobre las operaciones aéreas en el Midi francés durante la Segunda Guerra Mundial, junto con el veterano piloto alemán Gunther Stedtfeld, descubrió en los archivos del comando germano documentos que informaban acerca de lo ocurrido. En la fecha y hora mencionadas el joven aspirante Robert Heichele, muerto en acción pocos días más tarde, había avistado cerca de la costa francesa el avión de Saint-Exupéry y le descargó desde atrás el fuego de sus ametralladoras.” (1)
Alto y claro: al avión de Exupéry lo estrelló, en el aire, el fuego de las ametralladoras de un caza alemán. Cuando cayó al mar, no se podía estrellar más…

b- Donde dice “a bordo de su caza de combate predilecto, un Lightning P38, matrícula 2734-L”, vale aclarar que todos los “cazas” son de “combate”, por tanto este “de combate” que pone Eliseo Alberto sobra –por más que le guste a Alberto el Militar la verborrea bélica.
Además, el Lightning P38 no solo era el “predilecto” de Exupéry, sino que: “El bimotor lightning era un diseño revolucionario para un interceptor de largo alcance. Sirvió en todos los teatros de guerra, y fue el principal caza de muchos de los mayores ases en el teatro del Pacífico. El Mayor Richard Bong derribó sus 40 enemigos volando P-38s en el Pacífico. Los P-38s fueron también usados en la famosa misión que interceptó y derribó al Almirante Japonés Isoroku Yamamoto sobre Bougainville. (…) Aunque no era tan maniobrable como otros cazas, esto era más que compensado por su alcance, la confiabilidad de sus dos motores, y su efectividad en diversos tipos de misiones.” (2)
Además: “… el hecho de contar con dos motores Allison V-12 daba mayor confianza a los pilotos ya que tenían que efectuar recorridos muy largos sobre el agua. La fiabilidad y el largo alcance que le daban sus dos motores eran factores muy importantes, especialmente sobre el Pacífico. Sus hélices contrarrotorias (que giran en sentido inverso respecto de la otra) neutralizaban el efecto del par motor, lo que hacía mucho más fácil el pilotaje del P-38. Su gran potencia de fuego concentrada en el morro y moderno tren de aterrizaje con disposición de triciclo contribuyeron a popularizar el P-38 entre los pilotos. (3)
En fin, que ese era el caza “predilecto” de muchos pilotos, y por tanto nada raro que lo fuera también de Exupéry. Eso era lo normal, entonces ¿para qué rayos Eliseo Alberto lo resalta?
Lo de “matrícula 2734-L” no va mejor encaminado. La matricula del caza de Exupéry era "41-68223". La cifra 2734-L corresponde en realidad al número de serie de uno de los turbo-compresores del avión. (4)
c- Nadie podría asegurar de dónde saca Eliseo Alberto eso de “y algún que otro ratón en la cabina”. Suelen encontrarse ratones en los barcos, donde es posible encontrar comida, incluso en algún avión comercial… pero en un ¡¡¡caza!!!, monoplaza además, ¿qué encontraría de interesante un ratón? Nada, el que tiene ratones en la cabina es solo el propio Eliseo Alberto.

d- Si en un punto Eliseo Alberto aprieta es cuando afirma: “Nunca apareció el cadáver –tampoco restos del fuselaje.” Resulta que sí aparecieron restos del fuselaje, y hasta el periódico Granma lo publicó, ¡que ya es mucho decir! (5) Lo peor es que si usted pasa la página verá que él mismo lo dice: “... buzos y expertos del Departamento de Investigaciones Arqueológicas submarinas (…) confirmaron que sin lugar a dudas el código de serie del aparato descubierto por el submarinista correspondía al número del Lightning P38…”
Nótese además que, lo que antes para él era “matrícula” ahora lo ha convertido en “código de serie”. Indudablemente Eliseo Alberto tiene un problema al “Nombrar las cosas”.

e- Y para terminar, refiriéndose a los restos del avión de Exupéry, Eliseo Alberto afirma: “Se los tragó el océano”. Pero, ¡ah, que pena!, Exupery había despegado de la isla de Córcega (según el Pequeño Larouse Ilustrado que tengo a mano, en su edición de 1968: Córcega, isla del Mediterráneo que forma un dep. francés; cap. Ajaccio. Fue cedida por los genoveses a Francia en 1768.) y fue derribado frente a Marsella, también en el Mediterráneo. Así que los restos del avión no se los tragó ningún océano, porque no hay ningún océano por allí cerca. Sencillamente, si alguien se los tragó fue el mar. Para ser más exactos, el Mar Mediterráneo.

Uffff, para ser un estudio sobre un solo párrafo, ya he dicho bastante. Creo. Puede calcular usted solito cómo será de exacto y preciso el resto del libro. Pero sigamos con lo que cuenta Eliseo Alberto sobre Exupery, pues aun queda más.
Una frase le quedó especialmente bonita…: “Antoine catapultó su cigarrillo entre el pulgar y el índice e inicio la maniobra de regreso.” ¡Qué romántico! Solo que el Lightning P38 es un caza, con dos motores de 1,150 HP cada uno, que desarrolla una velocidad crucero de 483 Km/h y tiene un techo de vuelo de 11 887 m (6).
O sea, no es un aeroplano, como al parecer lo supone Eliseo Alberto, donde uno podría arrojar un cigarrillo descuidadamente hacia fuera, porque, sencillamente, en el Lightning P38 la plaza del piloto es una cabina cerrada. Ningún piloto fumaría ahí dentro. Y si fumara, no arrojaría la colilla del cigarro encendida dentro de la cabina, pues eso muy probablemente desataría un incendio a bordo.
Este otro fragmento es genial: “Una mañana de 1998, al sacar sus redes de pesca (…) un joven francés encontró aquella pulsera con los nombres de Antoine y Consuelo (…) hallar un brazalete que estuvo sesenta años hundido en el fondo del océano es tan imposible como contar grano a grano la arena del Sahara.”
Como puede observarse, Eliseo Alberto sigue emperrado en hacer del Mar Mediterráneo un océano. Cuando en la universidad yo estudié Cibernética, aprendí que a eso se le llama “arrastre de error”, y mucho antes, cuando estudie Matemáticas en segundo grado, aprendí a restar, y por ello sé que 1998 (la fecha en que fue hallada la pulsera) menos 1944 (la fecha en que el avión de Exupéry fue derribado) arroja el resultado de 54 años. ¡¡¡Nunca 60 años, por Dios!!!

¡El ciclón del 26!
En la página 140 de su Dos Cubalibres, Eliseo Alberto reporta: “El viernes 13 de agosto de 1926 los cubanos amanecieron en medio de una de las peores pesadillas que sacuden el Caribe: un huracán endemoniado arrasaba la isla de punta a cabo (…) Ese viernes, en la hacienda Macana, ubicada en un poblado tan pequeño que su nombre, Birán, apenas aparece en los mapas, nacía entre relámpagos un niño al que bautizaron como Fidel…”
Si bien nuestra temporada ciclónica se extiende de junio a noviembre, el período de mayor peligrosidad es el mes de octubre, pues históricamente en esa fecha es cuando más se han reportado los azotes de dicho fenómeno atmosférico a la isla.
Y el año de 1926 no fue diferente en ello. El único huracán reportado en dicho año en territorio cubano no pasó sobre la isla el 13 de agosto, sino más de dos meses después, entre el 19 y el 20 de octubre. (7)
Fue un huracán de Categoría 4, que dejó aproximadamente 600 muertos. La presión mínima registrada en la estación meteorológica de Casablanca con un microbarógrafo altamente sensible y confiable, fue de 951 hPa. Los anemómetros de Casablanca dejaron de funcionar al registrar vientos de 160 Km/h. (8)
Este huracán, conocido popularmente desde entonces como “el ciclón del 26”, no cruzó “la isla de punta a cabo”, sino que siguiendo rumbo norte noroeste pasó sobre la Isla de la Juventud (entonces Isla de Pinos) y luego recurvó hacía la provincia de La Habana, atravesándola casi verticalmente, de norte a sur. Para más detalle, ver la foto con su trayectoria.
Es decir, no hubo ningún ciclón el día en que nació Fidel. El único ciclón reportado ese año es el muy conocido “Ciclón del 26”, que atravesó la isla por su región occidental –a más de mil kilómetros del pueblo de Birán, en el oriente del país– dos meses después de que naciera Fidel.

Otros disparates “menores”
Hay más, muchos más. Aquí solo anotaré cuatro excelentes ejemplos de su proverbial torpeza.
-“…con camisas de mangas cortas, blancas y apretadas al antebrazo.” (p.240) Para que las camisas queden apretadas al antebrazo, deberían ser de mangas largas.
-“…no debe haber ascendido a los infiernos…” (p.249) Tradicionalmente, a dónde se “asciende” es a los cielos. A los infiernos suele descenderse.
-“…irse a hacer el amor entre las olas, como debe ser, como delfines.” (p.255) Más cheo y picúo no le pudo quedar. Más le vale a Eliseo Alberto seguir de burdo copión de García Márquez, que ponerse a plagiar aquella cursilísima balada que canta: “bailar pegados es bailar/igual que baila el mar/con los delfines/corazón con corazón/en un solo salón/dos bailarines”.
-“Plumón en mano, tachaba el libreto original con un bolígrafo de tinta verde.” (p.271) ¿En qué quedamos? Si va a tachar con un “bolígrafo de tinta verde”, para qué Eliseo Alberto describe al personaje “Plumón en mano”?

El Exilio
Este disparate hay que perdonárselo, pues es un disparate obligado. Decir que es un exiliado le da cierto lustre a Eliseo Alberto: el que sus malas letras no le dan. Por ello repetirá hasta el cansancio que es un exiliado:
-Opinar desde el exilio se parece a gritarle al horizonte o a la luna. (p.16)
-Recorro las paredes de mi exilio. (p.26)
No obstante, este exiliado reconoce:
-Hace poco regresé a La Habana… (p.196)
Pero hay mucho más que esa sola visita. El libro reproduce una entrevista que debe haberse hecho él a sí mismo, pues no da ningún crédito sobre el entrevistador, y en dicha entrevista se produce este diálogo:
-Has regresado a la isla…
-Cuatro veces, y siempre tuve necesidad de visa… (p.27)
Es sin dudas, un exiliado de lujo. Como tantos otros “exiliados”, viaja a su país cada vez que le viene en ganas, y además no lo hace, clandestinamente, sino que pide permiso primero, esto es: le avisa al gobierno –que supuestamente le persigue– que entrará al país, y ese gobierno le permite entrar, no lo apresa en el mismo aeropuerto, ni no hace nada en su contra… ¡¡¡cuánta persecución y cuánta crueldad!!!
Es más, en la página 354 anota: “Rescribo las notas que hice cuando visité a Raúl (Rivero) en su casa, durante mi primer regreso a la isla con visa de turista. (…) “La cámara que me graba está en el balcón de enfrente”, dice mi anfitrión…”
En su primera visita autorizada por el gobierno que lo persigue, no hace sino ir directamente a casa de uno de los más reconocidos “opositores” al gobierno, al cual incluso una cámara lo vigila día y noche, y por tanto también habrá grabado la presencia allí de Eliseo Alberto, y el gobierno que lo persigue con saña y que le ha obligado al exilio no hace nada contra Eliseo Alberto, sino que por el contrario le deja volver a salir del país, y le dejará entrar al menos otras tres veces más, sin represalias.

QUINTO: ELISEO ALBERTO ES UN AGENTE DE LA CIA
Por todo lo anterior, por estar organizando una invasión militar a nuestra querida patria socialista, por aspirar a ser el presidente de Cuba cuando se caiga el comunismo, por odiar a Cuba más que nadie, y por no saber nada de historia ni de aviones ni de huracanes –y esto último es especialmente peligroso, pues imagínese que nos pasaría a todos si Eliseo Alberto llega a presidente sin saber nada de huracanes y le da por comandar a la defensa civil– es que afirmo que Eliseo Alberto es un agente de la CIA, y en cuanto venga la electricidad iré a denunciarlo.
La suerte es que el propio Eliseo Alberto reconoce su torpeza, pues en su Dos Cubalibres, en aquella entrevista que ya dije que él mismo se hace, él mismo se pregunta y él mismo se responde:
-¿Qué le debes a la revolución?
-Una crítica más inteligente. (p.31)

NOTAS:

1.http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/04702963411558362977857/p0000023.htm

2.http://64.233.169.104/search?q=cache:ZGS3bJpsGWIJ:www.geocities.com/capecanaveral/hangar/8521/p38.htm+%22Lightning+P+38%22&hl=es&ct=clnk&cd=2&gl=cu&lr=lang_es

3.http://www.avionesclasicos.com/usaf/p38.html

4.http://www.rionegro.com.ar/arch200404/08/v08t01.php

5.http://www.granma.cu/espanol/2004/abril/vier10/elavion.html

6.http://64.233.169.104/search?q=cache:ZGS3bJpsGWIJ:www.geocities.com/capecanaveral/hangar/8521/p38.htm+%22Lightning+P+38%22&hl=es&ct=clnk&cd=2&gl=cu&lr=lang_es

7. http://www.cadenagramonte.cubaweb.cu/ciencia/huracanes.asp
http://www.radiocaribe.co.cu/Secundaria/Ciencia%20y%20Tecnica/8.htm
http://www.bohemia.cubaweb.cu/eltiempo/huracanes.html
http://www.insmet.cu/sometcuba/boletin/v07_n02/art_ramontabla1.htm

8.http://www.met.inf.cu/Sometcuba/boletin/v06_n01/espanol/art_551.htm


jueves, 16 de septiembre de 2010

DE PELOS LARGOS Y MÁS QUE NADA DE OTRAS COSAS

Ernesto Pérez Castillo

Eran las diez de la mañana, yo tenía siete años, y un pelado costaba ochenta centavitos. Mi padre, que entonces como el resto de los padres era casi todo el tiempo militar, me mandó donde Tito, el barbero de la esquina, a cortarme el cabello.
Me tocó tras un muchacho al que recién habían llamado a filas. Se sentó en el sillón giratorio y a la pregunta del barbero contestó con tres palabras y ni una más: ¡a lo militar!
La sola idea de que había un pelado «¡a lo militar!» me llenó de emoción y calculé el orgullo de mi padre subteniente si por mi propia voluntad me hacía cortar el cabello de aquel modo. Cuando me tocó responder no lo dudé un segundo, yo también dije muy decidido: «¡a lo militar!».
Así, llegué a la casa con la cabeza al cero y un matojo de pelos sobre la frente. Mi padre al verme cambió de color, se puso de pie, se colocó la gorra y desenfundó la pistola. ¡Qué habría sido del humilde Tito si no logro convencer a mi padre de que aquello había sido cosa mía!
Ya en sexto grado, con más años y más greñas, fui electo para representar a la escuela en alguna actividad: me portaba bien, hacía las tareas, y tenía muy buenas notas. Al enterarse, el director se opuso cerrado en redondo. Yo no representaría a la escuela ni jugando. ¿Por qué? Pues porque desde la semana anterior él me había mandado a pelar y yo ni caso.
Nuevamente un problema por el largo –o el corto– de mi cabellera. Si antes mi padre se molestó –molestó es un eufemismo, una elipse que uso aquí para adecentar su reacción– por lo corto de mis cabellos, mi abuela al contrario –junto a los directores– se pasó la vida protestando porque lo tenía siempre muy largo. Cada vez que me veía se ofrecía a pagarme el pelado, y me daba una y mil razones que me convencieran de visitar a Tito.
Su razón preferida era que con el pelo tan largo parecía una muchacha. La cuestión es que mi abuela, ajena a las movedizas arenas de la moda, no se había percatado de que para la época las muchachas llevaban la cabeza al cero total, como la O'Conor.
A los dieciocho años decidí raparme: casi le da un patatuz. Suerte que ella no tenía pistola, pues ahí sí que Tito no hubiera salvado el pellejo. Total que, si largo me regañaba, corto me regañaba igual.
Cierta vez llegó a mis manos un libro de fotos de la Revolución. Cualquier fotógrafo de hoy moriría feliz si logra una instantánea, una sola, como aquellas –y esto me trae a la memoria «¿besar tus labios quisiera?.... y luego morir». Pero aquí no hablo de fotos, sino de pelos, y fueron ellos, los pelos, lo larguísimo de aquellos pelos –de alguna manera los protagonistas de la Sierra– lo que más me impresionó. Por sobre todo, una foto del Che Guevara, sentado, de espaldas a la cámara, una caña de pescar entre las manos, y una de las melenas más largas y más hermosas que jamás he visto.
¿En que momento tener el pelo largo perdió su toque de sagrada fuerza, de heroicidad, su simbolismo épico? No lo sé, pero desde entonces llevar el pelo largo te convertía solamente en un «pelú», sin más acá ni más allá, y tu deber ciudadano era pagar las cuatro pesetas con las que entonces –¡qué tiempos aquellos!– se contentaba Tito.
Recuerdo también la vez que El ruso –no era ruso pero le decíamos El ruso porque nos daba clases de ruso, que entonces se estudiaba ruso en la secundaria y en el pre– nos dijo muy serio: «¡yo no tengo un pelo de tonto!». Y era cierto. El ruso no tenía un pelo de tonto. Ni de ninguna otra cosa. El ruso no tenía pelo, era calvo como una pelota de poli. El aula se echó a reír, y al segundo El ruso reía también. Es una de las personas que más he admirado en mi vida, dándome igual ocho que cincuenta y cuatro que fuera calvo.
¿Y a que viene esta muela de tusos y peluces?
Viene a que no hablo de mí, sino de la sociedad. Las costumbres, y los prejuicios, a veces exigen de las personas cosas tontas, a veces no tan tontas, a veces graves. Pareciera que frente a ello queda uno desarmado. Pero no. Existen los derechos. El derecho a tener el pelo corto, o largo, o lacio, o rizadísimo, o trenzado, o en moño, o amarillo, o negro, o verde, o rojo. Eso por seguir con lo de los pelos. Porque para todo lo demás existe, primero que nada, el derecho a tener derechos.
Aunque a mí se me esté cayendo el pelo.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

EL MODELO CUBANO NO FUNCIONA

Por M. H. Lagarde

Como el modelo cubano no funciona…

…cuando a Patricia le dolió la cabeza en medio de la clase matemáticas del cuarto grado de la escuela Benito Juárez, en Buena Vista, la maestra le tocó la frente y decretó que la niña tenía fiebre y que había que mandar a buscar a sus padres.

Como el modelo cubano no funciona…

…cuando los padres de la niña la llevaron al Policlínico, la doctora de guardia no solo vaticinó que Patricia tenía varios síntomas similares a los del mortal dengue hemorrágico, sino que además dio parte de la novedad a las autoridades de salud pertinentes.

Como el modelo cubano no funciona…

…a alguien se le ocurrió que, para evitar daños mayores, era necesario activar la campaña antivectorial y por tanto movilizar voluntarios para darle caza al malévolo mosquito Aedes aegypti.

Como el modelo cubano no funciona…

…por los centros de trabajo aledaños a la primaria Benito Juárez pasaron una lista para que se apuntaran en ella los que, a pesar del insoportable calor, estuvieran dispuestos a enfrentar el vector y evitar así una presunta epidemia.

Como el modelo cubano no funciona…

…y todo el mundo no estaba dispuesto a sofocarse por solo una probabilidad, alguien recordó aquella ocasión en que, desde el paradigmático sistema que sí funciona, se introdujo la enfermedad del dengue en la Isla y por tal motivo fallecieron 101 niños, algunos de ellos más pequeños que Patricia.

Como el modelo cubano no funciona…

…consideré que las fantasmales alimañas de la realidad del sempiterno barrio obrero eran más peligrosas que las alimañas virtuales de la web, y me enrolé en la cruzada.

Como el modelo cubano no funciona…

… llevo varios días, (en eso andaré hasta el viernes) bazuca en mano, subiendo y bajando escaleras, y descifrando insalubres laberintos en peculiar safari.

Como el modelo cubano no funciona…

…hoy, antes de comenzar la faena, se le informó a los “caza mosquitos” que los síntomas de la niña Patricia, por suerte, habían resultado negativos y que sus dolencias nada tenían que ver con el dengue, pero que lamentablemente en otra aula de alguna escuela, otro niño había tenido fiebre.

Como el modelo cubano no funciona…

… sus dirigentes siguen empecinados en que nada es más importante que la vida de una persona, y todo continúa inmutable, sin cambios, salvo que, en Buena Vista, el contagioso ritmo del regaeton, ha sido suplantado por una sinfonía de motor de rikimbili.

Como el modelo cubano no funciona…

…al final, las alimañas fenecen ante la ofensiva o simplemente optan por alzar vuelo sobre el estrecho de la Florida...

lunes, 13 de septiembre de 2010

BAJO LA BANDERA ROSA DE ERNESTO PÉREZ CASTILLO

Mariela Varona Roque

Roland Barthes me demuestra que he estado equivocada en todas mis presentaciones y reseñas anteriores. Si me atengo a su ensayo de 1968 “La muerte del autor”, la escritura es “la destrucción de toda voz, de todo origen”. Sin embargo, siempre que presento un libro considero obligatorio comentar algo sobre su autor, pues establezco con él un vínculo afectivo que puede ser más o menos fuerte dependiendo de su grado de cercanía, si nos conocemos o no, qué cosas tenemos en común… Según Barthes, repito, debería atenerme sólo al texto, en tanto “la escritura es ese lugar neutro, oblicuo, al que van a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe”.
Por supuesto que, en este caso, volveré a pecar: no puedo presentar el libro de Ernesto Pérez Castillo sin hablar de él. Pues no sólo somos amigos desde el 2007, cuando pasamos una semana en un hotel 5 estrellas de Santo Domingo, donde nos dábamos el lujo de desayunar durante dos horas seguidas, mirando el mar desde nuestro reservado para fumadores. Ernesto me es entrañable por ser mi editor y consejero, porque ha sido siempre sabio para hablar y más aún para escuchar, y por eso nuestras larguísimas peroratas se extendieron no sólo a los siete días de Santo Domingo; sino que prosiguieron por correo electrónico cuando volvimos, él a La Habana, y yo a esta ciudad. Desde entonces nos hemos visto brevemente sólo tres veces, si no recuerdo mal, pero nuestra comunión de autores en pena -por diversos motivos- se ha mantenido.
El que conozca personalmente a Ernesto no se imagina que pueda escribir cosas hilarantes. Tiene pinta de Quijote, flaco hasta lo imposible y con un aire triste que acentúa su todavía más triste sonrisa. La mirada se le enciende sólo cuando habla de su hijo Sebastián, y el resto del tiempo permanece intermitente, a manera de faro en un saliente de costa, o vela en el alféizar de una ventana, o linterna prendida en una noche de tormenta. De dónde salen las cosas que escribe, o de dónde sale la esencia de sus textos, probablemente nadie lo sepa, pero él ha dicho cuando le preguntan sobre sus posibles influencias:
No me atrevería a definirlos como “influencias”; pero citaré a cuatro autores que me han dicho algo concreto. Curiosamente, dos cubanos, un norteamericano, y un ruso. Bukowski, que escribe sin reparos, sin tapujos, que llama a las cosas por su nombre, él me dijo "esto también es lícito". Bulgákov, específicamente con su personaje del gato en El maestro y Margarita, que olvida y pisotea todas las reglas de lo verosímil. Reinaldo Arenas, que fabula con una imaginación asombrosa, que no le preocupa para nada tomar los hechos y falsearlos, manipularlos, retorcerlos, con tal de que le sirvan con eficacia al tono y a la historia que cuenta, precisamente porque hacer historia es tarea de otros. Y Senel Paz, que me descubrió la mina de humor que se esconde detrás de la fraseología dogmática tan abundante en nuestra burocracia.
Bajo la bandera rosa ha sido editado por Letras Cubanas en un momento muy preciso: su autor tiene un currículo impresionante y ha ganado algunos de los premios más buscados por los escritores cubanos. Un breve recuento: Pinos Nuevos en novela 1996, premio Dador de cuentos 1999, La Gaceta de Cuba de cuento 2003, Teruel de relatos 2004, Minicuentos El Dinosaurio 2005, Premio UNEAC de novela 2008, premio Razón de Ser 2008, y algún otro que se me escapa ahora.
Ernesto dice sobre este libro lo siguiente: Es un libro que me ha dado mucho placer. Escribí el primero de sus cuentos en 1996, y él último -que finalmente dio título al libro- en 2006. Fueron diez años de trabajo, aunque no es un récord en mi caso, pues Filosofía barata -que es un libro de minicuentos- me costó doce años. El libro Bajo la bandera rosa no existe, salvo en un archivo de mi computadora. Dos de sus cuentos los publicó La Gaceta, otro la revista Eñe, en Madrid, otro fue publicado en la República Checa, y el último aparece en la antología Los que cuentan, de la editorial Cajachina. Sólo uno de sus cuentos permanece inédito, y lo mismo sucede con el libro en sí. Los cuentos más o menos se conocen, pero el libro no existe. Eso, para mí, es muy esperanzador. Me hace pensar que no es su momento aún, y que algo bueno está por pasar.
La cualidad hilarante de algunos pasajes de los cuentos de Ernesto me recuerdan a lo mejor de Eduardo del Llano, pero sin la recurrencia al absurdo total. De los seis cuentos que componen este libro, por ejemplo, sólo en uno (el titulado “Una vaca menos, una vaca más”) aparece el absurdo en una suerte de parodia-homenaje a Kafka y se aprovecha como fuente de humorismo amargo, ríspido y corrosivo. En el resto, la realidad le basta a Ernesto Pérez Castillo para jugar, estirar, moldear y machacar como seguramente hace su hijo con la plastilina. Es notorio el uso que Ernesto hace de la realidad como la farsa más loca que cualquier escritor pueda pedir. Entre la ironía, el malentendido, y a veces, la burla y hasta la caricatura, sus personajes saltan de una historia a otra creando un hilo conductor que ensarta las cuentas-cuentos del libro.
En el primero, “En Zanja y Belascoaín”, asistimos a los avatares del típico antihéroe postmoderno, dividido entre sus pasiones y sus posibilidades. En el segundo, “El club de los comemierdas anónimos”, tenemos a un trío de amigos que comparten frustraciones y soledades hasta que uno de ellos decide salir a vivir otra vida. El tercer cuento, premiado por La Gaceta de Cuba en el 2003 (“Composición con introducción, nudo y desenlace”), narra la historia de un “buzo” urbano, uno de esos seres que acaban recogiendo cosas en la basura y que pueden haber sido víctimas o victimarios. El cuarto, el kafkiano que mencioné antes, cuenta cómo un matarife llamado Gregorio el Santa amanece un día convertido en vaca. El sexto, llamado “Mandi para sus amigos” es una historia de sobrevivencia en medio de las desesperanzas del cubano a principios del milenio.
Dejo para el final el quinto, que le da título al volumen, porque realmente “Bajo la bandera rosa” es un cuento que define a un libro. Ahí están reunidos todos los traumas, obsesiones y despechos que tiene un cubano de hoy, reunidos paradójicamente por un simplón muchacho ruso que viene a La Habana en busca de su padre. El tránsito de Vladímir Ustimenko (o simplemente Volodia) desde que su madre le confiesa que es hijo de un negro cubano con quien ella se acostó en 1986, hasta el desenlace del descubrimiento del padre posible, es un juego infinito de guiños a la iconografía soviética o lo que queda de ella en el imaginario social cubano. La combinación de esa iconografía con la vida cotidiana en Cuba es una fórmula hilarante imposible de olvidar.
En fin, Barthes tenía y sigue teniendo la razón. Mi amigo Ernesto no existe, no importa para nada. Ernesto Pérez Castillo puede ser lo mismo un agente del G-2 que mi compañero de viaje de Santo Domingo, o el padre de Sebastián, o las tres cosas a la vez y nada de eso realmente. ¿Quién sabe? Lo que existe, lo que importa, es el texto, que “está formado por escrituras múltiples, procedentes de varias culturas y que, unas con otras, establecen un diálogo, una parodia, una contestación; pero existe un lugar donde se recoge toda esa multiplicidad, y ese lugar no es el autor, como hasta hoy se ha dicho, sino el lector”. Por eso, son ustedes los destinados a decirme, después de leer Bajo la bandera rosa, si en el texto del que hablamos aquí habita o no lo inefable de la buena literatura.

Mariela Varona, Holguín, 8 de junio de 2010.

DIOS CUENTA LAS LÁGRIMAS DE LAS MUJERES

Ernesto Pérez Castillo

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Svetlana es rubia. Es castaña. Es trigueña. Es pelirroja. Tiene el cabello rizado, corto, largo, muy largo, lacio, rapado. Sus ojos son azules. Verdes. Negrísimos. Marrones. Grises. Tiene un ojo verde y otro azul. Su piel es muy blanca. Morena. Canela. Rosada. Muy tostada por el sol. Svetlana mide 1.72, 1.67, 1.91, 1.60. Pesa 60 kilos. 54, 65, 59, 63.
Svetlana es mecanógrafa. Traductora del ingles al ruso, del alemán al ruso, del italiano al ruso, del francés al ruso. Es profesora de geografía en una escuela secundaria. Es estudiante de pre grado en una universidad. Es maniquí en un show televisivo. Es administradora de empresas. Es ingeniera civil. Es dependiente de una boutique. Es foto reportera free-lance. Es becaria terminando su doctorado.
Svetlana tiene 21 años. 27. 22. 31. 25. Es judía asquenazi. Sefardita. Adventista del séptimo día. Católica. Hara Krishna. Musulmana. Ortodoxa. Prebisteriana. Pentecostal.
Svetlana es soltera. Viuda. Divorciada. Es la más pequeña de una familia campesina de siete hermanos. Es huérfana de padre, y se crió sola con su mamá. Fue educada en un orfanato, pues sus padres murieron en un accidente de aviación. De padre desconocido, su madre la abandonó a los tres años en casa de sus abuelos. Su madre murió durante el parto, y ella vivió toda su vida con su papá. Es la mayor de tres hermanas en un suburbio de Moscú.
Esa es Svetlana, según sus datos de inscripción en sitios tales como www.chicasdeleste.com, www.rusaslindas.com, www.mujeresrusas.com, www.turusa.com, www.mujeresrusas.net, www.eslavas.com, www.brideinrussia.com, www.rusiamia.com www.mujeresrusasbellas.com. Solo algo permanece invariable en cada perfil: Svetlana siempre se llama Svetlana.
En unos de sus perfiles se lee: «Leo periódicos y revistas, historias detectives. Me gusta ver por TV Noticieros, Películas. Creo que la casa, y niños son los más importantes para mujer, la carrera puede esperar. Tengo en casa cat.» En otro perfil es más escueta, y solo pone: «Personality: elegant, communicative, optimistic, romantic, cheerful. Looking for: 23-40 y.o. Careful, loving, tender, considerate.» El último de sus perfiles asegura: «Practico en serio volleyball. Leo Periodicos y revistas. Creo que la carrera exitosa es tan importante para mujer como la familia. Quisiera tener a niños en el futuro.»
La otra Svetlana, la bisabuela, de quien heredó el nombre y nada más, estaba casadera al terminar la segunda guerra mundial, que fue la peor época en Rusia para conseguirse un marido, pues la mitad de los hombres había muerto en el frente o en los campos de concentración, y la otra mitad estaban casados o –justo porque había tantas solteras– picaban por todas partes pero no se querían casar.
Mas una mañana de aquel invierno, al regresar de escarbar papas bajo la nieve, Svetlana encontró desmayado en su patio al hombre ideal. Muchos días después, cuando el hombre pudo por fin hablar, supo que se llamaba Iosef. Decir que Iosef estaba flaco sería como no decir nada. Todos sus huesos le punzaban la piel, parecía como si el pejello le fuera a reventar, de estirado y brilloso y fino que se le veía, y tenía los ojos hundidos y apagados. Aunque no hablaba, no paraba de abrir y cerrar la boca.
Este sí que no me podrá preñar nunca, pensó Svetlana, y se lo echó al hombro. En la cocina lo tiró sobre la mesa, comenzó a encender el horno, y al darse la vuelta vio que Iosef estaba aferrado a una papa cruda y sin pelar, con pegotes de tierra aun, y trataba de morderla con sus encías desdentadas. Al menos tiene buen apetito, se dijo ella, se recuperará, y ya seremos dos para buscar las papas, y servirá para partir la leña, y quizá para alguna otra cosa más.
Y se recuperó. A los dos meses de comer papas, mañana, tarde y noche, Iosef tomó la azada antes del amanecer, sin despertar a Svetlana, y se fue al bosque. Cuando Svetlana abrió los ojos, se vio otra vez sola y sin marido. Fue y se sentó a la puerta de la isba, sin llorar una lágrima, con el largo cuchillo entre las manos, mirando hacia los abedules. Por ahí vio regresar a media tarde a Iosef. Él se le paró delante, dejó caer a sus pies un oso muerto, y le dijo: ni una papa más, cojones. Fue esa la primera vez que Iosef abrió la boca para hablar y no para comerse una papa. Svetlana le abofeteó, y después llevó el oso para la cocina.
Iosef pensó que Svetlana le había golpeado por la mala palabra, pero después se dio cuenta de que no, pues ella no debió entenderla, porque aunque pronunció la frase en el más perfecto ruso, los cojones los soltó en español.
Iosef había llegado al patio de Svetlana después de saltar del tren que lo trasladaba desde el campo de concentración nazi donde pasó los tres últimos años de la guerra –y que acababa de ser liberado por las tropas soviéticas– hacia la Siberia, a los gulags de Stalin. El coronel del Ejercito Rojo Varis Emmanuílovich Gubín encontró en los archivos del campo fascista que Iosef era en realidad José Manuel Fernández Clark, ex sargento de artillería ligera del 250 Einheit Spanischer Freiwilliger de la Wehrmacht, la División Azul, el contingente español de voluntarios que el General Franco enviara en apoyo a Hitler. Fue recluido en el campo nazi al ser sorprendido intentando desertar durante el sitio de la ciudad de Leningrado.
José fue llevado a interrogatorio ante el coronel soviético, que le increpaba por su pasado fascista. Varis Gubín había combatido en España, del lado de la república, y encontrarse frente a frente con un legionario le revolvía la bilis. José guardaba silencio, sin siquiera mirar al traductor, pues entendía perfectamente las palabras del coronel, después de tres inviernos conviviendo en el campo de concentración con los judíos rusos y polacos, que para él eran la misma cosa, y que le salvaron la vida más de una vez. José no podía hablar. Sus energías apenas le alcanzaban para disfrutar golosamente, con la vista, del panecillo humeante y del rumor del samovar sobre la mesa.
A la taigá, a congelarse el culo, ordenó finalmente el coronel.
En la universidad, Svetlana aprendió mucho, aprendió demasiado. En las noches, al regreso de trabajar, se metía a la cama a ver televisión, por falta de alguien con quien conversar. A sus amigas de la infancia les pasaba otro tanto, salvo a Galia, que fue la única que tuvo el buen cuidado de mantenerse lo más alejada posible de las aulas y los pizarrones después de terminar el bachillerato.
Galia era la única de ellas que aprovechó sus mejores años arreglándose las uñas con pinturas de brillo, yendo religiosamente al gimnasio aunque no tuviera con qué llegar a fin de mes, y se mantuvo libre del pecado imperdonable que sería convertirse en universitaria, lo cual sería tanto como enviudar antes del casamiento, decía.
De inquietudes políticas, ni hablar, insistía ella. La única excepción que se permitió al respecto fue solicitaren cuanto tuvo noticia de él, su inscripción en el Partido de las Rubias Rusas, para lo cual previamente se tiñó el cabello, pues ella es trigueña natural. La convenció de hacerlo el escuchar en la radio a Marina Volóshinova, la Secretaría General del partido, que tampoco es rubia. La Volóshinova proclamaba que ser una rubia es un estado mental, y que se puede ser rubia por fuera o por dentro, porque se trata solo de no tomarse la vida tan en serio. Además, según Galia, es un problema de solidaridad elemental, pues hombres y mujeres se burlan de las rubias por igual, porque se siempre se ha pensado que las rubias son guapas pero tontas.
Y no es así, como ella ha sabido demostrar pues, desde que se tiño de rubia platino, fue la única de todas sus amigas que consiguió marido, y al casarse tuvo el buen cuidado de renunciar de inmediato a su militancia política, aunque no a dorarse el cabello.
Fue la propia Galia quien le recomendó a Svetlana que se buscara un marido en Internet, aunque el suyo lo había conseguido en el mercado de la esquina. Galia, casada desde hacia tres años con un ingeniero, y a la espera de su segundo bebé, se había colgado su perfil en varios sitios web, y revisaba diariamente su buzón, a ver qué aparecía por ahí. Cuando Svetlana le preguntó que para qué se había inscrito, si ya ella tenía marido, la rubia le contestó con sencillez y guiñándole un ojo:
–Bueno, es que una rubia siempre puede aspirar a más.
José a la Siberia no la vio ni de lejos, gracias al muy sano hábito ruso de hacerlo todo a lo grande. El tren en que viajaba hacia la taigá –arrebatado poco antes por los soviéticos a los fascistas– era el mismo que los nazis usaban antes para repletar de judíos sus campos de concentración. Los soviéticos decidieron humanizar un poco el traslado de los prisioneros, dándoles algo de ventilación. Para eso abrieron a hachazos en las paredes de maderas duras y corridas de los vagones unos ventanucos, a los que colocaron barrotes de hierro para evitar las fugas.
Pero esos barrotes no impidieron el escape de José, que se pudo deslizar entre ellos como por entre la puerta abierta de una casa, de lo esquelético que estaba. Sacó primero la cabeza por el ventanuco, y luego el cuerpo todo, y se dejó caer del tren que corría a toda máquina, a la vista de los soldados rojos, que se rieron al verlo rebotar una y otra vez y luego rodar sobre la nieve, y lo dieron por muerto mientras se alejaban, sentados sobre los techos de los vagones en marcha, tomando de las cantimploras de campaña su hirviente sopa de col.
Él no murió en la caída, para eso habría precisado pesar muchos kilogramos más. Más bien casi flotó en el aire y cayó suavemente sobre el grueso colchón de nieve que cubría el paisaje. Pero estaba seguro de que de seguir en aquel vagón sí que se hubiera muerto, congelado por la ventisca a veinte grados bajo cero que el ventanuco dejaba pasar.
Svetlana desde niña conoció a su bisabuelo, y le encantaban las historias que él le sabía contar cada verano, cuando vacacionaban en la aldea. José, que nunca engordó, y que por el contrario cada año era no solo más flaco sino además más pequeño, y mucho más desde que su mujer murió, encontró en aquella su única biznieta lo que no encontró en ninguna otra mujer en toda su rusa vida: alguien con quien pudiera hablar en su propia lengua. Desde que era bebé le hablaba en español, y la niña le sonreía al escuchar los sonidos de aquel idioma tan raro. Con los años fue aprendiendo una palabra encima de la otra y ya para la adolescencia Svetlana sentía que dominaba ese idioma a la perfección.
Ella de verdad pensó que su sangre española y su conocimiento del idioma le podrían servir para algo cuando comprendió que en Rusia le sería imposible conseguir marido. Fue a la embajada española en Moscú, a solicitar su ciudadanía, al enterarse de que los nietos de los refugiados de la guerra civil la podían reclamar. Pero de allí salió como si le hubieran echado cuatro baldes de agua fría.
El caso es que su abuelo –que de hecho no era su abuelo, sino su bisabuelo– no era un refugiado, sino un desertor, y eso complicaría las cosas, y además, estaba la improbable posibilidad de demostrar legalmente, con los documentos debidos, toda la historia de José.
Svetlana tomó el tren a la aldea, decidida a remover cielo y tierra para lograr irse a Madrid, y allí se encontró al abuelo, que ya medía apenas un metro y veinte centímetros, acostado sobre el horno como cada vez. José, que a las tantas ya pasaba de los ochenta años, se sentó sobre las cobijas cuando la vio entrar a la habitación, y se le saltaron las lágrimas cuando escuchó a Svetlana decir en su más perfecto español: abuelo, yo quiere irte a Madrid.
El anciano bajó del horno suavemente, tomó entre las suyas las cálidas manos de la muchacha, y fueron juntos a sentarse a la entrada de la isba, a mirar por un rato la nieve caer. Entonces Svetlana le explicó al abuelo lo que quería hacer, y que para eso lo único necesario era conseguir algún documento que demostrara que él era español.
José se mantuvo en silencio un largo rato, acariciando suavemente las manos de su nieta amada, mientras reunía las pocas fuerzas que le quedaban hasta que por fin le pudo hablar:
–¡Ay, mijita! Si yo no soy español, yo soy cubano.
José había extendido su vida más allá de los ochenta años gracias a que nunca perdió el gusto por la carne de oso, pero cada vez le costaba más trabajo conseguirse alguno. Lo que más le golpeó, junto a la escasez de carne de oso, fue la nostalgia. Había salido de Cuba muy joven, con apenas dieciocho años, pero nunca se olvidó de las calles sucias y fangosas de La Habana, de la gritería de balcón a balcón, de las putas de San Isidro, y de la peste a orines en las escaleras.
Y esa nostalgia se le revolvió en el alma cincuenta años atrás, cuando murió su mujer. La había dejado sola por un fin de semana, para viajar al cercano koljos Krasnaie Zviezda, a solo setecientos kilómetros, a comprar una vaca. La vaca era una novilla hermosa, blanca y de manchas negras, como son las vacas de verdad, y al intentar regresar a su aldea no pudo convencer al inspector de la KGB del tren de dejarle subir al coche con Katiusha, que así había bautizado a su ternera. Entonces tuvo que regresar a pie, y Katiusha le seguía alegremente detrás, trotando entre los abedules. Demoraron apenas tres semanas en regresar, y cuando José vio la puerta de la isba entreabierta, en medio de la madrugada, supo que algo andaba mal.
A su Svetlana la encontró atascada dentro del horno, con toda la piel chamuscada. La noche anterior, en el televisor social de que disponían en la aldea –un telerreceptor marca Krim 001 que, aunque era en blanco y negro, tenía una alta definición para toda la gama de los grises–, había visto una película del neorrealismo italiano en que una joven obrera, seducida por un extranjero millonario, y abandonada después, decidía quitarse la vida metiendo la cabeza en el horno de gas.
El horno de Svetlana no era de gas, ni ella tenía la menor idea de qué sería aquello ni de cómo podría funcionar, pero la película, transmitida sin subtítulos pero doblada a ratos por la voz conmovedora del conocido Alexander Popov, la estrella de los estudios Moskfilm, la hizo sentirse más sola que nunca después de tres semanas de desaparecido José. Por eso se metió al horno como pudo. Su cuerpo apenas cabía dentro de aquel agujero pensado solo para asar osos destazados, pero una vez dentro y al octavo fósforo, consiguió que la leña comenzara a arder. Mas, no logró ni una pequeña llama, solo unas brazas en las puntas de los maderos. Finalmente se le pasó el arrebato, y quiso salir y sacarse la depresión preparando unos pastelillos de remolacha. Pero el cuerpo se le había trabado allí, y por más que se esforzó, empujó, pataleó y pidió ayuda a gritos, no consiguió liberarse. Murió ahogada por la humareda de la leña húmeda.
Así la encontró José, junto a una pequeña nota de despedida, donde Svetlana le había dejado solo una palabra, la única que aprendió de su marido, y se la dejó escrita en español: hijoeputa.
Katiusha, después de muerta la vieja Svetlana, se convirtió en la adoración de José. Nunca la amarró, la llevaba a pastar a los mejores campos de la región, y cada noche la hacía entrar a la isba para dormir juntos, al calor del horno. Ella llegó a ser una vaca enorme, y en sus mejores años daba más de cien litros de leche cada día. Para José, Katiusha era sagrada. Jamás la golpeó, jamás la ofendió, jamás le gritó. No permitió siquiera que ningún toro de ninguna parte de la República Federativa Soviética de Rusia la montara jamás. Y rechazó miles de solicitudes de ciudadanos honestos que se la querían comprar.
Incluso, al comienzo de la perestroika y del cuento de la glasnot, llegó a apalear a varios campesinos que sorprendió intentando robarle la vaca para una sopa. Primero muerto, decía José, cada vez que le proponían deshacerse de Katiusha. Por eso Svetlana se conmovió hasta los mocos cuando su bisabuelo, que sabía que la nieta no tenía ni un kopek, le ofreció vender la vaca para con ellos al menos ayudarle a pagarse los gastos de su viaje a Madrid. Para entonces Katiusha era ya una vaca de la tercera edad, que no daba carne, ni leche ni nada que valiera la pena, pero su foto había aparecido miles de veces en el Pravda, y en los años setenta fue la estrella de muchos noticieros de televisión. Era una vaca improductiva, sí, pero era una vaca famosa.
Svetlana regresó a Moscú con Katiusha, sobornando para ello con solo quince rublos al oficial de la militzia que para entonces supervisaba la subida al tren. Dejó la vaca en el apartamento, fue a un cíber café de la avenida Puschkin, y puso a Katiusha a la venta en E-bay. Finalmente, a Katiusha la compró un coleccionista privado norteamericano, que ya antes comprara dos toneladas de ladrillos rojos del Muro de Berlín. Con los seiscientos euros que le sacó a Katiusha, Svetlana se compró una computadora portátil, se arrendó una conexión de tarifa plana a Internet, y colocó su perfil en cuanto sitio web existiese, para encontrar un marido con el cual emigrar.
A los dieciocho años, José era flaco como una cabilla y trabaja cargando sacos de azúcar en el Muelle de Luz. Allí se juramento abakuá sin ser negro, y se afilió al partido comunista sin haberse leído un libro de Marx. Los comunistas le dieron una misión: reclutar voluntarios para pelear por la República Española. Tenía una cifra que cumplir: siete compañeros. Le costó dios y ayuda convencer a los primeros seis, pero al séptimo no lo podía conseguir, mas de todas maneras consideraba cumplida su misión cuando se lo reportó a Aracelio, el líder que se la encomendó.
Aracelio le felicitó por tamaño éxito, le abrazó emocionado, y entusiasmado le concedió el altísimo honor de que el séptimo compañero sería el propio José. Ahí José se cagó en los pantalones. No le tenía miedo a la guerra ni le tenía miedo a la muerte. Él era un tipo durísimo, con un tremendo historial de nalgas y caras cortadas con su chaveta en el barrio de Jesús María, y se había ganado la militancia en el partido rompiéndole la cara de un puñetazo a un policía y quitándole la pistola a plena luz del día en el barrio de Belén.
El terror de José, a quien no sabía cómo enfrentar, era Plutarco Fernández, el viejo, el puro, su papá. Plutarco combatió en la guerra de independencia del 95, y salió de ella vivo y con veintisiete heridas de bala dispersas por su anatomía. El veterano mambí, ya en la república, se negó a cobrar la pensión de veterano, porque, decía, él no había macheteado españoles por dinero, sino para hacer a Cuba libre. Con todo, después de la guerra, el carnicero de barrio, el bodeguero de la esquina y dueño de la farmacia de la calle Merced, eran gallegos, y le negaban el fiado siempre a Plutarco, por su pasado mambí. Plutarco sentía que las cosas seguían igual, que él seguía en el bando de los jodidos, y que el mundo era una porquería que nunca iba a mejorar.
En todo eso pensaba José de camino al cuarto donde vivía con su padre, su madre, y sus catorce hermanos. ¿Cómo le explicaría al viejo Plutarco que los abandonaría para irse a España, a pelear por los españoles? ¿Cómo podría convencerlo de que ahora los españoles eran sus hermanos, y que estaría dispuesto a dar hasta su sangre por ellos? El viejo le escuchó en silencio, aferrando con sus manos los brazos del sillón, y al final le dijo: si te vas, te desheredo. Ahí José supo que su padre estaba más ido del mundo de lo que él podía imaginar, pero no se rió de la amenaza, por respeto.
El día de la partida el padre no se levantó de la cama, pero desde la puerta del cuarto, abierta a la madrugada, José pudo escuchar a su padre que le gritó: vete, y muérete en España, pero a Cuba no vuelvas, porque entonces te voy a matar yo.
La guerra civil en España terminó con el aplastamiento de los republicanos, y José no se atrevió a aceptar las propuestas de los anarquistas que desde la clandestinidad organizaban el regreso a sus países de los voluntarios de las milicias internacionales. Después de la amenaza de Plutarco, nunca volvería a Cuba, y mucho menos derrotado. Así, vivió escondido de pueblo en pueblo, hasta que entrevió una posibilidad de conjurar aquella amenaza, y conseguir el perdón de su padre: el Generalísimo Franco ordenó formar un cuerpo de voluntarios para ir a Rusia a combatir a los bolcheviques, devolviéndole a Hitler el favor que le hizo cuando le envío la Legión Cóndor en apoyo a su cruzada contra los rojos en la península.
José se agarró de aquel clavo ardiente. Nadie le preguntó sobre su pasado a la hora del reclutamiento, pues lo cierto es que escaseaban los voluntarios. Su plan era llegar a Rusia, desertar a la primera oportunidad, cruzar las líneas y unirse a los bolcheviques hasta la victoria final. Regresaría a Cuba con honores, y quizá hasta con una medalla, pensaba. La mejor oportunidad que tuvo para escapar fue durante el sitio de Leningrado, una noche que todo su regimiento se emborrachó, no porque celebraran algo en particular sino porque el frío descendió a cincuenta grados bajo cero y les obligó a beber todo el alcohol que tuvieran a mano.
José fue él único que no bebió ni una gota. Salió de las trincheras y comenzó a caminar sobre la nieve, en terreno de nadie, como Pedro por su casa, hasta que escuchó una voz que le grito: ¡Alt! Al instante estaba rodeado por un bulto de soldados uniformados de negro. Ahí sintió que había metido la pata otra vez. Había ido a dar en medio de un pelotón de castigo de las SS hitlerianas. Intentó convencer a los SS que él era miembro de la 250 Einheit Spanischer Freiwilliger, que había salido de su trinchera a cagar y que perdió el rumbo entre la nieve. Pero los alemanes no le dejaron ir. Desconfiaron de él desde el primer segundo.
Los alemanes decían que los soldados españoles eran unos puercos que cagaban directamente en las trincheras, que andaban con el uniforme empercudido, que no se bañaban nunca, y que mucho menos tenían jamás el cuidado de afeitarse. José les explicó que él no era español sino cubano, una raza que tenía el hábito del baño, y que a veces se bañaba hasta más de una vez al día. Que él no podía cagar delante de los otros porque era abakuá, y por eso nadie podía verle el culo, y que si no tenía una barba de ocho días como el resto de los españoles era solo porque desde siempre en su familia todos habían sido lampiños.
Mientras más hablaba José, más desconfiaban de él los alemanes, y finalmente decidieron informar al mando español sobre su detención. Los españoles tardaron más de tres semanas en responder, y cuando respondieron fue para decirle a los de las SS que hicieran con José lo que les viniera en ganas. Que, por traidor a la madre patria, no lo querían de vuelta ni para fusilarlo y que, además, sospechaban que en realidad era un comunista que se les había infiltrado en la gloriosa División Azul.
En siete meses de revisar su e-mail cada noche a la vuelta del bar, Svetlana no encontró una sola respuesta que valiera la pena. Solo le llegaban mensajes de aberrados que le pedían fotos desnuda, o vestida de hombre –de preferencia, vestida de militar– y cosas así. Y también recibió miles de propuestas de muchos otros sitios web, que le ofrecían contratarla como modelo para sus shows de cibersex on-line. Estaba a punto de aceptar cuando descubrió en su carpeta de spam un e-mail invitándola a que, si buscaba un trabajo bien remunerado, visitara la dirección http://www.mossad.gov.il. Como estaba aburrida, hizo click sobre el link y allí se puso a curiosear, hasta que de pronto encontró el formulario de inscripción para ingresar al Mossad. No lo pensó dos veces. Rellenó con sus datos la página y la envió.
Mientras José miraba a Katiusha trotar junto a su bisnieta camino a la estación del tren, les deseo larga vida a las dos, luego escupió a la nieve, entró a la isba y se echó sobre el horno, arropado con todas sus cobijas, con ganas de llorar. Nunca imaginó que se desprendería tan fácil de su Katiusha, y no se sentía mal por ello, sino solo porque la había visto irse sin que la vaca mirara ni una sola vez hacia atrás.
Está visto que ya no se puede confiar ni en una vaca, pensaba José, aunque hayas dedicado tu vida entera a consentirla. Pero a José lo consolaba la idea de la buena vida que su Svetlana se podría dar en Madrid, bien lejos de Rusia, del frío y del cielo siempre gris. Comenzó entonces a recordar, adormecido, los pocos meses que vivió en España, después de la derrota, y volvió a tener ante sí las caras de las bellas andaluzas, con sus vestidos de flores y sus mantillas, y volvió a sentir en sus labios el sabor del vino y en su piel el calorcillo del sol. Así se durmió, consolado y feliz. Y no se despertó jamás.
Dos semanas después que Svetlana rellenó el formulario del Mossad, recibió en su apartamento la visita de un hombrecillo gris, que golpeó a su puerta suavemente, y que cuando ella abrió se estaba soplando la nariz con un pañuelo azul marino. Te hemos aceptado, le dijo el hombrecillo, soy el oficial encargado de tu preparación. A Svetlana, el agente del Mossad, aunque se veía insignificante, le inspiraba temor, y ya no podría dar marcha atrás.
En un mes, Svetlana estaba lista. Su fachada era convincente por su simpleza, entraría a Cuba con visado de turista y debería hacerse de amigos entre la farándula habanera. A partir de ahí, buscaría la manera de desarrollar algún trabajo artístico –eso hace todo el mundo allá, le aclaró el agente– que justificara su presencia en La Habana, y le diera el tiempo para cumplir su objetivo.
Para eso le servirían sus estudios universitarios, y los tantos postgrados en estudios de cultura comparada. También por eso habían apostado por ella y, si fuera necesario, sacaría a relucir la historia de su bisabuelo cubano. Eso le daría cobertura para lograr la residencia en aquel país, si es que la misión se prolongaba demasiado.
El Mossad tenía bajo vigilancia a una célula de talibanes chechenios, y acaban de detectar que alguien les había vendido una docena de fusiles AKM. Comenzaron a investigar al traficante, un neo-comunista, hijo de un viejo conocido de la antigua nomenklatura soviética. El sujeto al parecer había detectado la vigilancia del Mossad, y de pronto desapareció.
Mas no por mucho tiempo, siguió el agente, tenemos a alguien en la plaza Lubyanka, en el Federalnaya Sluzhba Bezopasnosti, y resulta que los antiguos KBG también le siguen los pasos. Lo han ubicado nuevamente, y para más alarma, en Cuba, la isla comunista.
En este punto el agente interrumpió su discurso y le mostró a Svetlana varias fotos de un joven alto, muy blanco, rubio, parado frente a un edificio. Estas fotos le fueron tomadas en La Habana, en ella le ves entrando a las oficinas de la Seguridad del Estado cubana, más conocida en la isla como el G-2. Creemos, concluyó el agente, este fue el día en que finalmente lo reclutaron.
Él será tu objetivo en La Habana, terminó el agente. Te pegarás a él como una estampilla de correos. Tu misión es simple: convencerlo de que viaje contigo a París. A partir de ahí, nosotros nos encargaremos del resto. No te pedimos que lo seduzcas, le advirtió el agente, pero sinceramente no veo otra manera de que lo logres.
La paga tentaba a Svetlana, y además ella reducía el asunto a un viaje al Caribe con los gastos cubiertos. Lo que la decidió fue que sería una buena oportunidad de conocer el terruño de su bisabuelo José, de caminar las calles de las que tanto él le habló, de regresar a donde nunca él pudo volver.
Tres semanas más tarde, Svetlana se despertó con el sol, que irrumpía entre las persianas de su apartamento en La Habana. No se quiso vestir, y decidió seguir desnuda por el resto del día. Fue a la cocina, comprobó que había venido el gas, y puso un café mientras llenaba un cubo de agua para darse un baño y aliviarse el calor. Cuando el café estuvo, lo dejó refrescar, sin probarlo aun. Tomó el cubo de agua y, ya en la puerta del baño, cambió de opinión. Sin soltar el cubo, se dirigió a la terraza, desnuda todavía. Allí, con los primeros rayos del amanecer dorándole la silueta, vertió el cubo sobre su cuerpo, y dejó que el agua le rodara sobre la piel, a la vista de dos o tres vecinos. Quería estirar todas las sensaciones de esa mañana y no olvidarlas jamás. Volvió a la cocina, húmeda y desnuda, dejando en las baldosas la huella mojada de sus pies descalzos.
Se sirvió el café y bebió un sorbo, antes de confirmar la certeza de que, por primera vez en su vida, deseaba fumar. Sonriendo, volvió a la habitación, y vio en la mesita de noche la caja de cigarrillos Popular. Tomó uno y se dejó caer en la tumbona frente a las ventanas. Se puso el cigarrillo en los labios y le acercó la llama del encendedor. Aspiró, y luego dejó escapar despacio una larga bocanada de humo. Así, radiante, a contraluz, envuelta por el misterio del humo de su cigarro, la vio Volodia Ustimenko al despertar.
En La Habana fueron vistos juntos por última vez en el aeropuerto. Svetlana y Volodia se reían del poco equipaje con que viajarían los dos. Cada uno cargaba en sus espaldas apenas una mochila. Chequearon sus pasajes abrazados, sonrientes, besándose a cada paso. Luego de los controles de emigración, vieron que aun les quedaba tiempo para un último café y un último cigarro en La Habana, antes de abordar. Se sentaron en la cafetería del salón, a saborearse un café y fumarse juntos un único cigarro entre los dos, hasta que escucharon por los altavoces el último llamado a los pasajeros.
Fueron abrazados hasta la puerta de embarque. Cruzaron el largo túnel hasta el avión a pocos pasos uno del otro, Volodia detrás, con la sensación de que estaba viviendo el mejor sueño de su vida. Ya dentro del avión, a Svetlana le palpitaba el corazón. El vuelo con destino Paris despegó con puntualidad, a las veintiuna horas con cuarenta y cinco minutos. Cuando el capitán de la nave anunció a los pasajeros que ya podían zafarse los cinturones, Svetlana se quitó el suyo, y caminó por el pasillo hacia el baño. Volodia la siguió a distancia, y encontró la puerta del baño abierta. Adentro estaba esperándolo ella, desnuda. Comenzaron a hacer el amor entre las nubes, como habían soñado hacerlo desde la primera vez, y no pararon hasta que sintieron la llamada de la aeromoza, que les requirió sonriente al abrirse la puerta y verlos a los dos juntos de allí. El vuelo siguió sin contratiempos, salvo una ligera llovizna que mojaba la pista de aterrizaje al hacer la escala de rigor en el aeropuerto de Santiago de Cuba.