Ernesto
Pérez Castillo
Dicen
que una raya más al tigre no le hace, pero en el caso de los cinco cubanos las
rayas no escampan. Son tan seguidas, son tan negras y son tan tantas, que ya el
tigre no es más tigre sino una pura mancha redonda, enorme, oscura y cerrada.
Un
hueco, un hueco negro –un hueco que mejor que nadie conocen en su propia carne,
Gerardo, Antonio, Ramón, René, Fernando–, un hueco negro que todo lo devora,
que toda luz apaga, una garganta que todo se lo traga. Solo que ellos son el
hueso duro que se atraviesa, la espina de pescado que se clava.
Sus
perseguidores no se cansan. Y es que han apostado mucho en la jugada. Este es
un año de elecciones, pero el otro será un año de ganancias, y siempre habrá
una excusa, siempre tendrán a mano alguna trampa. No tendrán siquiera el
cuidado de la sutileza, sino que harán y desharán a cara destapada, como en el
reciente caso de las visitas legales y consulares a Gerardo, con el autorizo
del Departamento de Estado (por delante) que luego una mano desaparece del buró
del carcelero (la misma larga mano del State Department, por detrás).
Si
escandalosa resulta la reiterada violación de los derechos de Gerardo, más que
escandalosa, resulta perversa la estrategia aplicada contra René González,
quien ya cumplió tras las rejas su condena, día por día, cana por cana.
René,
después de trece años de cárcel, debe cumplir otros tres años de libertad
supervisada, una accesoria sobre la cual la propia Corte Suprema ha dejado
claro que: “El Congreso intenta que la libertad supervisada asista a los
individuos en su transición hacia la vida comunitaria.” –United States v.
Johnson, 529 U.S. 53, 59 (2000).
Sin
embargo, esos tres años de libertad supervisada se le impusieron a René justo
para todo lo contrario, pues contra toda lógica son el estorbo que le impide
reintegrarse plenamente a su comunidad, a su barrio, a su gente, a su familia: a
su casa. Así se socava, con alevosía, el propósito de dicha libertad
supervisada.
Encima,
una de las trece condiciones estándar de libertad supervisada impuestas a René,
reza que “debe de apoyar a los familiares que dependen de él y cumplir con
otras responsabilidades familiares”. Poco y mal podrá nadie ayudar y cumplir
ninguna responsabilidad familiar, si se le retiene y obliga a permanecer lejos
de sus padres, de su esposa, de sus hijas. Si se le mira bien, a todas luces
René estaría incumpliendo esa condición, lo cual constituye una violación de
las condiciones de su libertad, y por ello podría volver tras las rejas.
Durante
todo el proceso, el gobierno y el sistema de justicia norteamericano han
reconocido plenamente su ciudadanía cubana. Basta como evidencia de ello el que
le hayan permitido la asistencia consular. Incluso, la mala prensa que el
gobierno pagó para demonizarlo –a él y a sus compañeros– mientras duró la farsa
judicial, insistió una y otra vez en calificarlo como un “espía cubano”.
Entonces, si es un cubano y hasta ha declarado
su disposición a renunciar a la ciudadanía norteamericana, ¿por qué se le
impide regresar a su país, toda vez que ha cumplido íntegramente su condena?
Mientras
René permanezca en territorio norteamericano, su vida correrá peligro. Y quizá
es por ello que se le obliga a estar allí. Ese es un plus, un bonus track, una
condena más después de su condena.