Me gusta mi casita.
Se está cayendo a pedazos. Fue amor a primera visita, desde el mismísimo
instante en que crucé hace veinte años bajo el dintel de su puerta, cuando aún
no era mi casita. Las paredes estaban abofadas, y todavía lo están. El techo
descascarado, las cabillas de acero oxidadas y expuestas. Así siguen. La
carpintería era un asco, y hace un par de años alcancé a darle una mano de
aceite: sigue mal, pero reluciente. En fin, descuidada, despintada, tremendamente
mágica.
En general,
tiendo a exagerar. Siempre lo hago, desde siempre, pero solo cuando hace falta.
Así que lo de mágica es exacto. Si algo tiene mi casa es luz, toda la luz del
mundo, cálida en el día, tibia en la tarde. Y silencio. Un silencio así solo lo
he sentido, a solas, bajo el mar. Lo demás es poca cosa.
Algo he reparado,
aunque con mis propias manos, así que no es que me enorgullezca demasiado de
los resultados. En algunas partes, se ve un poquito peor después de la
reparación. Y no tiene muebles, salvo un Frigidaire que heredé de mi abuelo, –comprado
a plazos en 1948, sesenta y siete años atrás y nunca ha fallado– y un librero
lleno de faltantes, por mis frecuentes idas a las librerías de segundo mano, no
a comprar libros, sino a vender los míos. Con suerte, un libro ya leído puede
dar tanto como para una semana decente, si tus expectativas son moderadas y
tendientes a cero. Tenía una cama, pero la transforme en un escritorio. La
verdad, el escritorio está mucho mejor, y para lo que dormía en la cama, el
escritorio es mucho más funcional.
Ventanas sí que
tiene muchas, y casi todas se abren. Y una terraza con cristales que miran a la
calle. Es una delicia, en las mañanas, sentarme a fumar allí, café mediante, y
ver a los escolares pasar. Y en las tardes, cuando el sol cae presuroso, ver el
rebote de su brillo contra el mar. Sí, desde mi casa se ve el mar, solo
necesitas valor para trepar a la azotea, superando los escalones bailoteantes
que suben a lo alto.
Sentado allí,
terminando el día y los cigarros, veo la noche llegar. Pienso en mi casa, que
me gusta tanto, que me necesita tanto. Pienso en mi país, que tanto se parece a
mi casita.