Si algo habrá que concederle a este
año cuando acabe, es que aburrido no ha sido, ni un poquito. Comenzó sin pan,
luego sin aceite, después sin taxis, siguió sin pollo, y ahora incluso camina sin
petróleo y hasta sin pasta de tomate. Pero reformamos la constitución, hubo aumento
de salarios, llegó la Internet a los móviles, tenemos 4G por todas partes y,
por tener, de pronto y de nuevo, por primera vez en mucho tiempo, tenemos incluso
presidente de la república. De verdad, hay que decirlo: el que el que pida más,
es un goloso.
En medio hubo desde tornados hasta
meteoritos, pero el estremecimiento más grande, el temblor mayor, el terremoto ha
sido la noticia de que al final de la jornada los dólares, cuando ya nadie los
quería y nadie lo esperaba, vuelven a la carga.
Después de tanto reclamar de un lado
el impostergable y prometer del otro el pronto fin de la doble circulación
monetaria, al que no quiere caldo se le sirven tres tazas. Que sí, que tres.
Que muy a pesar de tanta matraca y tanta muela, tres serán las tres monedas con
las que habremos de vérnoslas a partir de ahora, quién sabe hasta cuándo, al
infinito y más allá.
Cuando escuché a este y al otro en
la televisión nacional explicando cómo y por qué se les ocurrió la tan
brillante y novedosa idea, me acordé de Lenin, Vladimir Ilich, cuando en su
temprana época de cuasi compositor de congas revolucionarias insistía con aquel
clásico e inolvidable “un pasito palante y dos pasitos para atrás”.
Lo que suena a triste en este arroz
sin mango es que ya hace veinticinco años, un cuarto de siglo atrás, a las
carreras y para lo mismo, a los de entonces se les ocurrió levantar en cada
barrio una TRD, ¿te acuerdas? Eran las famosas Tiendas Recaudadoras de Divisas.
Y a las nuevas tiendas que abrirán ahora, como las llamaran: ¿TMRT? ¿Tiendas
Más Recaudadoras Todavía?
¿Es que acaso quedó demostrado con
pelos y señales que aquel invento de comenzados los noventa no funcionó? Y, si
no funcionó o no del todo, entonces, ¿por qué razón habría de funcionar mejor ahora?
La medida, que a duras penas persigue
el imposible de contener el goteo de las divisas que a diario y por los
aeropuertos escapan de la Isla en el bolsillo de los particulares que se
dedican al trapicheo, trayendo de allá lo que sea que falte en las tiendas de
aquí, conseguirá, eso sí, que el mercado informal refine, readecue y optimice
su oferta. Al final de todo, ya eso será algo.
Lo demás, está por ver. Que en
principio no es que dé muy buena espina eso de ver a la ministra de finanzas y
precios –creo que ella mismitica era–, en vivo y en directo, advirtiendo que en
las nuevas tiendas –que solo aceptarán dinero plástico y convertible verdadero
de verdad– los precios no serán inamovibles… eso, cuando menos, implica que al
que se duerma y no compre ahora mismo puede que después lo coja la confronta
para siempre.
Lo previsible es que afuera, en los
portales de las tiendas, vas a encontrarte a un tipo –o tres, o cuatro– que a
tu paso, sottovoce, pero sin esconderse demasiado, te endulzará el oído susurrándote:
“refrigerador Samsung de no sé cuántos pies cúbicos, pantalla plana de
cincuentimás pulgadas, tu moto eléctrica, el aire acondicionado, lo que tú
quieras, papi”.
Y más… porque el reto es grande y, peor
que grande, grandísimo, cuando se intente surtir esas novedosas tiendas y
mantenerlas surtidas a mediano y largo plazo, teniendo a la vista la realidad del
resto de las otras, las que con suerte, con mucha suerte, se pasan la mitad del
tiempo medio vacías, bostezando.
En cuanto al CUC, pobrecito, lo
bueno es lo malo que se está poniendo. El peso convertible queda de momento en
plan piyama, dando vueltas y más vueltas dentro de la casa, de la sala a la
cocina y de la cocina al comedor, entre el peso cubano y el dólar de verdad, en
candela, entre la espada y la pared. Pudiera ser que pudiera que sin querer y
sin pedirlo, o sin querer queriendo, y sin que nadie se haya dado cuenta
todavía, se esté anticipado su pronta y definitiva muerte natural.