lunes, 22 de octubre de 2012

FIDEL VIVO Y TODO LO DEMÁS


Ernesto Pérez Castillo

Son ya tantas las tantas y tantas veces que mataron y mataron y volvieron a matar a Fidel –como decía mi mamá: si no es un récord es un buen average– que el día que Fidel muera de verdad no me lo voy a creer hasta que él me lo confirmé, personalmente y por escrito, de su puño y letra.
Y con todo, conservaré la duda, no sea que sea otro chiste suyo, que no han sido muchos, pero han sido muy buenos, como aquel en el estadio Latinoamericano, cuando disfrazó de ancianos a los más estelares peloteros cubanos del momento, para ganarle de todas todas el partido a Chávez.
¡Así que Fidel ha vuelto a ganar!
Es que los malos no aprenden: la mentira tiene patas cortas, si las tiene.
Y Fidel tiene una vista muy larga.
Y todo lo demás

sábado, 6 de octubre de 2012

FUTBOL: CUBA CAMPEÓN DEL MUNDO



 Ernesto Pérez Castillo

Llevo tiempo diciendo que el día en que, por el milagro que sea, una selección cubana logre clasificarse aunque sea a último minuto para un mundial de fútbol, la Isla será campeona y nuestros jugadores traerán la copa a casa. Lo que yo ni nadie podrá vaticinar es cuántas gallinas nos costará eso.
De todas maneras, el día viene llegando, y acabo de verlo con mis propios ojos. El viernes, como cada viernes, busqué a Sebastian en su escuela –revisamos juntos la mochila para que no olvidara nada, me contó que otra vez almorzaron chícharos y spaghettis blancos, me mostró su merendero vacío para convencerme de que no había dejado nada aunque compartió algo, conversé un poco con su maestra que me citó a un trabajo voluntario el sábado– y salimos por fin después de tantos días de lluvia hacia la cancha de fútbol.


 Al llegar el entrenamiento ya había comenzado y él tuvo que calentar solo y a las carreras para incorporarse. En un rato ya estaba intentando patear la pelota con el empeine, cosa que jamás logró. Teóricamente, sabe lo que debe hacer, incluso sabe qué rayos es el empeine, pero en la práctica sigue pegándole al balón como Juana, con la punta del pie.
No importa, no creo que Sebastian resulte futbolista, ni es la idea. La cosa es que corra y que respire al aire libre de La Habana, que juegue y sea feliz en esa cancha de fútbol anegada por los aguaceros de las últimas semanas, rodeado de tantos Ronaldos y Mesis y Casillas de completo uniforme.

 
Esos otros sí que se lo toman a pecho, ellos y sus padres. Los niños –el mayor tendrá unos nueve años–, toda vez que comienza el partido, corren con la boca abierta detrás del balón mientras los padres se desgarran la garganta alrededor, gritando instrucciones, regañando o aplaudiendo, como si estuvieran en el Bernabeu y en el juego les fuera la vida, en tanto que el profesor Raul pita y pita cada falta como el más celoso de todos los árbitros.


 Y de ahí, de una de esas canchas de medio pelo, de uno de esos juegos de esquina, saldrán nuestros campeones. El viernes lo vi. Pasará el tiempo y una tarde, tal vez no tan lejana, veré en la televisión el partido en que nos coronaremos, y Sebastian estará a mi lado recordando este viernes dichoso y compartiendo conmigo feliz una cerveza.