lunes, 31 de mayo de 2010

HELENÍSTICA

Ernesto Pérez Castillo

Tras diez años de asedio, y caballo de madera mediante, lograron los argivos penetrar los altos muros de Troya. Una vez destruida la ciudad, saqueada casa a casa, templo a templo, pasaron acuchillo a la población masculina, ya niños, ya ancianos.
A nosotras, las mujeres, nos reunieron en la plaza pública: las más jóvenes y bellas quedaron en propiedad de los principales guerreros, las que se veían fuertes y resistentes fueron tomadas como esclavas.
Las viejas inservibles de blancas canas y senos arrugados fueron abandonadas a su propia suerte en los campos arrasados.
Entre estas últimas iba Helena, más vieja que ninguna, más arrugada que todas.

EL RUIDO DE LAS LARGAS DISTANCIAS

Ernesto Pérez Castillo
(Fragmento de novela de próxima aparición)

Hoy en la mañana regresaba a casa, con un paquete de café en la mano, fumando el primer cigarro del día. Se me habían terminado los cigarros en la madrugada, y además amanecí sin café. Esperé hasta las nueve de la mañana, y bajé a pedirle prestado algún dinero a mi vecino.
Mi vecino siempre tiene dinero, y me presta siempre. Siempre le pago puntualmente. A veces le pido prestado a algún amigo para poder saldar las deudas con mi vecino. Los amigos pueden esperar, y no quiero que mi vecino pierda la confianza en mí. Me dio suficiente para un paquete de café y una caja de cigarros.
Fui hasta la panadería. El olor del pan recién sacado me tentó, pero entonces tendría que renunciar a los cigarros o al café, así que me resistí. Junto a la panadería se sientan esos ancianos que venden cigarros, café, crema dental, cordones de zapatos, lápices. Cualquier cosa, y no siempre las mismas cosas cada vez.
Compré los cigarros, el café, y comencé a fumar de vuelta a casa, por la avenida, cuando un policía me detuvo y me pidió el carné de identidad. Solo había salido por café y cigarros, y estaba apenas a cuatro cuadras de mi casa, en shorts y chancletas, con una camiseta blanca que tiene estampada una foto de Groucho Marx, y una leyenda en inglés: «yes, I´m marxists too».
Le expliqué al policía que solo había salido por cigarros, que vivía muy cerca, que por eso no traía mis documentos encima. El policía me escuchó sin mirarme a los ojos, sacó su radio, y habló con muchos códigos numéricos.
Le pregunté si había algún problema, y no me contestó. Solo me hizo señas de que debía esperar. Unos cinco minutos después apareció un auto patrullero. Me registraron, aunque era evidente que no llevaba nada encima, solo los cigarros y el café, y me hicieron montar a la patrulla.
Me dejé llevar en silencio hasta la estación, y allí me preguntaron mi nombre, mi número de identidad permanente, mi dirección, lo anotaron todo en una planilla y luego me indicaron que esperara sentado en los bancos de la carpeta. El policía que me trajo se volvió a marchar en el mismo patrullero.
Como a los veinte minutos, un oficial me llamó por mi nombre. Me acerqué a él, y me dio los buenos días. Me preguntó por qué estaba allí. Le expliqué que me detuvieron por estar en la calle sin mi carné de identidad. Suponía que al menos me pondrían una multa y para pagarla tendría que volver a pedirle prestado a mi vecino.
El oficial me dijo que no debía salir sin identificación. Le expliqué que solo estaba a unas cuadras de mi casa, que solo había salido a comprar cigarros. Así y todo, me dijo el oficial, debe salir siempre con su identificación. Asentí, disculpándome. Entonces el oficial me dijo que me podía ir. Ni una multa ni nada. Solo que ahora estaba muy lejos de mi casa, y debería regresar a pie, más de media hora de camino, pues no me quedaba ni un centavo.
Ya en la puerta de la estación, escuché mi nombre otra vez. Me volví, y era el mismo oficial, que me hacia señas de que lo esperase. Vino hasta mí, sonrió levemente, y con cierta pena me preguntó si podría regalarle un cigarro.
Saqué un cigarro para él, y otro para mí. El oficial sacó una cajetilla de fósforos, encendió uno, me ofreció fuego, y antes que se apagara la llama, encendió su cigarro también.

miércoles, 26 de mayo de 2010

MOSCÚ, MASHA Y LA FELICIDAD

Ernesto Pérez Castillo

Moscú. Maskva. La ciudad helada que nos recibió, a regañadientes, en el otoño del ochenta y nueve. La gente ocupada en sí misma, el periódico Pravda que por fin comenzaba a contar la verdad: para ellos, los tres estudiantes cubanos que arribamos a iniciar estudios de Arte Dramático, apenas existimos.
Esa fue nuestra suerte y nuestro capital. Tanto no existíamos, que no molestábamos, no ocupábamos espacio alguno, y nos dejaban ser y hacer, porque nos ignoraban.
Allí estábamos, ese siete de noviembre, en medio de la nieve de la Plaza Roja, tiritando bajo nuestros grises paltós, tratando de parecer alegres en la foto que nos íbamos a tomar. El Mausoleo de Lenin al fondo del encuadre y, al otro lado de la cámara, Masha, empeñada en que ese fuera un día muy feliz.
Llevábamos una semana en la ciudad, tras un año desperdiciado en La Habana en el aprendizaje de un idioma del cual nunca llegamos a servirnos ni bien ni mal.
La noche anterior, en la segunda botella de vodka sin naranja, decidimos renunciar. Éramos los bichos raros del Instituto de Arte de Moscú. Los otros estudiantes nos miraban pasar y ni siquiera sentíamos curiosidad en sus miradas. Ni burla. Ni nada. Nadie sabía quiénes éramos, qué hacíamos allí ni cómo habíamos llegado ni les importaba para qué.
Con resignación, nos entregaron la llave del cuarto 216, que no tenía baño, que solo tenía camas para dos, sin calefacción, el doble cristal de la única ventana lleno de garabatos en inglés, y del techo pendía una bombilla de cuarenta watts, fundida.
Pedimos otra cama, y una bombilla nueva, y anotaron nuestro pedido al final de una larga lista de solicitudes, de varias páginas. Salimos de la administración y, de vuelta al 216, vimos entreabierta la puerta de otro cuarto.
Llamamos, y nadie contestó. Entramos, y allí conseguimos la cama que nos hacía falta y una bombilla nueva. Nos llevamos también un samovar, sin que de momento nos importara demasiado que no supiésemos cómo usarlo.
Ese fue nuestro primer día allí. A la semana, borrachos y decididos a regresar a Cuba, escuchamos aquellos golpes desesperados en nuestra puerta. Abrimos, y así apareció Masha en nuestras vidas: el cabello rubio, muy corto, revuelto; los ojos azules, muy claros, asustados; los senos pequeños, de pezones duros, desnudos.
Entró, cerró sin mirarnos y pasó el seguro, agitada la respiración. Recostó la espalda a la puerta, y se deslizó hasta el suelo, sin decir una palabra, cubriéndose el pecho.
Nosotros permanecimos quietos, silenciosos, hasta que Tomás se le acercó con una cobija entre las manos, y la arropó allí mismo, en el suelo. Ella le dejó hacer, y luego se hizo un ovillo sobre la alfombra de la entrada, con la cobija de Tomás.
Guardamos la botella, apagamos la luz, y cada quien se fue a su cama en silencio. Sabíamos que algo terrible acababa de suceder, pero también sabíamos que ninguno de los tres quería saber qué fue.
A la mañana siguiente nos despertó el olor del té recién hecho y el rumor del samovar contra las maderas del piso de la habitación. Masha sirvió las tazas y nos invitó a desayunar.


Descendimos del metro en la estación Komsomolskaya, y salimos a la avenida, guiados por Masha, que en el trayecto no paró de sonreír.
Sería un día feliz, nos prometió después del desayuno, sin comentar ni una palabra sobre la noche anterior, y sin que ninguno de los tres se atreviera a preguntarle nada.
El frío se colaba entre nuestras ropas. Pese a los guantes, los gorros, las bufandas, nos punzaba el cuerpo. Lo sentíamos especialmente en los oídos, la frente, los labios, y dábamos constantes resbalones sobre la nieve sucia y dura como un cristal bajo nuestros pies.
Así llegamos, entumecidos, a la Plaza Roja.
Nos hicimos esa y muchas otras fotos, aunque solo esa imprimimos después. Las demás quedaron desenfocadas, o el encuadre era pésimo, o el rebote de la luz en la nieve quemó el negativo. Pero en aquella, nuestra única foto, parecíamos alegres de verdad. Masha nos indicó las posiciones que debíamos adoptar, contra qué fondo pararnos, desde qué ángulo quería que miráramos a la cámara.
Luego nos invitó a un café de la Plaza Pushkin, y allí pidió kvas para los cuatro. Sentados al calor de ese local cerrado, entre el humo de los cigarrillos de los habituales, Masha comenzó a hablar.
Primero solo dijo nimiedades, cosas que olvidamos de inmediato: el nombre de la aldea donde nació, su preferencia por ciertos tipos de infusiones, el deseo de vivir en otro país.
Luego se sacó el abrigo, lo dobló sobre sus piernas, se acodó en él, y en voz muy baja y por primera vez en español, nos dijo, sin mirar a ninguno de los tres sino a un punto indeterminado en la avenida, a través de los cristales a nuestras espaldas:
–Muchachos, yo quiero irme a Cuba. ¿Cuál de los tres se casará conmigo?
Soltamos una carcajada al unísono, y Masha rió también, con aquellos ojos que pareciera podía anudarse tras su nuca. La hilaridad fue pasando, y Masha bajó la cabeza hasta apoyarla sobre el mantel.
Hicimos silencio, y ella levantó el rostro hacia nosotros, los ojos brillosos, llenos de lágrimas:
–Díganme muchachos, ¿cuál se casará conmigo?


Masha no estudiaba en el Instituto, pero solía pernoctar allí. Después de esa noche, muchas otras llamó a nuestra puerta, y le dejábamos entrar. Siempre llegaba con flores, que ponía en un búcaro que ella misma trajo y dejó en una esquina del cuarto, en el suelo, junto al samovar, y traía pastelillos, galletas, golosinas, cualquier cosa que sirviera para acompañar el té.
A retazos, fuimos componiendo la historia de Masha: su padre era cubano como nosotros, y también había estudiado en el Instituto, del cual fue una especie de alumno modelo, graduado con diploma de oro muchos años atrás.
Nos dijo su nombre, pero no conocíamos a ningún teatrista nuestro que se llamara así. Aventuramos que tal vez era alguien de provincias, desconocido en la capital.
Otra posibilidad era que su padre jamás hubiera regresado a Cuba, quizá abandonó el vuelo de retorno a la Isla en la escala de su avión en Canadá, y desde allí podría haber ido a dar a cualquier rincón del mundo. Pero eso no se lo quisimos decir.
Su madre ingresó al Instituto justo en el año en que aquel cubano terminaría sus estudios. No fueron novios, ni siquiera se conocieron durante el curso. Todo pasó en la noche de la graduación del cubano, y a la mañana siguiente la madre tomó el tren de vuelta a la aldea, para sus vacaciones.
Nunca regresó al Instituto. Cuando debía regresar a Moscú, ya su embarazo era evidente, y el padre la abofeteó a la entrada de la casa y tiró sus pocas cosas sobre la hierba del jardín.
La madre se marchó, nunca se supo a dónde, y solo una vez regresó a la aldea, un año después. Sin llamar a la puerta de la casa, dejó a la bebé en el portal, y se volvió a ir.
Así se lo contó su abuela, a los dieciocho años, cuando Masha decidió mudarse a Moscú. En la ciudad probó suerte en varios oficios, en los que duraba un mes o dos, de los que siempre la echaban. Un día alguien la confundió con una prostituta y le preguntó su tarifa.
Masha no era demasiado cara, por lo que supimos. Ella lo prefería así, y conservar su independencia, sin tener encima a la milicia ni a nadie que mirara por su seguridad y por ello cargara la mitad de sus ganancias, y encima disfrutara gratis sus favores.
Al Instituto iba porque allí la clientela era menos desagradable, y por la esperanza de alguna vez tener noticias de su padre, o de conocer a alguien con quien largarse a cualquier otro país.


Podían pasar dos y hasta tres semanas entre una y otra visita de Masha, y también tenía temporadas de venir casi un día sí y otro no. Igual de pronto aparecía cargada de comida, y permanecía en el cuarto un día detrás del otro, sin salir para nada. En esos días se ocupaba de lavar nuestra ropa, incluso si estuviera limpia, quitaba el polvo, dejaba reluciente el samovar. Luego, sin un aviso, sin una señal, volvía a desaparecer.
Las noches que pasaba con nosotros eran noches de charla y té. Al momento de dormir, ella se metía en la cama de alguno, nunca al azar sino siempre en un orden que jamás falló, aunque hubiera pasado más de un mes desde la última vez.
Una noche que tocó la puerta muy suavemente, cuando abrimos, la encontramos sonriente: traía una radio casetera en las manos. Entró, mirándonos por encima del hombro, con cara maliciosa, puso música, y comenzó a bailar.
Bailamos con ella los tres, reímos al verla intentar bailar nuestros sones, se burlaba ella cuando nosotros la queríamos seguir en una polka.
Llevábamos semanas esperándola, extrañándola. En algún momento de la madrugada le pedimos que cerrara los ojos. Que estirara las manos al frente. Le teníamos una sorpresa guardada desde varios días atrás.
Masha cerró los ojos, y extendió sus manos abiertas. Pusimos un sobre cerrado en sus manos. Debía adivinar qué contenía. No era dinero. No era una foto. No era una entrada al Teatro Bolshoi.
Desesperada, sonriente, nerviosa, Masha rasgó el sobre, y se quedó mirando aquello que tenía en las manos, sin comprender.
Era una copia de la llave de nuestro cuarto.
Fue como si aquel pedazo de metal le quemara las manos. Lo arrojó de sí, comenzó a gritar, histérica, a llorar, y nos golpeaba con los puños cerrados.
Luego dio un portazo y se largó.
Nos quedamos mudos, mirándonos sin entender. Un par de horas después, en medio de la madrugada, Masha regresó, silenciosa. Buscó en el suelo de la habitación hasta encontrar la llave, y con ella en las manos nos besó en los labios a los tres, algo que nunca volvió a hacer.
Luego nos dijo:
–Discúlpenme, muchachos, nunca he tenido la llave de ningún lugar.


Ninguno de nosotros tuvo sexo con Masha, aunque ella siempre se desnudaba para dormir. Los tres, y cada uno a su manera, la queríamos y, aunque nunca lo hablamos, sabíamos que el único modo de conservarla y conservar la alegría que su aparición traía, era dejar las cosas así.
Comenzando el verano, una noche, Masha abrió la puerta del cuarto cuando ya estábamos acostados. Tomás, al sentirla, encendió la luz, pero ella se lanzó sobre el interruptor y apagó la bombilla otra vez.
Alcanzamos a ver sus ropas rasgadas y varios moretones en el rostro, pero ninguno se animó a preguntar.
Quedamos en silencio. Solo se escuchaban en la habitación los bajos quejidos de Masha, que no se metió en la cama de ninguno, sino que se tiró sola, sobre la alfombra.
Antes del amanecer, antes que una gota de luz atravesara la ventana del cuarto, Masha habló:
–Llévenme con ustedes, muchachos. Seré la perra fiel del que me haga su esposa.
No contestamos. No nos movimos siquiera en nuestras camas.
Sin esperar la salida del sol, Masha abandonó la habitación, sin decirnos nada más. Los tres sospechamos que esta vez demoraría en regresar.


Tres días más tarde fuimos citados a la administración. Esperábamos que en algún momento seríamos requeridos, que alguien nos exigiría explicaciones por la presencia de Masha en nuestro cuarto.
La administradora ni nos invitó a sentar, leyó nuestros nombres en un documento, y luego nos lo entregó. Tardamos un rato en comprender.
En el documento se nos informaba que el convenio de estudios había sido cancelado, y teníamos una semana para abandonar el Instituto.
Nos parecía absurdo, a alguien se le estaba yendo la mano con ese castigo, Masha era solo una buena amiga, intentamos explicarle a la administradora, pero ella nos interrumpió:
–¿Masha? ¿A quién le importa vuestra Masha? Este es un aviso del gobierno de la República Rusa. O pagan, o se van. Esa Masha no tiene nada que ver.


En el consulado nos tranquilizaron.
Ya estaban al tanto, también ellos habían sido informados, habían comunicado la situación a La Habana, y estaban a la espera de una solución.
El propio cónsul nos dijo:
–Deben confiar en la Revolución. La Revolución no les dará la espalda en un momento así.
En el Instituto, cuando concluyó la semana de plazo, se hicieron de la vista gorda y nos dejaron estar sin decirnos nada más. Algún que otro profesor se nos acercó, interesándose por nuestra situación. Varios alumnos organizaron una colecta: querían pagarnos de sus bolsillos los estudios. Lo supimos cuando llamaron a nuestra puerta, para entregarnos el dinero recaudado.
Eso nos conmovió, por una vez sentimos que en verdad existíamos para ellos, pero les contestamos que no era necesario, que nuestro gobierno encontraría una solución, y no les aceptamos el dinero.
En el fondo, temíamos que aquello, lejos de ayudar, pudiera complicar más el asunto.


Entonces fuimos citados al consulado.
Nos hicieron pasar a una oficina, donde nos esperaba un funcionario al que no habíamos visto nunca antes. Nos explicó cuánto se había deteriorado la situación política en la Unión Soviética, y los costos que eso estaba representando para sus relaciones con Cuba. Nosotros mismos estábamos siendo víctimas de eso.
Al terminar, nos entregó nuestros pasaportes y boletos de avión para regresar a La Habana la noche siguiente. También nos entregó algunos rublos, para cualquier eventualidad.
Antes de salir de allí nos recordó:
–A las siete en punto un auto de la embajada los recogerá y los llevará al aeropuerto.


En el cuarto recogimos nuestras cosas, sin dirigirnos la palabra. Recordábamos que apenas a una semana de llegar nos queríamos ir.
Sin embargo, algo había cambiado, algo había pasado en esos meses. Ya no queríamos regresar. Pero ahí estábamos, empacando nuestras pocas cosas.
Luis, al terminar, preguntó qué haríamos con la radio casetera. Estuvimos de acuerdo en que se la llevara él. Tomás se llevaría el samovar.
Al levantar el samovar del suelo, Tomás descubrió allí la llave de Masha. Así supimos que esa madrugada ella nos abandonó para no volver jamás.
Yo me traje a Cuba la foto donde aparentamos estar felices, sobre la nieve de la Plaza Roja. En la foto solo estamos Luis, Tomás y yo, pero cada vez que la veo siento que al otro lado está Masha mirándonos, siempre risueña, tratando de darnos el imposible de su felicidad.

PENÉLOPE

Ernesto Pérez Castillo

Penélope, tras más de veinte años de soledad, fue a la notaría solicitando divorcio por ausencia. Era un trámite bien engorroso, el fallo final podría tardar años, pero el abogado le aseguró que a la corta o a la larga ganaría el pleito. Sería sólo cuestión de paciencia.

martes, 25 de mayo de 2010

Yoani Sánchez, los euros y la egolatría

Por Ernesto Pérez Castillo

A nuestra blodeguera insignia los asuntos de peluquería se le dan mal, tanto como mal se le da la redacción de un pobre párrafo. Ella, que perdió cinco años en la facultad de filología, es incapaz de sostener la coherencia por más de cuatro líneas seguidas.
En un post reciente afirma: “La liturgia de peinarme me aplaca la ansiedad y al final mi cabeza está en orden”, pero apenas dos líneas después –no dos párrafos ni dos cuartillas, que a tanto ella nunca se ha atrevido, sino solo dos líneas después– se contradice: “pensé que el ritual de desenredarme las greñas y reducirlas a una delgada trenza lograría quitarme la agitación, pero no ha funcionado”.
¿Y por qué tamaña ansiedad y agitación en Yoani? Pues ni más ni menos que porque la mencionaron en la Mesa Redonda, que ella califica como “el espacio más oficialista” de la televisión. Por más que según ella el programa es “aburrido”, de inmediato los “amigos me llamaron alarmados”.
También según ella, sus vecinos: “corriendo detrás del evasivo arroz, no habían tenido tiempo –ni ganas– para mirar tan tedioso montaje televisivo”. De ello se desprende que los “amigos” de Yoani, que la llamaron “alarmados”, sí que tienen arroz, y ya sin otra preocupación a la vista, disfrutan de sus horas de ocio mirando la Mesa Redonda. ¡Cuánta envidia que me dan!
Y, ¿cuál es el pollo de este arroz con pollo? –nótese que pregunto por el pollo, y no por el arroz, pues ya Yoani ha informado a los cubanos y al mundo que en la Isla no hay arroz, información importantísima de la que está sediento el universo entero y que solo Yoani es capaz de proveer, proveer de la noticia digo, que no del arroz.
Pues nada, sucedió que en la Mesa Redonda Internacional de Telesur del 27 de abril –que Yoani y sus amiguitos solo han visto en una tardía retransmisión–, el español José Manzaneda, director de Cubainformación, preguntado sobre los modos en que los grandes medios intentan formar líderes de opinión contrarios a Cuba y Venezuela, dijo: “ahí tenemos el caso de algunos nombres bien conocidos, como es el caso de Yoani Sánchez y otros”, y hasta ahí las clases, pues a partir de ese punto Manzaneda, que ni siquiera es un periodista cubano, se olvidó de ella y se dedicó a hablar del Grupo Prisa y su estrategia anticubana, y a la blodeguera no la volvió a mencionar.
Pero eso fue suficiente para que los amigos de Yoanis, según ella, le telefonearan “temiendo que mi casa ya estuviera llena de esos hombres que hurgan debajo de los colchones y detrás de los cuadros”.
Yo, que no estudié filología ni media hora, hubiera escrito: “hurgan bajo los colchones y tras los cuadros”, con lo cual me ahorraría cuatro “de”, y lograría con ello una redacción menos cacofónica, aunque ni así salvaría esa línea de ser reiterativa en cuanto a las mediocres ideas que Yoani repite tanto, de tanto atenerse al pobre guión que le han dictado, uno y el mismo desde antes del 1984 de Orwell.
El caso es que eso, la sola mención de su nombre –sin adjetivos descalificatorios, que no los hubo– equivale a un “fusilamiento mediático”, según su paranoico modo de ver las cosas.
Lo cierto es que ni la han fusilado, ni los tipos de gris llamaron a la puerta de su apartamento, cosa que la pone muy mal y la deja muy mal parada, pero parada al fin y al cabo, pues bien que le vendría, por una sola vez siquiera, alguna acción en su contra con la cual sostener su fachada de perseguida, de acosada, fachada que se cae a pedazos.
Y bueno, como nada de eso ocurre, entonces el hecho de que su nombre aparezca, cosa rara, en la televisión, ella lo magnifica al extremo de convertirlo en una “lapidación pública que consiste en llenar de improperios a quien tiene ideas críticas, sin permitirle unos minutos de derecho a réplica.”
Para Yoani, el que Manzaneda dijera que el nombre la blodeguera es “bien conocido”, equivale a llenarla de improperios. Y encima ella reclama “unos minutos de derecho a réplica”, como si no dispusiera a su antojo de su página personal en la web, que siguiendo sus afirmaciones, recibe millones de visitas diarias, y encima sus amiguitos del más allá le traducen a la friolera de diecinueve idiomas si se suma el persa, que fue el último “regalo” que le hicieron y ella anunció a bombos y platillos.
Curioso es que el programa iba de la ciberguerra, el ciberterrorismo y los grandes medios que controlan el flujo de información en el mundo, y la Yoani, en su egolatría, asumió que por tanto se estaba hablando de ella, pero ese, como ya tuvo a bien aclararle alguien en estos días, es su maletín, pues como dice el refrán, “a quien le sirva el sayo, que se lo ponga”.
La verdad es que no se hablaba de ella, apenas se le mencionó de pasada, como ejemplo de los peones que se gastan los que apuestan por la mentira como arma de desinformación. Pero ella es incapaz de abrir los ojos a la verdad y reconocer que no es más que un simple y desechable caballito de batalla, como otros tantos que en el mundo han sido.
Para colmo, para ilustrar su texto no se le ocurre algo peor que el trofeo que le han mandado por su Premio Perfil –no hay que olvidar que hasta que fue develada la barbaridad, Yoani recibía un premio cada veintiocho días–, que consiste, ni más ni menos que en la efigie del símbolo monetario de los euros, la moneda en que le pagan sus embarres.

SOBRE LAS EXCEPCIONES

Ernesto Pérez Castillo

Digo, si aceptamos que toda regla tiene su excepción, y aceptamos que esto es también una regla, entonces, la regla que dice que toda regla tiene una excepción tiene ella misma una excepción a su vez. Entonces, la excepción de la regla que dice que toda regla tiene su excepción es que existe al menos una regla sin excepciones. Ahora, si aceptamos que existe al menos una regla sin excepciones, queda demostrada la falsedad de la regla que dice que toda regla tiene su excepción. Digo.

lunes, 24 de mayo de 2010

LONGEVIDAD

Ernesto Pérez Castillo

La gente cree tener quince, treinta y dos, cuarenta, setenta y cinco años. Mas yo no puedo olvidar que, en principio, fui una célula de mi padre que viajó hacia una célula de mi madre, y que mis padres no son sino eso mismo respecto de los suyos y así hasta el principio mismo del verbo. En esa célula he viajado. Estoy vivo desde siempre. Soy tan viejo como el Big-Bang.

martes, 18 de mayo de 2010

Yoani Sánchez y la muela bizca

Ernesto Pérez Castillo

Muchos años ha, cuando terminé de leer Antes que anochezca –¿novela, memorias? de Reinaldo Arenas– me quedó un sabor extraño que tardé poco en concientizar, y es la evidencia de lo que luego identifiqué como un patrón que se repite: cuando el autor cuenta su estancia en prisión, narra abusos cometidos contra otros detenidos, pero no testimonia ni un solo golpe recibido por él, con lo que deja sospechosamente abierta la duda de si él fue abusado o no, afectando con ello la veracidad de todo lo narrado.¿Por qué ese olvido?¿Por qué, si se trata de sus “memorias”, olvida dejar en blanco y negro las “torturas” a las que dice haber sido sometido?Ese patrón se repite, curiosamente, una y otra vez. Recientemente, Ernesto Hernández Bushto, en el blog que le financia Bush, ha colgado un video con el “testimonio” de Dania Virgen García tras su breve estancia en una prisión, y sucede lo mismo. Virgen cuenta lo que “vio”, lo que “sucede” a las otras presas, pero nuevamente falta en sus palabras la narración de algún abuso cometido contra ella.Ahora, Yoani Sánchez hace otro tanto. Acaba de hacer pública una grabación de audio, con la que intenta demostrar que fue sometida a abusos por la policía. La grabación está subtitulada, y los subtítulos recogen no solo la transcripción de las palabras que se escuchan, sino que contiene acotaciones sobre los hechos que supuestamente suceden, para que se pueda “ver” lo que no se ve.Lo raro es que no se escuchan golpes, y aunque en las acotaciones de los subtítulos afirma que es golpeada, su voz –que nunca se calla– no denuncia el estar recibiendo golpes, ni lanza ninguna queja de dolor. También, en esas acotaciones añadidas a posteriori, narra que fue lanzada al suelo, pero en la grabación su voz nunca refiere la caída. Siempre según los subtítulos, afirma que una vez en el suelo fue pateada, pero tampoco hay quejas de dolor por esas patadas en lo registrado por la grabación, ni su voz refiere jamás que estuviera en el suelo o que allí fuera golpeada.De hecho, en la grabación se le escucha decir, con voz serena, muy calmada –todo lo contrario de lo que se esperaría de alguien tirado en el suelo, recibiendo una pateadura: “Estoy aquí en contra de mi voluntad”, mientras en los subtítulos transcribe ese texto y añade: “digo tirada en el piso mientras recibo varios puntapiés para que me pare”.¿Es que acaso, alguien que recibe una pateadura, indefenso y tirado en el suelo, no grita de dolor, no se queja, no refiere en sus palabras que está siendo golpeado, no pide a gritos que cesen los golpes, no llora, no solloza, no nada de nada?Para decir poco, eso es inverosímil.Otro punto interesante en el subtitulaje de Yoani son las aclaraciones que hace sobre varias frases y dicharachos del habla popular que se escuchan en la grabación. ¿Cuál es la intención de esas aclaraciones? Visto que esas frases son de uso muy común en Cuba, se desprende que no es para los cubanos que ella las “aclara”, sino que en esas aclaraciones son para un público más allá de nuestra isla, que a ella los cubanos le importan un comino. Tanto como a los cubanos les interesa ella.Además, sus traducciones del habla popular son malas, por incompletas. Cuando una voz le dice, ante su insoportable palabrería: “deja la muela bizca esa”, Yoani, en sus subtítulos pone: “en lenguaje muy vulgar significa cállate”, y no es así. Esa voz, debió traducirse por: “no seas tan aburrida”, o “no digas más sandeces”. El punto no es hacer callar, sino señalar el sinsentido de lo que el otro habla.Vale así mismo preguntarse los por qué de tan pero tan retardada publicación de la supuesta evidencia del supuesto atropello, ocurrido meses atrás… Según se sabe, las denuncias se hacen al momento, como suele suceder en YouTube, donde al instante son colgadas las grabaciones que la gente hace de aquello que les interese sacar a la luz.¿Es que Yoani había recibido de antemano el soplo del homenaje a los “demócratas” cubanos que se improvisó Aznar en Madrid, y guardaba su súper arma secreta para tan especial ocasión, en medio de la de Cumbre América Latina, El Caribe y la Unión Europea?Además, ¿por qué no acompaña su grabación con un certificado de lesiones que acredite los muchos moretones, los cardenales, las heridas abiertas que tan tamaña pateadura en el suelo le debió producir? ¿Por qué no presenta las fotos que evidencien las huellas en su cuerpo del abuso policial?, fotos que afirma tener, y que ha declarado conservar para el momento del ajuste de cuentas final, cuando la revolución se venga abajo.Pero con Yoani las cosas no funcionan así. Ella dice tener moretones, pero la prensa internacional –su gran aliada que la consiente siempre– no consigue convencerla de dejarse fotografiar las magulladuras, y ni siquiera se las deja ver. Ella dice tener fotos, pero a nadie se las enseña. Ella promete publicar un archivo de audio que testimonia los abusos, y lo más grave que ese audio muestra es que le piden, en cubano, que no hable más cáscara de piña.Entonces, ¿de qué sirve esta grabación que Yoani Sánchez ha hecho pública, y que El Nuevo Herald muy prontamente ha divulgado? Sirve, y es muy útil, como evidencia de primera mano, otra vez, de que Yoani Sánchez miente a mansalva y manipula nuestra realidad.

EL MAESTRO

Ernesto Pérez Castillo

El maestro decidió estudiar esa mañana cómo bebe agua el pájaro del bosque. Ansiaba descubrir las secretas leyes de la vida para coexistir en paz con la naturaleza. Se sentó junto al lecho del río y esperó.
Así apareció el primer pájaro, pero tuvo miedo del maestro y se alejó. Y el segundo. Y el tercero. Al anochecer ni un pájaro se había aventurado hasta el agua. El maestro comprendió que debía ser muy paciente. Decidió esperar un día más y se quedó muy quieto toda la noche hasta el amanecer.
Así, al otro día, apareció el primer pájaro, pero tuvo miedo del maestro y se alejó. Y el segundo. Y el tercero. El maestro comprendió que su presencia inspiraba miedo a los pájaros y decidió ser muy muy paciente, permanecer junto al lecho del río sin pestañear, sin amilanarse.
Así apareció el primer pájaro, pero tuvo miedo del maestro y se alejó. Y el segundo. Y el tercero. Al tercer día el maestro comprendió que debía perseverar sin moverse un segundo, y así permaneció el primer mes. Y el segundo. Y el tercero.
Sus discípulos llegaban hasta él con ligeros alimentos que el maestro aceptaba de mala gana sin desviar la vista del río. Así pasó el primer año.
Y el segundo. Y el tercero.
El maestro murió de viejo. Los pájaros murieron de sed.

jueves, 13 de mayo de 2010

LOS BUSHISMOS DE OBAMA, PARTE II

Por Ernesto Pérez Castillo

Lo dicho, ya Obama no se anda por las ramas, y en adelante ya solo queda por ver que es más bushista que el propio Bush. Por lo pronto, su récord de bushismos ya casi le saca ventaja a Súper W.
Ahora, en un discurso ante los graduados de la Universidad Hampton, en Virginia, queriendo aleccionar sobre las tecnologías digitales, la embarró completamente, soltando burradas como: “Los iPods y iPads y Xboxes y PlayStations –ninguno de los cuales sé cómo usar– convierten la información en distracción, en entretenimiento, en vez de ser instrumentos de empoderamiento, en vez de ser instrumentos de emancipación”.
¿Es que acaso nadie pudo advertirle al señor Obama que los iPod, los Xbox y los Playstation fueron diseñados específicamente para el entretenimiento y la distracción? Evidentemente, el Premio Nobel de la guerra no solo no los sabe usar, sino que además no sabe qué cosas son esas, y ni siquiera sabe de qué rayos está hablando.
En el mismo discurso, por si fuera poco, primero había soltado: “Los medios de comunicación nos bombardean con todo tipo de contenidos y nos exponen a todo tipo de argumentos, algunos de los cuales no siempre son de alto rango en el medidor de la verdad.”
Lo grave es que cuando Obama hablaba de “medios de comunicación” se refería precisamente a esos “iPods y iPads y Xboxes y PlayStations” que él no sabe usar.
El presidente, famoso por su adicción al Blackberry, que sube semana tras semana sus discursos a YouTube y que mantiene su propia página en Facebook, también la emprendió furioso contra las redes sociales y la blogosfera, al afirmar: “Con tantas voces clamando por atención en los blogs, en el cable, en la radio, puede ser difícil, a veces, tamizar todo eso, para saber qué creer, para averiguar quién está diciendo la verdad y quién no”, y abundó: “incluso algunos de los más locos reclamos pueden ganar rápidamente su atención. Yo mismo he tenido algunas experiencias”.
A renglón seguido, el Premio Nobel de la Guerra sienta cátedra: “Todo eso es no solo presión que sufre usted”, sino que es “presión que sufre nuestro país y nuestra democracia”
Ahora, de pronto, según afirma Obama, la libertad de expresión en Internet es peligrosa para la democracia Made in USA. De ahí a censurar la Internet solo falta un paso.
¿A qué “experiencias”, a cuáles “locos reclamos” aludió Obama en discurso? Porque cuando supuestamente le respondió una entrevista a Yoani Sánchez, su blodeguera oficial en La Habana, a Obama los blogs le parecían lo mejor de lo mejor, y le confesaba a Yoani: “Mi administración ha tomado pasos importantes para promover la corriente libre de información proveniente de y dirigida al pueblo cubano, particularmente mediante nuevas tecnologías”, e insistía: “Urjo al gobierno (cubano) a permitir acceso a la información y al Internet sin restricciones”.
¿Cómo es la cosa entonces? ¿Por qué cuando habla con jóvenes norteamericanos les advierte “puede ser difícil, a veces, tamizar todo eso, para saber qué creer, para averiguar quién está diciendo la verdad y quién no”, y sin embargo, para el caso cubano exige el “acceso a la información y al Internet sin restricciones”?
¡Ah!, pero Obama no está tan loco, solo que sigue la estrategia de “haz lo que yo digo pero no lo que hago”. Porque en alguna parte de su discurso fue muy claro: “No podemos detener estos cambios”, dijo Obama, “pero podemos adaptarnos a ellos. Y la educación es lo que nos puede permitir hacerlo”.
Y es que eso es lo que queremos en Cuba, la Internet del conocimiento, la Internet del intercambio de información veraz y responsable, la Internet de la educación, de la cultura y del crecimiento humano.
Eso queremos, señor Obama. Entonces, ¿por qué para usted está bien, y para nosotros no?

miércoles, 12 de mayo de 2010

ANGELES


SEBASTIAN Y SILVITA...


UN HOMBRE CON FE

Ernesto Pérez Castillo

Cada día riega sus plantas, aunque no tiene ninguna, y se va temprano al trabajo, aunque lleva meses desempleado. Antes de dormir revisa el seguro de la puerta, aunque vive a la intemperie. Los domingos toma el sol, aunque hace mucho que el sol se apagó.

LOS BUSHISMOS DE OBAMA

Por Ernesto Pérez Castillo

Hace muy pocos días alerté que la única asignatura pendiente que tenía Obama, con respecto a Súper W Bush, era comenzar a improvisar sus propios bushismos. Y ni corto ni perezoso, el Premio Nobel de la Guerra ha comenzado a soltarlos ya.
A propósito del aumento del asesinato de civiles en Afganistán, por su criminal guerra –a donde envió 30 000 soldados más en cuanto recibió el premiecito noruego–, Obama ha dicho: “yo soy responsable”. Y a renglón seguido, abundó: “Queremos reducir el número de víctimas civiles, y no solamente porque ello sea un problema para el presidente Karzai.”
“Queremos reducir el número de víctimas civiles”, ha dicho Obama, pero lo cierto es que un informe reciente de la Misión de Asistencia de Naciones Unidas en Afganistán denuncia que de 2 118 civiles muertos en 2008, la cifra para 2009 se elevó hasta los 2 412, en una tendencia que solo se agravará, pues la criminal guerra lejos de apuntar a una solución, se ha intensificado, extendiéndose hacia las zonas más tranquilas, como el noreste y se traslada desde las zonas rurales a las urbanas.
Los soldados norteamericanos que participan en operaciones fuera de los Estados Unidos lo hacen amparados en la inmunidad que su gobierno les otorga ante cualquier delito que cometan –violar, torturar, asesinar–, inmunidad que impone en los lugares donde son destinados.
Obviamente, en su calidad de Comandante en Jefe de las fuerzas imperiales, Obama goza de igual impunidad, de ahí que pueda confesarse responsable de la muerte de tantos y tantos civiles, e incluso advertir que “la guerra es dura y difícil, y se cometerán errores”… con lo cual advierte que habrá todavía más muertos, muchos más, y él seguirá durmiendo como los ángeles.
“No quiero que mueran civiles. Y haremos todo lo que esté en nuestro poder para evitarlo”, insiste Obama. Entonces, remedio santo, compañerito: saque a sus tropas de allí, a donde no debieron ir jamás.

martes, 11 de mayo de 2010

CON CUBA NO VALEN CARTICAS

Por Ernesto Pérez Castillo

Otra vez en España se equivocan de palmo a palmo con Cuba. Resulta que ahora se han fabricado una “Plataforma de Españoles por la Democratización de Cuba”, que estrenaran con sitio web incluido –¡por supuesto!–, para “servir de acicate para la movilización de la sociedad española en apoyo al proceso de democratización…”, y bla bla bla… y ya hasta circula una nueva carta –¡otra más!– para la nueva moda de modas: recoger firmas contra nuestra Isla.
Antes, cuando el eufemismo “democratizar” aun no se había inventado, y no firmaban cartas porque la mayoría de los españoles eran analfabetos, usaban la palabra “civilizar”, e incluso “cristianizar”, y como no tenían todavía las www a mano, usaban el látigo, la espada, el cepo, la horca y el garrote vil, y así lograron lo que lograron: el genocidio que no concluyó hasta el exterminio total de todos y cada uno de los nativos de esta, la tierra más hermosa que ojos humanos vieron.
Hoy por hoy se sabe muy claro qué se entiende en este mundo por democratizar: ahí esta a la vista el ejemplo doloroso y elocuente de Irak y Afganistán, dos países vueltos nada a base de bombas inteligentes y uranio empobrecido, todo con la entusiasta ayuda del gobierno español y sus tropas sobre el terreno.
¿Y cuál es ese dichoso empeño español por democratizar a Cuba? ¿Por qué mejor no se concentran, a ver, para empezar, en democratizar la propia España?
¿Por qué no meten mano a firmar cartas, y abrir sitios web, y formar la pataleta, por una vez, para resolver sus propios rollos? Por ejemplo, podrían tratar de deshacer la impunidad de los crímenes que dejó la dictadura del General Franco, que no solo asesinó a mansalva a los españoles, sino que obligó al silencio sobre ello después, y encima impuso tras él la monarquía, con ese rey que se sacó del congelador en el momento oportuno. Y hoy los asesinos, y sus hijos y nietos, siguen dictando en España qué está bien y qué esta mal.
Lo ilógico, lo ridículo del asunto, es que la derecha española no acaba de despertar y abrir los ojos a la realidad. Cuba no es una provincia española, ¿es que no se acaban de enterar?
Aquí ya perdieron la guerra, y la perdieron hace mucho, hace más de cien años. Y para colmo, en el orgullo obtuso de no aceptar esa derrota que tanto les humillaba –perder su guerra contra una pila de negros a punta de machete–prefirieron rendirse a sus amos desde entonces, los Estados Unidos. Y desde ahí mismo, desde Washington, les siguen tironeando de las orejas hoy, como carne de cañón contra Cuba.
Ayer, en ese ayer tan lejano en que la derecha española vive todavía hoy, tenían una estrategia para su guerra en Cuba: “hasta el ultimo hombre, y la última peseta”. Ahora siguen con la misma idea, pero al parecer se les acabaron los hombres ya, y por eso para la batalla contra Cuba se esconden bajo las faldas de las “Damas de blanco” y de la Yoani, la blodeguera profesional, a quienes empujan a hacerles el trabajo sucio por las pesetas que en medio de la crisis les consiguen mandar.
Y hablando de la crisis… si quieren concientizar a la sociedad española sobre algo, por allí cerquita, muy a mano, en Pozuelo de Alarcón, tienen un buen caso del cual se pudieran ocupar: Doney, el inmigrante colombiano que lleva más de setenta días sobre los fríos hierros de una grúa, a cuarenta metros de altura, reclamando se les pague a él y sus compañeros lo que se les deben, en una protesta que comenzaron sus compañeros desde febrero, y que la CNN, El País, El Mundo, El Nuevo Herald y la BBC han tenido a bien silenciar.
Y en ese silencio intencionado, convenido y conveniente, pareciera que lo mejor es hacerse el chivo con tontera, y bailar el son de las trompetas de la derecha fascista. Que sí, que basta ya de disculpar a quienes antes posaron a la izquierda y ahora firman tantas y tantas cartas contra Cuba, y pensar ingenuamente que están confundidos o que no saben lo que firman, o mil excusas más que después tendrán.
Ya veremos a otros tantos, posando felices en las fotos junto al indeseable y mentiroso de Aznar, que en su dizque Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, prepara también para estos días un “homenaje a los demócratas cubanos”, y piensa hacerlo nada más y nada menos que en el momento de la cumbre entre la Unión Europea y América Latina y el Caribe, a la que varios mandatarios de verdad, no lamebotas imperiales como Aznar, han advertido que no irán si asiste el presidente que en Honduras impusieron los golpistas.
Por lo pronto, ya lo saben, con Cuba no valen carticas. Con Cuba tendrán que atreverse de verdad. Que aquí tenemos los machetes, y tenemos todo lo demás.

EL SEÑOR SOMBRILLA


Pinto Sebastián, papá enmarcó.

LA MOTO QUE HICIMOS SEBASTIAN Y YO