martes, 31 de mayo de 2011
lunes, 30 de mayo de 2011
EL 15-M Y LOS DAÑOS COLATERALES: YOANI Y BUSHTO CON EL CORAZÓN PARTÍO
Ernesto Pérez Castillo
Que los indignados españoles del 15-M vayan a acabar con el capitalismo, eso aun esta por ver, pero lo que sí es ya un hecho es que uno de sus daños colaterales e imprevistos es el sacudión que ese movimiento le ha propiciado a las puntas de lanza de la campaña mediática contra Cuba.
Ahora mismo el ejemplo del mal ejemplo es el blog anticubano Penúltimos Días, que administra en Barcelona –literalmente, y no más que eso: apenas lo administra, que son otros muy otros los que deciden que se publica allí, y que no– el fascista mercenario Ernesto Hernández Bushto.
Resulta que Bushto, quien ha puesto en blanco y negro que la solución al problema cubano pasa por el desembarco de los marines de la 82 división en el malecón habanero, y ha llamado a “volver a los viejos métodos del disidente tradicional: hacer huelgas, salir a las calles”, de pronto se revela ciego, sordo y mudo, si no torpe, cuando le toman la palabra y la gente se lanza a las plazas y a las avenidas y las ocupa semanas y semanas, justo al otro lado de su muy barcelonesa ventana.
Bushto, que ha seguido con pelos, pulgas y señales las revueltas populares en Túnez, Egipto, Libia y medio Medio Oriente, y ha republicado y refritado obsesivamente cuanto sobre ello se ha escrito, buscando siempre la imposible quinta pata del gato, a saber: cómo lograr que aquello se replique en La Habana, sin conseguirlo jamás de los jamases, de pronto es miope ciento por ciento para ver –y peor para comentar– las revueltas bajo su balcón.
Un punto en el que hay que detenerse ahora, en medio de la ceguera y la cerrazón de PD para con los indignados españoles, es que hace solo un mes y tanto, Bushto se quejaba en otra de sus pataletas para que le suban el salario: “De los más de 200 mil visitantes que entran cada mes aquí apenas tres o cuatro cooperan para que el sitio continúe. Quedaría, por supuesto la opción de convertir Penúltimos días en un sitio por suscripción, pero entonces quienes saldrían perdiendo serían los lectores del blog en Cuba, donde tanta falta hace un medio de información independiente”.
La cosa es: si para los cubanos en la Isla, PD resulta –siempre según el propio Bushto– una fuente de información tan necesaria, ¿porqué entonces le oculta a esos supuestos lectores lo que está sucediendo en Barcelona, y la brutal represión policial contra los ciudadanos que ocuparon la Plaza Cataluña?
Él, más de una vez, ha reclamado desde su blog, con furia y con saña, cuándo el diario Granma va a publicar esto o lo otro o lo de más allá… Pues bien, ahora el regaño le viene de perilla… ¿Cuándo Ernesto Hernández Bushto va a informar a sus lectores sobre lo que ocurre, no en la blogosfera virtual tan neblinosa siempre, sino allí en la mismísima vida real, en las calles de la ciudad donde desgasta sus días? Él sería un testigo excepcional de lo que sucede en Barcelona, y podría contarlo de primera mano… ¿Por qué se calla, por qué niega a sus lectores la posibilidad de conocer lo que sucede allí?
El asunto se hace claro cuando uno empata los cabos y recuerda que en marzo de 2010 Bushto logró colarse en el encuentro de “ciberdisidentes” que inventó el Instituto George W. Bush en Texas –un encuentro del que nadie habló, ni siquiera el propio Bushto, que prometió una crónica que nunca se atrevió a terminar de redactar–, y ahora ese mismo Instituto, mientras ardían las plazas españolas, organizó una conferencia bajo el nombre “La Ola de Libertad: Tempranas Lecciones del Medio Oriente” y en uno de sus paneles, titulado “Más allá del Mundo Árabe”, se analizó el impacto que podría tener la primavera egipcia en los países que no son del agrado de Washington, como Irán, Venezuela, Cuba, Corea del Norte, Siria y Birmania.
O sea, que el asunto español se les sale de las manos y, exactamente por eso, de eso no se habla, y punto. Bushto, como buen mercenario, es disciplinado, mientras le paguen o al menos lo prometan que lo harán.
Y la otra que no debemos olvidar, para que no se sienta descriada, es a la mercenaria estrella, la doña Yoani Sánchez, que también recibió a propósito del 15-M un buen papazo. Ella, que es toda ilusión, se preguntaba por estos días en Twitter: “#GY La ciudadania toma las plazas en Espana. Algun dia podremos hacerlo en #Cuba sin que nos repriman o sin terminar en prision?”
Pues ya ves, inocente blodeguera, lo que ha pasado en Barcelona, represión ha habido, y de la peorcita: las fuerzas represivas españolas arremetieron contra la ciudadanía, disparando balas de goma y gas pimienta, golpeando a mansalva con sus porras, pateando a las personas y arrastrándolas sobre el pavimento. El saldo es de más de ciento veinte heridos, y al menos dos de extrema gravedad. La perla del asunto: hasta Europa Press hizo público que “han cargado también contra periodistas”.
Pero de eso la Yoani tampoco dirá nada. Que ya ella sabe que habló de más cuando en su ignorancia se le ocurrió mencionar a los indignados de la Plaza del Sol, cosa que hizo solo por su tendencia compulsiva a la manipulación. Ahora que los heridos aun curan sus heridas, y la gente sin miedo vuelve a las plazas otra vez, ella vuelve el rostro hacia otra parte: ni condena la violencia ni se solidariza con los reprimidos. Qué va, a estas horas ya deben haberle tirado de las orejas para aclararle su guión.
sábado, 28 de mayo de 2011
EN ZANJA Y BELASCOAÍN
Ernesto Pérez Castillo
(Un cuento tomado de Bajo la bandera rosa, Editorial Letras Cubanas, 2009)
Belarmino Acosta terminaría de atravesar la avenida de Belascoaín entre un camión abarrotado de cemento, un taxi repleto de turistas, y la bicicleta de un mulato sudoroso a toda velocidad con su racimo de plátanos recién macheteado en la parrilla, y saltó sobre un charco de fango sin digerir aún la mala espina de la sensación imprecisable que lo atoraba.
La Mariceli García se dio banquete cantándole las cuarenta en la otra acera, pero lo peor, lo incomprensible, había sido su decisión de terminar en un dos por tres con lo que fue su amorío de los últimos siete años.
La Mariceli García, de espaldas, se compraba a la sombra de los portales de Belascoaín un helado de tres pesos. Así, inconfundible por su negro culo invicto, la vio Belarmino Acosta por última vez antes que el mulato de la bicicleta, para esquivar el charco de fango, diera un corte rasante hacia el contén de la acera y Belarmino no consiguió evitar el ramalazo del racimo de plátanos contra su pierna izquierda. Al descubrir el manchón pardusco que sobre el pantalón le estampara el trastazo goteante del racimo comprendió la mala sensación imprecisable que lo tenía atorado.
Al levantar los ojos ya la Mariceli no estaba a la vista, pero en la cabeza de Belarmino Acosta comenzaron a martillear con toda claridad las últimas cinco palabras que ella soltó cuando él le volvió la espalda todavía en la otra acera y se lanzara al cruce de la avenida. Eran esas cinco palabras las que lo tenían atorado aún, mas, sólo ahora las entendía plenamente:
–¡Tenías que ser negro, coño!
¡Y qué pinga iba a ser si no! Negro y renegro, negro teléfono, negrísimo, negrón. Negro, y no sólo. Hijo de negro, nieto de pichón de haitiano, bisnieto de haitiano, tataranieto de dahomeyano, chozno de un leopardo, y más león que un león. Como si la Mariceli García, con ese culo, fuera Deborah Andoyo, la rubia submarina.
Aquello no podía quedar así. Belarmino Acosta comenzó a recorrer Belascoaín abajo tratando de redescubrirla entre los vendedores de pizzas y refresquito de fresa de los portales sombreados camino al Malecón, pero al llegar a la intersección de la calle Zanja y lanzarse a cruzarla sin mirar al semáforo lo frenó en seco el sirenazo del flamante peugeot policial.
También en seco frenó junto a Belarmino un taxi-bicicleta. No lo alteró el coño e'tu madre que le soltó el jabao pedalista, secundado por la sonrisita a dúo de las dos rubias lechosas de escandinavia que no sudaban ni una gota sentadas a la sombra del jabao. Lo que le preocupaba era el policía que ordenó al jabao del taxi-bicicleta que circulara, y le pidió al ciudadano Belarmino Acosta el carné de identidad.
Ahora sí que no encontraría más nunca a la Mariceli. Entregó al policía el carné de identidad sin lograr domeñar los temblores de su mano derecha, pero el rostro aindiado del policía se relajó al comprobar que en el carné de identidad decía que el ciudadano Belarmino Acosta, negro y todo, era profesor de la Universidad.
La propia Mariceli no fue su alumna porque se empeñó en dejar de estudiar justo cuando él empezaría a darle clases a su curso, un año después de que lo nombraron profesor. Las cosas empezaron a descojonarse por culpa del lejano Gorbachov, y la Mariceli se tiró pa' la calle a luchar. Belarmino Acosta comprendió a tiempo que le estaba pasando por delante el último vagón del tren de la buena ventura y se batió a brazo partío hasta lograr que lo aceptaran en la primera maestría que se abrió en la Universidad.
Ahí empezó la batalla sangrienta del negrón universitario, y en ella puso todo su espíritu. Y la Mariceli puso los frijoles, la carne, la jama. Belarmino Acosta saltó de madrugada en madrugada sobre la desmantelada mesa de la cocina con desparramo de lapiceros y regla de cálculo y planos de nunca acabar mientras la Mariceli contrabandeaba todo lo contrabandeable, hasta el día en que finalmente se le jodió el bisne de la leche en polvo pero recibió con las piernas abiertas a Belarmino que desde ya sería el único Máster del solar y para más nunca otro ingeniero del montón.
Esa noche la pasaron bebiendo cervezas de laticas, de marcas diferentes cada vez, de Cupet en Cupet, y mientras se comían el primer y último pollo frito en dólares de sus vidas, la Mariceli le advirtió a Belarmino que el bisneteo con la leche en polvo se había puesto en llamas.
–¡Tienes que ponerte pa' las cosas, papi...!
Dijo la Mariceli después que se vinieron con tremenda gritadera al arrullo del gruñido de la puerca parida en el baño del vecino. Belarmino Acosta le advirtió que ya estaba en eso: más o menos en cosa de un año podría empezar su doctorado.
Ahí casi le baja Changó a la Mariceli. Al muy Máster de su marido no sólo no le importó que llevaran tres semanas a punta de chícharos, sino que ahora se llenaba la bembona pa' decirle que empezaría un doctorado. Fueron al baño juntos pero ella se lavó sin mirarlo y se acostó encuera y vira' contra la pared.
Eso mataba a Belarmino, la Mariceli desnuda y silenciosa, apuntándole con su culo virginal. En la época en que todavía templaban a cualquier hora Belarmino Acosta había concentrado sus esfuerzos en cogerle el culo a la Mariceli, pero ella insistía en que el culo se había hecho para cagar, y punto. Por lo menos hasta que se casaran, cosa que el muy Máster de su marido posponía y posponía, a pesar de saber el alegrón que esa boda daría a la Mariceli y a su parentela completa.
Por eso la Mariceli se la pasaba embutida en sus licras de media pierna, para embullarle a Belarmino Acosta la casadera, y Belarmino le sufría las ganas, y más en las tardes que los radios vomitaban de salsa el solar y la Mariceli bailaba sola frente al fogón. Eso era menear el culo. Eso era un culo.
–¡Doctorado ni un cojón!
Fue lo único que dijo la Mariceli al levantarse al otro día a prepararle el café a Belarmino Acosta, aunque pasaría esa mañana, y la siguiente, y la otra, rumiando dónde coño se había visto un negro doctor, y mucho menos su marido, que a estas alturas ni siquiera sabía cruzar la calle solo.
En la Universidad pensaron lo mismo, pero ahí tenían la solicitud del Máster Belarmino Acosta, con su currículum impecable, su docencia imprescindible, las publicaciones de sus artículos en las revistas científicas, y su increíble dominio del ruso y del inglés.
El Máster Belarmino Acosta, que mucho ensombrecía el Decanato de la Facultad, tenía un sólo problema, y de él se podrían agarrar. Era lo que se dice un problema ideológico. Su tutor de grado fue ni más ni menos el antiguo decano que, aunque no era negro, seguramente era medio brujero, y por eso acogió bajo su protección al joven Belarmino Acosta desde su ingreso a la Universidad, y en cambio se opuso al diseño, y luego a la construcción, del prototipo de la máquina tumbadora de cocos de la bella Ingeniera Blanca Rosa Blanco.
La máquina tumbadora de cocos de la bella Ingeniera Blanca Rosa Blanco funcionaba bajo el principio de la vibración hidráulica. Era una especie de tractor poseedor de un largo brazo metálico: aprisionaba el tronco del cocotero y comenzaba a estremecerlo hasta hacer caer a tierra el último coco. Era una belleza ver a la bella Ingeniera Blanca Rosa Blanco operando su maquinaria, y al tiempo ver el bello estremecimiento de sus nalgas.
El prototipo inicial, desarrollado contra la voluntad del antiguo decano, quebraba, cuando no arrancaba de raíz, los troncos de los cocoteros, y con eso el antiguo decano logró la paralización del proyecto. Pero no sería por mucho tiempo, porque más temprano que tarde apareció la posibilidad de que el antiguo decano impartiera unas conferencias en cierta universidad europea y, por supuesto, al terminarlas se quedó.
Inmediatamente la bella Ingeniera Blanca Rosa Blanco tuvo la luz verde del nuevo decano para continuar su proyecto, y el día que sacó del taller el prototipo número dos de la máquina tumbadora de cocos casi atropella al Máster Belarmino Acosta que cruzaba hacia el Decanato como siempre atravesándose en el camino de cuanto vehículo andante existiese sobre la faz de la tierra. Para no atropellar al Máster Belarmino Acosta la bella Ingeniera Blanca Rosa Blanco dio un brusco giro a la derecha y estrelló el prototipo número dos de la máquina tumbadora de cocos contra los muros del taller.
Ahí empezaron los problemas ideológicos del Máster Belarmino Acosta. Seis meses después que el antiguo decano traicionara a la patria llegó a la Facultad una carta suya invitando al Master Belarmino Acosta a viajar a la misma universidad europea para que trabajara junto a él.
A Belarmino Acosta le costó dios y ayuda demostrar que aquello no era un problema ideológico, sino un problema de correos, pues la carta estaba fechada dos meses antes que el antiguo decano traicionara a la patria, y lo podían confirmar revisando el matasellos extranjero en el sobre de la carta.
El mayor obstáculo en la defensa de la integridad política del Máster Belarmino Acosta fue el alegato de la bella Ingeniera Blanca Rosa Blanco de que para la CIA no sería difícil falsificar un matasellos de correo, sobre todo en un país extranjero, porque aquí jamás. La suerte fue que durante los siete meses que duró el proceso de análisis de la integridad política del Máster Belarmino Acosta no llegó ninguna otra carta del extranjero para él.
No obstante, a pesar de que el claustro en pleno le escuchó retractarse en público de la amistad con el antiguo decano, amistad que el Máster Belarmino Acosta se empeñó en calificar como buenas relaciones de colaboración profesional, y afirmar él mismo en persona que siempre supo que el antiguo decano era un pequeño burgués, y ahora un traidor a la patria, lo dejaron en remojo pues ¿cómo harían ellos para averiguar que ahora el antiguo decano no le estaría escribiendo directamente a su casa, o si elegirían para la correspondencia otra vía más secreta y segura?
Cuando la Mariceli García supo que al Máster de su marido se le estaba trabando el paraguas con el cuento del doctorado le dio un consejo a Belarmino Acosta:
–¡Ay papi, dale jaque mate a esos blanquitos sin actitú...!
Belarmino siguió el consejo aunque fue la primera vez en su vida que se le vió en tan turbios manejos: a la semana sus enemigos se enteraron, por una u otra vía, que el Máster Belarmino Acosta circulaba por la Facultad y el Decanato averiguando sus nombres y apellidos completos y anotándolos en papel de estraza.
También por sus propios ojos pudieron comprobar que el Máster Belarmino Acosta rondaba los matorrales periféricos de la Universidad escogiendo ciertos hierbajos que guardaba en su portafolios, e incluso alguno que otro afirmó haberlo visto recogiendo polvo del camino que transitaran sus colegas.
El pánico cundió el día en que a la hora de almuerzo y a la vista del estudiantado y el claustro de la Facultad el nuevo decano cayó de sus propios pies y rodó por las escaleras del comedor, fracturándose la clavícula izquierda, las dos piernas, y perdiendo siete dientes delanteros.
A partir de ahí los colegas del Máster Belarmino Acosta comenzaron a saludarlo, primero discretamente, y luego con verdadera devoción, y en una semana tuvo lista la aprobación para iniciar su doctorado.
A la Mariceli el berro por la continua estudiadera de su marido le duraría hasta lograr otro bisnecito, esa vez con aceite de cocina. Mientras tanto Belarmino se humillaría al extremo de salir por las tardes con la bicicleta cargada de aguacates y recorrer Cayo Hueso de arriba a abajo, aunque regresara casi siempre con las manos vacías, pero logró que la Mariceli se le compadeciera y lo aceptara de vuelta a pesar de la jaba repleta de aguacates. Era su negro. Era su cruz.
Volvieron las madrugadas de Belarmino sobre la desmantelada mesa de la cocina con desparramo de lapiceros y regla de cálculo y planos de nunca acabar y al jodérsele a la Mariceli también el bisne del aceite de cocina montó una peluquería y sudaba horas y horas frente a la hornilla de carbón calentando al rojo vivo el peine de acero que el casi Doctor de su marido le hizo para desrizar el pelo indomeñable de las negronas de Cayo Hueso que se resistían a la modernidad y a las trenzitas de hilo de caprón.
Así, entre el calor del carbón y la pestilencia del keroseno, pasó el tiempo hasta la tarde que llamaron al Máster Belarmino Acosta al Rectorado de la Universidad. Belarmino desconocía el motivo del llamado y, por si las moscas, al sentarse en la oficina frente al Rector abrió su portafolios aparentando buscar un lapicero, con la torva intención de dejar ver un hierbajo de vencedor.
–Belarmino, veo que efectivamente es usted un apasionado de la medicina verde.
No fue el único comentario del Rector al respecto, pues sostuvieron una protocolar conversación de casi media hora sobre Africa, donde el Rector pasó cerca de seis años, primero como ingeniero militar, y luego prestando sus conocimientos civiles en los más apartados rincones del continente. Conservaba de entonces, decorando su oficina, varias lanzas tribales.
Pero no lo hizo llamar para hablarle de Africa, sino de Europa. Sobre el escritorio del Rector descansaba la solicitud de cierta universidad europea para contratar por dos años los servicios del Máster Belarmino Acosta, recomendado por el antiguo decano de la Facultad.
–¡Yo no aceptaré nada de ese traidor a la patria!
–¿Cómo que traidor, Belarmino? El antiguo decano no pasa de ser un simple emigrado económico.
El Rector le explicó que no debía tomar el asunto a la ligera. Por su trabajo en aquella universidad europea Belarmino tendría acceso a los aquí inexistentes recursos para sus investigaciones, y conseguiría adelantar notablemente su doctorado. Además, aquella universidad europea pagaría a la Universidad una buena suma por sus servicios, de la cual el Máster Belarmino Acosta dispondría del veinticinco por ciento.
–Debe mirar el semáforo antes de cruzar la calle, profe, que lo pueden a atropellar...
El policía devolvió el carné de identidad al ciudadano Belarmino Acosta, y le advirtió que no le pondría la multa sólo si se comprometía a tener más cuidado la próxima vez. Belarmino aseguró que así sería, guardó el carné de identidad en el bolsillo de la camisa, y se sintió totalmente perdido bajo el sol de Belascoaín, sin la más mínima idea de adónde podría encontrar a la Mariceli.
Acaba de proponerle matrimonio a la Mariceli García pensando que sería el alegrón de la vida para ella y su parentela, pero la Mariceli creyó que su perversa intensión era cogerle de cualquier manera el culo. Belarmino le aclaró que no, que le propusieron un viaje al extranjero por dos años, y tuvo tanto miedo de perderla que se quería casar.
La Mariceli García al imaginarse al casi Doctor de su marido en Europa saltó de alegría y comenzó a enumerar las cosas que ahora podría hacer: dejar la jodía peluquería, mudarse pal' Veda'o, poner ventiladores de techo en cada una de las habitaciones de la nueva casa, tener por fin un televisor a colores, comprar una holla arrocera.
–¿Y con qué vas a pagar eso?
–Con los dólares que me mandes de Europa...
Entonces Belarmino Acosta la besó en los labios y le explicó que él no podría vivir sin ella, no resistiría dos años separado de su Mariceli del alma. La propuesta del viaje le sirvió para darse cuenta de lo tanto que la quería, y por eso renunció a Europa y se quería casar.
Ahí sí le bajó Changó a la Mariceli. Se dio banquete cantándole las cuarenta en la otra acera al muy casi Doctor de su marido, pero lo peor, lo incomprensible para Belarmino Acosta, había sido la decisión de la Mariceli García de terminar en un dos por tres con lo que fue su amorío de los últimos siete años.
–¡Tenías que ser negro, coño!
No iba a permitir que terminara así. Encontraría a la negrona de su mujer y le contestaría como era debido. No podía ser que nuevamente entendiera tarde las ofensas que se le dirigían y se quedara otra vez con el deseo de la venganza descojonándole el hígado. La Mariceli García debía estar muy cerca, comprándose cualquier mierda, como siempre que se empinga.
Belarmino Acosta revisó en su mente la avenida de Belascoaín desde la calle Zanja hasta el Malecón y tuvo la corazonada final de dónde podría encontrar a la Mariceli García: en la shoping de la esquina de San Miguel, la antigua Casa de los Gordos. Tenía que cruzar Zanja y seguir Belascoaín abajo tres cuadras más.
Al dar el primer paso sobre el asfalto volvió a oírse en las cuatro esquinas de Zanja y Belascoaín el sirenazo del flamante peugeot policial, pero Belarmino Acosta no escuchó nada, ni se detuvo, ni pudo entender que hacía de pronto tirado en el asfalto bajo el sol de las tres de la tarde, pero antes de que el ómnibus terminara de pasarle por encima tuvo tiempo de saber que iba a morir atropellado.
La Mariceli García salió de la shoping de San Miguel sin comprarse nada. Había decidido cambiar su vida. Iba a subir pal' solar por Belascoaín aunque se enfrentara otra vez con el muy casi Doctor de su ex-marido, pero al ver el barullo y el gentío en la esquina de Zanja, y el peugeot policial, y escuchar la sirena de la ambulancia, sintió que no estaba pa'l chisme y prefirió cortar camino doblando por San José.
(Un cuento tomado de Bajo la bandera rosa, Editorial Letras Cubanas, 2009)
Belarmino Acosta terminaría de atravesar la avenida de Belascoaín entre un camión abarrotado de cemento, un taxi repleto de turistas, y la bicicleta de un mulato sudoroso a toda velocidad con su racimo de plátanos recién macheteado en la parrilla, y saltó sobre un charco de fango sin digerir aún la mala espina de la sensación imprecisable que lo atoraba.
La Mariceli García se dio banquete cantándole las cuarenta en la otra acera, pero lo peor, lo incomprensible, había sido su decisión de terminar en un dos por tres con lo que fue su amorío de los últimos siete años.
La Mariceli García, de espaldas, se compraba a la sombra de los portales de Belascoaín un helado de tres pesos. Así, inconfundible por su negro culo invicto, la vio Belarmino Acosta por última vez antes que el mulato de la bicicleta, para esquivar el charco de fango, diera un corte rasante hacia el contén de la acera y Belarmino no consiguió evitar el ramalazo del racimo de plátanos contra su pierna izquierda. Al descubrir el manchón pardusco que sobre el pantalón le estampara el trastazo goteante del racimo comprendió la mala sensación imprecisable que lo tenía atorado.
Al levantar los ojos ya la Mariceli no estaba a la vista, pero en la cabeza de Belarmino Acosta comenzaron a martillear con toda claridad las últimas cinco palabras que ella soltó cuando él le volvió la espalda todavía en la otra acera y se lanzara al cruce de la avenida. Eran esas cinco palabras las que lo tenían atorado aún, mas, sólo ahora las entendía plenamente:
–¡Tenías que ser negro, coño!
¡Y qué pinga iba a ser si no! Negro y renegro, negro teléfono, negrísimo, negrón. Negro, y no sólo. Hijo de negro, nieto de pichón de haitiano, bisnieto de haitiano, tataranieto de dahomeyano, chozno de un leopardo, y más león que un león. Como si la Mariceli García, con ese culo, fuera Deborah Andoyo, la rubia submarina.
Aquello no podía quedar así. Belarmino Acosta comenzó a recorrer Belascoaín abajo tratando de redescubrirla entre los vendedores de pizzas y refresquito de fresa de los portales sombreados camino al Malecón, pero al llegar a la intersección de la calle Zanja y lanzarse a cruzarla sin mirar al semáforo lo frenó en seco el sirenazo del flamante peugeot policial.
También en seco frenó junto a Belarmino un taxi-bicicleta. No lo alteró el coño e'tu madre que le soltó el jabao pedalista, secundado por la sonrisita a dúo de las dos rubias lechosas de escandinavia que no sudaban ni una gota sentadas a la sombra del jabao. Lo que le preocupaba era el policía que ordenó al jabao del taxi-bicicleta que circulara, y le pidió al ciudadano Belarmino Acosta el carné de identidad.
Ahora sí que no encontraría más nunca a la Mariceli. Entregó al policía el carné de identidad sin lograr domeñar los temblores de su mano derecha, pero el rostro aindiado del policía se relajó al comprobar que en el carné de identidad decía que el ciudadano Belarmino Acosta, negro y todo, era profesor de la Universidad.
La propia Mariceli no fue su alumna porque se empeñó en dejar de estudiar justo cuando él empezaría a darle clases a su curso, un año después de que lo nombraron profesor. Las cosas empezaron a descojonarse por culpa del lejano Gorbachov, y la Mariceli se tiró pa' la calle a luchar. Belarmino Acosta comprendió a tiempo que le estaba pasando por delante el último vagón del tren de la buena ventura y se batió a brazo partío hasta lograr que lo aceptaran en la primera maestría que se abrió en la Universidad.
Ahí empezó la batalla sangrienta del negrón universitario, y en ella puso todo su espíritu. Y la Mariceli puso los frijoles, la carne, la jama. Belarmino Acosta saltó de madrugada en madrugada sobre la desmantelada mesa de la cocina con desparramo de lapiceros y regla de cálculo y planos de nunca acabar mientras la Mariceli contrabandeaba todo lo contrabandeable, hasta el día en que finalmente se le jodió el bisne de la leche en polvo pero recibió con las piernas abiertas a Belarmino que desde ya sería el único Máster del solar y para más nunca otro ingeniero del montón.
Esa noche la pasaron bebiendo cervezas de laticas, de marcas diferentes cada vez, de Cupet en Cupet, y mientras se comían el primer y último pollo frito en dólares de sus vidas, la Mariceli le advirtió a Belarmino que el bisneteo con la leche en polvo se había puesto en llamas.
–¡Tienes que ponerte pa' las cosas, papi...!
Dijo la Mariceli después que se vinieron con tremenda gritadera al arrullo del gruñido de la puerca parida en el baño del vecino. Belarmino Acosta le advirtió que ya estaba en eso: más o menos en cosa de un año podría empezar su doctorado.
Ahí casi le baja Changó a la Mariceli. Al muy Máster de su marido no sólo no le importó que llevaran tres semanas a punta de chícharos, sino que ahora se llenaba la bembona pa' decirle que empezaría un doctorado. Fueron al baño juntos pero ella se lavó sin mirarlo y se acostó encuera y vira' contra la pared.
Eso mataba a Belarmino, la Mariceli desnuda y silenciosa, apuntándole con su culo virginal. En la época en que todavía templaban a cualquier hora Belarmino Acosta había concentrado sus esfuerzos en cogerle el culo a la Mariceli, pero ella insistía en que el culo se había hecho para cagar, y punto. Por lo menos hasta que se casaran, cosa que el muy Máster de su marido posponía y posponía, a pesar de saber el alegrón que esa boda daría a la Mariceli y a su parentela completa.
Por eso la Mariceli se la pasaba embutida en sus licras de media pierna, para embullarle a Belarmino Acosta la casadera, y Belarmino le sufría las ganas, y más en las tardes que los radios vomitaban de salsa el solar y la Mariceli bailaba sola frente al fogón. Eso era menear el culo. Eso era un culo.
–¡Doctorado ni un cojón!
Fue lo único que dijo la Mariceli al levantarse al otro día a prepararle el café a Belarmino Acosta, aunque pasaría esa mañana, y la siguiente, y la otra, rumiando dónde coño se había visto un negro doctor, y mucho menos su marido, que a estas alturas ni siquiera sabía cruzar la calle solo.
En la Universidad pensaron lo mismo, pero ahí tenían la solicitud del Máster Belarmino Acosta, con su currículum impecable, su docencia imprescindible, las publicaciones de sus artículos en las revistas científicas, y su increíble dominio del ruso y del inglés.
El Máster Belarmino Acosta, que mucho ensombrecía el Decanato de la Facultad, tenía un sólo problema, y de él se podrían agarrar. Era lo que se dice un problema ideológico. Su tutor de grado fue ni más ni menos el antiguo decano que, aunque no era negro, seguramente era medio brujero, y por eso acogió bajo su protección al joven Belarmino Acosta desde su ingreso a la Universidad, y en cambio se opuso al diseño, y luego a la construcción, del prototipo de la máquina tumbadora de cocos de la bella Ingeniera Blanca Rosa Blanco.
La máquina tumbadora de cocos de la bella Ingeniera Blanca Rosa Blanco funcionaba bajo el principio de la vibración hidráulica. Era una especie de tractor poseedor de un largo brazo metálico: aprisionaba el tronco del cocotero y comenzaba a estremecerlo hasta hacer caer a tierra el último coco. Era una belleza ver a la bella Ingeniera Blanca Rosa Blanco operando su maquinaria, y al tiempo ver el bello estremecimiento de sus nalgas.
El prototipo inicial, desarrollado contra la voluntad del antiguo decano, quebraba, cuando no arrancaba de raíz, los troncos de los cocoteros, y con eso el antiguo decano logró la paralización del proyecto. Pero no sería por mucho tiempo, porque más temprano que tarde apareció la posibilidad de que el antiguo decano impartiera unas conferencias en cierta universidad europea y, por supuesto, al terminarlas se quedó.
Inmediatamente la bella Ingeniera Blanca Rosa Blanco tuvo la luz verde del nuevo decano para continuar su proyecto, y el día que sacó del taller el prototipo número dos de la máquina tumbadora de cocos casi atropella al Máster Belarmino Acosta que cruzaba hacia el Decanato como siempre atravesándose en el camino de cuanto vehículo andante existiese sobre la faz de la tierra. Para no atropellar al Máster Belarmino Acosta la bella Ingeniera Blanca Rosa Blanco dio un brusco giro a la derecha y estrelló el prototipo número dos de la máquina tumbadora de cocos contra los muros del taller.
Ahí empezaron los problemas ideológicos del Máster Belarmino Acosta. Seis meses después que el antiguo decano traicionara a la patria llegó a la Facultad una carta suya invitando al Master Belarmino Acosta a viajar a la misma universidad europea para que trabajara junto a él.
A Belarmino Acosta le costó dios y ayuda demostrar que aquello no era un problema ideológico, sino un problema de correos, pues la carta estaba fechada dos meses antes que el antiguo decano traicionara a la patria, y lo podían confirmar revisando el matasellos extranjero en el sobre de la carta.
El mayor obstáculo en la defensa de la integridad política del Máster Belarmino Acosta fue el alegato de la bella Ingeniera Blanca Rosa Blanco de que para la CIA no sería difícil falsificar un matasellos de correo, sobre todo en un país extranjero, porque aquí jamás. La suerte fue que durante los siete meses que duró el proceso de análisis de la integridad política del Máster Belarmino Acosta no llegó ninguna otra carta del extranjero para él.
No obstante, a pesar de que el claustro en pleno le escuchó retractarse en público de la amistad con el antiguo decano, amistad que el Máster Belarmino Acosta se empeñó en calificar como buenas relaciones de colaboración profesional, y afirmar él mismo en persona que siempre supo que el antiguo decano era un pequeño burgués, y ahora un traidor a la patria, lo dejaron en remojo pues ¿cómo harían ellos para averiguar que ahora el antiguo decano no le estaría escribiendo directamente a su casa, o si elegirían para la correspondencia otra vía más secreta y segura?
Cuando la Mariceli García supo que al Máster de su marido se le estaba trabando el paraguas con el cuento del doctorado le dio un consejo a Belarmino Acosta:
–¡Ay papi, dale jaque mate a esos blanquitos sin actitú...!
Belarmino siguió el consejo aunque fue la primera vez en su vida que se le vió en tan turbios manejos: a la semana sus enemigos se enteraron, por una u otra vía, que el Máster Belarmino Acosta circulaba por la Facultad y el Decanato averiguando sus nombres y apellidos completos y anotándolos en papel de estraza.
También por sus propios ojos pudieron comprobar que el Máster Belarmino Acosta rondaba los matorrales periféricos de la Universidad escogiendo ciertos hierbajos que guardaba en su portafolios, e incluso alguno que otro afirmó haberlo visto recogiendo polvo del camino que transitaran sus colegas.
El pánico cundió el día en que a la hora de almuerzo y a la vista del estudiantado y el claustro de la Facultad el nuevo decano cayó de sus propios pies y rodó por las escaleras del comedor, fracturándose la clavícula izquierda, las dos piernas, y perdiendo siete dientes delanteros.
A partir de ahí los colegas del Máster Belarmino Acosta comenzaron a saludarlo, primero discretamente, y luego con verdadera devoción, y en una semana tuvo lista la aprobación para iniciar su doctorado.
A la Mariceli el berro por la continua estudiadera de su marido le duraría hasta lograr otro bisnecito, esa vez con aceite de cocina. Mientras tanto Belarmino se humillaría al extremo de salir por las tardes con la bicicleta cargada de aguacates y recorrer Cayo Hueso de arriba a abajo, aunque regresara casi siempre con las manos vacías, pero logró que la Mariceli se le compadeciera y lo aceptara de vuelta a pesar de la jaba repleta de aguacates. Era su negro. Era su cruz.
Volvieron las madrugadas de Belarmino sobre la desmantelada mesa de la cocina con desparramo de lapiceros y regla de cálculo y planos de nunca acabar y al jodérsele a la Mariceli también el bisne del aceite de cocina montó una peluquería y sudaba horas y horas frente a la hornilla de carbón calentando al rojo vivo el peine de acero que el casi Doctor de su marido le hizo para desrizar el pelo indomeñable de las negronas de Cayo Hueso que se resistían a la modernidad y a las trenzitas de hilo de caprón.
Así, entre el calor del carbón y la pestilencia del keroseno, pasó el tiempo hasta la tarde que llamaron al Máster Belarmino Acosta al Rectorado de la Universidad. Belarmino desconocía el motivo del llamado y, por si las moscas, al sentarse en la oficina frente al Rector abrió su portafolios aparentando buscar un lapicero, con la torva intención de dejar ver un hierbajo de vencedor.
–Belarmino, veo que efectivamente es usted un apasionado de la medicina verde.
No fue el único comentario del Rector al respecto, pues sostuvieron una protocolar conversación de casi media hora sobre Africa, donde el Rector pasó cerca de seis años, primero como ingeniero militar, y luego prestando sus conocimientos civiles en los más apartados rincones del continente. Conservaba de entonces, decorando su oficina, varias lanzas tribales.
Pero no lo hizo llamar para hablarle de Africa, sino de Europa. Sobre el escritorio del Rector descansaba la solicitud de cierta universidad europea para contratar por dos años los servicios del Máster Belarmino Acosta, recomendado por el antiguo decano de la Facultad.
–¡Yo no aceptaré nada de ese traidor a la patria!
–¿Cómo que traidor, Belarmino? El antiguo decano no pasa de ser un simple emigrado económico.
El Rector le explicó que no debía tomar el asunto a la ligera. Por su trabajo en aquella universidad europea Belarmino tendría acceso a los aquí inexistentes recursos para sus investigaciones, y conseguiría adelantar notablemente su doctorado. Además, aquella universidad europea pagaría a la Universidad una buena suma por sus servicios, de la cual el Máster Belarmino Acosta dispondría del veinticinco por ciento.
–Debe mirar el semáforo antes de cruzar la calle, profe, que lo pueden a atropellar...
El policía devolvió el carné de identidad al ciudadano Belarmino Acosta, y le advirtió que no le pondría la multa sólo si se comprometía a tener más cuidado la próxima vez. Belarmino aseguró que así sería, guardó el carné de identidad en el bolsillo de la camisa, y se sintió totalmente perdido bajo el sol de Belascoaín, sin la más mínima idea de adónde podría encontrar a la Mariceli.
Acaba de proponerle matrimonio a la Mariceli García pensando que sería el alegrón de la vida para ella y su parentela, pero la Mariceli creyó que su perversa intensión era cogerle de cualquier manera el culo. Belarmino le aclaró que no, que le propusieron un viaje al extranjero por dos años, y tuvo tanto miedo de perderla que se quería casar.
La Mariceli García al imaginarse al casi Doctor de su marido en Europa saltó de alegría y comenzó a enumerar las cosas que ahora podría hacer: dejar la jodía peluquería, mudarse pal' Veda'o, poner ventiladores de techo en cada una de las habitaciones de la nueva casa, tener por fin un televisor a colores, comprar una holla arrocera.
–¿Y con qué vas a pagar eso?
–Con los dólares que me mandes de Europa...
Entonces Belarmino Acosta la besó en los labios y le explicó que él no podría vivir sin ella, no resistiría dos años separado de su Mariceli del alma. La propuesta del viaje le sirvió para darse cuenta de lo tanto que la quería, y por eso renunció a Europa y se quería casar.
Ahí sí le bajó Changó a la Mariceli. Se dio banquete cantándole las cuarenta en la otra acera al muy casi Doctor de su marido, pero lo peor, lo incomprensible para Belarmino Acosta, había sido la decisión de la Mariceli García de terminar en un dos por tres con lo que fue su amorío de los últimos siete años.
–¡Tenías que ser negro, coño!
No iba a permitir que terminara así. Encontraría a la negrona de su mujer y le contestaría como era debido. No podía ser que nuevamente entendiera tarde las ofensas que se le dirigían y se quedara otra vez con el deseo de la venganza descojonándole el hígado. La Mariceli García debía estar muy cerca, comprándose cualquier mierda, como siempre que se empinga.
Belarmino Acosta revisó en su mente la avenida de Belascoaín desde la calle Zanja hasta el Malecón y tuvo la corazonada final de dónde podría encontrar a la Mariceli García: en la shoping de la esquina de San Miguel, la antigua Casa de los Gordos. Tenía que cruzar Zanja y seguir Belascoaín abajo tres cuadras más.
Al dar el primer paso sobre el asfalto volvió a oírse en las cuatro esquinas de Zanja y Belascoaín el sirenazo del flamante peugeot policial, pero Belarmino Acosta no escuchó nada, ni se detuvo, ni pudo entender que hacía de pronto tirado en el asfalto bajo el sol de las tres de la tarde, pero antes de que el ómnibus terminara de pasarle por encima tuvo tiempo de saber que iba a morir atropellado.
La Mariceli García salió de la shoping de San Miguel sin comprarse nada. Había decidido cambiar su vida. Iba a subir pal' solar por Belascoaín aunque se enfrentara otra vez con el muy casi Doctor de su ex-marido, pero al ver el barullo y el gentío en la esquina de Zanja, y el peugeot policial, y escuchar la sirena de la ambulancia, sintió que no estaba pa'l chisme y prefirió cortar camino doblando por San José.
martes, 24 de mayo de 2011
YOANI, BUSHTO Y LOS INDIGNADOS ESPAÑOLES
Ernesto Pérez Castillo
La verdad es que la Yoani no tiene desperdicio… ella no necesita que se la combata, porque ella misma se destruye solita, día a día, sin que para ello necesite ayuda de nadie.
A propósito de las actuales movilizaciones de los indignados en las plazas españolas, se le ocurrió twittear: “#GY La ciudadania toma las plazas en Espana. Algun dia podremos hacerlo en #Cuba?”.
Claro que la pobre no se da cuenta, ni ninguno de sus amiguitos, quién sabe por qué, va y le corrige los disparates… porque el asunto es que, para que en Cuba ocurran semejantes tomas de plazas, estilo España, necesitaríamos tener primero, igual que en la península, cinco millones de desempleados, algo de lo que carecemos, para mala suerte de la blodeguera.
Por cierto, Ernesto Hernández Bushto, el megáfono de la megalomana, que ha seguido al detalle las protestas populares en Tunez, en Egipto, en Libia, y dizque montó el tinglado en facebook para convocar protestas similares en Cuba, ahora que las protestas son bajo su ventana en Barcelona, se hace el loco y mira para otra parte. Que puede revisar usted su blog, y ahí no se dice ni una coma de que en España la gente esté protestando ni cosa que se le parezca.
¿A qué le teme Bushto, que se ha censurado tan disciplinadamente? ¿A que los poderosos que le pagan en España por mentir sobre Cuba le retiren la mesada?
La verdad es que la Yoani no tiene desperdicio… ella no necesita que se la combata, porque ella misma se destruye solita, día a día, sin que para ello necesite ayuda de nadie.
A propósito de las actuales movilizaciones de los indignados en las plazas españolas, se le ocurrió twittear: “#GY La ciudadania toma las plazas en Espana. Algun dia podremos hacerlo en #Cuba?”.
Claro que la pobre no se da cuenta, ni ninguno de sus amiguitos, quién sabe por qué, va y le corrige los disparates… porque el asunto es que, para que en Cuba ocurran semejantes tomas de plazas, estilo España, necesitaríamos tener primero, igual que en la península, cinco millones de desempleados, algo de lo que carecemos, para mala suerte de la blodeguera.
Por cierto, Ernesto Hernández Bushto, el megáfono de la megalomana, que ha seguido al detalle las protestas populares en Tunez, en Egipto, en Libia, y dizque montó el tinglado en facebook para convocar protestas similares en Cuba, ahora que las protestas son bajo su ventana en Barcelona, se hace el loco y mira para otra parte. Que puede revisar usted su blog, y ahí no se dice ni una coma de que en España la gente esté protestando ni cosa que se le parezca.
¿A qué le teme Bushto, que se ha censurado tan disciplinadamente? ¿A que los poderosos que le pagan en España por mentir sobre Cuba le retiren la mesada?
miércoles, 4 de mayo de 2011
EL PAÍS, YOANI SÁNCHEZ Y LA PIEDRA EN EL ZAPATO
Ernesto Pérez Castillo
El único animal que tropieza dos y tres y cuatro veces con la misma piedra es el periódico español El País. Claro que tropieza porque no le queda de otras, ya que no puede sacarse la piedra del zapato, pues la piedra en este caso es Yoani Sánchez, y es que fueron ellos quienes la sembraron ahí.
Parece ser que parece que alguien en el más allá –ese paraíso que queda a noventa millas y poco más al norte del malecón habanero– le ha dado luz verde a la blodeguera para mencionar, de refilón, la presencia de la ilegal Base Naval de Guantánamo en territorio cubano. Ello le daría algo de credibilidad, se supone, pero, eso nunca, no debe pasarse de la raya al punto de mencionar las torturas que son el pan del día a día de los allí detenidos.
Así resulta que en su visión especialísima, el campo de detención y torturas que el gobierno norteamericano se costea en Cuba, ese, no es el problema para Yoani. Que va… según ella el problema real es el campo minado con el cual Cuba defiende su frontera, de donde han partido numerosas provocaciones que han costado la vida a más de un cubano.
Pero todo eso es agua pasada, y sobre ello no vale la pena el tecleteo. Lo novedoso, lo increíble, lo impensable –para ser exacto: lo imperdonable– es que cuando Yoani Sánchez se refiere a las personas que la CIA ha secuestrado en medio mundo y, después de torturarlas para nada, las ha tirado al olvido allí en Guantánamo por no tener nada peor que hacer con ellas, la blodeguera dice que: “llevan uniformes anaranjados, purgan largas condenas y son aludidos con frecuencia en los medios extranjeros”.
Ya se sabe que Yoani Sánchez es tan ignorante que ni siquiera sabe que no sabe, pero eso de decir que las personas retenidas en Guantánamo “purgan largas condenas” es el colmo de la inopia –si no de la mala leche y la perversidad–, porque si algo no han recibido jamás de los jamases los presos de Guantánamo es condena alguna de ningún tribunal. De hecho, no han ido a juicio. Es más, hasta el sol de hoy, y desde el primer día de sus secuestros, nunca han sido formalmente acusados de nada.
Encima, la blodeguera al comentar sobre ellos aventura: “debieron esperar años para que se aclarara su identidad y poder irse de vuelta a casa”, y también: “Quizás alguno de ellos lograba divisar desde su celda los límites de la base naval donde estaba recluido”.
Nótese el uso de la conjugación de los tiempos verbales que hace la filóloga estelar, siempre abusando del pretérito y del copretérito, como si ya en el soleado presente los presos no estuvieran allí. Pero allí están, y esa es la dura y oscura realidad que Yoani no podrá escamotear, ni siquiera si se atreviera con el poscopretérito del futuro subjuntivo.
Es insólito que en las mismas páginas donde se amplifican las divagaciones de Yoani, hayan aparecido antes los cables de WikiLeaks sobre Guantánamo, con la cifra exacta de cuántos permanecen allí, a qué torturas han sido sometidos y en base a qué acusaciones fueron detenidos, como es el caso de Mohamed el Garran, llevado a la prisión luego que un delator dijo que formaba parte de la célula de Al Qaeda en Londres, y nadie se fijó en el detalle de que el Garran contaba solo once años cuando se le suponía preparando macabros atentados y, además, nunca estuvo en el Reino Unido.
Que Yoani diga y repita y se caiga de espaldas con sus disparates, eso es cosa de ella, pero que el periódico El País –que se supone tenga editores y correctores y confirme cada coma antes de llegar a la página impresa– le siga la corriente y se los publique sí que deja muy en claro cómo son las cosas de Prisa…
El único animal que tropieza dos y tres y cuatro veces con la misma piedra es el periódico español El País. Claro que tropieza porque no le queda de otras, ya que no puede sacarse la piedra del zapato, pues la piedra en este caso es Yoani Sánchez, y es que fueron ellos quienes la sembraron ahí.
Parece ser que parece que alguien en el más allá –ese paraíso que queda a noventa millas y poco más al norte del malecón habanero– le ha dado luz verde a la blodeguera para mencionar, de refilón, la presencia de la ilegal Base Naval de Guantánamo en territorio cubano. Ello le daría algo de credibilidad, se supone, pero, eso nunca, no debe pasarse de la raya al punto de mencionar las torturas que son el pan del día a día de los allí detenidos.
Así resulta que en su visión especialísima, el campo de detención y torturas que el gobierno norteamericano se costea en Cuba, ese, no es el problema para Yoani. Que va… según ella el problema real es el campo minado con el cual Cuba defiende su frontera, de donde han partido numerosas provocaciones que han costado la vida a más de un cubano.
Pero todo eso es agua pasada, y sobre ello no vale la pena el tecleteo. Lo novedoso, lo increíble, lo impensable –para ser exacto: lo imperdonable– es que cuando Yoani Sánchez se refiere a las personas que la CIA ha secuestrado en medio mundo y, después de torturarlas para nada, las ha tirado al olvido allí en Guantánamo por no tener nada peor que hacer con ellas, la blodeguera dice que: “llevan uniformes anaranjados, purgan largas condenas y son aludidos con frecuencia en los medios extranjeros”.
Ya se sabe que Yoani Sánchez es tan ignorante que ni siquiera sabe que no sabe, pero eso de decir que las personas retenidas en Guantánamo “purgan largas condenas” es el colmo de la inopia –si no de la mala leche y la perversidad–, porque si algo no han recibido jamás de los jamases los presos de Guantánamo es condena alguna de ningún tribunal. De hecho, no han ido a juicio. Es más, hasta el sol de hoy, y desde el primer día de sus secuestros, nunca han sido formalmente acusados de nada.
Encima, la blodeguera al comentar sobre ellos aventura: “debieron esperar años para que se aclarara su identidad y poder irse de vuelta a casa”, y también: “Quizás alguno de ellos lograba divisar desde su celda los límites de la base naval donde estaba recluido”.
Nótese el uso de la conjugación de los tiempos verbales que hace la filóloga estelar, siempre abusando del pretérito y del copretérito, como si ya en el soleado presente los presos no estuvieran allí. Pero allí están, y esa es la dura y oscura realidad que Yoani no podrá escamotear, ni siquiera si se atreviera con el poscopretérito del futuro subjuntivo.
Es insólito que en las mismas páginas donde se amplifican las divagaciones de Yoani, hayan aparecido antes los cables de WikiLeaks sobre Guantánamo, con la cifra exacta de cuántos permanecen allí, a qué torturas han sido sometidos y en base a qué acusaciones fueron detenidos, como es el caso de Mohamed el Garran, llevado a la prisión luego que un delator dijo que formaba parte de la célula de Al Qaeda en Londres, y nadie se fijó en el detalle de que el Garran contaba solo once años cuando se le suponía preparando macabros atentados y, además, nunca estuvo en el Reino Unido.
Que Yoani diga y repita y se caiga de espaldas con sus disparates, eso es cosa de ella, pero que el periódico El País –que se supone tenga editores y correctores y confirme cada coma antes de llegar a la página impresa– le siga la corriente y se los publique sí que deja muy en claro cómo son las cosas de Prisa…
martes, 3 de mayo de 2011
LA JUSTICIA SEGÚN OBAMA
Ernesto Pérez Castillo
Osama bin Laden está muerto, así lo declaró al mundo Barack Obama. Ya desde el hecho de que lo anunciara usando una formula tan engañosa: “está muerto” –en la que hasta pareciera que el terrorista se murió él solito–, deja ver cómo el Premio Nóbel de la Paz se empeña en tirar la piedra y luego lavarse las manos.
La verdad monda y lironda es que Obama debió decir: “He ordenado matar a Osama bin Laden”. Pero es que la avalancha de lodo que esta nueva bravuconada yanqui arrastra es de apaga y vamos, puesto que la ejecución extrajudicial del numero uno de Al Qaeda vuelve a poner al desnudo las vergüenzas del Imperio.
Vale recordar ahora que cuando en diciembre de 1989 al entonces presidente de los Estados Unidos George H. W. Bush –el otro Bush– se le metió entre tarro y tarro capturar al General Noriega, Jefe del Gabinete de Guerra de la República de Panamá, enviaron hacia el istmo a 26 000 soldados de las unidades de elite, de los comandos navales, del ejército y de la 82ª División Aerotransportada, y la invasión terminó costando entre 3 000 y 6 000 civiles panameños muertos bajo los indiscriminados bombardeos al barrio El Chorrillo, donde se encontraban las oficinas del General Noriega.
No obstante, la orden era capturar al General, y así fue cumplida: Noriega fue apresado vivo, trasladado a los Estados Unidos, presentado ante un tribunal y puesto tras las rejas. Y Noriega tenía un ejército para defenderse.
¿Cómo se explica entonces que Osama bin Laden resultara muerto, si estaba no en una cueva ni en un bunker, sino en un complejo habitacional junto a su familia, con apenas dos escoltas?
Lo mejor lo ha dejado caer a última hora Jay Carney, el portavoz de la Casa Blanca: bin Laden “no estaba armado”. Claro que Carney o es muy cínico o es muy estúpido, pues tras soltar eso acotó que aunque no tuviera armas consigo “no es necesario estar armado para oponer resistencia”. Seguramente el terrorista se disponía a arañar y morder a sus captores.
El caso es que Osama bin Laden recibió al menos un disparo en la cabeza y otro en el pecho, y no hay evidencia más clara que esa de que lo querían muerto y bien muerto, pues para neutralizarlo, y capturarlo vivo, si eso quisieran, no era necesario despedazarle el cráneo ni destrozarle el corazón.
Sobre ello, Barack Obama ha comentado “se ha hecho justicia”. Esa justicia no puede ser otra que aquella de la bárbara Ley del Talion que exigía vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe.
¿Y esa “justicia” es la que el hombre del “cambio” le propone al mundo? Pues sí, y pues porque le conviene. No hay explicación humana que justifique que mientras en la guerra contra el terrorismo desatada por el segundo Bush se han secuestrado centenares de personas en medio mundo –y se les ha torturado y confinado por años en la ilegal Base de Guantánamo para sacarles información, llevando incluso a algunos al suicidio–, ahora, cuando de pronto tienen entre las manos al líder de Al Qaeda, sencillamente aprietan el gatillo, y se deshacen de su cadáver bajo las aguas.
Y en el camino hacia esa muerte, otra vez, el gobierno de los Estados Unidos se ha saltado todas las normas internacionales, al enviar a un comando armado a violar las fronteras de un país extranjero, y penetrar allí clandestinamente para darle muerte a alguien señalado con el pulgar hacia abajo del emperador.
¿Por qué el presidente de los Estados Unidos ordenó la muerte de Osama bin Laden? ¿Por qué lo prefirió muerto a las carreras antes que enjuiciado? ¿Por qué no se intentó siquiera un interrogatorio, cuando era una fuente tan valiosa de información? Obvio que precisamente por eso: porque lo querían silenciado, y una muerte rápida y certera era la única forma de asegurar que bin Laden mantuviera su boca bien cerrada.
Osama bin Laden está muerto, así lo declaró al mundo Barack Obama. Ya desde el hecho de que lo anunciara usando una formula tan engañosa: “está muerto” –en la que hasta pareciera que el terrorista se murió él solito–, deja ver cómo el Premio Nóbel de la Paz se empeña en tirar la piedra y luego lavarse las manos.
La verdad monda y lironda es que Obama debió decir: “He ordenado matar a Osama bin Laden”. Pero es que la avalancha de lodo que esta nueva bravuconada yanqui arrastra es de apaga y vamos, puesto que la ejecución extrajudicial del numero uno de Al Qaeda vuelve a poner al desnudo las vergüenzas del Imperio.
Vale recordar ahora que cuando en diciembre de 1989 al entonces presidente de los Estados Unidos George H. W. Bush –el otro Bush– se le metió entre tarro y tarro capturar al General Noriega, Jefe del Gabinete de Guerra de la República de Panamá, enviaron hacia el istmo a 26 000 soldados de las unidades de elite, de los comandos navales, del ejército y de la 82ª División Aerotransportada, y la invasión terminó costando entre 3 000 y 6 000 civiles panameños muertos bajo los indiscriminados bombardeos al barrio El Chorrillo, donde se encontraban las oficinas del General Noriega.
No obstante, la orden era capturar al General, y así fue cumplida: Noriega fue apresado vivo, trasladado a los Estados Unidos, presentado ante un tribunal y puesto tras las rejas. Y Noriega tenía un ejército para defenderse.
¿Cómo se explica entonces que Osama bin Laden resultara muerto, si estaba no en una cueva ni en un bunker, sino en un complejo habitacional junto a su familia, con apenas dos escoltas?
Lo mejor lo ha dejado caer a última hora Jay Carney, el portavoz de la Casa Blanca: bin Laden “no estaba armado”. Claro que Carney o es muy cínico o es muy estúpido, pues tras soltar eso acotó que aunque no tuviera armas consigo “no es necesario estar armado para oponer resistencia”. Seguramente el terrorista se disponía a arañar y morder a sus captores.
El caso es que Osama bin Laden recibió al menos un disparo en la cabeza y otro en el pecho, y no hay evidencia más clara que esa de que lo querían muerto y bien muerto, pues para neutralizarlo, y capturarlo vivo, si eso quisieran, no era necesario despedazarle el cráneo ni destrozarle el corazón.
Sobre ello, Barack Obama ha comentado “se ha hecho justicia”. Esa justicia no puede ser otra que aquella de la bárbara Ley del Talion que exigía vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe.
¿Y esa “justicia” es la que el hombre del “cambio” le propone al mundo? Pues sí, y pues porque le conviene. No hay explicación humana que justifique que mientras en la guerra contra el terrorismo desatada por el segundo Bush se han secuestrado centenares de personas en medio mundo –y se les ha torturado y confinado por años en la ilegal Base de Guantánamo para sacarles información, llevando incluso a algunos al suicidio–, ahora, cuando de pronto tienen entre las manos al líder de Al Qaeda, sencillamente aprietan el gatillo, y se deshacen de su cadáver bajo las aguas.
Y en el camino hacia esa muerte, otra vez, el gobierno de los Estados Unidos se ha saltado todas las normas internacionales, al enviar a un comando armado a violar las fronteras de un país extranjero, y penetrar allí clandestinamente para darle muerte a alguien señalado con el pulgar hacia abajo del emperador.
¿Por qué el presidente de los Estados Unidos ordenó la muerte de Osama bin Laden? ¿Por qué lo prefirió muerto a las carreras antes que enjuiciado? ¿Por qué no se intentó siquiera un interrogatorio, cuando era una fuente tan valiosa de información? Obvio que precisamente por eso: porque lo querían silenciado, y una muerte rápida y certera era la única forma de asegurar que bin Laden mantuviera su boca bien cerrada.
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