domingo, 2 de diciembre de 2012

SIRIA, LA PUESTA EN ESCENA / CUBA, EL ENSAYO GENERAL


Ernesto Pérez Castillo

De pronto una mañana, caminado por la calle 60 hacia el mar, tuve una epifanía, una iluminación, un alumbrón de esa pequeña bombilla que todos llevamos todo el tiempo agazapada en la cabeza.
Y es que iba al paso, al pasito, pensando en todas las boberías que piensa uno cuando aun no acaba de amanecer y hay silencio en los barrios –salvo alguna que otra cafetera que borbotea demasiado cerca de esa ventana– y el alumbrado público se va despidiendo hasta la noche.
Así caminaba, incorregiblemente cabizbajo como siempre, y entonces fue que la idea me sorprendió. La idea primero, la reflexión sobre la idea después, desde el viernes y hasta la noche de este domingo que termina tan calmo.
Era simple: en Siria está sucediendo –están haciendo que suceda– lo que no lograron que pasara en Cuba. En Damasco ahora mismo explotan bombas en los supermercados, en los hoteles de La Habana explotaron bombas parecidas en los noventa y tantos.
A todas luces, no son sirios los que ponen las bombas en Siria, como no eran cubanos los que trajeron las bombas a la Isla. En ambos casos, los sicarios fueron contratados en países vecinos, mercenarios que reciben su paga, si la reciben, a tanto por estallido.
Si abre usted la prensa –la prensa del mundo, digo– de Siria cuando no se habla mal es porque se va a hablar peor, como solo se habla peor y mal sobre Cuba en esas mismas primeras planas. Y los que mal escriben reciben también su paga para ello. No es que esté de más decir lo malo, es que es de mala leche decir lo malo solamente. Y una canallada mentir cuando lo malo no les alcanza o no les parece suficiente.
El guión es el mismo, un calco al carbón, palabra por palabra. Le han llamado “primavera árabe”. No hay que esforzarse mucho para recordar cuánta publicidad se gastaron en aquello de la “primavera negra” en el caso cubano.
 En Siria, y para colmo de casualidades, tuvieron incluso su “bloguera disidente”, una muchachita joven y lesbiana –así se presentaba– que posteaba desde Damasco. Amina Arraf Abdallah al-Omari lanzaba sus escritos y toda la prensa occidental la replicaba, y grande fue el alboroto mundial cuando se denunció su secuestro a manos del gobierno sirio. Su imagen apareció entonces en todos los diarios, y ni uno solo se disculpó con sus lectores cuando la croata Jelena Lecic se reconoció en la falsa foto de Amina que todos los medios publicaron.
Porque la bloguera Amina Arraf Abdallah al-Omari nunca de los jamases existió. Era solo un personaje construido por Tom MacMaster, un norteamericano cuarentón, residente en Escocia, que nunca aclaró por qué le había tomado el pelo a medio mundo.
En La Habana, ya se sabe, construyeron también a su bloguera, y se han gastado que sé yo cuántos miles o millones para convertir esa tomadura de pelo en una ventana.
Así son de simples y de repetitivos. Pero, ya lo dijo Martí, los buenos son los que ganan a la larga.