Ernesto Pérez Castillo
Hace calor en La Habana, mucho,
mucho con demasiado. Más calor hace, y más me recuerdo de niño, frente al
televisor en la casa de mis abuelos (entonces ni televisor teníamos en mi casa)
mirando el parte del tiempo, en los finales de los setenta, hace apenas
treintipocos años. Entonces, cuando el Licenciado Rubiera anunciaba las
temperaturas para el día siguiente, si llegaba a la osadía de pronosticar 30
grados de calor, todo el mundo se espantaba, y mi abuela la primera, que de
inmediato agitaba más y más su abanico de mano, para refrescarse por
adelantado.
Ahora, noche por noche, y todavía
muchas veces el eterno Rubiera (que ya es Doctor) nos anuncia 34, 35, 36 grados
de temperatura, como si tal cosa, como si con nosotros no fuera…
¿Cómo es posible que nos jodan el
mundo, nos lo descuajeringuen, nos lo pongan de vuelta y vuelta ante nuestras
narices, y no nos haga pensar, que más que pensar, habría que hacer algo?
Así, con la misma calma con que hoy vemos
arder el clima, noche a noche en la televisión, así mismito fueron por sus
propios pies, respondiendo a una citación, los judíos a los mataderos nazis de
la segunda guerra mundial.
Eso vale para todo. Y es terrible.
Por hoy es suficiente, al menos hasta
que el encajonamiento se me pase.
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