domingo, 3 de noviembre de 2019

UN PASITO PALANTE, MARÍA, UN DOS TRES…

Ernesto Pérez Castillo

 
Si algo habrá que concederle a este año cuando acabe, es que aburrido no ha sido, ni un poquito. Comenzó sin pan, luego sin aceite, después sin taxis, siguió sin pollo, y ahora incluso camina sin petróleo y hasta sin pasta de tomate. Pero reformamos la constitución, hubo aumento de salarios, llegó la Internet a los móviles, tenemos 4G por todas partes y, por tener, de pronto y de nuevo, por primera vez en mucho tiempo, tenemos incluso presidente de la república. De verdad, hay que decirlo: el que el que pida más, es un goloso.

En medio hubo desde tornados hasta meteoritos, pero el estremecimiento más grande, el temblor mayor, el terremoto ha sido la noticia de que al final de la jornada los dólares, cuando ya nadie los quería y nadie lo esperaba, vuelven a la carga.

Después de tanto reclamar de un lado el impostergable y prometer del otro el pronto fin de la doble circulación monetaria, al que no quiere caldo se le sirven tres tazas. Que sí, que tres. Que muy a pesar de tanta matraca y tanta muela, tres serán las tres monedas con las que habremos de vérnoslas a partir de ahora, quién sabe hasta cuándo, al infinito y más allá.

Cuando escuché a este y al otro en la televisión nacional explicando cómo y por qué se les ocurrió la tan brillante y novedosa idea, me acordé de Lenin, Vladimir Ilich, cuando en su temprana época de cuasi compositor de congas revolucionarias insistía con aquel clásico e inolvidable “un pasito palante y dos pasitos para atrás”.

Lo que suena a triste en este arroz sin mango es que ya hace veinticinco años, un cuarto de siglo atrás, a las carreras y para lo mismo, a los de entonces se les ocurrió levantar en cada barrio una TRD, ¿te acuerdas? Eran las famosas Tiendas Recaudadoras de Divisas. Y a las nuevas tiendas que abrirán ahora, como las llamaran: ¿TMRT? ¿Tiendas Más Recaudadoras Todavía?

¿Es que acaso quedó demostrado con pelos y señales que aquel invento de comenzados los noventa no funcionó? Y, si no funcionó o no del todo, entonces, ¿por qué razón habría de funcionar mejor ahora?

La medida, que a duras penas persigue el imposible de contener el goteo de las divisas que a diario y por los aeropuertos escapan de la Isla en el bolsillo de los particulares que se dedican al trapicheo, trayendo de allá lo que sea que falte en las tiendas de aquí, conseguirá, eso sí, que el mercado informal refine, readecue y optimice su oferta. Al final de todo, ya eso será algo.

Lo demás, está por ver. Que en principio no es que dé muy buena espina eso de ver a la ministra de finanzas y precios –creo que ella mismitica era–, en vivo y en directo, advirtiendo que en las nuevas tiendas –que solo aceptarán dinero plástico y convertible verdadero de verdad– los precios no serán inamovibles… eso, cuando menos, implica que al que se duerma y no compre ahora mismo puede que después lo coja la confronta para siempre.

Lo previsible es que afuera, en los portales de las tiendas, vas a encontrarte a un tipo –o tres, o cuatro– que a tu paso, sottovoce, pero sin esconderse demasiado, te endulzará el oído susurrándote: “refrigerador Samsung de no sé cuántos pies cúbicos, pantalla plana de cincuentimás pulgadas, tu moto eléctrica, el aire acondicionado, lo que tú quieras, papi”.

Y más… porque el reto es grande y, peor que grande, grandísimo, cuando se intente surtir esas novedosas tiendas y mantenerlas surtidas a mediano y largo plazo, teniendo a la vista la realidad del resto de las otras, las que con suerte, con mucha suerte, se pasan la mitad del tiempo medio vacías, bostezando.

En cuanto al CUC, pobrecito, lo bueno es lo malo que se está poniendo. El peso convertible queda de momento en plan piyama, dando vueltas y más vueltas dentro de la casa, de la sala a la cocina y de la cocina al comedor, entre el peso cubano y el dólar de verdad, en candela, entre la espada y la pared. Pudiera ser que pudiera que sin querer y sin pedirlo, o sin querer queriendo, y sin que nadie se haya dado cuenta todavía, se esté anticipado su pronta y definitiva muerte natural.

 

jueves, 17 de octubre de 2019

LA PIEDRA QUE HACÍA FALTA

Ernesto Pérez Castillo

 
En un sistema electoral como el cubano, hasta donde puedo imaginar, teórica o hipotéticamente, el mejor y el más deseable de los presidentes, el que más nos convendría a todos, sería aquel que resultara electo con menos votos a favor, con más votos en contra, siempre que la cantidad de votos que se le opongan en las urnas no alcance a superar el límite constitucional de la mitad menos uno.

Sí, yo mismo reconozco que eso sabe y suena como una tremenda y pura inocentada, y sé que así me lo dirán en todas partes. No importa, imaginémoslo: Periquito Pérez gana la presidencia de la República de Cuba con trecientos votos negativos. Como nuestro parlamento tiene poco más de seiscientos butacones, Periquito gobernará enfrentando a media asamblea nacional y a la mitad de los habitantes de esta isla. Sin dudas, Periquito tendrá que hilar muy fino, sin equivocarse demasiado, sin meter mucho la pata ni las manos, para convencer a todo el mundo o por lo menos a la simple y sana mayoría, y así y solo así podrá mantenerse en el empleo por diez años. Esa es la idea.

De momento, y en tanto ello sucede, lo que tenemos es un presidente que ha sido electo por un parlamento al que se le presentó un solo candidato y que ese solo candidato terminó siendo electo con un solo voto en contra. ¿Se nota? Al menos a mí, en lo llanamente personal, me parece que esos son demasiados “un” para una sola oración.

La verdad es que ese solo y solitario voto en contra, con todo y ser secreto, grita más de lo que calla y el montón de preguntas que deja flotando en el aire, y que en el aire quedarán colgando para siempre y sin respuesta alguna, comienzan con: ¿quién habrá sido ese asambleísta solitario? Y más: ¿por qué no le gusta nuestro nuevo presidente? Y todavía mejor: ¿quién sería su candidato?

Curiosamente, si se hubieran contado dieciséis o veintisiete votos en contra, este solo voto contrario desaparecería entre ellos, se camuflaría, no se echaría a ver, sería normal, agua en el agua sin esta ni ninguna otra importancia, y ya perdería todo su valor y toda su fuerza. Pero así, solito en su soledad tan sola, este único voto de desaprobación se magnifica y desentona como la pequeña mancha indeseable en aquella pared tan blanca, como un punto negro en la piel más lisa, como el único que al final de la función se queda sentado cuando los demás, de pie, aplauden.

No hay que olvidar que primero, y antes de ir al definitivo, decisorio y solitario momento de las urnas, la comisión de candidaturas o como se le llame presentó ante la asamblea su propuesta para presidente de la república, que debía ser aprobada a la vista de todos, en el mismo salón y a mano alzada. Y aprobada resultó. Para más señas, aprobada por unanimidad. Nada nadita de nadie en contra.

  O sea, quien quiera que haya sido aquel o aquella que después, tras la cortina, en la soledad de las urnas votó en contra, primero y a la vista de todos los demás aprobó la candidatura alzando su mano a favor, como todo el mundo.

Si antes votó a favor, pero después votó en contra, ¿eso qué quiere decir? ¿Que estaba a favor de la candidatura, pero no del candidato? ¿Qué aprobaba que el candidato apareciera en la boleta, solo para después poder votar en contra suya? Es una lástima, pero es así: de esos porqueses y de aquellos paraqueses no nos enteraremos jamás, quedarán para siempre en el reino de las tinieblas y las sombras y no los conoceremos nunca.

Del lobo, un pelo. Lo cierto y destacable es que el flamante presidente sabe, por ese solo voto en contra, que no goza de la unánime unanimidad de antes, y tendrá que gobernar con ese voto en contra, sabiendo que, al menos, un parlamentario no lo creyó bueno para el cargo. Ese solo voto será, con suerte, la buena y conveniente piedra en su zapato.