lunes, 21 de febrero de 2011

PAGAR TODAS LAS CULPAS

Ahmel Echevarría

1.
Ernesto me dice Mataperros. Lo de mataperros es cierto. Fui uno más en mi barrio, aunque no éramos muchos. Aclaro: fui —es importante tener en cuenta el tiempo en que está conjugado el verbo—. Literalmente éramos casi una decena de chicos que salíamos de cacería. Matábamos perros a la vista de nadie, no le daré detalles. Ahora estoy en ese largo período en el que debo pagar todas las culpas.
Ernesto no se cansa de repetir: “No soy escritor”. Pero resulta que me invitó a presentar un objeto de papel, impreso y presillado, que además tiene título: “Medio millón de tuercas”. El objeto es un libro de Ediciones Loynaz 2010 y su autor Ernesto Pérez Castillo. El libro forma parte de la colección Fausto y su contenido fue premiado en la edición de 2009 del Concurso Cirilo Villaverde. Para más precisión, es una novela. Y si Ernesto no forma parte de una banda cuyo modus operandis es asaltar y arrebatarle manuscritos o estafar a escritores, Medio millón de tuercas es de su autoría. Puede que Ernesto opere solo y sea reincidente en ese asunto de robar, estafar. Este hombre, nacido en La Habana en 1968, Licenciado en Artes Escénicas y diplomado en Comunicación Social, ha publicado los libros Últimas vacaciones con el abuelo, Filosofía barata, Bajo la bandera rosa, Haciendo las cosas mal y El ruido de las largas distancias. Su expediente además dice que ha obtenido diferentes premios y aparece publicado en varias revistas y antologías nacionales e internacionales.

2.
Concentrémonos en Medio millón de tuercas. Habíamos dicho que es una novela. Es en realidad una noveleta. Brevísima. Al aparente cauce principal de la historia —el devenir de una entrevista hecha a Paloma (escritora que vive en una provincia del oriente del país) por un torcido reseñista de género (“esto es: un tipo que sabe de libros, y de mujeres, de mujeres que escriben libros que hablan de mujeres, libros que nadie lee, solo él, que los reseña”)— se le unen varios afluentes —la trunca y furtiva relación del reseñista (a la vez personaje principal y narrador de la historia) con Ana (una doctora con la que compartía pocas pero intensísimas relaciones sexuales cada vez que el marido estaba de viaje y cuando tenían dinero extra, ganas de tomar cervezas y lecturas, sabiendo que Ana, cuando llegaba al clímax, comenzaba a gritar: “Michel”); la relación de la Dra. Ana con un obeso y apestoso ingeniero cuyo plan es ganar mucho dinero y vivir a todo tren gracias a un proyecto irrealizable (la limpieza de la Bahía de La Habana) y al financiamiento ejecutado por una ilusa pero generosa ONG, plan que logra cumplir —por supuesto, no me refiero a la limpieza de ese gran vertedero en forma de bolsa—; la abortada relación del reseñista con Michelle (atención, a ustedes que me escuchan, cuando digo “Michel” también hago referencia al nombre que repetía Ana al correrse, pero tal como al reseñista la incorrecta pronunciación puede jugarles una mala pasada, en realidad debe pronunciarse “Michelle”, así que ya saben qué y quién pasaba por la cabecita de Ana en el punto más alto de “la Montaña Rusa’).
Al inicio del resumen dije que “el devenir de una entrevista hecha a Paloma” era la aparente trama principal. Es cierto, el peso mayor se desplaza hacia los supuestos afluentes de la trama, en especial a la relación del reseñista con Ana y al romance de Michelle con el reseñista.
Falta por agregar a la historia del reseñista de género su propósito de escribir. Escribir ficción. Escribir un libro. Pero el tema y la ficción se le resisten hasta que... Y aquí lo dejo, truncar la frase para generar en ustedes el suspense. Dejarlos con ganas y suscitar así el interés de leer el libro, lo que podría traducirse en robarlo en una librería —pueden hacerlo aquí, en los anaqueles de San Carlos de la Cabaña—, o comprarlo —pueden hacerlo aquí en La Cabaña tan pronto acabe la presentación, es barato y no pesa— o a punta de cuchillo robárselo a quien lo tenga; por cierto, tan pronto acabe devolveré este ejemplar.
Olvidé hablar de eso que los policías llaman modus operandis —suele llamarse “firma” a las características de un crimen seriado, de ahí que un asesino en serie tenga una firma propia—. ¿Qué relación tiene este detalle con Medio millón de tuercas y Ernesto Pérez Castillo? Me refiero a una noción de estilo o coincidencias. Hay en la estructura de la novela escrita por Ernesto un modo de hacer que lo caracteriza, una suerte de firma: tramas y subtramas, estructura coral armada con envidiable claridad y exactitud, una historia rápida y ligera como una volanta de bádminton, ese desplazamiento del peso argumental que ya había mencionado, adentrarse en los entresijos de la vida y narrar y construir a seres torcidos aparentemente exitosos, pero que en realidad son la verdadera cristalización de la derrota.

3.
Ernesto insiste en decir que no es escritor. Si es cierto que forma parte de una banda de delincuentes literarios u opera solo, entonces le arrebató los manuscritos o ha estafado a un mismo escritor. De ser cierto, le pasará como a mí, que fui un mataperros y ahora estoy de cara a ese largo período en el que debo pagar todas las culpas.



Palabras de presentación de la novela Medio millón de tuercas, durante la Feria Internacional del Libro.

No hay comentarios: