martes, 7 de junio de 2011

FARIÑAS Y EL POLLO DEL ARROZ CON POLLO

Ernesto Pérez Castillo

Si alguien de verdad ha dicho todo sobre Guillermo Fariñas y sus supuestas huelgas de hambre –que ya se cuentan en 24 en 15 años, a razón de 1,6 huelgas cada 365 días–, ese ha sido Juan Antonio Blanco, desde Ottawa, en un artículo que publicó en abril de 2010 en la revista anticubana Encuentro: “no es un desequilibrado mental ni desea la muerte. Por el contrario, desea vivir. Su caso no es el del joven checo que se prendió fuego ante los tanques soviéticos en la Plaza de Wenceslao. No es lo mismo suicidarse para llamar la atención sobre una injusticia que emprender una negociación”.
Ahí Juan Antonio dio en el clavo: Fariñas es un negociante, y uno que conoce al detalle su negocio. Tras su ultima huelga recibió en pago el Premio Zajarov del Parlamento Europeo, lo cual representa 50 000 euros o, hablando en plata, 370 euros con 37 céntimos por cada jornada que se resistió a ingerir alimentos, aunque aceptó con gusto la alimentación parenteral que le suministraban los médicos del servicio de salud cubano.
De hecho, el Parlamento Europeo y todos los otros sponsors de Fariñas, al premiarle, le alientan morbosamente a seguir ese juego macabro de atentar contra su vida, con lo cual violan su primer y principal derecho humano, que es precisamente el derecho a la existencia.
Contradictoriamente, en 110 días de ingreso, y a base de aminoácidos, lípidos, vitaminas y minerales –todo lo que requiere una dieta balanceada para cualquier ser humano, según el doctor Armando Caballero que lo atendió en la sala de terapia intensiva–, Fariñas aumentó entre cuatro y seis kilogramos su peso corporal.
Esa estancia en una unidad de cuidados intensivos, en cualquier otro país que no sea Cuba, puede tener un costo que supera los 1000 dólares por jornada, sin contar los medicamentos que se administren, los exámenes complementarios y las pruebas de laboratorio que se requieran para monitorear el estado del paciente.
En el caso del anterior ingreso de Fariñas se le realizaron más de noventa controles de glicemia, se le practicaron sesenta y seis ionogramas para medir los electrolitos en sangre, se le calculó casi a diario la urea de 24 horas para evaluar el gasto nitrogenado de su organismo, más otros tantos electrocardiogramas, radiografías, ultrasonidos, tomografías multicortes, y se le suministró una amplia gama de antibióticos, como vancomicina, ciprofloxacina, gentamicina y rocephin.
Todo eso contrasta, en mucho, con una reciente aseveración de doña Yoani Sanchez, quien afirmaba en su blog que en Cuba “podemos toparnos con el neurocirujano más capacitado de toda la región del Caribe, pero no tiene ni una aspirina para darnos” y que por eso ella se cura “con las plantas que siembro en mi balcón, hago ejercicios cada día para evitar enfermarme y hasta me compré un vademécum por si necesitara auto recetarme en algún momento”.
El arsenal médico invertido en Fariñas, ¿quién lo pagó? ¿El Parlamento Europeo? No, si sus 50 000 euros de premio para el mercenario no alcanzan a pagar ni siquiera la mitad de lo que el Estado Cubano invirtió para mantener con vida a Fariñas, mientras él hablaba en vivo y en directo cada mañana con la CNN para dar de su propia voz su parte médico.
Eso lo pagan día a día el resto de los pacientes de un sistema de salud ya de por sí bastante vapuleado por el bloqueo norteamericano, para además tener que cargar con los caprichos de Fariñas, quien ha dicho que su objetivo es “hacerle el mayor costo político al Gobierno”, mientras otra vez está siendo examinado por médicos de un centro de salud estatal que acuden a su casa dos veces al día, a quienes pidió llevarle al hospital si pierde el conocimiento.
¿Acaso Fariñas donó la más mínima parte de su premio al hospital que una y otras tantas veces le ha salvado la vida? Ni soñando, a este negociante se le ocurrirá cualquier otra cosa, menos dejar ir mansamente el billete.
No hay que olvidar que no hace mucho, tras reportar una detención y supuesta golpiza policial y no poder mostrar tampoco esa vez ninguna huella declaró que golpearon a todos los detenidos, menos a él, pues según él: “no les conviene hacerme un daño que implique mi ingreso en un hospital, porque eso podría contribuir a (que me dieran) un Premio Nobel de la Paz”.
Y ahí está la cosa, ese es el pollo del arroz con pollo: Fariñas ha emprendido la carrera por el Nobel. ¡No os asombréis de nada!

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