martes, 7 de junio de 2011

HISTORIAS MÍNIMAS

Ahmel Echevarría
(Una reseña sobre la novela Medio millon de tuercas, Ediciones Loinaz 2010)

No son pocas las personas que luego de morir apenas serán recordadas. Como brizna de hierba es el resumen de su vida. Historias mínimas que se diluirán con el paso del tiempo. Algunas quedarán solo en la memoria de amigos y familiares, en las actas de nacimiento, en los certificados de defunción, en un álbum de fotos o en alguna que otra página de un diario ―basta que una persona los recuerde para que esa “brizna” haya tenido sentido.
Hablo de aquellas personas que no les tocó en suerte el papel protagónico en los capítulos de esa gran novela por entregas que es La Historia. No imagen que pienso en quienes asumieron los roles secundarios, sino en los extras. Medio millón de tuercas (Ediciones Loynaz, 2010), novela brevísima con la que Ernesto Pérez Castillo* obtuvo el premio en la edición de 2009 del concurso Cirilo Villaverde convocado por el Centro de Promoción y Desarrollo de la Literatura Hermanos Loynaz, viene como anillo al dedo para darle el certificado de validez a la tesis de las historias mínimas, La Historia y el hombre común y corriente. Pero en este caso los “extras” tienen el protagonismo. Es cierto, no es la primera novela que apuesta por apropiarse de tales personajes y de un fragmento de su vida ―una vida que parece no tener matices―. Sin embargo Pérez Castillo se atrevió.
Concentrémonos en Medio millón de tuercas; les había comentado que es una brevísima novela. Al aparente cauce principal de la historia —las consecuencias de una entrevista hecha a Paloma (escritora que vive en una provincia del oriente del país) por un torcido reseñista de género (“esto es: un tipo que sabe de libros, y de mujeres, de mujeres que escriben libros que hablan de mujeres, libros que nadie lee, solo él, que los reseña”)— se le unen varios afluentes —la trunca y furtiva relación del reseñista (a la vez personaje principal y narrador de la historia) con Ana (una doctora con la que compartía pocas pero intensísimas relaciones sexuales cada vez que el marido estaba de viaje y cuando tenían dinero extra, ganas de tomar cervezas y lecturas, sabiendo que Ana, cuando llegaba al clímax, comenzaba a gritar: “Michel”); la relación de la Dra. Ana con un obeso y fétido ingeniero cuyo plan es ganar mucho dinero y vivir a todo tren gracias a un proyecto irrealizable (la limpieza de la Bahía de La Habana) y al financiamiento ejecutado por una ilusa pero generosa ONG, plan que logra cumplir —por supuesto, no me refiero a la limpieza de ese gran vertedero en forma de bolsa—; la abortada relación del reseñista con Michelle (atención, cuando escribo “Michelle” también hago referencia al nombre repetido por Ana en cada orgasmo, pero tal como al reseñista la incorrecta pronunciación puede jugar una mala pasada, así que ya saben qué y quién pasaba por la cabecita de Ana en el punto más alto de “la Montaña Rusa”).
Retomemos brevemente la advertencia sobre la inversión de la trama: las consecuencias de una entrevista hecha a la escritora Paloma se desplazarán a un segundo plano y el peso mayor lo tendrán los supuestos afluentes que alimentan a esa aparente historia principal —en especial hacia la relación del reseñista con Ana y al romance de Michelle con el reseñista.
Falta por agregar que el reseñista de género tiene como propósito escribir. Escribir ficción. Escribir un libro. Pero el tema y la ficción se le resisten hasta que... Truncar la frase para generar, en ustedes, el suspense. Suscitar así el interés por la breve novela Medio millón de tuercas, lo que podría traducirse en robarla en una librería o comprarla.
Suele llamarse “firma” a las características de un crimen seriado, de ahí que un asesino en serie tenga una firma propia. ¿Qué relación tiene este detalle con Medio millón de tuercas y Ernesto Pérez Castillo? Me refiero a una noción de estilo. Hay en la estructura de la noveleta escrita por Ernesto un modo de hacer que lo caracteriza, una suerte de firma: tramas y subtramas, estructura coral armada con envidiable claridad y exactitud, una historia rápida y ligera como una volanta de bádminton, ese desplazamiento del peso argumental que ya había mencionado, el adentrarse en los entresijos de la vida y narrar y construir a seres torcidos aparentemente exitosos pero que en realidad son la verdadera cristalización de la derrota (personas que no fueron más que extras en ese culebrón que llaman Vida —o en su versión más refinada: La Historia).

Tomado de: http://www.ahs.cu/secciones-principales/dialogos/dialogos.html

2 comentarios:

Veroco dijo...

Ahmel, cuando en el futuro te quieras hacer el "yo siempre fui disidente", le recordaré a todo el mundo que fuiste apapupiador de este tipejo que, dicho sea de paso, no te llega al bajo del pantalón.

Ernesto Perez Castillo dijo...

vaya... el asunto es con amenazas y todo... y despues dicen que los comunistas son los que cohartan la libertad de expresion...