martes, 23 de agosto de 2011

EL ÚLTIMO KOMSOMOL, SVETLANA, Y LOS COMEMIERDAS ANÓNIMOS

Rafael Grillo

Me "descuarejingué" de la risa cuando leía Haciendo las cosas mal. Como que hago "resañas" y no reseñas, puedo hablar así. Y puesto que no me empeño en pasar por "crítico serio", por uno de esos que, de entrada, me sancionarían la errata porque el Real Diccionario solo reconoce "descuajeringar" o "descuajaringar". ¡Como si hubiera algún cubano que no pronunciara mal esa palabra! La que tampoco usamos cabalmente en el docto sentido de "relajarse el cuerpo por efecto de cansancio", pues "descuarejingarse" tiene para nosotros una sola, exacta, y no importa si vulgar, significación: "mearse de la risa". Que fue lo que me sucedió li-te-ral-men-te con la novela de Ernesto Pérez Castillo.

No espero de ningún circunspecto académico que vaya a empeñarse en hacer "crítica profunda" o "hermenéutica literaria" a costa de este libro. Si acaso alguno, en la camaradería incómoda del urinario para hombres, en voz baja y a un amigo cercano, se lo recomendaría prometiéndole que, igual, se va "descuarejingar" de la risa.

Sin embargo, como para afianzar el axioma de que cualquier norma sufre disensiones, hubo un jurado que decidió otorgarle a Haciendo las cosas mal el Premio UNEAC 2008 de Novela Cirilo Villaverde. Cito a los que emitieron veredicto: Antón Arrufat, Maria Elena Llana y Jorge Fornet, y de paso me los imagino: conteniendo al unísono las carcajadas y la vejiga. En similar circunstancia, a la editora del volumen: Ena Lucía Portela. Y les aplaudo el coraje, por defender el humor en estos tiempos de cólera y solemnidad somníferamente correcta.

De Pérez Castillo, algo les cuento: Nacido en La Habana, 1968. Autor de Últimas vacaciones con el abuelo (Gente Nueva, 1996), el libro de minicuentos Filosofía barata (Sed de Belleza, 2006) y la noveleta Medio millón de tuercas (Ediciones Loynaz, 2010), que es otra gozada, se los aseguro.

De Haciendo las cosas mal (Ediciones Unión, 2009) les presento algo de sus personajes y peripecias:

Svetlana es rubia y soltera. Es castaña y divorciada. Es trigueña y viuda. Es pelirroja y huérfana. Según sus datos inscriptos en www.chicasdeleste.com, www.rusaslindas.com, www.brideinrussia.com, etc. Y a la experiencia de sus 26 años le ha extraído dos ideas fijas: Una, huir casada de la hoy "democrática" Moscú. Otra, la convicción de que para "un alma cultivada" (ella estudió Filología Eslava, Lenguas Clásicas y varios temas más) "sólo tenemos un camino para expresar nuestra la genialidad: hacer algo mal, genuinamente mala" (calco textualmente su imperfecto español).

El último komsomol de la Rusia antaño soviética, en donde todo joven fue komsomol (lo mismo que decir el último mohicano de la añeja Norteamérica descrita por James Fenimore Cooper), de nombre completo Vladimir Stepánovich Ustimenko (Volodia, cariñosamente achicado por su mami Várvara Stepanovna) viaja a la ostrav svoboda (Isla de la Libertad) en busca del padre perdido, portando como únicas pistas de su identidad que era cubano y negro y estudiante de Explotación Florestal en la Siberia de aquellos tiempos de la Hermandad Socialista.

El Chino Wong es un tipo al que las mujeres siempre le pegan los tarros (aclaro: las mujeres lo traicionan, por si acaso me está leyendo algún foráneo que desconoce la singular vertiente cubana de la tauromaquia). A Cartaya las mujeres siempre lo dejan (y le pegan también los tarros aunque él ni se entera). Mientras que Estéreo Seguro es policía; y además Comemierda en Jefe del trío que conforma con los dos anteriormente mencionados, y que se hacen llamar a sí mismos el Club de los Comemierdas Anónimos (no porque sean hacktivistas ni otra cosa que, simple y llanamente, eso: "comemierdas"; o sea "boludos", "gilipollas", "assholes", lo cual advierto por si me están leyendo en Argentina, España y USA).

Sobre "cómo" logra Ernesto Pérez Castillo que estos tres hilos narrativos se enhebren como "cordeles dentro de un bolsillo" (tomé prestado el símil a Juan José Millás y Dos mujeres en Praga; lo revelo antes que me llamen plagiario), en medio de vericuetos cuasi policiales, de espionaje y de oscuros secretos sexuales, no me atrevo a detallar nada más. Pues anticipo que a alguien, muerto de risa, se le va a caer este libro de las manos y, entonces, irá a parar a las manos de algún lector como ustedes.

Tan sólo les adelanto esto: Para uno de sus personajes las cosas van a acabar mal, pero que muy mal. Porque no hay comedia buena si al aderezo no se añade una pizca de tragedia.


Tomado de: http://www.isliada.com/resena/2011/08/el-ultimo-komsomol-svetlana-y-los-comemierdas-anonimos/

1 comentario:

Blogger dijo...

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