lunes, 19 de diciembre de 2011

LA PULGA EN LA OREJA

Ernesto Pérez Castillo

Cada vez que escucho hablar del bloqueo, recuerdo siempre la historia del viejo doctor que se va de vacaciones una semana y deja el consultorio en manos de su hijo.

Ausente el padre, llega a consulta un antiguo paciente, aquejado de un perpetuo dolor en el oído. El joven galeno lo chequea concienzudamente y encuentra la causa: una pulga en la oreja. Tras una rápida manipulación, extrae el insecto, y el paciente siente al fin el alivio que el viejo doctor nunca logró darle.

Una semana después, el padre vuelve a casa y le pide al hijo un resumen de los casos que ha atendido en su ausencia. El hijo le relata cómo ha ido la semana, dejando para el final el asunto de la pulga y, cuando lleno de orgullo, le hace saber al padre que ha aliviado de una vez y por todas la dolencia de aquel paciente, el padre se lleva las manos a la cabeza y exclama:

–¡Pero, hijo mío, qué has hecho! ¡De esa pulga hemos vivido todos estos años!

Y es que, en cuanto al bloqueo, de eso mismo se trata.

El bloqueo es la mina de plata de los pícaros que viven de hablar de democracia y pedir –y recibir– del gobierno norteamericano el oro y el moro para cuanto invento se les ocurre y que supuestamente acabará con el comunismo en Cuba.

Así se han fabricado disidentes, se han fundado revistas, se han financiado alzamientos, se creó una radio y una tv martí –que nadie escucha ni ve de este lado del malecón– y se emprende desde hace unos pocos años la pelea en la triple w, el Twitter, el facebook y los blogs.

Y todo para nada, como ya se ha visto por años –que ya son más que cincuenta sin ningún resultado–. O al menos para nada que no sea llevarse al bolsillo el billete verde y fresco del contribuyente norteamericano.

Y es que el asunto es ese: el bloqueo a Cuba es como aquella famosa pulga en la oreja. Solo que en este caso se trata de una pulga del tamaño de un elefante.

jueves, 8 de diciembre de 2011

ESPERANDO A CARMEN

Ernesto Pérez Castillo

Una tarde cualquiera, hace muy poco, volví a encontrar a Carmen. Ella no tiene teléfono, vive en un reparto lejanísimo, y en ese momento no tenía tiempo para mí. Me dio una cita, para dos días después, en el Taller de Manero. Aquí cuento el desencuentro que allí sufrí.

El Taller de Manero es un sitio muy fácil de reconocer: una casa en Playa con portal jardinero. Una T y una M enormes, pintadas –si no es una traición de mi memoria– en carmelita, lo identifican y es exacto el lugar impropio para un encuentro cercano, desde que traspasé el umbral lo supe: diecitantos niños, sentados frente a una carabela –aburrida de posar una y otra y otra vez–, la emprendían a trazos inexpertos sobre trozos de papel craf.
Una muchacha –y no Carmen, nunca Carmen– viene y me pregunta:
–¿Quieres aprender a dibujar?
–No, gracias –contesté mientras mis ojos deambulaban el salón, a la caza de Carmen–, quedé con alguien en verme aquí...
–¿Con Carmen...?
Su pregunta lo dijo todo, y no había necesidad de que soltara sin compasión:
–No, es que ella siempre manda para acá a quienes no quiere volver a ver en su vida...
–Somos amigos –insistí–, no nos vemos hace años...
Ella –se llama Laura y es directa y lapidaria– se compadeció:
–Entonces espérala... sentado.
Una hora después ya habían llegado siete muchachos con pantalones de secundaria, una monja cincuentona y sin hábitos, y dos militares de uniforme que también empezaron a dibujar. Pero Carmen seguía haciéndome esperar.
Todavía sin la decisión de irme, salí al portal y descubrí una tarja fundida en bronce. Mientras la leía, un mulato alto y descamisado, solidarizado con mi desolación, se paró junto a mí y me contó:
–Fue un día muy feliz, develamos esa tarja por los 20 años del taller. La tarja tiene una historia super linda: la fundimos con Carlos, uno de los fundadores del taller. Se graduó de fundidor en el tecnológico de aquí al lado e hizo las pruebas de la Academia de Bellas Artes de San Alejandro. Imáginate, empezó aquí y ahora es profesor de la academia. El diseño es de otro profesor, Jorge Ferrer, que fue director de la escuela. Ese día la Academia le entregó, Post Morten, el título de graduado de San Alejandro a Manero. Fue uno de los días más importantes del taller, el 18 de mayo del 98. Como el taller no tiene una fecha precisa de fundación, usamos esa.
Entonces se me presentó: es Alberto Figueroa, graduado de San Alejandro en 1985. Laura y él dirigen el taller, al que se integró desde la fundación.
El sol del portal me obligaba a mantener los ojos entrecerrados, así que Figueroa me invitó a sentarnos a la sombra, tras una mesa de dominó.
–Echemos un par de datas –me propuso–, quizás logres darme una pollona y eso te alivie del embarque que Carmen te va a dar.
Evidentemente, estaba al tanto. Nos sentamos a la mesa y al instante se nos unió una muchacha con cara de experta que recién había terminado su ejercicio y un jubilado que declaró no tener esa tarde ningunas ganas de pintar.
Figueroa, mientras daba agua a las fichas, me advirtió:
–Esto es lo bueno del taller: aquí viene la gente y pinta si le gusta pintar, y si no, perfecto, encuentra un espacio donde hablar, jugar dominó, ajedrez, lo que sea. Lo interesante es cómo se han aglutinado personas tan distintas: jóvenes, viejos, guardias, creyentes y no creyentes. En el taller no preguntamos cuál es la procedencia social ni política, eso agrupa a todo el mundo. Se debaten temas de actualidad, culturales, políticos, siempre con respeto al criterio ajeno. Hablamos de una noticia que salió en Granma, una película, cualquier cosa.
Yo, que para empezar no llevaba con qué seguir al doble 9 del jubilado que abrió el juego, viendo que de Carmen nada y para no ser descortés solté el primer comentario que tuve a mano, solo por seguirle la conversadera:
–Es un privilegio tener un lugar tan bueno para pintar...
–Sí –me siguió él la corriente–, pero antes del ’78 esto era una subsede de la Casa de Cultura de Playa: habían recepcionistas, bibliotecaria, instructores de danza, música, artes plásticas, teatro. Hasta ensayaba una orquesta. Manero, con la plástica, empezó a predominar. Buscaba muchachos por las escuelas cercanas, y así en el ‘78 se decide dejarlo como taller de artes plásticas. Cuando se lo entregaron definitivamente era un almacén lleno de trastos y Manero lo fue limpiando poco a poco. Así se hizo este espacio.
Dicho esto me dio el tercer pase seguido al dejarme a nueve las dos puntas del juego. La muchacha, harta de la pesadilla de ser mi pareja en un juego del que soy un profundo desconocedor, me miró –¿furiosa, defraudada?– y declaró que hasta ahí llegaba, que prefería repetir su ejercicio una vez más.
Yo preferí ceder el puesto a quienes esperaban junto a la mesa y Figueroa, que ya no me abandonaría en toda la tarde, me imitó. Nos acercamos a la calavera que modelaba ahora para la monja, acompañada del dúo de militares ya sin gorras ni zambrán. Tras ellos descubrí de dónde procedía tanto papel craf: una bobina de casi metro y medio de diámetro. Pese a la aparente abundancia, me extrañó que dibujaran una y otra vez sobre el mismo pedazo de papel, y no satisfechos, cuando no le cabía un trazo más, le daban vuelta y la emprendían sobre la nueva cara hasta el cansancio.
–¿Por que se empeñan tanto en el mismo trozo de papel –quise provocarlo–, si tienen tanto allá atrás?
Él sonrió. Había descubierto mi ingenua trampa.
–Mira, antes no solo hacíamos pintura y dibujo. Con los niños llegamos a hacer esculturas. Trabajando plastilina y latas de leche condensada que soldábamos con estaño, hacíamos cosas de pequeño formato. Ahora esa bobina de papel es todo lo que tenemos. Cuando empezó el período especial, parecía que el taller se iba a acabar. Bajó la producción, cambiamos las técnicas: no es lo mismo pintar con óleo o sobre lienzo, que no tener con qué hacerlo. Ahora estamos en otra situación difícil, no sabemos cómo vamos a mantener económicamente el lugar: se consume una increíble cantidad de material. Y súmale que nosotros no le hacemos una prueba de aptitud a la gente, es una premisa de Manero y se mantendrá: si dibuja bien o mal no importa, lo importante es que la gente venga. Hay vecinos del barrio que nos dicen «he buscado esto durante años, y me he dado cuenta que lo que me interesa es la pintura». ¿Dónde está creado el espacio para ese tipo de persona? No existe, quizás en la casa de cultura, pero no son tan estables.
–¿Y si la gente trajera sus propios materiales?
–Entonces, ¿quiénes traerían los materiales? Los mismos que pueden comprar en la shoping: una minoría. De ser así, vendría una capa social: la que tiene el dinero, algo que no queremos porque perderíamos una parte del trabajo del taller, que es fundamental: aquí viene todo tipo de gente porque todos pueden participar. En estos días vino una mamá preocupada por su hijo. Él dejó la escuela, tiene adicción a las drogas, ha llegado a robarle a ella para conseguirlas, y hemos preparado una estrategia para atraerlo a nosotros. Al final resultas medio sicólogo dentro de la comunidad. Casos así, de desajustes en los que podemos ayudar, nos llegan. Poder ayudar a las familias, cuando vienen y te lo piden, se hace muy rico.
Aquí Laura se nos acercó, con un papelito doblado entre las manos. Por fuera se leía: «Para un viejo amigo, de Carmen».
–Esto acaba de llegar. Debe ser para ti –me dijo antes de entregármelo con una seña complice.
Al leerlo respiré aliviado. Carmen no me había olvidado y se disculpaba por la pequeña demora –¿Pequeña? Ya tenía casi tres horas allí–. Pero bueno, no sería tiempo perdido si en cualquier momento, como me anunciaba, ella podría llegar.
–En cualquier momento Carmen llega –dije con eufuria y sin ninguna convicción.
Figueroa, que a estas alturas casi me caía bien, me preciso:
–Aquí puede llegar cualquiera, pero no creo que Carmen entre hoy por esa puerta.
–¿Por qué?
–Porque la estás esperando. Quizás, si hoy viniera alguien importante...
–¿Alguien importante?
–Sí, chico, gente importante, como Onelio Jorge Cardoso, muy amigo de Manero, que venía a hacernos cuentos, o Raúl Ferrer que le encantaba jugar ajedrez y a cada rato nos caía. Igual David Chirichan. Cuando Juan Carlos Tabío hizo su película «Se permuta», vino y la debatimos aquí. René Avila venía muchísimo, sacaba de paso a Tato Quiñones, que se ponía super bravo cuando jugaban ajedrez. Vicente Revuelta venía al taller, cuando estrenaba sus obras nos tenía una hilera completa del teatro reservada.Ver a esa gente, como uno más, jugando ajedrez con nosotros, escucharlos hablar entre ellos, oír sus opiniones, nos dejaban un patrón cultural.
Tras semejante andanada me sentí el más anónimo de los anónimos, un ser de la nada, el último de los desconocidos. ¿Por qué rayos querría Carmen encontrarse conmigo? Debía aceptar esa realidad y regresar a mi casa.
Solo sería otra tarde perdida.

lunes, 5 de diciembre de 2011

ALGUNOS PREFIEREN QUEDARSE

Ernesto Pérez Castillo

Entradito está diciembre, y atrás quedaron cuatro meses y cuatro días ya (horas menos, horas más) de que el presidente cubano Raúl Castro declarara: «nos encontramos trabajando para instrumentar la actualización de la política migratoria vigente».

Entretanto, mucho se especula sobre qué resultará de tales actualizaciones, sin nada cierto aun sobre la mesa. En el centro de la alharaca, desde siempre, ha estado el reclamo justo y necesario, sí, sobre el derecho a viajar de los cubanos sin tantos correveidiles, permisos, cartas de invitación, colas, citas, entrevistas, y el no o el sí que el funcionario de inmigración estampará en tu pasaporte.

No obstante, más que al derecho a viajar de los cubanos, sería bueno dedicarle semejante tiempo y esfuerzo a discutir el derecho de los cubanos a quedarse.

¿Qué tal si hablamos del derecho de los cubanos a vivir una vida digna –esto es: una vida vivible–, en el propio suelo que les vio nacer?

En principio, y es obvio, todo el asunto pasa por ahí. Que si tantos cubanos, y sobre todo a partir de los noventa, cruzaron la mar oceana, ha sido en la esperanza –vana a ratos– de darse una vida sin tantas privaciones.

Esas privaciones, que endurecieron hasta lo incontable el día a día de los cubanos, ¿son de verás solo resultado de la apuesta quijotesca a persistir en la tentación del socialismo, a contrapelo de berlines que se desmuraron y moscuces que se desdijeron?

Si el socialismo es tan malo, tan disfuncional, que se le enredan los pieses y cae por su propio peso, ¿por qué entonces sus enemigos no esperan tranquilamente a su muerte natural –como igualmente y a última hora decían acogerse a la solución biológica para un Castro que tanto y tanto se esforzaron en asesinar–, y en cambio soplan y empujan en contra todo lo que pueden?

Hay que conceder que la burocracia no es la madre de todos los males en Cuba. Eso sí, ha sido la gran aliada –a sabiendas o no– de los que malquieren a la Isla. Pero la burocracia, ella sola, sola solita, no es la responsable. Aunque lo quisiera, no puede tanto. La burocracia es esencialmente incapaz.

La tiene muy dura un país que, para comprar una aspirina, debe darle la vuelta a las cuatro esquinas del mundo en ochenta días. La realidad se vuelve estrecha y cuesta arriba cuando no tienes nada, o casi nada –que no es lo mismo sino peor– y esa casi nada la pretendes repartir entre todos, o entre casi todos.

Unos le dicen bloqueo, otros le dicen embargo. La verdad es que se llama hijeputada. Si como dicen, el problema no es el bloqueo, entonces quitar el bloqueo sería una solución.

¿Por qué, señor Obama, no se anima a comprobarlo?

sábado, 22 de octubre de 2011

CREMATA, LA YUMA, LA COLMENITA Y EL CHISTE DE HOY

Foto: Bill Hackwell

Ernesto Pérez Castillo

De adolescente, como todo muchacho que se respete, siempre tuve nombretes, y uno entre muchos, el que más tiempo me duró, fue “El Ruso”. No creo que mis rasgos apuntaran demasiado en esa dirección, así que la única razón que le encuentro a aquel apodo es que vivía en Centro Habana, y ser blanco —tan blanco que casi era transparente— en aquel barrio mestizo era más que suficiente para parecer extranjero. Y la cuasi única referencia de extranjeros, en la Cuba de los 80, y en mi secundaria, eran los rusos. Eso es todo.

Pero ese no es el chiste.

Cuando comencé a estudiar teatro en el Instituto Superior de Arte (ISA), ya en los 90, y la Gran Revolución Socialista de Octubre se fue a bolina, mi sobrenombre cambió.

La CCCP dejó de existir —aún recuerdo aquello que nos decíamos bajito en las aulas de primaria, en aquella época de los Tres Mosqueteros, arroz, chícharo y huevos: ¿Cuándo Carajo Comeremos Pollo?— y la palabra Rusia sustituyó otra vez a la antaño sagrada Unión Soviética.

Ese fue el momento de mi aventura como presidente de la FEU en el ISA: ya presidente de la FEU, mi sobrenombre de “El Ruso” cayó también en el olvido junto con la URSS. Desde entonces fui nombrado “El Zar”.

Y, ¿quién inventó eso de nombrarme El Zar del ISA? Pues ni más ni menos, aquel sobrenombre pertenece a la genial autoría de Tin, también a veces conocido por “Cremata”.

Esa solo ocurrencia, tan aterrizada en los tiempos que corrían, baste para hablar de la agilidad mental y las inteligentes y graciosas asociaciones que al Tin se le daban a las menos cuarto, con su humor tan cubano y tan particular.

Pero tampoco ese es el chiste de hoy.

El Tin aún no tenía La Colmenita, tenía La Colmena: estudiantes de todos los años de la Facultad de Arte Teatral y otras facultades, e ir a sus ensayos era siempre una fiesta. Los que vivieron la experiencia de estar cerca del Tin en aquellas gozosas sesiones de trabajo aún comparten la hermandad que entonces se fraguó.

Luego, no sé cómo ni cuándo ni por qué —pero quien quiera saberlo que busque, que seguramente en algún lugar él mismo lo ha explicado– sorpresivamente para mí, el Tin se concentró en el trabajo con niños, y ahí surgió La Colmenita.

El milagro de esa conversión es que así el Tin, un niño que creció él mismo sin padre, se dio a los niños todo entero como el padre mejor, día por día de su vida, a enseñarles y a aprender de ellos el amor.

El chiste es que ahora que el Tin con su Colmenita está de gira en la mismísima Yuma, de pronto me entero que personeros del gobierno norteamericano han declarado que esos niños con su espectáculo teatral son un peligro para la seguridad nacional de los EE.UU.

Eso tiene que ser un chiste, porque el padre de Cremata —el papá del niño que algún día el Tin fue— murió demasiado temprano, y no de muerte natural, sino que era uno de los tripulantes del avión civil de Cubana de Aviación que el 6 de octubre de 1976 estalló en pleno vuelo cuando dos bombas explotaron en su interior, precipitándolo al mar sin que nadie sobreviviera al terrible sabotaje.

Y de ser un chiste, sería uno de muy mal gusto, pero no se le pueden pedir mangos a un árbol de papaya, y menos si es plástico.

Porque lo cierto es que los que pretenden que Cremata —una víctima del terrorismo— y los niños a los que ha dedicado su vida son “un peligro para la seguridad nacional”, son exactamente los mismos que protegen al terrorista Luis Posada Carriles, justo el responsable confeso de la muerte del padre del Tin y de otras 72 personas que aquel día de octubre viajaban en el DC-8 derribado frente a las costas de Barbados.

miércoles, 24 de agosto de 2011

EL ARMA SECRETA DE HERNÁNDEZ BUSHTO

Ernesto Pérez Castillo

A Ernesto Hernández Bushto le falta gracia, le falta humor, y le falta todo lo demás. Por eso, después de meses amenazando a diestra y siniestra con cerrar su blog por falta de billete, de pronto el lunes pasado inauguró la semana con un mensaje singular: “Un buen día para anunciar nuestro nuevo proyecto informativo”.

Cualquiera que haya tenido un televisor en la Cuba de los ochenta recordará la frase de aquellos muñes animados, en que un colonizador español al ver el amanecer, declaraba que era: “una buena mañana para explotar indios”.

A Hernández Bushto no hay que compararlo con el colonizador de los muñequitos, entre otras cosas porque él no se cree español, sino norteamericano (recuérdese por ejemplo que en las notas luctuosas en su blog no pone EPD, sino RIP). Pero, mal que le pese, él no es ni norteamericano ni español. Si acaso, él es ese indio al que van a explotar, y él lo sabe, y lo peor es que le gusta.

¿Y de que se trata su nuevo proyecto? Esa es justo la pregunta de menos, y la que se responde fácil: el súper arma secreta de Hernández Bushto es un sistema para enviar SMS masivos a Cuba con titulares noticiosos.

La pregunta de difícil respuesta es otra –digo, de difícil respuesta para él– y es: ¿quién paga ese envío masivo de mensajes de textos a la Isla? Al menos, en la página donde se ofrece la suscripción al servicio no se dedica una sola línea a clarificar de dónde provienen los fondos.

Pero quien tenga memoria recordará que el 20 de mayo de 2008, celebrando la república de mentiritas que los yanquis le permitieron tener a los cubanos en 1902, Súper W Bush –el que aparece en las fotos con Bushto y con cervezas– declaró: “vamos a cambiar nuestra política para permitir que los estadounidenses envíen celulares a familiares en Cuba” y luego, en abril de 2009, Yoani Sánchez anunciaba: “hemos comenzado un diminuto servicio de información a través de SMS. Una noticia, no mencionada por los medios oficiales, es enviada a través del móvil a un grupo de personas que a su vez la reenvían a otras”.

O sea, como se ve, es el mismo perro, con el mismo collar. Y hasta con las mismas pulgas y las mismas garrapatas.

Claro que aun puede surgir una tercera pregunta y es: ante la recepción de tantos y de tantísimos SMS (Bushto afirma que, contando solo en La habana, ya alcanza a 800 suscriptores), ¿de cuánto será la ganancia metálica de ETECSA, la empresa de telecomunicaciones que opera todos los móviles cubanos?

Si antes Hernández Bushto no vio la pateadura que las fuerzas policiales propinaron a los indignados del 15M bajo su balcón en Barcelona, ahora tampoco parece estar siguiendo los acontecimientos en Libia.

Que no te enteras, Bushto, que ningún gobierno se tumba a punta de SMS. Que la cosa es con cohetes. Pero a Hernández Bushto, cuando se trata cohetes, son precisamente cohetes los que le faltan.

martes, 23 de agosto de 2011

EL ÚLTIMO KOMSOMOL, SVETLANA, Y LOS COMEMIERDAS ANÓNIMOS

Rafael Grillo

Me "descuarejingué" de la risa cuando leía Haciendo las cosas mal. Como que hago "resañas" y no reseñas, puedo hablar así. Y puesto que no me empeño en pasar por "crítico serio", por uno de esos que, de entrada, me sancionarían la errata porque el Real Diccionario solo reconoce "descuajeringar" o "descuajaringar". ¡Como si hubiera algún cubano que no pronunciara mal esa palabra! La que tampoco usamos cabalmente en el docto sentido de "relajarse el cuerpo por efecto de cansancio", pues "descuarejingarse" tiene para nosotros una sola, exacta, y no importa si vulgar, significación: "mearse de la risa". Que fue lo que me sucedió li-te-ral-men-te con la novela de Ernesto Pérez Castillo.

No espero de ningún circunspecto académico que vaya a empeñarse en hacer "crítica profunda" o "hermenéutica literaria" a costa de este libro. Si acaso alguno, en la camaradería incómoda del urinario para hombres, en voz baja y a un amigo cercano, se lo recomendaría prometiéndole que, igual, se va "descuarejingar" de la risa.

Sin embargo, como para afianzar el axioma de que cualquier norma sufre disensiones, hubo un jurado que decidió otorgarle a Haciendo las cosas mal el Premio UNEAC 2008 de Novela Cirilo Villaverde. Cito a los que emitieron veredicto: Antón Arrufat, Maria Elena Llana y Jorge Fornet, y de paso me los imagino: conteniendo al unísono las carcajadas y la vejiga. En similar circunstancia, a la editora del volumen: Ena Lucía Portela. Y les aplaudo el coraje, por defender el humor en estos tiempos de cólera y solemnidad somníferamente correcta.

De Pérez Castillo, algo les cuento: Nacido en La Habana, 1968. Autor de Últimas vacaciones con el abuelo (Gente Nueva, 1996), el libro de minicuentos Filosofía barata (Sed de Belleza, 2006) y la noveleta Medio millón de tuercas (Ediciones Loynaz, 2010), que es otra gozada, se los aseguro.

De Haciendo las cosas mal (Ediciones Unión, 2009) les presento algo de sus personajes y peripecias:

Svetlana es rubia y soltera. Es castaña y divorciada. Es trigueña y viuda. Es pelirroja y huérfana. Según sus datos inscriptos en www.chicasdeleste.com, www.rusaslindas.com, www.brideinrussia.com, etc. Y a la experiencia de sus 26 años le ha extraído dos ideas fijas: Una, huir casada de la hoy "democrática" Moscú. Otra, la convicción de que para "un alma cultivada" (ella estudió Filología Eslava, Lenguas Clásicas y varios temas más) "sólo tenemos un camino para expresar nuestra la genialidad: hacer algo mal, genuinamente mala" (calco textualmente su imperfecto español).

El último komsomol de la Rusia antaño soviética, en donde todo joven fue komsomol (lo mismo que decir el último mohicano de la añeja Norteamérica descrita por James Fenimore Cooper), de nombre completo Vladimir Stepánovich Ustimenko (Volodia, cariñosamente achicado por su mami Várvara Stepanovna) viaja a la ostrav svoboda (Isla de la Libertad) en busca del padre perdido, portando como únicas pistas de su identidad que era cubano y negro y estudiante de Explotación Florestal en la Siberia de aquellos tiempos de la Hermandad Socialista.

El Chino Wong es un tipo al que las mujeres siempre le pegan los tarros (aclaro: las mujeres lo traicionan, por si acaso me está leyendo algún foráneo que desconoce la singular vertiente cubana de la tauromaquia). A Cartaya las mujeres siempre lo dejan (y le pegan también los tarros aunque él ni se entera). Mientras que Estéreo Seguro es policía; y además Comemierda en Jefe del trío que conforma con los dos anteriormente mencionados, y que se hacen llamar a sí mismos el Club de los Comemierdas Anónimos (no porque sean hacktivistas ni otra cosa que, simple y llanamente, eso: "comemierdas"; o sea "boludos", "gilipollas", "assholes", lo cual advierto por si me están leyendo en Argentina, España y USA).

Sobre "cómo" logra Ernesto Pérez Castillo que estos tres hilos narrativos se enhebren como "cordeles dentro de un bolsillo" (tomé prestado el símil a Juan José Millás y Dos mujeres en Praga; lo revelo antes que me llamen plagiario), en medio de vericuetos cuasi policiales, de espionaje y de oscuros secretos sexuales, no me atrevo a detallar nada más. Pues anticipo que a alguien, muerto de risa, se le va a caer este libro de las manos y, entonces, irá a parar a las manos de algún lector como ustedes.

Tan sólo les adelanto esto: Para uno de sus personajes las cosas van a acabar mal, pero que muy mal. Porque no hay comedia buena si al aderezo no se añade una pizca de tragedia.


Tomado de: http://www.isliada.com/resena/2011/08/el-ultimo-komsomol-svetlana-y-los-comemierdas-anonimos/

lunes, 22 de agosto de 2011

MIAMI: ¿SE ACABAN LAS VACACIONES DE LOS REFUGIADOS?

Ernesto Pérez Castillo


Un anuncio reciente del presidente Raúl Castro ha puesto los pelos de punta a los que en Miami quieren impedir a toda costa que se normalice la migración cubana.

En su discurso del primero de agosto ante el Parlamento de la Isla, el General de Ejército informó: “En la senda de reducir prohibiciones y regulaciones (…) que jugaron su papel en determinadas circunstancias y después perduraron innecesariamente (…) nos encontramos trabajando para instrumentar la actualización de la política migratoria vigente (…) ajustándolas a las condiciones del presente y el futuro previsible”.

Algo así no puede sino ser una buena noticia, a más que esperada y necesaria, para todos los cubanos, y es justo todo lo contrario de lo que desean los que malquieren a los cubanos.

Por lo pronto, y sin esperar siquiera un día, el propio primero de agosto el representante republicano de la Florida David Rivera adelantó un proyecto de ley para que el Departamento de Seguridad Interna vigile más de cerca a los beneficiarios de la Ley de Ajuste Cubano –vigente desde 1966, y que da estatus de refugiado político a los cubanos que ingresen de manera ilegal a territorio norteamericano– para que se les cancelen los privilegios que dicha ley les concede si visitan aunque fuere una sola vez la Isla antes de cumplir un mínimo de cinco años a partir de su entrada a los Estados Unidos.

Además de la perversión evidente, esa iniciativa de Rivera oculta una mala leche que apesta de lejos, pues precisamente esos cinco años son los que se deben esperar para obtener la ciudadanía norteamericana, y una vez concluido el plazo y adoptada dicha ciudadanía, los cubanos sentirían sobre sí el peso de la espada de Damocles de la Cuban Assets Control Regulations de 1963, basada en la Trading With the Enemy Act, que en la practica prohíbe a los ciudadanos norteamericanos viajar a Cuba.

Así las cosas, lo que David Rivera propone de facto es que los cubanos recién llegados, primero, no viajen a la Isla durante cinco años en cumplimiento de su ley, y luego nunca jamás, en cumplimiento de la ley de 1963.

Lo original del proyecto de Rivera es que, justo en el momento en que Cuba anuncia que flexibilizaría los trámites de viaje –algo que se le ha reclamado al gobierno cubano desde siempre–, el representante republicano pretende abolir esos viajes de raíz.

Encima, quienes a partir de entonces se acojan a los privilegios de la Ley de Ajuste Cubano, serían rehenes del gobierno norteamericano, al menos durante cinco años: una especie de “refugiados políticos forzados” por el país que les “protege”.

Tal proyecto ha puesto en tres y dos a la contrarrevolución interna, como es el caso de la mercenaria Yoani Sánchez, quien opinó en contra del proyecto de Rivera: “Esas personas se convierten en embajadores democráticos y de libertad”, pero no dice una coma de que para ello deben violar las leyes, ser carne del criminal tráfico humano y exponer sus vidas frente las olas en el estrecho de La Florida.

En todo caso, la cifra de cubanoamericanos que solo en el año anterior pasearon por Cuba se eleva a más de 320 000, y esos son muchos más “embajadores democráticos y de libertad” que los que Yoani quisiera.

Otro que no sabe dónde poner el huevo es el plusmarquista de las huelgas de hambre, Guillermo Fariñas, pues según él: “Desde el punto de vista ético no deben regresar a Cuba hasta que el gobierno no caiga”. Cuando él habla de ética, no se sabe de lo que habla, pero lo cierto es que nadie sabe cómo se come el asunto de que los refugiados políticos vayan por miles a vacacionar al país que supuestamente les persigue.

Así lo ha dicho el Jaime Suchlicki, director del Instituto de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos de la Universidad de Miami: “no creo que sea correcto que los cubanos vayan a pasear o divertirse en Cuba si han salido recientemente como refugiados”.

Lo que verdaderamente les duele del proyecto de Rivera es que cuestiona en profundidad el carácter de refugiados y perseguidos políticos de los cubanos que arriben a los Estados Unidos, y por tanto debilitaría a una de las principales armas que han tenido desde siempre en Miami para atacar a la revolución.

martes, 16 de agosto de 2011

JERZY GROTOWSKI, CENTRO HABANA, JUANCITO Y YO

Ernesto Pérez Castillo

Si Manuel Navarro Luna escribió: “No os asombréis de nada, es Santiago de Cuba”, pudo hacerlo por una sola razón: al parecer el poeta no conoció mi Centro Habana.

Y aquí vengo a demostrarlo. Cuando en el verano de 1990 todo se empezó a acabar, yo cumplía uno de mis sueños más soñados: ser desmovilizado del Servicio Militar. Desde principios de año me había enterado que existía un lugar llamado Instituto Superior de Arte y me había presentado a los exámenes de admisión, queriendo estudiar lo único que no se estudiaba en el ISA: guionista de cine.

En el gimnasio de la Facultad de Teatro, y de pasada, vi a un viejito que barría el tabloncillo, ataviado con una bata de barbero, según me pareció. Le di los buenos días, y seguí de largo, mientras observaba su empeño en adecentar el lugar.

Luego, al comenzar las entrevistas a los aspirantes, me sorprendió que fuera precisamente aquel conserje de limpieza quien me fuera a entrevistar. Y es que no era el conserje ni la cabeza de un guanajo, ignorante de mí, sino que era ni más ni menos que el maestro Vicente Revuelta, casi que el padre del teatro cubano.

Mi entrevista debe haber implantado un récord: duró exactamente lo que tarda una pregunta corta y una respuesta más corta aun. Me preguntó Vicente: “¿A ti por qué te interesa el teatro?” y yo le respondí “No, el teatro no me interesa”. Vicente me miró, y con su sonrisa suave me dijo: “Entonces hemos terminado”.

Y ese habría sido el fin de mis estudios teatrales, de no ser por lo cabezón que soy. Que yo no había ido hasta allí por gusto. En primer lugar, el sitio me fascinaba: una construcción de ladrillos rojos, con cúpulas sorpresivas en medio de una vegetación salvaje, más abandonada que exuberante –tan parecida al patio de mi casa– y, no está de más decirlo, me quedaba relativamente cerca y podría ir caminando todos los días hasta allí.

Así que antes de dar por concluida la conversación, aun le dije: “Yo lo que quiero es ser guionista de cine, y traje una película que filmé”. Sin darle tiempo a nada, saqué de la mochila mi proyector y lo comencé a armar.

Antes de seguir, vale la pena un par de aclaraciones. Cuando digo “mochila” me refiero a mi mochila de soldado, pues entonces aun yo era militar, y de hecho me había presentado a las pruebas con mis botas sucias y mi uniforme de campaña, que debía ser verde pero después cuarenta meses de subir y bajar lomas al sol y dormir a la intemperie bajo los aguaceros de febrero ya era gris.

Siempre me he preguntado qué habrá pensado el maestro al ver ante sí a aquel soldadito pelado al rape, sacando de la mochila que llevaba al hombro un proyector ruso de 16 milímetros. Lo que fuere que haya pensado el maestro, el caso es que me invitó a mostrarle la película, y eso me salvó.

Así las cosas, en septiembre, el día que comenzaría mis estudios de arte teatral, me despertó Radio Reloj con la noticia de que el gobierno cubano declaraba el inicio del periodo especial. Yo no preocupé ni mucho ni poco con semejante anuncio, pues para mí el tal período había comenzado desde hacia cuatro años atrás, cuando dejé los estudios de cibernética en la Universidad de La Habana y comencé a vivir con los siete pesos de mi paga de soldado.

Pero todo lo anterior es solo la introducción del cuento que de verdad quiero contar, y que tiene que ver con que ya comenzado el curso, Vicente nos dividió en cuatro grupos, cada uno de los cuales se dedicaría a la investigación de los métodos de creación del ruso Konstantin Stanislavsky, el alemán Bertolt Brecht, el italiano Eugenio Barba, y el polaco Jerzy Grotowski. En ese último, el grupo de Grotowski, caí yo.

Lo que de verdad quiero contar es que unos meses después, visitando a mis hermanos que aun viven en Centro Habana, y conversando como se conversa en aquel barrio, esto es, en la puerta de la calle –nótese de paso que allí no se dice “la puerta de la casa” sino “la puerta de la calle”–, como casi siempre, apareció Juancito con otro cuento de Pepito.

Juancito, el verdadero protagonista de esta historia, que no yo, es un mulato altísimo que nunca fue flaco, ni siquiera en lo peorcito del periodo especial, y quizá ello se debiera a que siempre se estaba riendo y sobre todo, siempre estaba haciendo reír a los demás. Así que, cada vez que aparecía caminando por la acera, los demás le abríamos espacio y cerrábamos la boca, sabedores que él nos miraría a todos antes de decir: “¿ya se saben el último cuento?”

Esa tarde nos hizo el cuento de ocasión, y luego se volvió hacia mí, y al verme por fin otra vez mal vestido, pero vestido de civil, me dijo: “Chama, que bueno, al fin botaste del verde”. Y a seguido me preguntó qué estaba haciendo.

Le dije que había comenzado a estudiar en la universidad. ¿En qué universidad?, me preguntó. En el ISA, le dije. ¿En qué carrera?, terció. Teatro, le contesté. Y entonces vino la mundial, me presionó: “pero… teatro qué, cómo es la cosa, qué hacen ahí?”

Uff, tuve que pensármelo dos veces antes de responder. Podría haberle dicho que estudiaba las técnicas de Jerzy Grotowski, el creador del método del teatro pobre, un modo de trabajo que más se centraba en el proceso del actor que en el público –Grotowski, por ejemplo, había dicho que trabaja no para el público, sino pese al público. Un asunto más bien antropológico, donde la cosa teatral era usada solo como herramienta, como instrumento de investigación. Podría, sí, haber dicho eso, si no fuera por mi temor de que Juancito no me entendiera ni papa y se quedara regao como un chino.

Así que cortando por lo sano, preferí decirle esto, más o menos: “asere, es una moña ahí rara, medio loca, con muchas muecas y muchas murumacas” y, mientras le “explicaba” el método de Grotowski, contorsionaba mi cuerpo, expandía y arremolinaba mis brazos, dejaba escapar mi voz de manera gutural, para ilustrarle de qué iba el asunto.

Juancito me vio hacer aquello, meditó un segundo para dentro de sí, y de pronto se le iluminó el rostro y me soltó: “Ah, coño, una onda grotowskiana, ¿no?”

–Sí, exactamente eso –fue todo lo que mi vergüenza me permitió responder.

viernes, 12 de agosto de 2011

EL DÍA QUE NO CONOCÍ A FIDEL


Ernesto Pérez Castillo

Era agosto y era verano y era el año 1976.

Ahí estaba yo. Los pantalones largos de algodón azul oscuro, almidonados la noche anterior, me daban el placer inolvidable del fru-fru-fru tan sonoro al esconder las manos en el fondo de aquellos bolsillos enormes y vacíos. Camisa azul clara, más clara por el desteñido de haberla heredado de mi hermano, que la heredó del hermano mayor, que a su vez la heredó de algún primo que tal vez también la heredó.

Al cuello, siempre mal anudada, la pañoleta blanca y azul. Detrás de mí, mi madre. Ella detrás de unos espejuelos oscuros que le cubrían la mitad del rostro, los dos bajo el sol que esa mañana rebotaba implacable sobre el parque Maceo y sobre los otros tantos niños y sus mamás que se despedían para irse por una semana al campamento de pioneros de Tarará. A nuestras espaldas, el mar. Enfrente, al otro lado de la calle, la explanada enorme donde se acumulaban ladrillos y lomas de arena que muchos años después serían el Hospital Hermanos Ameijeiras.

Yo tenía ocho años, y no recuerdo que ningún otro niño de mi escuela se haya presentado. Así que tras el beso de mi madre, abordé junto a un montón de escolares de toda Centro Habana, a quienes nunca había visto, la Girón V (ómnibus que la gente llamaba “aspirina”, pues alivia, pero no resuelve) y partimos hacia el este de La Habana.

De esa experiencia, la primera, pero no la única, en la playa de Tarará, recuerdo pocos detalles, pero los recuerdo muy bien. Recuerdo la casa en que nos alojamos. Una típica casa de verano con techo de dos aguas, de muchos cuartos, y de muchos baños –donde quiera abrías una puerta y allí encontrabas otro baño, y otro y otro.

Yo, que mi idea del mundo –y de una casa– era la casa a medio hacer de mi familia –una casa oscura que inventó mi padre en lo que iba a ser el garaje de un edificio de cuatro plantas, con dos habitaciones y un baño que nunca fue azulejeado–, no dejaba de sorprenderme ante tantas puertas y ventanas y lo mejor: una escalera que conducía a la segunda planta de la casa, con otros cuartos y más baños y una terraza con vista al mar.

¡Una escalera adentro de la casa! Eso sí que no se me habría ocurrido jamás, y era algo que no dejaría pasar así como así, así que jodí y jodí hasta que la maestra designada a cuidarnos me ubicó en una litera de uno de los cuartos de la planta alta. Y una vez en aquella litera, luché y luché hasta que también logré que me asignaran la cama de arriba.

Eso fue una reparación histórica, justa y necesaria, pues en mi propia casa teníamos una litera, sí, pero nunca me tocó la cama de arriba, ocupada desde siempre por alguno de mis dos hermanos, pero nunca por mí.

Recuerdo también que a toda hora nos daban yogurt, y a toda hora también galletas dulces. Aún me tengo en la memoria, en una sala a la penumbra de una bombilla de muy pocos watts, cayéndome de sueño tras un día de mucha playa, haciendo fila tras los otros niños, mientras la maestra nos sirve el yogurt de antes de dormir.

La verdad es que de aquel viaje y de aquella semana no recuerdo mucho más. Salvo un detalle: un día pasaron por la casa preguntando si alguno de nosotros cumplía años ese mes. Tres o cuatro niños, no sé cuántos, levantaron la mano. Recuerdo que uno de aquellos niños se había hecho amigo mío, y yo sabía que él no cumplía años en agosto, sino en marzo, como yo. Él había levantado la mano por si acaso, para ver qué…

El caso es que los mandaron a bañarse y a ponerse el uniforme y al rato los vinieron a buscar, mientras al resto nos volvieron a dar más yogurt con galleticas, y después de la merienda nos llevaron al Anfiteatro, donde había música y payasos y globos de colores y allí fue que nos vinimos a enterar: ese día era trece de agosto, era el cumpleaños de Fidel, y Fidel estaba en Tarará y celebraría su cumpleaños con aquellos niños que cumplían años en su mismo mes.

De estas cosas me acordé el verano pasado, un día de julio, en medio del Acuario Nacional. Recorría las peceras con mi hijo de la mano, inventándole historias sobre las tortugas, los cangrejos y los caballitos de mar, retardando el momento de enfrentar la cola de la cafetería que suponía abarrotada, mientras Sebastián me preguntaba por qué no había allí ni un solo amiguito con quien jugar. Quisimos ver el show de los delfines, pero el lugar estaba cerrado a cal y canto y no encontré ni un empleado a quien intentar convencerle de que nos dejara pasar.

Ni un empleado, ni nadie. En todo el camino no nos cruzamos con una sola alma. Solo nosotros recorríamos aquellas galerías extrañamente vacías para unas vacaciones recién comenzadas.

Lo mejor, lo increíble, fue llegar a la cafetería y sorprenderme con las muchas ofertas a nuestra disposición, sin otro cliente con quien competir, sin una cola que hacer: todo fue ir, escoger tranquilamente lo que queríamos, y después sentarnos a la sombra a merendar.

Algo raro sucedía allí, y más me lo pareció unos quince minutos después, cuando aquel lugar, hasta entonces tan extrañamente vacío, de pronto se llenó de niños de la mano de mamá y papá que asaltaron la cafetería y colmaron las áreas de exhibición. Lo bueno fue que al fin Sebastián tuvo a mano un amigo para corretear frente a las peceras del acuario.

Un par de horas después, ya de camino a casa, el teléfono me comenzó a vibrar en el bolsillo, y al responderlo fue que me vino a la memoria, sin remedio, aquella tarde en Tarará: la voz al otro lado me anunciaba que Fidel –de quien hacía rato no se sabía nada– acababa de visitar el acuario.

Me sonreí al comprender lo raro del vacío que me había tropezado allí: el público disfrutaba del espectáculo de los delfines, y entre ellos estaba Fidel, aunque yo no me enterase. Por eso no vimos a nadie por ningún lugar hasta que el Comandante se marchó.

Ahora saco la cuenta y veo que, aquella tarde lejana en Tarará, Fidel estaba celebrando sus cincuenta años. Hoy cumple ochenta y cinco. Dos veces lo he tenido tan así de cerca, sin enterarme. Y ni falta que me hace, la verdad.

Que en este país usted da dos pasos y mira y ahí está Fidel, y no en los afiches que los burócratas se cuelgan en sus oficinas, sino en la obra real del día a día, en el médico de familia en la esquina de mi casa, en los niños –todos los niños– que cada día van a la escuela y ninguno a trabajar, en la universidad de la que me gradué de gratis y de la cual salí sin deberle un centavo a ningún banco, y en mi vida sencilla de cubano, casi siempre sin otra cosa en el bolsillo que mi carné de identidad.

Así que, ahora que Fidel cumple años, yo le digo –y no solo por su vida tan larga, sino sobre todo porque ha sido una vida con muchas más luces que manchas-: felicidades, Fidel; felicidades, Comandante.

miércoles, 3 de agosto de 2011

YOANI SÁNCHEZ, UN MARROQUÍ Y EL DC-8 QUE NADIE VIO

Ernesto Pérez Castillo

Un cable de EFE logró colarse en la primera plana de la edición digital de El Nuevo Herald, y lo hizo no por el drama humano que rezuma sino porque, tanto para la agencia como para el diario, la noticia era curiosa…
El titular mismo apunta hacia ello: “Agentes españoles descubren a un inmigrante escondido en una bolsa de deporte”. En un ejercicio supremo del peor periodismo, ya desde ahí se nos escamotea el fondo del asunto: no dice quién estaba en la bolsa, ni en dónde ocurrió el hallazgo, ni por qué corría semejante riesgo –no para qué, que obviamente era para emigrar, sino por qué lo intentaba de ese modo.
Luego el redactor no se apartará ni una pizca de ese propósito. En toda la nota, que no tiene más de una veintena de líneas, no aparecerá jamás el nombre del inmigrante, apenas identificado como “un joven marroquí”. El nombre en blanco y negro lo habría humanizado y puesto en carne y hueso ante los lectores, todo lo contrario de lo que la agencia quiere: cosificarlo, volverlo nada, ningunearlo y olvidarlo.
El asunto es que el marroquí fue hallado dentro de una bolsa de deporte, guardada en el maletero de un vehículo que estaba a bordo de una embarcación que cubre la ruta marítima entre Melilla, al norte de África, y la ciudad de Barcelona, en el noreste de España.
Según el guardia que lo encontró, estaba “completamente contorsionado”, con “síntomas de desorientación, nerviosismo, respiración agitada” y “empapado de sudor, producto del exiguo espacio en el que se encontraba, encajonado dentro de la bolsa de deporte” sin ventilación para coger aire. Pese a su grave estado, se consideró que no necesitaba asistencia médica.
Ni una sola palabra se dedica a comentar las razones que llevaron al joven a exponer a tales peligros su vida. ¿Por qué el redactor no infiere de todo ello que, evidentemente, las cosas van muy mal en Marruecos cuando los jóvenes hacen cosas como esa? ¿Por qué lo califica de inmigrante sin más ni más, y no lo presenta como un joven disidente que huye de una dictadura? ¿Por qué no usa el suceso como un ejemplo de que los jóvenes marroquíes no tienen más perspectivas ni futuro que escapar de su país, aun a riesgo de sus vidas?
La respuesta es una y solo una: porque no era un joven cubano. De haberlo sido, la noticia hubiera rebotado de diario en diario por el mundo, magnificada en titulares rojos, con fotos y más fotos, y acompañada de las declaraciones de cuanto pícaro quisiera pescar provecho para sí mismo.
Uno de esos pícaros que ahora guarda silencio es Yoani Sánchez, quien hace unas semanas, ante el hallazgo del cadáver del joven cubano Adonis Guerrero Barrios en el tren de aterrizaje trasero de un avión que arribó al aeropuerto de Barajas en Madrid, no tuvo miramientos para manipular el asunto, y secundada por el diario español El País, afirmó torcidamente: “No se trata ahora de sacarle una tajada política a la decisión tomada por el joven Adonis de emprender un viaje como polizón en el tren de aterrizaje de un avión DC-8 de Iberia, sino de encontrar las causas que lo empujaron a morir así.”
Nótese la cantidad de detalles: Yoani apunta el nombre del joven, en qué parte del avión se encontraba, y qué tipo de avión era. Ella, y el periódico que la publica, buscan a toda costa comprometernos con la historia que se nos quiere vender, y con la versión del suceso que les interesa asentar.
Pero es que Yoani no acierta en el plano general ni en los detalles. Adonis no fue encontrado en el “tren de aterrizaje” sino en el tren de aterrizaje trasero, pues los aviones tienen varios y no uno solo, como supone la blodeguera.
Al parecer, para Yoani Sánchez suponer es más que suficiente. Ya se ha dicho otras veces, y ahora la blodeguera ha vuelto a dar fe de su tremendísima y suficiente experticia periodística. Ha afirmado, y nadie sabe de dónde se ha sacado este detalle, que Adonis emprendio un “un viaje como polizón en el tren de aterrizaje de un avión DC-8 de Iberia”.
El Douglas DC-8 es un avión de reacción cuatrimotor que se fabricó entre 1959 y 1972, cuando modelos de mayor capacidad como el DC-10 le hicieron quedar obsoleto. Detalles del diseño del DC-8 le proporcionaron una leve ventaja en la faceta de carguero, posibilitando que cientos de ellos, remotorizados, continúen efectuando servicios de carga para diversas compañías. Pero hace mucho que no realiza vuelos comerciales en el transporte de pasajeros, al menos no con Iberia.
La verdad que a Yoani Sánchez no le interesó buscar es que Adonis no viajo de polizón en un DC-8, sino en el vuelo 6620 de Iberia, en un avión Airbus A320, pero ya se sabe que a Yoani le basta con inventarse las cosas y creérselas ella misma.
Su disparate de suplantar el Airbus A320 por un DC-8 fue abundosamente comentado en Foroaviones (http://www.foroaviones.com/foro/comercial-general/13270-dc-8-de-iberia.html), donde los usuarios dejaron las siguientes opiniones:
Ozzman: Sobre lo del DC-8, bueno, el que no es aerotranstornado no se dará cuenta de la burrada que está diciento... habrá sido un lapsus, porque tampoco es tan difícil averiguar el modelo.
beto_8: Que esta tía no tiene ni puñetera idea, y que no creo que se haya informado para hacer el artículo, estoy de acuerdo. Es una inútil. E insisto, sí, esa tía no tiene ni zorra idea de lo que ha escrito, porque no se ha informado. Pero antes de meterse con el periodismo, entérate que es más criticable que en la redacción nadie se haya dado cuenta del error, porque esto no es mandar el texto y colgarlo en el periódico. Pasa por muchas manos antes de sacar al papel (editores, correctores....). Ese sí es el grave error, no la tipa esta que no sabe lo que dice. El error está en quién ha dado el visto bueno para publicarlo, porque no lo ha revisado, y si lo ha hecho, tampoco tiene ni puta idea. Insisto.... soy periodista
Icaro: Me parece que aquí no solo es un fallo del periodista, sino de toda la cadena que creo que debe haber desde que una noticia se va ha publicar hasta que está impresa. Por que poner que el avión de Adonis era un DC8 es que no se había documentado nadie, pues si se hubieran documentado habrían visto que el DC8 fue de un suceso de hace 40 Años y es normal que ya no sea el mismo avión el que haga el viaje, pues una simple consulta hasta por teléfono y les habrían dado el dato de que avión era y como se llamaba, corregido el error y habría quedado mucho mas documentado.
Esos comentarios dejan en claro lo inocultable: que Yoani Sánchez y el diario español El País desprecian la verdad, y en la carrera por hablar mal de Cuba toman lo que se le ponga a mano y se inventan los detalles a tontas y locas. Yoani supone, improvisa y miente a mansalva, y El País le reproduce sus embustes sin una revisión elemental de lo que su premiada les envía.
En el mismo artículo sobre Adonis, ella fantasea: “¿Tenía un motivo adicional, como sentirse perseguido con peligro…? (…) Tampoco conocemos la gravedad de sus problemas, lo que sí podemos intuir es que no encontró a mano solución alguna para ponerles fin”.
Nótese que la blodeguera que cambia a su antojo un avión por otro, ahora también pretende suplantar a Adonis y poner en su lugar a un perseguido político, y aunque reconoce no saber “la gravedad de sus problemas”, asegura por cuenta propia que Adonis “no encontró a mano solución alguna”.
Sin embargo, aunque Yoani lo ignore, Adonis tenía familia, y esa familia, en declaraciones telefónicas para Diario de Cuba –un sitio digital que no se hace en Cuba, y del cual se puede decir cualquier cosa menos que sea afín al gobierno cubano–, en la voz de su padre y de su tía, ha afirmado que el joven “estudió en una escuela especial porque sufría algún retraso mental”.
La noticia, según Yoani Sánchez y El País, se resume a un disidente perseguido que huye en un DC-8 porque no tenía solución a sus problemas, mientras la verdad habla de un joven con problemas mentales que recibió educación especial y que intentó emigrar entre las ruedas de un Airbus A320. Si eso no es “sacarle una tajada política a la decisión tomada por el joven” –esa fue la introducción de Yoani–, entonces ¿qué es?
El lamentable caso de Adonis es comparable –citando otro artículo de El País– al de “el paquistaní de 21 años que murió en un avión de Lufthansa que había partido de Kuala Lumpur en septiembre de 2000. O aquel hombre tahitiano que intentó volar de Papete a París en mayo de ese mismo año. O los dos dominicanos que intentaron llegar a Suecia un mes después. O el cubano Roberto García Quinta, de 47 años, cuyo cadáver fue descubierto nueve días después de que abordara el tren de aterrizaje de un avión de Alitalia.”
Hay que ser ciego para no ver, otra vez, que la única víctima de tales desastres que es citada por su nombre es el cubano Roberto García Quinta, mientras los otros son mencionados apenas como “el paquistaní”, o “aquel hombre tahitiano”, o “los dos dominicanos”. ¿Por qué ellos no tienen nombre, y el cubano sí?
En defensa de Yoani solo se puede decir una cosa: es normal que ella confunda el Airbus A320 con un DC-8, pues fue precisamente un DC-8 de Cubana de Aviación el tipo de aeronave que el 6 de octubre de 1976 sufrió dos explosiones en pleno vuelo que lo precipitaron al mar, acto terrorista organizado por Luis Posada Carriles, en el que perdieron la vida 76 personas. Todavía en 1997 explotaron varias bombas en La Habana, en atentados también organizados por Posada Carriles, y que le costaron la vida al turista italiano Fabio Di Celmo. Esas acciones fueron financiadas desde Miami por la Fundación Nacional Cubano Americana, la organización terrorista que Yoani Sánchez acaba de felicitar por mano propia en El Nuevo Herald por sus 30 años de creada.

miércoles, 20 de julio de 2011

PENULTIMOSDIAS CONTRA YOANI SÁNCHEZ, II TEMPORADA: EL ENFRENTAMIENTO

Ernesto Pérez Castillo

La nueva novela por entregas que protagonizan ahora Yoani Sánchez y su rémora barcelonesa, Ernesto Hernández Bushto, no resulta mejor que todas la anteriores, ni peor: sigue siendo más de lo mismo, sin cambiar la trama y ni siquiera el tocado de los personajes.
Todo comenzó con un post lacrimógeno de la Yoani, llorando a moco tendido ante el recuerdo de unos tenis blancos que alguna vez le enviaron desde La Florida. Tanto aprecio le cogió a sus zapaticos yumas –y blancos, como los de Nemesia, la flor carbonera que cantara el Indio Naborí– que llega a afirmar: “Al terminar la universidad todavía usaba aquellos zapatos”.
¡Qué linda se debió de ver la Yoani, entrando a la Facultad de Letras, con sus zapaticos blancos! Y qué buenos esos zapatos, que tanto tiempo le han acompañado. De hecho todavía hoy los utiliza, todavía hoy les saca lasca, a su manera... de ahí la certeza de la frase de que “tiene un zapato en la cabeza”. Claro, no es un zapato cualquiera: es un zapato de Miami.
Lo novedoso ha sido que esta vez no hubo que salirle al paso, pues su siempre fiel Hernández Bushto, quién sabe por qué, le lanzó por propia iniciativa una dentellada, al descalificarla considerando que esa “crónica personal mostraba sus peores flancos con un asunto complejo, que merecía ir más allá de la anécdota con moraleja”.
Que el celoso perro guardián de pronto se lance contra su juguete preferido, huele a queso rancio. Pero todo se hace claro cuando se deja ver que el pretexto es la defensa por parte de Yoani de la política de “flexibilización” del gobierno de Obama a los viajes de los cubanoamericanos a la Isla y el envío de remesas familiares.
En torno a ese asunto Yoani y Bushto se han repartido sus papeles: ella será la policía buena y él hará de policía malo. Y allá del tonto que se los crea. Que al final, cada quien sigue sus afinidades: Yoani es la ahijada de Hillary y el State Department, y Bushto es el hijo putativo de Bush. Y los dos son deudores a sueldo de la misma Roma.
Lo que pasa es que tan tremendos roles exigen de ellos un lavado de imagen, y eso explica todo el correveidile. De pronto, en su post “La teoría de la caldera”, la Yoani suelta esta prenda: “la especialidad de nuestro país es echar abajo las predicciones de iluminados, babalaos, espiritistas y cartománticos. (…) Cubanólogos de todas las tendencias han vaticinado, en alguna ocasión, que la Isla está al borde de la fractura y que la gente se lanzará a las calles en cualquier momento”.
Curioso que la Yoani no se mencione a sí misma entre esos augures de la revuelta cubana que nunca aciertan y solo hacen el ridículo, y se le olvide que el 25 de abril de 2009 ella misma y de su propia mano escribía en su blog un post titulado “La corta noche de los cuchillos largos”, donde describía a “Gente esperando, con el palo o la navaja bajo la cama para un día poder usarlos” y deseaba “no haber nacido en esta época, donde sólo se puede ser víctima o victimario, donde tantos añoran la noche de los cuchillos largos”.
¡Cuánta paz rezuman esas letras, cuánto afán de concordia, cuánto amor derrochado por la muchachita que cría pececitos y hace taichi en sus mañanas de Nuevo Vedado! No hay que olvidar que la primavera árabe le desató una desbocada pasión egipcia a Yoani, y casi se coloca un niqab en su cabeza (la etapa en que usaba pelucas rubias ya pertenece a la nostalgia), y deseó que el 15-M de Madrid se replicara en el malecón La Habana, pero cuando supo de la pateadura de los antimotines contra los indignados de Barcelona hizo mutis, cerró su boca y puso a buen resguardo su lengua donde no le diera el sol.
Ahora, ante la disyuntiva de arreciar el bloqueo norteamericano contra Cuba y con ello provocar el malestar popular y la ansiada revuelta cubana, el principal temor de Yoani sería que en medio “quedaríamos atrapados once millones de personas”.
Así, con ese abracadabra repentino, o para decirlo con las palabras de Hernandez Bushto, con esos “malabares argumentales de Yoani Sánchez”, la blodeguera se torna conciliadora y de pronto quiere antes que nada que haya paz… todo lo contrario de lo que apenas el verano pasado, bajo el título “La física rara vez se equivoca”, ponía en blanco y negro en su blog, cuando afirmaba: “Todos sabemos qué le sucede a la presión en el interior de una caldera si se le aplica más temperatura, de manera que para este verano se pronostican problemas y tensiones”
A seguido ella exigía: “No basta con pedir que ocurran las transformaciones. Hay que empujar para que se logren cuanto antes porque, en la peculiar alquimia de nuestra situación actual, la demora puede ser un elemento explosivo”.
Si eso es un reclamo de paz, yo soy el Ratoncito Pérez. Y para el que no quede convencido, todavía hay más, pues en ese mismo post aseveraba: “Tranquilos, les digo, quizás el calor es el catalizador que nos hace falta, el empujón que necesita una población aletargada para exigir que las prometidas aperturas no demoren un mes más”.
Nótese que ahora, un verano después, ella dice que: “La tesis de que a nuestra realidad hay que aumentarle la presión económica para que la caldera social reviente se escucha –curiosamente– con mayor frecuencia entre aquellas personas que no habitan el territorio nacional”. Y ella, ¿dónde habitaba cuando hace solo un año escribió eso de que “todos sabemos qué le sucede a la presión en el interior de una caldera si se le aplica más temperatura”.
Y es que Yoani se dice, se repite, y ha falta de argumentos no le importa contradecirse, pues si aquel post del otro estío lo titulaba “La física rara vez se equivoca”, ahora en este reniega de “esos politólogos que se acercan más a la física que a las ciencias sociales”.
Ojo, que si hace un año ella estaba obsesionada con lo que “le sucede a la presión en el interior de una caldera”, su post reciente, donde reniega de todo ello, y lanza su vade retro, lo titula “La teoría de la caldera”. Exacto, eso mismo: tenemos ante nosotros a Yoani presentado su nueva temporada, que se basa en desdecirse a sí misma.
Ante semejante desparpajo, hasta el mismísimo Ernesto Hernández Bushto en su blog ha publicado “Una réplica a Yoani Sánchez”, donde se ha visto en la obligación de denunciarla por esa “manipulación tan burda que resulta indigna” y asegura que “Es difícil no leer ese razonamiento como la reedición de cierta vagancia mental”.
Claro que Ernesto Hernández Bushto no resulta mejor parado en eso de la “vagancia mental”, y es otro experto en decirse y desdecirse, pues si bien ahora reclama que “El gobierno de EE UU no tiene por qué ayudar a los cubanos”, en un post que publicó el 8 de abril de 2010, titulado “Los programas norteamericanos de ayuda a Cuba, cuestionados”, aseveraba que “no hay que tener ningún tipo de vergüenza ni sumarse a esa demonización del dinero extranjero”. Entonces, en qué quedamos: ¿el dinero norteamericano debe o no ser enviado a la Isla?
Lo cierto es que remesas más o viajes menos, tienen tanto efecto como una raya de menos o de más en ese viejo disco tan rayado. Que lo que sigue intacto, sin que jamás la Yoani se atreva siquiera a mencionarlo por su nombre, es el bloqueo norteamericano con que desde hace más de cincuenta años Washington pretende destruir a la revolución de Fidel Castro, sin conseguirlo.
La verdad es que hay dos propuestas en discusión sobre la manera más efectiva de acabar con la revolución cubana: arreciar el bloqueo –ahí se apunta Hernández Bushto, aunque él piensa que: “una intervención militar de EE UU sería la manera más rápida y productiva de acabar con el castrismo”–, y la otra es mantener el bloqueo tal cual pero permitir que el dinero norteamericano llegue no al gobierno pero sí a las personas, con lo cual fantasean que así el pueblo estaría en mejor disposición de combatir al gobierno, y a eso apuesta la Yoani mientras sueña con sus zapaticos blancos.
Al final, con esta puesta en escena del supuesto enfrentamiento Bushto vs Yoani, solo intentan crear la ilusión de una diversidad de pensamiento, cuando no son más que dos caminos para un mismo fin: ser útiles a la política anticubana de los Estados Unidos, y ser recompensados por ello.

viernes, 8 de julio de 2011

¿EL HUEVO O LA GALLINA?

Ernesto Pérez Castillo

La industria norteamericana del huevo ha aceptado mejorar las condiciones de vida de las gallinas ponedoras, mediante una regulación federal. Wayne Pacelle, presidente de la Sociedad Protectora de Animales, dijo que los nuevos parámetros serían una mejora histórica para millones de animales.

En concreto, se busca que el Congreso apruebe una legislación que obligue a sustituir las jaulas estrechas por otras que den a las gallinas más espacio, áreas para posarse, rascarse y que se les permita expresar comportamientos naturales. El asunto es ya una realidad jurídica en Arizona, California, Michigan y Ohio.

Quizá, una vez resuelto el gravísimo problema de las gallinas hacinadas, los legisladores puedan hacer algo, aun cuando no sea tan pretencioso, por las quinientas diecisiete mil familias –más de un millón y medio de personas en total– que viven en las calles de los Estados Unidos.

lunes, 20 de junio de 2011

YOANI SÁNCHEZ NO TIENE QUÉ COMER, Y SE GASTA MILES DE DÓLARES PARA DENUNCIARLO

Ernesto Pérez Castillo

Los lamentos de Yoani este fin de semana en Twitter podrían arrancarle copiosas lágrimas a un ladrillo. Ella se quejaba, vía Ping.fm: “Comienza el dia. Casi no hay agua en el edificio”, y también: “que voy a comer hoy?”, o peor: “que voy a dar de comer a mi familia?”
Claro que las lágrimas dependerían del ánimo del ladrillo en cuestión. Pues, como puse antes, sus lamentos fueron siempre vía Ping.fm, un servicio que permite postear en diversas redes sociales desde diferentes medios, entre ellos el teléfono celular, que es el que usa Yoani, pues ya se sabe que ella jura y perjura que no tiene acceso a Internet.
Hace tan poco como en el muy cercano septiembre de 2010, exactamente el día 18 Yoani, en http://twitpic.com/2pqj3q, tuvo la entusiasta iniciativa de postear algo que tituló “Pasos para conectar un teléfono móvil cubano a Twitter”, una guía de nueve pasos, en el último de los cuales la Yoani advertía de su propia mano: “Cada sms enviado a Twitter costará 1 peso convertible, así que prepara el bolsillo”.
Al parecer, en ese momento ya su bolsillo estaba más que preparado, pues mirando su perfil en Twitter se puede ver que doña Yoani Sánchez, hasta el sol de hoy, ha subido a la red nada más y nada menos que un total de 5 901 Tweetts. Eso, hablando en plata (y según ella misma) suma un total CINCO MIL NOVECIENTOS UN pesos convertibles, que al cambio en la moneda norteamericana son unos 6 373 dólares y un poco más, y para los europeos equivale a unos 4 453 euros.
¿Hay alguien en Barcelona, en Roma, en New York, en París, o en la Conchichina, que se haya tirado tanta plata en Twitter, pagándola de su bolsillo? Eso no se lo cree nadie. Eso solo se lo gasta Yoani Sánchez porque es dinero que le entregan, escondido en premios, para que realice su trabajo la mercenaria.
Que alguien que se gasta el lujo de dedicar casi cinco mil euros a postear boberias a Twitter se queje de no tener nada que comer, resulta cuando menos contraproducente.
Si en su edificio no hay agua, como ella afirma, podría, por ejemplo, pagar un camión cisterna en el mercado negro, por solo 100 pesos cubanos, equivalentes a 4 pesos convertibles, y con eso inundar de agua las cañerías suyas y de sus vecinos. De hecho, con los 4 mil euros botados en twitter, podría pagar más de mil viajes del camión cisterna, suficientes para surtir de agua el edificio por tres años, día por día.
Si lo hubiera hecho, al menos sus vecinos la conocerían algo, y sobre todo algo le reconocerían, todo lo contrario de lo que ha sucedido en una encuesta realizada por funcionarios de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana, y dada a la luz por Wikileaks, según la cual solo el dos por ciento de los cubanos encuestados conoce a Yoani Sánchez, cuando ya la revista Time fantaseaba con que la Yoani era una de las 100 personas más influyentes en el mundo.
Téngase en cuenta que la encuesta fue aplicada entre 236 adultos que visitaron la misión diplomática de EEUU en Cuba para buscar el estatus de refugiados, o sea, entre aquellos donde habría más probabilidades de que conocieran a los “disidentes”. Así y todo, solo cuatro gatos dijeron conocerla. Y que se dé con un seboruco en el pecho, que si la encuesta la llegan a realizar en la calle, entonces si que Yoani no consigue ni para el chicle.
El kid del asunto es que a Yoani no la conoce nadie en Cuba porque no es eso lo que buscan ni necesitan sus jefes en el Departamento de Estado norteamericano, pues su función no es hablar a los cubanos, sino mentir al mundo sobre Cuba, y así crear los argumentos que eternizan el bloqueo de Washington contra los cubanos.

lunes, 13 de junio de 2011

LA BLOGUERA DISIDENTE QUE NUNCA FUE

La falsa Amina Abdallah, en realidad Jelena Lecic.

Ernesto Pérez Castillo


Amina Arraf Abdallah al-Omari ha desaparecido, y quizá esta vez lo haya hecho para siempre. Bajo esa firma, y desde febrero pasado, en el blog damascusgaygirl.blogspot.com, se presentaba como una muchacha mitad siria, mitad estadounidense, residente en Damasco, lesbiana y disidente. Obviamente, por “disidente” debía entenderse que era opositora al gobierno Sirio, pero nunca al norteamericano.
Hace apenas una semana, y en el mismo blog, se denunciaba: “Tres hombres de unos 20 años sujetaron a Amina. De acuerdo a testigos (quienes prefieren no dar a conocer su identidad), los hombres estaban armados. Amina golpeó a uno de ellos y le dijo a su amiga que fuera a buscar a su padre. Uno de los hombres puso su mano sobre la boca de Amina y la empujaron dentro de un Dacia Logan rojo que tenía una calcomanía de Basel Assad en la ventana.”
Ese post del secuestro, que recorrió el mundo en grandes titulares, y generó una campaña mundial para liberar a la bloguera, sería el principio del fin de la historia, pues Jelena Lecic, una croata residente en Londres, se reconoció en la supuesta foto de Amina que publicaron los medios.
La avalancha no se hizo esperar, y en muy pocos días Tom MacMaster, un norteamericano que a sus cuarenta años dice estudiar en la Universidad de Edimburgo y es un reconocido activista sobre temas del Medio Oriente, confesó que Amina es un fraude y que él y nadie más que él, de su propia mano, escribió todos los post que aparecieron en el blog.
Así que de pronto la famosa bloguera no era una muchacha sino un hombre maduro, no era una siria sino un norteamericano, no escribía desde Damasco sino desde Escocia, y de su orientación sexual puede decirse cualquier cosa pero a todas luces no es una lesbiana.
Además, ¿qué quiere decir eso de que es un “activista sobre temas del Medio Oriente”? Nadie lo sabe, y probablemente no sea más que otro eufemismo, como aquel de “contratista” usado por los medios para referirse a Allan Gross, el hombre que la USAID empleaba como mula para traer clandestinamente a Cuba recursos y tecnología a la supuesta disidencia cubana.
El 24 de marzo, la falsa Amina posteaba: “What a time to be in Syria! What a time to be an Arab! What a time to be alive! These are the thoughts flashing through my mind right now … I want to rush out in the street and celebrate (and will as soon as I finish writing this) Our revolution was growing slowly and was still a matter of small protests”
¿Qué habrá hecho Tom después de escribir eso de: “quiero correr a la calle a celebrar (y lo haré en cuanto termine de escribir esto”? Quizá apagó su computador, salió a la calle en la tranquila Escocia, y se pidió una pinta de cerveza negra en cualquier pub.
Dramáticamente, la falsa Amina reportaba casi diariamente sobre Siria y la gran prensa le hacia caso y le servía de megáfono y de súper pantalla. Así se puede leer aun en The Guardian, bajo el título “A Gay Girl in Damascus becomes a heroine of the Syrian revolt”, un artículo firmado por Katherine Marsh, la corresponsal del diario británico en Siria.
Lo que mueve a risa –o a furia, según se quiera– es que ese artículo comienza diciendo “She is perhaps an unlikely hero”. O sea: Ella es tal vez un héroe improbable. Y claro que llevaba tantísima razón, como seguramente lo sabía de buena tinta quien escribió eso, pues si bien ya se sabe que Amina Arraf nunca existió, lo peor es que la Katherine Marsh que le regalaba tanta publicidad gratuita tampoco existe, ya que el propio The Guardian reconoce que ese es ¡solo el seudónimo de “un periodista que vive en Damasco”!
¡Cuanta mala leche y peor mala fe: un supuesto periodista que se esconde tras un seudónimo escribe sobre la heroicidad de una bloguera que no es más que pura falsedad! Pero eso es lo que publican todos los días y nos quieren vender como la verdad de verdad.
¿Cómo es posible que alguien se invente una falacia como esa, e inmediatamente se mediatice y sea el pan del desayuno de la gran prensa todas las mañanas?
La gran prensa mundial, que tan rápidamente se hizo eco de la fraudulenta Amina y replicó todo lo que de ella viniera, incluyendo el secuestro inventado, ¿qué fuentes consultó, qué información comprobó antes dar por cierta aquellas noticias? Seguramente realizó las mismas comprobaciones y usó las mismas fuentes que usa cuando sobre Cuba reporta supuestos secuestros de blogueros independientes, o palizas a disidentes que luego no pueden mostrar ni un solo moretón, o huelgas de hambre donde los huelguistas terminan aumentando de peso y de pesos.
Tom MacMaster se inventó un personaje gay para mentir al mundo sobre Siria, y no le pasará nada por ello. El soldado Bradley Manning, que sí es gay, sacó del closet la verdad y los horrores de las tropas norteamericanas en Irak, y por ello está preso y sufre tortura.
El punto es que los post de Tom –y sus clones aquí en nuestro patio– decían lo que a Hillary Clinton y al Departamento de Estado le conviene, mientras el soldado Bradley le dijo al mundo lo que los poderosos no quieren que sepamos nunca jamás.

viernes, 10 de junio de 2011

REINA LUISA TAMAYO: LA SEGUNDA MUERTE DE SU HIJO

Ernesto Pérez Castillo

A Reina Luisa Tamaño, el hijo que antes le arrebataron en vida, ahora después de muerto se lo han vuelto a arrebatar.
Orlando Zapata Tamayo murió en la cárcel, tras una huelga de hambre de verdad –sin el show mediático que alimenta y sostiene a Guillermo Fariñas cada vez que deja de comer– y eso hace una diferencia.
Mientras duró su agonía, los que ahora lo visten de mártir no movieron un dedo para desalentarle su decisión fatal. Antes bien, le impulsaron a continuar su sin sentido, mientras ellos posaban ante las cámaras, simulando un dolor que no sintieron jamás. Ahí le arrancaron a esa madre su hijo por primera vez, al dejarlo solo en su ciega obstinación.
Ahora, cuando Reina Luisa ha llegado a Miami con las cenizas de su hijo, se lo han vuelto a arrancar de entre las manos, y le han dicho que prepararán para él un nicho en el así llamado Mausoleo de los Héroes de Bahía de Cochinos.
Uno de los que estuvo presente en el aeropuerto, ahora beneficiándose también de las cámaras en el recibimiento a Reina Luisa, fue el representante republicano David Rivera, protagonista en la recaudación de fondos para la defensa del terrorista Luis Posada Carriles, junto a quien estaba el día que el criminal se jactó: “Ya nosotros ganamos… lo que no hemos cobrado todavía”. De hecho, aquella tarde David Rivera repitió ante los micrófonos las palabras de Posada, pues la audiencia no las había escuchado bien, y la denuncia del suceso hecha publica en Cubadebate, le costó al sitio cubano que Youtube le cerrara de una vez y por todas su canal de video.
Orlando murió como había decidido –y hasta aquí lo he señalado siempre por su nombre o usando la palabra hijo, cosa nunca se le ha visto hacer a su madre, pues la señora siempre se refiere a él por su apellido, Zapata, como hacen en Cuba los cubanos cuando hablan de un extraño–, pero no estoy del todo seguro de que vaya a ser enterrado en el sitio que hubiera preferido.
Y es que el tal “Mausoleo de los Héroes de Bahía de Cochinos” no es más que el lugar donde reposan los restos de los mercenarios que reclutados, organizados, entrenados, armados y a las órdenes de Washington y la CIA, invadieron la Isla en 1961 y fueron derrotados a sangre y fuego por las milicias populares en menos de setenta y dos horas.
Depositar en ese sitio las cenizas de Orlando Zapata equivale a colocar el punto final al rótulo que lo acusa desde el primer día como mercenario del gobierno de los Estados Unidos.

miércoles, 8 de junio de 2011

EL RUIDO DE LAS LARGAS DISTANCIAS


Ernesto Perez Castillo
(Un fragmento de la novela, publicada por Ediciones el Mar y la Montaña, 2010)

Hoy, en la mañana, alguien llamó. Dejé timbrar tres veces el teléfono antes de responder. Intentaba adivinar quién podía ser. Descolgué. No hubo pitido de larga distancia. Dije: «sí». Era alguien, dándome los buenos días, queriendo saber cómo estaba. Estoy bien, le dije. Nunca digo otra cosa. Siempre digo que estoy bien, esté como esté. Es un hábito. Quizá sea un mal hábito.
Me preguntó si no reconsideraría la decisión de renunciar a mi puesto en la emisora. Que tal vez podríamos ponernos de acuerdo. Que lo importante era hablarlo, que podríamos encontrar una alternativa. Que ya ni siquiera tendría que dirigir yo el noticiero. Otra persona se ofreció. Eso me hizo sentir culpable. Muy a menudo me siento culpable.
Le di las gracias. Le contesté que lo pensaría. Que lo estaba pensando. No era ni tan verdad ni tan mentira. Era apenas una manera de dejar aquella puerta entreabierta. También me preguntó si me gustaría ir al cine esa tarde. Ponían Moscú no cree en lágrimas. Es una buena película, la he visto más de una vez, le dije. Entendió que no estaba interesado, que no me gustaría ir al cine. Que no me gustaría ir al cine con ella. Se despidió. Colgamos. Otro mal entendido que no reparé, que no quise reparar.
En la tarde salí de la casa. Tomé un taxi. Fui al cine. Pensé que tal vez me encontrará con alguien allí, pero no. Es a mí a quien interesa el cine soviético. No había muchas personas en la sala, aunque sí demasiadas para lo que sería de esperar. Para lo que esperaría yo. Un grupo de estudiantes universitarios, o eso me parecieron, cuatro o cinco ancianos que van siempre, varios rusos, nadie que conociera yo.
Escuchar hablar en ruso siempre me agrada, aunque ya he olvidado la mitad de las palabras de ese idioma. Creo que a estas alturas solo recuerdo las palabras que aprendí con mi madre. A los ocho años salía de la escuela directo a su trabajo. En su oficina esperábamos a que el reloj diera las seis. Entonces íbamos a sus clases de ruso, allí mismo, en un local del ministerio. Me sentaba junto a ella, y me adormecía con el dulce sonido de aquel idioma.
Mi madre era muy buena para los idiomas. Aprendió el inglés casi perfecto en la adolescencia, y a sus treinta y cuantos la emprendió con el ruso hasta que lo dominó. Allí logré memorizar, hasta hoy, el alfabeto cirílico, y muchas palabras sueltas, como priecrasnie, more, diedushka. Luego me tocó estudiar ruso en la secundaría y el preuniversitario, pero no aprendí mucho más. Los profesores no eran buenos, o no estaban motivados. En realidad, ni siquiera habían estudiado pedagogía. Conocían el ruso porque habían estudiado en universidades soviéticas, pero en ningún caso pedagogía, sino cosas como foto-cartografía, o ingeniera coheteril o cualquier otra ciencia muy específica, de modo que a su regreso solo lograban encontrar empleo como profesores de aquel idioma que tanto les pesaba.
Moscú no cree en lágrimas me trajo a la memoria todo eso, La Habana de los ochenta, el sueño de estudiar en Moscú, y el país rico y delicioso que fuimos hasta el día en que todo se empezó a acabar. En algún momento de la película, la periodista de un noticiero soviético va a una fábrica a entrevistar a una obrera. La periodista, antes de salir al aire, le dice a la obrera qué le preguntará, y le advierte, con mucha naturalidad, qué es lo que la obrera deberá responder. La gente en el cine siempre se ríe en esa escena. A mí me dan ganas de llorar.
¿Qué habrán sentido en ese momento aquellos rusos en el cine? ¿Qué habrán sentido los soviéticos cuando la película se estrenó? ¿Habrá llorado algún soviético, mirando Moscú no cree en lágrimas, como lloro siempre yo? Creo que en La Habana, salvo yo, nadie llora cada vez que vuelven a pasar esta película. Puede que algún soviético haya llorado alguna vez. Puede que algún ruso llore aun. Pero Moscú no cree en lágrimas. Y La Habana no cree en nada ya.