Ernesto
Pérez Castillo
Ni
una semana ha pasado aun desde que volví de Matanzas –en un viaje azaroso que
comenzaría en los planes a las dos de la tarde y no comenzó en la dura realidad
sino hasta once horas después, a la una de la mañana, cuando por fin apareció
el ómnibus salvador–, y ya estoy leyendo las críticas al encuentro de blogueros
logrado en la universidad de aquella ciudad.
Desde
que entré a la habitación que me asignaron –junto a otros tres, en el espacio
que originalmente se destina solo a dos personas, y compartiendo el baño con
cuatro más– comencé a escuchar una lengua que me era absolutamente desconocida.
Intuyo, porque tan bruto no soy, que hablaban de programas cibernéticos y
aplicaciones informáticas que sirven para esto y para aquello y para lo otro,
cosas todas misteriosas e ignoradas por mí.
Ahora, cuando leo las críticas que al
encuentro se le lanzan, sí que las entiendo, pues están escritas en el lenguaje
“chato, vacío, carente de sentido y poco creíble” de siempre, para decirlo con
las propias palabras de los críticos que de pronto han subido a escena.
Se
dice además que la declaración final que allí tanto y tanto se discutió “podría
haber sido escrita después de una reunión de la FEU o de la UJC en un politécnico
de informática”.
Sin
embargo, se le señala al evento que careció de “vida, autenticidad,
espontaneidad y mucha, mucha valentía”. Esas palabras, juntas así, en filita
india y en ese mismo orden inalterable, sí que parecen redactadas por un pionerito
luchando su carnet de la juventud con un comunicado para el matutino.
Y
otra frase de campeonato es aquella de que la misma declaración final “adolece
casi íntegramente de identidad, de sentido de pertenencia”. Mi vida como
militante de la juventud duró muy poco –apenas la mitad de lo que duró mi
servicio militar, pues ya vestido de civil una de las primeras cosas que hice
fue renunciar a la militancia–, y mi aventura como militante del partido –desde
el día que fui aceptado en sus filas y hasta el día que me expulsaron– no
completó el año, pero una de las cosas que aprendí entonces fue que las
palabras “integralidad” y “sentido de pertenencia” son parte de esa fraseología
“chata, vacía, carente de sentido y poco creíble” que al menos en los ochenta y
los noventa aburría las actas de reuniones de la UJC y el PCC.
Lo
peor es que esa crítica es redactada por alguien que fue invitado y declinó
asistir. Con ello se perdió dos oportunidades, primero, la de ser testigo
presencial de lo que en verdad allí sucedió, y luego ha dejado pasar la
tremenda ocasión de guardar silencio, olvidando la regla ancestral que reza: “si
no sabe, no te meta”.
Porque
solo alguien que no vivió aquello, y que ignora y ningunea olímpicamente lo
allí discutido, puede dictar cátedra tan liviana y machaconamente.
Aquellas
cuarenta y ocho horas matanzeras, en lo personal, me fueron de mucho provecho.
Conocí un montón de gente que, contra viento y marea, y tan anónimos como yo
mismo los más, dan en la red la cara por la Cuba que desean. O sea, confirmé la
vaga sospecha de que no estoy tan solo.
Eso
nada más ya vale un millón de pesos.
Encima,
ver a esa gente tan variopinta y tan diversa, junta y revuelta, discutiendo en
plan de iguales, poniéndose al día los unos con los otros, llegando a acuerdos
o asentando sus desacuerdos, me hizo soñar, me hizo creer que la fantasía de
una Cuba sin unanimidades era posible.
Con
todo, la crítica que ahora he leído, no me sorprende. Y no por ello hay que
perder el sueño. De hecho, si de algo se habló en Matanzas fue sobre la
necesidad de la crítica en nuestra sociedad.
Y
tanto se habló de eso –parafraseando a Lenin, pareciera que nuestros problemas
se resolverían con crítica, crítica, и еще раз, crítica– que
cuando me aburrí del lepelepe pedí la palabra y dije algo más o menos como lo
que sigue, y con lo cual termino:
La
crítica, el señalar lo mal hecho, es necesario, pero si solo hacemos eso
–además de quedar bien– estaremos dejando sin trabajo a los redactores de El
Nuevo Herald. Hace falta también decir en voz alta y sin miedo lo que se hace
bien. Porque un montón de gente de este país va todos los días a trabajar, y a
pesar de sus salarios eufemísticos hacen lo suyo y lo hacen con ganas, y hablo
de los médicos que cada madrugada, quién sabe porqué, están donde hacen falta,
y de los guagüeros, y la gente de las fábricas y de muchísima gente más. Ese
espíritu, ese misterio, también hay que contarlo. Porque, como yo lo veo, hace
falta valentía para criticar, sí, pero, desgraciadamente, mucho más valiente todavía
hay que ser para defender a Cuba.
2 comentarios:
Defender que de Cuba? Que no tengamos salario y pese a todo trabajemos? Que no tengamos valor de salir a la calle y ponernos indignados con lo que han hecho y hacen nuestros dirigentes con nuestro pais todos los dias? Defender la posibilidad de no tener informacion suficiente, solo la que el gobierno decide? Deberiamos defendernos nosotros, los cubanos, pero de verdad te digo, me parece que no vale la pena.
Ernesto
Solo puedo pensar que tú y tu familia ya no asisten a los hospitales que están diseñados para el pueblo. Quizás entre los beneficios que te reporta mantener tú Blog oficialista está incluido un pase permanente al CIMEQ (Hospital que brinda sus servicios casi exclusivamente a la jerarquía política cubana).Suena casi como una burla cuando dices “los médicos que cada madrugada, quién sabe porqué, están donde hacen falta” Pareciera que ignoras que uno de los principales problemas que enfrenta el sistema cubano de salud es la escases de galenos. La mayoría de los médicos de guardia en los hospitales son estudiantes. No hay especialistas disponibles cuando se necesitan. Cuando el médico primario te remite con un especialista la fecha para la consulta puede tardar varios meses en llegar. Resulta alarmante la elevada cifra de médicos cubanos que se encuentran trabajando actualmente en países como Venezuela, donde se les paga un salario que el gobierno cubano cobra y del cual le paga al profesional solo una ínfima parte. Aun así, es tan difícil la situación económica en nuestro país que los médicos deciden separarse de sus familias por largos meses para viajar hasta lejanas latitudes donde ejercerán sus profesiones a cambio de las limosnas que el estado cubano quiera darles en pago. Y si te parece que ya es suficiente crítica con la que hace el El Nuevo Herald (que por cierto su lectura es censurada en Cuba), a mi me parece que ya sobrepasan los niveles de saturación las apologías al sistema cubano que hacen El Granma, Trabajadores, Juventud Rebelde, y toda la lista interminable de prensa plana que solo se dedica a describir en paginas impresas una cuba paradisiaca que en realidad nadie conoce.
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