Ernesto
Pérez Castillo
Yo,
en cuanto al fútbol, soy el peor aficionado del mundo. Celebro y grito los
goles de bando y bando. Y voy cambiando de equipo, según va avanzando la cosa.
Y suelo ir con aquellos que desde el principio tienen las de perder.
Será
que mi romanticismo es del más rancio. Eso, muchas ganas, más un poquito de fe.
En el mundial pasado el día a día me dio la razón, aunque no le dio la victoria
a ninguno de mis favoritos.
Esa
vez mi última gran apuesta fue el equipo de Ghana, a quien la requetemanaza de
Luis Tevez le arrebató la gloria. Bueno, esa manaza y la burocracia futbolera,
que ante un gol tan evidentísimo impone el trámite absurdo de un penalty.
Lo
demás es historia, sobre todo historia de la que no debe ser leída ni tomada en
cuenta, es decir, la historia que publican los diarios el día después. Porque,
todo aquel que creyó en los favoritismos de la prensa, habrá visto que ningún
vaticinio se cumplió.
¿Se
equivocaron los periodistas? Sí, claro, como siempre. Y es que hay que ser muy
pero que muy miope para aceptar que los mejores son los mejores, solo porque
desde siempre tienen los titulares que pareciera les tocan por default, por
obra y gracias de que, vengan de donde vengan, juegan en los equipos europeos.
Como si en el resto del mundo nadie supiera patear un balón como es debido.
Había
que escuchar la narración de cualquier partido para darse cuenta de que, según
los comentaristas, sobre el campo había casi siempre un solo equipo —aquel que
estuviera lleno de estrellas salidas de las portadas en cromo. Y el narrador
zarandeándolo a uno con las estadísticas de cada jugador del equipo que debía,
tenía que ganar, mientras el otro equipo, por muy bien que se plantara sobre la
grama, era ninguneado hasta lo imposible.
Así
vimos al muy publicitado y más celebrado Messi, que pese a todo lo que se
anunciaba de él, no hizo nada pero nadita en sus juegos. Mientras tanto, muy
poquito supimos de sus contrarios.
Y
después, pitado el calabaza calabaza, cada quien se fue: los unos a sus
carátulas de brillito y los otros a los oscuros rincones de donde por una vez
pudieron salir. Pronto veremos la misma historia otra vez. Otra vez será el
gran banquete de las fotos a todo color, con las que se tapa todo lo que en este
mundo debiera ir a las primeras planas, y nunca lo ha de lograr.
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