lunes, 6 de diciembre de 2010

EL RUIDO DE LAS LARGAS DISTANCIAS

Ernesto Pérez Castillo

(fragmento de la novela publicada por Ediciones El mar y la montaña, 2010)

Hoy, en la mañana, alguien llamó. Dejé timbrar tres veces el teléfono antes de responder. Intentaba adivinar quién podía ser. Descolgué. No hubo pitido de larga distancia. Dije: «sí». Era alguien, dándome los buenos días, queriendo saber cómo estaba. Estoy bien, le dije. Nunca digo otra cosa. Siempre digo que estoy bien, esté como esté. Es un hábito. Quizá sea un mal hábito.
Me preguntó si no reconsideraría la decisión de renunciar a mi puesto en la emisora. Que tal vez podríamos ponernos de acuerdo. Que lo importante era hablarlo, que podríamos encontrar una alternativa. Que ya ni siquiera tendría que dirigir yo el noticiero. Otra persona se ofreció. Eso me hizo sentir culpable. Muy a menudo me siento culpable.
Le di las gracias. Le contesté que lo pensaría. Que lo estaba pensando. No era ni tan verdad ni tan mentira. Era apenas una manera de dejar aquella puerta entreabierta. También me preguntó si me gustaría ir al cine esa tarde. Ponían Moscú no cree en lágrimas. Es una buena película, la he visto más de una vez, le dije. Entendió que no estaba interesado, que no me gustaría ir al cine. Que no me gustaría ir al cine con ella. Se despidió. Colgamos. Otro mal entendido que no reparé, que no quise reparar.
En la tarde salí de la casa. Tomé un taxi. Fui al cine. Pensé que tal vez me encontrará con alguien allí, pero no. Es a mí a quien interesa el cine soviético. No había muchas personas en la sala, aunque sí demasiadas para lo que sería de esperar. Para lo que esperaría yo. Un grupo de estudiantes universitarios, o eso me parecieron, cuatro o cinco ancianos que van siempre, varios rusos, nadie que conociera yo.
Escuchar hablar en ruso siempre me agrada, aunque ya he olvidado la mitad de las palabras de ese idioma. Creo que a estas alturas solo recuerdo las palabras que aprendí con mi madre. A los ocho años salía de la escuela directo a su trabajo. En su oficina esperábamos a que el reloj diera las seis. Entonces íbamos a sus clases de ruso, allí mismo, en un local del ministerio. Me sentaba junto a ella, y me adormecía con el dulce sonido de aquel idioma.
Mi madre era muy buena para los idiomas. Aprendió el inglés casi perfecto en la adolescencia, y a sus treinta y cuantos la emprendió con el ruso hasta que lo dominó. Allí logré memorizar, hasta hoy, el alfabeto cirílico, y muchas palabras sueltas, como priecrasnie, more, diedushka. Luego me tocó estudiar ruso en la secundaría y el preuniversitario, pero no aprendí mucho más. Los profesores no eran buenos, o no estaban motivados. En realidad, ni siquiera habían estudiado pedagogía. Conocían el ruso porque habían estudiado en universidades soviéticas, pero en ningún caso pedagogía, sino cosas como foto-cartografía, o ingeniera coheteril o cualquier otra ciencia muy específica, de modo que a su regreso solo lograban encontrar empleo como profesores de aquel idioma que tanto les pesaba.
Moscú no cree en lágrimas me trajo a la memoria todo eso, La Habana de los ochenta, el sueño de estudiar en Moscú, y el país rico y delicioso que fuimos hasta el día en que todo se empezó a acabar. En algún momento de la película, la periodista de un noticiero soviético va a una fábrica a entrevistar a una obrera. La periodista, antes de salir al aire, le dice a la obrera qué le preguntará, y le advierte, con mucha naturalidad, qué es lo que la obrera deberá responder. La gente en el cine siempre se ríe en esa escena. A mí me dan ganas de llorar.
¿Qué habrán sentido en ese momento aquellos rusos en el cine? ¿Qué habrán sentido los soviéticos cuando la película se estrenó? ¿Habrá llorado algún soviético, mirando Moscú no cree en lágrimas, como lloro siempre yo? Creo que en La Habana, salvo yo, nadie llora cada vez que vuelven a pasar esta película. Puede que algún soviético haya llorado alguna vez. Puede que algún ruso llore aun. Pero Moscú no cree en lágrimas. Y La Habana no cree en nada ya.

4 comentarios:

José Antônio Silva dijo...

Prezado Ernesto,
por favor, perdona-me el "portuñol", antes de todo.
Una amiga que estuve en Cuba hace poco tiempo indicou unos blogs bastante interessantes.
Yo ha dado una mirada general en algunos de tus "posts" e me agrade de tu estilo y contenido.
Felicitaciones de José Antônio Silva, ṕeriodista en Porto Alegre, Brasil.
(afinal, otro "bloguero" afuera lá siempre promovida - en la grand midia brasileira y mundial - Yoani Sanchez...)

Ernesto Perez Castillo dijo...

querido jose: tu portuñol es bastante bueno, al menos mucho mejor que mi portugues, asi que te escribo directamente en español. gracias mil por pasarte por mi blog, se bienvenido siempre, y ten mi abrazo desde la habana.
ernesto

José Antônio Silva dijo...

Prezado Ernesto, afuera ele periodismo, yo escribo também poesia e ficcion. Se huberes tiempo, visita mi blog:
http://lavralivre.blospot.com
furte abrazo

josé antônio

Ernesto Perez Castillo dijo...

jose: ahora mismo entrare a tu blog, ya te comentare. tambien yo hago literatura, he publicado algunos cuentos aqui mismo en mi blog. leere los tuyos y los disfrutare. otro abrazo