Ernesto Pérez Castillo
El 2010 es un año que comenzó todo lo mal que imaginarse pudiera y la evidencia apunta a que ha de terminar solo de puro milagro. Apenas comenzaba el día cuando el martes 12 de enero un terremoto de más de 7 grados en la escala de Richter convirtió a la caribeña ciudad de Port-au-Prince en el Haití de Haití.
La media isla que sufre los estragos de 200 años de soledad se tornó entonces en el epicentro desde donde se generaron las noticias con que rellenar las primeras planas de los diarios del mundo, aunque ni con eso se consiguió que de vuelta se entregarán a ese pueblo lo que tanto y desde tanto se le debe.
Mientras Cuba estaba con los haitianos desde el primer minuto del desastre, pues sus colaboradores de la salud llevan más de 12 años allí, el gobierno de los Estados Unidos mostró en aquel momento, y por enésima vez, qué es lo que entienden los yankees por "ayudar": tomaron con tropas armadas hasta los colmillos el aeropuerto de la ciudad, entorpeciendo el arribo de la ayuda internacional, y por varios días se reservaron para sí la única vía de acceso, por la cual solo desembarcaron desde entonces, y en este orden preciso, soldados, soldados y más soldados.
Cabría preguntarse hoy, cuando una epidemia de cólera a todas luces traída en un descuido por las fuerzas de la ONU azota a Haití, cobrándose ya más de 2 000 vidas, por qué el muy Premio Nobel de Obama no ha ordenado allí otro desembarco de marines.
Mientras no se demuestre lo contrario, la respuesta es una y muy simple: con el terremoto se alarmaron ante la posible avalancha de ilegales haitianos arribando a sus costas, y con tal de impedirlo enviaron en desesperado zafarrancho de combate incluso hasta un portaviones; en cambio, la epidemia no les preocupa en lo más mínimo, pues el cólera, en la lógica imperial, se resuelve por sí mismo: los enfermos no escapan a ningún lugar, los enfermos sencillamente se mueren, y se mueren in situ.
Catorce semanas después del terremoto, y también un martes, la compañía British Petroleum estaba celebrando una fiesta para conmemorar siete años sin accidentes, y la fiesta era justo en la plataforma Deepwater Horizon, que no sobreviviría a ese día, hundiéndose en las aguas y contabilizándose en solo un mes la cifra de 22 millones de litros de crudo derramado a las aguas del golfo de México.
La cifra crecería y crecería en lo adelante, pese a los muchos y varios y consecutivos avisos de BP de que ya tenía la solución al problema. El daño a la ecología de la zona y a las economías costeras sería incalculable. Pero ni BP ni nadie responderá por ello.
Finalmente en junio el mundo tendría un respiro ante tanto desastre, y una buenísima oportunidad para desentenderse de todo y lavarse las manos como si con él no fuera: comenzaba la Copa Mundial de Futbol, y cada quien se sentó frente a su televisor a ver los partidos, y entre partido y partido la única noticia que tenia seguimiento en la prensa eran los vaticinios, quién ganará y quién perderá, que desde Alemania lanzaba a los fanáticos el pulpo Paul.
Pero lo que ni el pulpo mediático ni nadie en este mundo pudo vaticinar fue que en el mediodía del 15 de julio se apareciera en el acuario de La Habana, vivito y coleando, el mismísimo Fidel, para decirnos a todos lo que cada día nos quieren ocultar, y es que: "el mundo vive entre dos tragedias, la de la guerra y la del medio ambiente".
Y de ahí en adelante comenzó otra de sus quijotadas: impedir el desencadenamiento, porque se veía venir, de una nueva guerra que no tendría otro final que no fuera el del cementerio nuclear, ya en la cada vez más caldeada península de Corea, ya en el Irán siempre rebelde frente a los caprichos de Washington.
Y entre col y col, y de a poquitos, un poco antes y luego un poquito después, comenzó el goteo estremecedor que para el imperio han sido las filtraciones de Wikileaks. Cuando aun no se han dado a conocer sino el 1% (si, no es un error: el uno por ciento) de los documentos secretos prometidos, ya pesa sobre Julien Assange el peligro damocliano de ser puesto frente a un tribunal estadounidense que lo acusará de cualquier cosa, de lo que sea, con tal de hacerlo callar.
Y cosa sabida, persiguen a Assange, por sacarles los trapos sucios al sol, y se hacen de la vista gorda cuando en una universidad de La Florida se homenajea Orlando Bosch, un terrorista confeso, y unos pocos días después, tras la presentación de su libro de memorias, se le ve en público abrazado a su compinche, el no menos asesino Posada Carriles que disfruta de la misma protección del gobierno y de los servicios secretos que dicen combatir el terror.
Así, entre desastres naturales y accidentales, escapes de petróleo y de hipocresía imperial, más el peligro latente de una guerra que pondría a nuestra especie un indeseado punto final, hemos sobrevivido un año más, en la esperanza de que el próximo no sea el último ni sea peor, pues, citando a ese grande de nuestras letras que seguirá siendo nuestro Virgilio, el gran Piñera: "lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo".
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