viernes, 3 de julio de 2009

JOSEITO, DESPUÉS DE LAS VACACIONES Por Ernesto Pérez Castillo

Ni entonces, ni antes ni después, ni nunca, nadie podría explicarle aquello a Joseito. ¿Qué estaría pensando María? ¿Por qué no podía él saberlo? Preguntarle podía, mas, ¿cómo quedar seguro de que la respuesta de María sería ciertamente la verdad? No había modo. Debería resignarse a creerle, o a quedarse lleno de dudas.
Y lleno de dudas se quedaba. En el otro extremo del aula Alfredito y Julián conversan: Alfredito debe estar haciendo un cuento genial sobre cómo pasó las vacaciones en el campo, a juzgar por los ojos tan abiertos de Julián y la boca a punto de babearse. Seguro le dice que pasó un mes en el campo, en casa del tío de siempre, que montó a caballo, que todos los días se comió un enorme trozo de carne de puerco, que se bañó en el río, y que había dejado entre las lomas una novia más linda que cualquier otra novia del mundo.
Era el cuento eterno de Alfredito, ya él se lo escuchó cuando empezaron las clases de cuarto grado, con ligeras variaciones al inicio del curso de quinto, y ahora volvía a la carga sobre Julián, el bobo del aula, porque él, Joseito, desde que le escuchó empezar con aquello de «na’ me fuy pal’ campo» le mandó sin más ni más con su música a otra parte.
Él si había tenido unas tremendas vacaciones, con trenes equivocados, carreteras, camiones, tractores, pueblos azules, gente rara y lluvias de nunca acabar. Por ahí quería empezar su primer día de clases, contándole todo a María, pero no había podido. Por cortesía le preguntó primero a ella cómo había pasado los dos meses, y la respuesta de María le viró el mundo al revés:
–Me pasé los dos meses en mi casa, extrañándote a ti.

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