CAPITULO TRES
Mi hermano va a aprender a leer rapidísimo. No por nada, sino porque en nada se parece a mí, y yo para leer me demoré un mundo. Un mundo y tres años en primer grado, hasta donde alcanzo a recordar, porque la verdad es que eso pasó ya hace tanto tiempo, como cuarenta años, y también para las cosas de la memoria yo soy jodido y pico.
Es que la lectura es cosa de memoria, y a mí todo se me olvida, hasta se me olvidaba que tenía que aprender a leer. Y la de mentiras que le dicen a uno en la escuela para que se concentre en la cosa de aprender. Me acuerdo que me decían que si no aprendía terminaría vendiendo pollos en el mercado. Y ya ve usted. Nada de nada. Ni lo uno ni lo otro. No aprendí nada en la escuela, y pasaron los años, y por más esperanzas que yo puse en el asunto jamás nadie vino a decirme que había un puesto de vendedor de pollos en el mercado para mí.
Pero al final sí aprendí a leer, al menos eso, que ya es decir mucho. Es que para aprender algo en mi escuela había que ser genio. Para aprender a leer o a lo que fuera. A mí, nada más aprender a leer, me costó repetir el primer grado una pila de veces. Cuando digo una pila de veces quiero decir como mínimo doce o trece años seguidos. Pero la verdad es que yo era de los peores, porque hubo muchos que con repetir el primer grado dos o tres veces ya aprendían a leer de corrido. Pero yo no, a mí me costó, creo que fueron en total como quince años, y como tres reglas de pizarra que rompió la maestra en mi cabeza.
Lo de las reglas de pizarra que me rompían en la cabeza a mi me rompían el corazón. Como cuando mi padre vendió la azucarera de plata y eso le rompió el corazón a mi mamá. Cada regla de pizarra que me rompían en la cabeza me rompía el corazón.
¡Es que esas reglas eran tan bonitas! Eran de madera, color madera, con vetas lindísimas. ¿Cómo no iba a rompérseme el corazón cada vez que destrozaban ua belleza de aquellas en mi cabeza? Así mismo, me destrozaban el corazón, y me rompían la cabeza. Y total, era por gusto. Yo creo que eran por lo menos tres reglas por año las que me rompían el corazón, y para nada. Igual hubiera sido cuarenta reglas rotas en mi cabeza y me hubiera demorado lo mismo en aprender a leer.
Es que si yo era bruto, mas brutas eran todas las maestras que insistían año por año en romperme reglas en la cabeza. Debían aprender que ni con eso yo aprendía. Pero ni aprendía yo ni aprendían ellas, lo cual demuestra que ellas eran mas brutas que yo.
Cuando iba como por veinte años en primer grado fue que comencé a aprender. Poquito a poco, es verdad, pero es que en esta vida hay que tener paciencia para todo. Paciencia y esperanza. Yo, por ejemplo, soy muy paciente, y aun tengo la esperanza de que un día alguien toque a la puerta de mi casa y cuando el nuevo amor de la vida de mi padre (la mamá de mi hermano o la que sea) abra la puerta y pregunte qué quiere, le digan que me buscan a mí, y así sin más ni más, cuando yo me asome, me digan que ya tienen para mí una plaza de vendedor de pollos en el mercado. Sí, claro que sí, porque el destino es el destino y cada quien tiene lo suyo y no fue por gusto que yo estuve como treinta años en primer grado hasta que por fin aprendí a leer. Todo tiene su precio, pero todo tiene su recompensa, y sé que algún día será mi día.
El día de mi papá fue el día que dice que iba por la calle y de pronto vio un cartel que decía que estaban vendiendo una moto Skoda. Él no lo pensó dos veces, y la verdad es que yo creo que no lo pensó ni una sola vez. Ahí mismo fue para la casa, vendió la azucarera de plata de mi mamá, que era el amor de la vida de mi mamá, y compró el nuevo y verdadero amor de su vida, que le duró hasta el día que el otro amor de su vida, la mamá de mi hermano, le dijo que tenía que traer dinero a la casa o ella se iba. Mi papá, si lo hubiera pensado mejor, no le hubiera hecho caso, porque ella no tenía para dónde irse, pero mi papá no piensa mucho nunca jamás. No piensa mucho ni poco. Seguro por eso es que no entendía por qué yo no aprendí a leer, y cuando supo de cuanto era la cuenta de reglas de pizarra que me habían roto ya en la cabeza, fue para la cocina, cogió la olla de presión, que no es de madera como las reglas de pizarra, sino de acero, y me dio como siete tanganazos con ella en la cabeza.
Que mi padre a cada rato fuera a la cocina, cogiera la olla de presión y me la estrellara en la cabeza, por más que lo hizo, nunca me rompió el corazón. Porque a mi la verdad es que esa olla de presión no me gustaba para nada, y además nunca se rompía. Lo que si se me rompía casi siempre era la cabeza, pero eso nada más, por suerte, porque el corazón seguía ahí intacto.
Yo creo que si yo soy tan bruto es porque lo heredé de mi padre, porque él tampoco es que aprendiera, por más tanganazos que me daba con la olla de presión. Al menos yo aprendí eso, ni las ollas ni las reglas me harían aprender. Pero él no aprendió ni eso ni nada, y por eso fue que un día el amor de su vida se fue de su vida. Es decir, la moto Skoda, no la madre de mi hermano, que esa no se iba a ir de su vida así como así.
La madre de mi hermano le dijo eso a mi papa, que traía dinero a la casa o ella desaparecería, y mi papa salió desesperado por la puerta y se montó en la Skoda y regresó a pie porque la había vendido, y venía feliz porque traía dinero, y aunque había perdido el amor de su vida, la moto Skoda, traía dinero para el amor de su vida, la mamá de mi hermano.
Entonces el amor de la vida de mi papá fue a la cocina y cogió la olla de presión y yo salí corriendo para el patio y me encaramé en la mata de mango pues cada vez que la mamá de mi hermano o mi papa cogían la olla de presión todo terminaba en que terminaban rompiéndome la cabeza a mí, y eso lo aprendí antes de aprender a leer, así que soy menos bruto que mi papá que se quedó ahí con su cara muy feliz de haber regresado con dinero, como le había dicho el amor de su vida que hiciera, pero el amor de su vida, parece que porque yo me había subido a la mata de mango, fue para donde estaba mi papá sin la moto Skoda, y le rompió la cabeza con la olla de presión.
MI papá tiene la cabeza más dura que yo, y es más bruto que yo, porque hicieron falta como treinta tanganazos de la olla de presión para que se le rompiera la cabeza y como catorce más para que él entendiera que le amor de su vida le iba a seguir machacando la cabeza por haber vendido la moto Skoda mientras lo tuviera delante, y finalmente el también fue para el patio, y se subió conmigo en la mata de mango, y esa noche dormimos allí en la mata de mango los dos, y el amor de la vida de mi papa durmió al pie de la mata de mango, con la olla de presión en la mano, esperando a que mi papá bajara para empezar a golpearlo con la olla en la cabeza otra vez.
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