jueves, 23 de septiembre de 2010

EN EL PRINCIPIO, ¿FUE UNA MANZANA?

Ernesto Pérez Castillo

El pecado original, la gran culpa que carga sobre sí el mundo católico-cristiano, por lo común se asocia a un pecado de tipo sexual, de hecho, a la tenencia de relaciones sexuales, las cuales se suponen prohibidas por el Yavé, Yavé Sabaot, o Yavé Dios de los Ejércitos. Para ello se cita al Génesis, primer libro, aunque no el primero en concebirse, del conjunto de los cinco textos iniciales de la Biblia, llamado Pentateuco. Allí asoma la negativa divina de comer cierto fruto del Jardín del Edén, y ese fruto se ha convertido en la manzana prohibida.
Digo “convertido” porque en el Génesis se advierte a Adán: “Puedes comer de cualquier árbol que haya en el jardín, menos del árbol de la ciencia del bien y del mal; porque el día que comas de él morirás sin remedio”. Como se ve, en el texto bíblico no aparece la palabra manzana.
Allí aflora la posible ubicación del mítico Edén: “Del Edén salía un río que se dividía en cuatro brazos. El primer río se llamaba Pisón [...]. El segundo río se llamaba Guijón [...]. El tercer río se llama Tigris [...]. El cuarto río es el Eufrates.”
Los dos últimos, Tigris y Eufrates, en Asia menor, aventuran una hipótesis: en algún lugar de aquella extensa región debió estar, de haber existido, el tal jardín. No puedo negar de forma categórica que en esa zona geográfica no se den manzanas, mas, tampoco puedo afirmar lo contrario.
Lo que sí puedo afirmar, sin el más mínimo temor a dudas, es que al menos ni en el Génesis, ni en el Pentateuco completo, hay manzanas. Allí sí que no se las encuentra. Ni una sola.
De hecho, en el texto bíblico no aparecerán manzanas sino hasta llegar a los Proverbios, libro atribuido a Salomón. Exactamente en Proverbios 25,11 es que se puede leer: “Como manzanas de oro engastadas en plata, así es una palabra oportuna”.
Si paradójica resulta la mutación en manzanas de los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal, más paradójico es interpretar la prohibición de comer dicho fruto como la prohibición de las relaciones sexuales. El Génesis, hermosa metáfora del surgimiento de la vida formulada por el pueblo judío, me parece mucho más valioso que esa visión reduccionista.
Demos una mirada detenida al mito de Adán: primero, Adán está solo y desnudo, luego tiene una compañera de sexo opuesto, desnuda también. Comen libremente lo que les place, hasta comer del fruto del saber. Entonces cubren sus genitales, se anuncia a Eva: “Con dolor darás a luz a tus hijos”, y se anuncia a Adán que deberá trabajar para lograr el pan con el sudor de su frente.
¿No se parece en demasía ese relato a la vida de cualquiera de nosotros? ¿No nacemos desnudos e inocentes y recibimos el alimento sin esfuerzo, salvo el de pedirlo o estirar la mano? ¿No tenemos, en esa infancia feliz, compañeros de juegos sin tomar en cuenta qué sexo poseen? ¿No somos educados, primero en casa y después en instituciones escolares que, acotemos, suelen exigir el uso de uniformes? Dicha educación ¿no nos anuncia que una vez concluida la formación deberemos trabajar para lograr el sustento, y nos prepara a ello? ¿No es precisamente ese el momento en que ellas se enteran de que parirán con dolor?
Así vemos que la historia de Adán viene siendo la historia de cualquiera de nosotros. Por tanto: si bien no es la historia del primer hombre, sí es una metáfora sobre la historia del Hombre.

¿Y la manzana?
El Génesis, junto a otros antiguos textos judíos, probablemente se redactó durante el reinado del antes mencionado Salomón, entre los años 970 a 932 a.n.e. Para entonces ya el griego Homero había compuesto su Ilíada.
Salomón, para construir el Templo de Jerusalén, importó maderas preciosas del Líbano, territorio de asentamientos fenicios, los mejores marinos y comerciantes de la antigüedad que, junto a sus mercaderías, transportaban entre el Asia menor, Europa y África, el conocimiento de las culturas con que tenían contacto.
No afirmaré que Salomón, o sus coterráneos, leyera la Ilíada. Tampoco hace falta. Lo que sí es cierto es que ella está inspirada en la tradición épica, y reformula los ya entonces muy antiguos mitos de los pueblos helénicos, en los cuales sí aparecen las manzanas, y con remarcada importancia. La Ilíada canta la cólera del Pélida Aquiles, durante el asedio a Troya. ¿Cuál fue el origen de esa guerra?
Zeus arrojó del Olimpo a Eris, diosa de la discordia. Al no ser invitada a las bodas de Peleo y Tetis la diosa del mar, la vengativa Eris lanzó en el festín una manzana con la inscripción: “A la más hermosa”. Venus, Juno, y Minerva se disputaron el premio. Como juez escogen al troyano Paris. Las tres rivales intentan sobornar a Paris: Juno prometíole el poder, Minerva la sabiduría y Venus la mujer más hermosa del mundo. Paris votó por Venus, y en pago recibió a Helena.
Mas, Helena era esposa del griego Menelao, y Paris, con la ayuda de Venus, hubo de raptarla. Mitológicamente, esa es la causa de la guerra de Troya.
Ojo: el castigo a Troya no es porque Paris tenga relaciones sexuales, sino porque roba una esposa. Es el robo de la esposa lo castigado, hecho también punible entre los judíos, y se sanciona con especial vehemencia pues es el único delito que aparece por duplicado en el Decálogo, los diez mandamientos que el dios de los judíos entregó a Moises: Mandamiento 7: “No andes con la mujer de tu prójimo”, y Mandamiento 10: “No codicies la casa de tu prójimo. No codicies su mujer, ni sus servidores, ni su buey o su burro. No codicies nada de lo que le pertenece.”
Por tanto, también los judíos, y en forma de Ley, prohíben el robo de esposas, mas no la tenencia lícita de estas. De hecho, muchos de los patriarcas hebreos desposaban más de una mujer, y tenían derecho incluso a las relaciones sexuales con sus esclavas, cuyos hijos reconocían.

¿En el principio, fue una manzana?
La manzana de la discordia, que no la manzana prohibida, genera no un tabú sexual, sino un conflicto de relaciones de propiedad. Similar conflicto crean Adán y Eva al comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal: han comido un fruto que era sólo propiedad de Dios. Se apropiaron de algo que no les estaba destinado: el saber, la conciencia de sí y del mundo.
Esa conciencia los diferencia del reino animal. Tan grave falta conllevaría un castigo: el quebrantador fue obligado a trabajar. Ello operó el milagro: Adán se transformó en Hombre.
En el principio lo que hubo fue una apropiación indebida, un quebrantamiento de las relaciones de propiedad. En el principio no fue el verbo. En el principio no fue una manzana. En el principio lo que hubo fue, técnicamente, una revolución.

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