miércoles, 22 de septiembre de 2010

GUSTAVO PÉREZ FIRMAT: EL AÑO QUE VIENE ESTAMOS EN CUBA (o las memorias de la mala memoria)

Ernesto Pérez Castillo

(Otro texto escrito hace un par de años, tras la lectura de un libro, esta vez El año que viene estamos en Cuba, de Gustavo Pérez Firmat.)

Era septiembre del ‘94, yo regresaba a casa luego de mis clases en el Instituto Superior de Arte, y en una de las calles escuché la música que me lo hubo de recordar: ese era un día de fiesta, y la fiesta se hacia a la manera de aquel barrio. Y dicho así, no he dicho nada.
Para decir algo tendría que decir que aun no había pasado lo peor del período especial, que hasta hace muy poco habían sido los apagones de ocho por ocho, que mi primo ya estaba en la base naval de Guantánamo después de haber sido rescatado por un guardacostas americano de una embarcación de mentiritas en alta mar, que el barrio que atravesaba era El Puente Negro, en La Lisa –donde se contrabandeaba lo incontrabandeable–, que regresaba a pie porque la bicicleta se me había vuelto a ponchar y ya ninguna guagua cubría ese trayecto, que era 27 de septiembre, que la fiesta era esperando el aniversario de los CDR, y que la música que se escuchaba era Willy Chirino que volvía a anunciar que ya, que ya vienen llegando.
La diferencia entre el primer y el segundo párrafo es que, aunque ambos son un ejercicio de memoria, el segundo rebosa de contradicciones mientras el primero es un párrafo light.
Por suerte es solo un párrafo. ¿Qué tal si fuera un libro de 200 páginas? ¿Qué tal una autobiografía? Pudiera creerse un ejercicio imposible. Pero no, Gustavo Pérez Firmat posee la rara habilidad de lograrlo.
El año que viene estamos en Cuba, escrito originalmente en inglés y dividido en tres partes, 10 capítulos, un epílogo y un índice desastroso que no coincide para nada con la paginación real (quizá este índice sea solo una traducción del original en inglés, sin revisar nunca la numeración), pretende ser una memoria-análisis de la condición vital de los cubanos que viajaron a Estados Unidos con la esperanza de muy pronto estar de vuelta, y se torna una especie de autobiografía light, toda vez que escamotea numerosos datos a la hora de rememorar.
Un párrafo de El año que viene... es especialmente demostrativo de esa habilidad para el escamoteo y la escaramuza, y lo transcribo tal cual:
«Algunos de los amigos batistianos de mí padre estaban en la casa la noche del 31 de diciembre de 1958. Uno de ellos era almirante en la Marina de Guerra Cubana. Poco después de la medianoche, recibió una llamada telefónica del Estado Mayor informándole que Batista y su familia se encontraban en Columbia, un campamento militar, listos para abordar un avión que los llevaría a Santo Domingo. El almirante decidió irse también, e hizo bien. Pero el padrino de mi hermano Carlos, que también era oficial de la marina, optó por permanecer en Cuba, ya que no había participado en la guerra. Su ingenuidad le costó caro. Cuando por fin salió de la cárcel, su esposa se había vuelto a casar y él no había visto a su hijo en más de veinte años.»
Este almirante, de quien por cierto Firmat olvida el nombre, me intrigó a primera vista. Pero Ventura Novo, en un artículo de sus memorias publicado en El Tiempo de New York, el 25 de julio de 1966, nos cuenta: «En el avión el silencio era tenso. Solo el trepidar de los motores daba un signo de vida. El piloto, coronel Antonio Soto, había recibido instrucciones bien claras: proa a Jacksonville, Estados Unidos. [...] Pese a la voz baja en que habló, todos pudimos oír al doctor Gonzalo Güell, hasta unos minutos antes Ministro de Estado, decir: “Con su permiso, presidente; yo estimo que sería mejor ir a Santo Domingo que a Estados Unidos”. [...] Silenciosos, demacrados, vi los rostros de Batista y su esposa Martha Fernández, a cuyo lado también preocupado, estaba su hijo Jorge. En otros asientos cercanos al mío, divisé al ex jefe de la marina de guerra, almirante Pedro Rodríguez Calderón [...]».
Lo primero sería entonces que algo recuerda mal Firmat, pues el destino que seguiría el avión se decidió ya con los pasajeros a bordo. Nadie lo sabía antes de ese momento, y nadie podía habérselo anunciado previamente por teléfono a nadie.
Y encima, el Almirante no era solo un Almirante, era el Jefe de Estado Mayor de la Marina de Guerra batistiana, cargo que había asumido, ¡qué casualidad!, el 12 de Marzo de 1952, a solo dos días del golpe de estado de Batista. Su puesto le duró 6 años, 10 meses, y 9 días, récord que solo superó el Capitán de Navío Alberto de Carricarte y Velázquez, quien ocupó similar puesto durante 11 años, de ellos casi siete también durante otra tiranía, la de Gerardo Machado.
En la dirección web cuban-exile.com/doc_201-225/doc0221a.htm se puede leer la composición del Poder Ejecutivo del Gobierno de Cuba en 1958, y allí aparece como Jefe del Estado Mayor de la Marina de Guerra el Contraalmirante José N. Rodríguez Calderón. Coinciden los apellidos, pero no es Pedro, es José, y es el mismo grado y cargo con que se le menciona en el Libro de Cuba, especie de enciclopedia publicada en 1954, aunque aquí aparezca no como José N. sino como José E.
Los oficiales de la marina que ocupaban las jefaturas de los tres departamentos en que se subdividía el Estado Mayor (Departamento de Dirección, de Administración, y de Inspección) alcanzaban apenas el grado de Comodoro. O sea, esa noche, en casa de Firmat, no estaba un Almirante de la Marina. No, allí estaba el único Almirante de la marina de Batista.
Y de ese Almirante nos cuenta Eduardo Robreño en su crónica Los Cuatro Caminos: «[...]En la piquera que estaba por la calle de Belascoaín trabajaban dos choferes que un día hicieron una rápida “carrera”, cobrándosela bien caro a la República. Uno llegó a ser Jefe de la Marina en tiempos de Batista y el otro fue ayudante de este y encargado oficial de dar “palmacristazos” a los oposicionistas del régimen[...]»
Quizás este ayudante, aficionado al “palmacristazo”, fuera el otro oficial de la marina «que no había participado en la guerra». Pero eso no podremos confirmarlo, pues Firmat también olvida (evita) su nombre.
Dos nombres que si puedo citar, y que evidencian en qué medida “no participaron” algunos oficiales de la marina en la guerra, los tomo del número de la revista Bohemia que circuló con fecha del 11 de enero de 1959. Aparecen en el foto reportaje Galería de asesinos: «En el desfile de asesinos del régimen, la Marina de Guerra tiene su más alto representante en Julio Laurent, oficial del Servicio de Inteligencia Naval. [...] Su centro de operaciones lo tenía últimamente en el Castillo de la Chorrera a donde llevaba a sus víctimas.»
El otro es el Comandante Blanco: «[...]el “socio” de Laurent en los crímenes de este. Al mando del puesto naval de la Chorrera brindaba la impunidad de esa fortaleza a su compinche para torturar allí a los que caían en sus garras[...]»
Ahora tenemos una idea más completa de quiénes eran los amigos que compartían la fiesta aquel fin de año de 1958, desdibujados en la memoria de Firmat. Y es una mala memoria que pudiera intentar justificarse por ser los recuerdos de un niño. Pero el niño creció, y al momento de escribir sus memorias había terminado su doctorado, y era un reconocido poeta, ensayista y profesor de Literatura hispanoamericana en la Universidad de Duke. Y un doctor no cita de memoria. Consulta fuentes. No le hubiera tomado gran esfuerzo.
De hecho, para encontrar al Almirante, me bastó visitar algunas páginas en Internet y hojear un par de libros y revistas que tengo en casa. Solo el Libro de Cuba fue consultado en la Biblioteca del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad. A Firmat le hubiera bastado con preguntarle a su padre.
Y es que como él mismo reconoce: «Aunque mis memorias de Cuba parezcan claras y precisas, en realidad recuerdo muy poco». Ello es particularmente evidente al ubicar el almacén que poseía su padre en la parte vieja de la ciudad: «ocupaba casi toda una manzana en la esquina de Paula y San Ignacio. [...] al frente, la iglesia donde se celebró la primera misa en La Habana.»
En esa dirección existe hoy en día un centro de entrenamiento deportivo, mayormente frecuentados por los niños de la comunidad. Y enfrente, está la Iglesia de Paula, construida entre los años 1665 y 1735.
Por cierto, la primera misa en La Habana se celebró el 16 de noviembre de 1519, y eso son 116 años antes de terminada la Iglesia de Paula que menciona Firmat, y dicha misa no se celebró en Paula y San Ignacio (que no existía entonces) sino a 16 cuadras de esa esquina (si se toma por San Ignacio para salir a Obispo) y a 14 cuadras (si se sigue la Avenida del Puerto), al pie de una ceiba en el lugar que hoy ocupa el Templete, en la Plaza de Armas, y fue precisamente la misa fundacional de la ciudad.
Un dato que le hubiera podido servir para dar realce al almacén, sin faltar a la verdad, sería el mencionar que la calle de Paula (hace mucho rebautizada Leonor Pérez) termina en el almacén que la Revolución le intervino a su padre, pero comienza en la otra punta, y en la acera de enfrente, con una casita modesta, en la cual nació José Martí.
Pero recordar tanto sería demasiado para Firmat, que solo recuerda esa primera misa que no fue.

Perteneciente a lo que se da en llamar “la generación uno y medio” –nacidos en Cuba que abandonaron el país en la adolescencia– su texto a ratos es muy interesante, sobre todo al llegar a la conclusión de que quienes cómo él viven en Estados Unidos, no ESTÁN exiliados sino que SON exiliados.
Esta diferencia crucial, Ser y no Estar, marca gran parte de su reflexión, y reconoce que ha sido un negocio y razón de ser parte de los cubano-americanos. Sus vidas perderían sentido sin esta cualidad.
Así, en cierta medida, El año que viene... constituye una radiografía del pensamiento y los traumas que llevan consigo quienes escogieron marcharse de Cuba a partir del triunfo revolucionario, particularmente los que lo hicieron en los primeros años, y sobre todo los hijos de estos. Y es también la tesis de defensa de una rara cubanía, explicitada cuando cita una serie de pertenencias que lo afirman en su identidad:
“Encima de los estantes de la cocina tengo una fila de velas de santería y una estatua de la deidad afrocubana de la cual soy medio devoto –Eleguá, el dios de los caminos, el que abre y cierra las puertas. [...] en las paredes de la sala y el comedor cuelgan pósters y cuadros cubanos –lienzos de pintores como Humberto Calzada y Arturo Cuenca, retratos de Miami Sound Machine y Willie Chirino [...] una carta autógrafa de Desi Arnaz, una portada de Bohemia. [...] y en la pared tengo un mapa antiguo de Cuba. Cada vez que voy a Miami, [...] regreso con más recuerdos y recordatorios de mi patria.”
Lo primero sería señalar que no existen las tales “velas de santería”. Cualquier vela puede ser utilizada para los rituales de este culto. Bueno, quizás en Miami sí haya quien produzca “velas de santería”. Luego, señalar que Eleguá no es “el dios de los caminos”, sino el que abre y cierra los caminos, y para nada es “el que abre y cierra las puertas”, pues la cultura de la que viene Eleguá no conocía las puertas.
Cabe aquí también preguntarse cómo será esa estatua de Eleguá, deidad que siempre he visto representada de manera muy simple, casi siempre alegórica, en una piedra, incluso un caracol, al cual se le incorporan rasgos humanos, que se reducen como regla a una representación de ojos y nariz.
Los cuadros cubanos que menciona Firmat son de pintores que no residen en Cuba. Lo mismo sucede con Desi Arnaz, actor residente en USA desde la década del treinta. Y “un mapa antiguo de Cuba” ya no nos sorprende: solo siendo antiguo garantiza que sea de antes de...
La referencia al Miami Sound Machine me trae a la memoria el verano del ‘83, en que era un adolescente recién graduado de la secundaría y vagabundo con un amigo en Varadero, nos sorprendió la noche sin tener donde dormir. Y nos salvó la vida una pandilla de friki-frikis, que nos ofreció albergue junto a ellos, clandestinos en la azotea de un hotel. Dormimos allí, al arrullo de un Selena, los únicos radios que captaban en Cuba la señal de frecuencia modulada. Y lo que se escuchaba era la «Super Q», la WQBA, «tu FM 108, Miami», una de las vías por las que entonces se enteraba uno de lo que sucedía con la música cubana fuera de Cuba.
Y esto viene a que Firmat, musicalmente, una y otra vez nos remite a Willie Chirino, y nunca va más allá Gloria Stefan y Celia Cruz. Como si no hubiera más música cubana al otro lado del estrecho. ¿Qué se hizo de (que hace Firmat con) Miguelito Valdés, en su momento uno de los cantantes latinos más respetados y mejor pagados de New York? ¿O con Israel López “Cachao”, Chano Pozo, Antonio Machín, Mario Bauzá, su cuñado Frank Grillo “Machito”, o el maravilloso Arsenio Rodríguez, Arturo Chico O´Farril, José “Chombo” Silva, Pupi Legarreta, Julio Gutiérrez, Fajardo y sus Estrellas o La Sonora Matancera? Nótese que con los reconocidos músicos que menciono me mantengo entre los que hicieron vida sobre todo en New York, desde antes o después de la Revolución. Y no mencioné a ninguno de los que como Lay y la Aragón, Revé y su Charangón, Chucho e Irakere, Formel y los Van Van, o El Tosco y NG, David Calzado y La Charanga Habanera, Piloto y Klimax, Issac Delgado o Paulito FG, permanecieron en Cuba y se han presentado más de una vez en los Estados Unidos.
Todo lo anterior confirma mi idea de que esa última línea, “Cada vez que voy a Miami, [...] regreso con más recuerdos y recordatorios de mi patria.” es un lapsus. Firmat debió escribir: “Cada vez que voy a Miami, [...] regreso con más recuerdos y recordatorios de Miami.”
En cambio, para describir las cosas que lo conectan con USA, Firmat apunta: “[...] desde la banderita que tengo sobre el escritorio hasta el carnet de votar que guardo en la billetera.”
Qué curioso que tenga una “banderita” norteamericana en su escritorio, y no mencione una bandera cubana por ninguna parte. Qué curioso que las cosas cubanas estén en la cocina –como los criados de la casa– o en la sala –donde las vean las visitas. Qué curioso que su escritorio, el lugar donde trabaja, piensa y escribe Firmat, esté presidido por una bandera norteamericana


Bibliografía

Kuchilan, Mario, Fabulario, Retrato de una época, Ediciones Huracán, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972
Pérez Firmat, Gustavo, El año que viene estamos en Cuba, Arte Público Press, Houston, 1997
Robreño, Gustavo, Cualquier tiempo pasado fue..., Editorial Letras Cubanas, 1978.
Libro de Cuba, La Habana, 1954
“Galería de Asesinos”, Revista Bohemia, La Habana, Año 51, No. 2, Enero 11 de 1959, p. 155

1 comentario:

Anónimo dijo...

Compadre, pero que envidioso es usted !!! ademas de burro, no conoce ustede el genero de la autoficción?