Ernesto Pérez Castillo
Fue en Bayamo y apenas amanecía. Luego de tres días de combate, el teniente coronel español Julian Udaeta, jefe militar de la plaza, se vio obligado a ordenar el izaje de la bandera blanca ante el empuje de las fuerzas independentistas lideradas por Carlos Manuel de Céspedes.
Fue en Bayamo y apenas amanecía. Luego de tres días de combate, el teniente coronel español Julian Udaeta, jefe militar de la plaza, se vio obligado a ordenar el izaje de la bandera blanca ante el empuje de las fuerzas independentistas lideradas por Carlos Manuel de Céspedes.
Era el 20 de octubre de 1868, y con el sol nacía Cuba Libre.
Por el Callejón de los Mercaderes, y hasta la Plaza Mayor, avanzó la División La Bayamesa, con Perucho Figueredo al frente. Allí le esperaba el maestro Manuel Muñoz, con su orquesta interpretando ahora al aire libre de la patria el himno guerrero que se escuchara por primera vez en solemne Te Déum en la Iglesia Mayor de la ciudad apenas cuatro meses antes, el 11 de junio, ante la presencia del propio Udaeta.
A través de los ventanales de la Sociedad Cultural La Filarmónica, dónde se encontraban provisionalmente los militares españoles apresados, el derrotado Udaeta escuchó las notas del himno, y no pudo menos que exclamar: “¡No me había engañado! ¡Sabía que era una música de guerra!”
El oficial español acaba de descubrir el agua tibia, al confirmar para sí lo que la gente intuyó en sus corazones desde el primer día: aquel era el himno de la libertad.
Lo demás es leyenda. Porque, si hay que creerle al historiador José Maceo Verdecia, la multitud reunida tarareaba la letra y pronto comenzó a reclamarle a Figueredo los versos que debían acompañar aquella marcha.
Y allí mismo, sin descender aun de su cabalgadura, improvisó Perucho los versos que al instante los bayameses memorizaban y comenzaron a cantar:
Al combate corred Bayameses
Que la patria os contempla orgullosa
No temáis una muerte gloriosa
Que morir por la patria es vivir.
En cadenas vivir es vivir
en afrenta y oprobios sumidos
¡del clarín escuchad el sonido
a las armas valientes corred!
No temáis los feroces iberos
son cobardes cual todo tirano
no resisten al bravo cubano
para siempre su imperio cayó.
Cuba libre ya España murió
su poder y su orgullo ¿do es ido?
¡del clarín escuchad el sonido
a las armas valientes corred!
Contemplad nuestras huestes
contemplados a ellos caídos
por cobardes huyeron vencidos
por valientes sabemos triunfar.
¡Cuba libre podemos gritar
del cañón al terrible estampido
del clarín escuchad el sonido
a las armas valientes corred!
Solo diez días antes había Céspedes liberado a sus esclavos, conminándolos a luchar junto a él por una Cuba Libre, y solo cinco días después, el 25 de octubre, en la estrecha curva del camino de Pino de Baire, ejecutaría Máximo Gómez la primera carga al machete contra el ejército español.
Y entonces vale preguntarse: ¿por qué, de tres sucesos memorables y documentados –el inicio de la guerra de independencia, la toma de la primera ciudad, y el estreno del machete como arma de combate que aterrorizaría a las huestes coloniales– se toma como día de la cultura nacional precisamente a aquel en que todo apunta a que lo principal que de él se cuenta es pura leyenda?
Pues, será justo por eso: por el carácter de gesta legendaria, de suceso mágico, de vida pura, que carga sobre sí el sueño de que la gente en el primer día de su libertad reclame una canción, y la cante, y la siga cantado, ya libre para siempre, hasta el sol de hoy.
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Guillermo Fariñas gano premio Sajarov, premio que se otorga a luchadores por los derechos humanos en el mundo entero. Guillermo Fariñas protagonizo una larga huelga de hambre para protestar contra los abusos hacia los prisioneros políticos en Cuba. Otros cubanos que han ganado dicho premio han sido Oswaldo Payá y las Damas de Blanco por su lucha por los derechos humanos. Fariñas anuncio que si no se le deja ir a recoger el premio comenzaría otra huelga para protestar por tal injusticia.
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