Ernesto Pérez Castillo
Desde ahora el periódico El Comercio, en el Perú, dispone de una sección pagada –pagada, sí, como los anuncios comerciales, que alguien paga para que sean publicados– y es que ha incluido entre sus páginas, tras recibir el billete de los patrocinadores, a la blodeguera Yoani Sánchez.
Dice El Comercio que “Con su proverbial pluma afilada contra el gobierno de la isla, sorteará amenazas y nos permitirá saber lo que ocurre, se cuece u oculta allí”. La cursilería de la “pluma afilada” vale tanto como si hubieran puesto “cuchillo afilado”, el arma preferida de los cobardes, que solo se usa de noche, que solo se clava en las espaldas.
Sería bueno, para resguardar su credibilidad, que El Comercio aportara al menos una sola prueba sobre las tales “amenazas” que sortea Yoani, quien escribe a diario –entiéndase que cuando digo que “Yoani escribe” debe leerse: “su esposo escribe”, como ha sido ampliamente demostrado– todos los días de esta vida, despotricando contra nuestro pueblo, y eso se reproduce en veinticinco mil idiomas al instante, y cada tres meses recibe veinticinco mil euros por ello (¡que fineza, lavan los dólares para pagarle en euros!), sin que le pase nada, sin que nadie se lo impida.
En su primera contribución a dicho periódico, la Yoani compara con “una cronometrada operación militar” la entrega simultánea del aviso del aumento del precio de la gasolina a todos los puestos de expendio de combustibles en el país. ¡¡¡Uffff, qué mirada tan suspicaz la de Yoani!!!
Son dos cosas que ello debió evitar comparar, pues las ronchas de su último traspiés le arden todavía. Si algo es realmente comparable con una “una cronometrada operación militar” es precisamente la repentina intentona golpista en Quito y la aparición inmediata de Yoani en Twitter, tratando de sembrar el terror entre los cubanos, manipulando lo que sucedía en Ecuador: eso sí que huele a una perfecta, preparada, “cronometrada operación militar”.
El texto de la blodeguera, como suele suceder, viene cargado de eufemismos, como cuando afirma: “los transportes alternativos que nos cobran casi un día de salario para movernos”. ¡Jajajaja! ¡Yoani hablando de salarios! ¡Pero si Yoani no sabe qué cosa es eso que se llama “salario”, porque en principio Yoani ni siquiera sabe qué cosa es esa otra cosa a lo que los demás le dicen “trabajar”!
Algo remarcable de este escrito de Yoani –o de su esposo, que al final con ellos nunca se sabe– es cuando sobre los taxis colectivos la blodeguera comenta: “Dentro de ellos se abordan todos los temas en curiosas conversaciones en las que el anonimato provee a la gente de libertad de expresión para opinar de todo sin temor a represalias”.
¿Cómo así? ¿Y los CDR qué hacen? ¿Y qué hace la Seguridad del Estado? ¿Cómo se come eso de que en algún lugar en Cuba la gente hable de cualquier cosa sin “sin temor a represalias”? ¿Cómo es que nadie los delata? ¿Cómo es que en el supuesto país del Gran Hermano, la policía política no vigila lo que la gente habla en los taxis? ¿Cómo es que en el país de las cámaras de vigilancia que tanto asombran a Yoani, no hay un micrófono escondido en cada taxi, con un escucha uniformado en un cuarto oscuro?
Entonces al menos, y según Yoani, existe un lugar en Cuba con absoluta libertad de expresión, “sin temor a represalias” –además de su blog, claro está.
Y otro dato interesante. Sobre los pasajeros del taxi, Yoani afirma: “Ninguna de las personas que compartieron el trayecto conmigo, incluyendo al conductor del vehículo, sobrepasaba los 50 años”, y además: “ninguno ha hecho una huelga ni ha salido a la calle con un cartel a protestar por algo”.
Con eso, ¿qué quiere decir? Que a partir del triunfo de la revolución, en Cuba no ha habido razones como para que la gente decida manifestarse contra el gobierno, al menos no más allá de las críticas puntuales que puedan aparecer en un viaje casual en taxi. Si hay que creerle a Yoani, entonces es verdad que Cuba socialista es el paraíso en la tierra.
Y ella, como torpe analista que es, termina su embrollo con una afirmación que no admite replica y que nunca se sabrá de dónde se la sacó: “el subsidio venezolano está a punto de terminarse”.
Ahí Yoani confunde sus deseos, con la realidad, y los impone. Porque lo cierto, para empezar, es que no existe tal “subsidio venezolano”, sino justos convenios de colaboración.
Lo que pasa es que Yoani sueña, al dictado de sus titiriteros, con el fin de esa colaboración como premisa para la caída de la revolución. Sueña una Cuba sin petróleo, lo cual no nos llevaría sino a la cagástrofe final.
Pero, en sus ensoñaciones, la pobre Yoani olvida que ya eso pasó en 1991, con la desaparición de la URSS, cuando esta isla se quedó sin petróleo y sin todo lo demás, y a pesar de ello, aquí estamos, veinte años después.
Y en cuanto a que la revolución misma vaya a “terminarse”, pues bueno, ya se sabe: desde 1959 los enemigos de la revolución están anunciando su fin para mañana.
Y en eso llevan más de 50 años.
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