jueves, 15 de octubre de 2009

HACIENDO LAS COSAS MAL (la novela que viene) Por Ernesto Perez Castillo

Dios cuenta las lágrimas de las mujeres.
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МИЛЫЕ ДЕВУШКИ!
En la universidad, Svetlana aprendió mucho, aprendió demasiado. En las noches, al regreso de trabajar, se metía a la cama a ver televisión, por falta de alguien con quien conversar.
A sus amigas de la infancia les pasaba otro tanto, salvo a Galia, que fue la única que tuvo el buen cuidado de mantenerse lo más alejada posible de las aulas y los pizarrones después de terminar el bachillerato.
Galia era la única de ellas que aprovechó sus mejores años arreglándose las uñas con pinturas de brillo, yendo religiosamente al gimnasio aunque no tuviera con qué llegar a fin de mes, y se mantuvo libre del pecado imperdonable que sería convertirse en universitaria, lo cual sería tanto como enviudar antes del casamiento, decía.
De inquietudes políticas, ni hablar, insistía ella.
La única excepción que se permitió al respecto fue solicitar en cuanto tuvo noticia de su fundación, la inscripción en el Partido de las Rubias Rusas, para lo cual previamente se tiñó el cabello, pues ella es trigueña natural.
La convenció de hacerlo el escuchar en la radio a Marina Volóshinova, la Secretaría General del partido, que tampoco es rubia.
La Volóshinova proclamaba que ser una rubia es un estado mental, y que se puede ser rubia por fuera o por dentro, porque se trata solo de no tomarse la vida tan en serio.
Además, según Galia, es un problema de solidaridad elemental, pues hombres y mujeres se burlan de las rubias por igual, porque se siempre se ha pensado que las rubias son guapas pero tontas.
Y no es así, como ella ha sabido demostrar con creces pues, desde que se tiño de rubia platino, fue la única de todas sus amigas que consiguió marido, y al casarse tuvo el buen cuidado de renunciar de inmediato a su militancia política, aunque no a dorarse el cabello.
Fue Galia quien le recomendó a Svetlana que se buscara un marido en Internet, aunque el suyo lo había conseguido en el mercado de la esquina.
La propia Galia, casada desde hacia tres años con un ingeniero, y a la espera de su segundo bebé, se había colgado su perfil en varios sitios web, y revisaba diariamente su buzón, a ver qué aparecía por ahí.
Cuando Svetlana le preguntó que para qué se había inscrito, si ya ella tenía marido, la rubia le contestó con sencillez y guiñándole un ojo:
–Bueno, es que una rubia siempre puede aspirar a más.

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