lunes, 19 de octubre de 2009

NOS ESCRIBÍAMOS CARTAS

Mi amiga Carmen estuvo en Angola, como artillera. Un día nos encontramos, y le pedí que me contara algo de su paso por esa tierra. Me contó mucho, y esta es la parte bonita de la historia que me contó.

Huambo era muy bonito, había muchos árboles y vegetación abundante, pero Kahama, donde nosotros estábamos, era una zona semidersértica. No sé si es el término que utilizaría un especialista sobre el clima de allí, pero a mí me lo parecía; el terreno era como una tierra arenosa, tengo fotos en que se ve como arena, pero del color de la tierra, roja. Caminando te cansas, como en la playa, y no había vegetación, las matas eran gajos secos, no había ni una hojita. Un día alguien vio, saliendo de la tierra, una hojita verde, y dijo «mira, una hojita», ¡y eso nos dio una alegría!, eso, súper simple.
Cuando regresé, creo que al otro día al despertar, me pareció que Cuba era verde, por el tiempo que estuve en ese lugar donde no había ni una hojita, ni una mata. Uno aquí no se da cuenta de lo verde que es Cuba.
Recuerdo una caravana que hicimos, cuando nos trasladamos de Huambo a Kahama. Es el paisaje más lindo que recuerdo. Todo el tiempo, piedras inmensas que brillaban al sol, precioso. Yo le decía a Isa que una de las cosas que más agradecía había sido la caravana, porque me iba a ir de Angola sin conocer esas cosas.
Isa era la número 2 de mi pieza, yo era la número 5. El 1 era la que disparaba; el 2, la que ubicaba y ponía las coordenadas, para que el 1 disparara; el 3 y el 4 eran las que cargaban las cajas de municiones y las ponían encima del cañón; el 5 el 6 y el 7 –en las piezas de hombres creo que son dos nada más, el 5 y el 6, pero en las de mujeres eran el 5, 6, y 7– eran las proveedoras, encintábamos las balas para después meterlas en las cajuelas, todo lo que tenía que ver con las municiones.
Isa era una de las muchachas cercanas a mí. Hablábamos de nuestras vidas, de lo que haríamos al volver a Cuba, y una de noche, cuando nos acostamos a dormir, me dio por escribirle una carta. Al día siguiente, en vez de dársela, se la envié por correo, aunque a ella la tenía ahí mismo, pues dormía en mi misma litera, en la cama debajo de la mía.
La carta viajó de nuestra unidad hasta Luanda, al correo central, y de allí volvió de regreso, hasta las manos de Isa. Ella la recibió, y sin decirme nada, la leyó, y me respondió también por correo.
Fue así que comenzamos Isa y yo a escribirnos aquellas cartas. Las primeras se tardaron un poco, mientras iban al correo central y luego eran distribuidas normalmente. Pero a partir de algún momento fueron muy rápidas y nos llegaban enseguida. Parece que los encargados del correo se dieron cuenta de que el remitente y el destinatario quedaban en la misma unidad, y ya las cartas ni iban al correo central.
Así nos contábamos lo que queríamos, cosas de la vida, lo que estábamos pensando, si estábamos nostálgicas por algo, si teníamos un novio, o cualquier cosa que se nos ocurriera. Yo las tengo guardadas, son un montón.

1 comentario:

Mara Jiménez dijo...

Cable a tierra... en medio del desierto de la incertidumbre...