Una vez tuve un sueño. Y esta será la segunda vez que lo cuento por escrito. La primera vez fue durante los exámenes de aptitud para ingresar al Instituto Superior de Arte.
Nos entregaron una hoja en blanco, y nos pidieron que contáramos un sueño. El aula en que estábamos sentados los aspirantes era la misma que durante los siguientes cinco años usamos los que resultamos aprobados.
Pero aquí la intención es contar ese sueño.
Es simple.
Yo bajando la escalerilla de un avión, vestido de camouflage, la cabeza rapada al cero, una mochila a la espalda, un fusil AKM cruzado al pecho. Termino de bajar la escalerilla, y el suelo que piso es el de la República Popular de Angola. Al pie de la escalerilla del avión, está mi hermano, vestido y rapado como yo. Ninguno de los dos sonríe al encontrarnos. Mi hermano no me abraza, apenas pasa su mano por mi cabeza, y siento que se compadece por mí.
Ahí termina el sueño.
Nunca estuve en Angola, pero mí hermano pasó más de un año allí. Regresó intacto, físicamente intacto, pero allá, por accidente, hizo explotar dos cajas de granadas, y pudo no volver nunca. Tuvo suerte, mucha, y nada le sucedió.
Cuando regresó, me llevó hasta la esquina de la cuadra, sacó del bolsillo un reloj digital, y me lo regaló. Me lo había traído de Angola. Trajo además una grabadora doble casetera, y su primer ventilador. Quizá algo más.
Yo no fui a Angola. A mis dieciocho años, quería ir. A mis cuarenta y tantos, sé que tuve una tremenda suerte al no poner mis pies allá. De Angola solo tuve ese reloj digital, y ese sueño, gracias al cual fui aprobado para estudiar en el Instituto Superior de Arte de La Habana.
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1 comentario:
Yo no fui a Angola, fui al ISA... y también tuve sueños extraños que no tuvieron que ver con la realidad... ¿te suena?
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