lunes, 31 de mayo de 2010

EL RUIDO DE LAS LARGAS DISTANCIAS

Ernesto Pérez Castillo
(Fragmento de novela de próxima aparición)

Hoy en la mañana regresaba a casa, con un paquete de café en la mano, fumando el primer cigarro del día. Se me habían terminado los cigarros en la madrugada, y además amanecí sin café. Esperé hasta las nueve de la mañana, y bajé a pedirle prestado algún dinero a mi vecino.
Mi vecino siempre tiene dinero, y me presta siempre. Siempre le pago puntualmente. A veces le pido prestado a algún amigo para poder saldar las deudas con mi vecino. Los amigos pueden esperar, y no quiero que mi vecino pierda la confianza en mí. Me dio suficiente para un paquete de café y una caja de cigarros.
Fui hasta la panadería. El olor del pan recién sacado me tentó, pero entonces tendría que renunciar a los cigarros o al café, así que me resistí. Junto a la panadería se sientan esos ancianos que venden cigarros, café, crema dental, cordones de zapatos, lápices. Cualquier cosa, y no siempre las mismas cosas cada vez.
Compré los cigarros, el café, y comencé a fumar de vuelta a casa, por la avenida, cuando un policía me detuvo y me pidió el carné de identidad. Solo había salido por café y cigarros, y estaba apenas a cuatro cuadras de mi casa, en shorts y chancletas, con una camiseta blanca que tiene estampada una foto de Groucho Marx, y una leyenda en inglés: «yes, I´m marxists too».
Le expliqué al policía que solo había salido por cigarros, que vivía muy cerca, que por eso no traía mis documentos encima. El policía me escuchó sin mirarme a los ojos, sacó su radio, y habló con muchos códigos numéricos.
Le pregunté si había algún problema, y no me contestó. Solo me hizo señas de que debía esperar. Unos cinco minutos después apareció un auto patrullero. Me registraron, aunque era evidente que no llevaba nada encima, solo los cigarros y el café, y me hicieron montar a la patrulla.
Me dejé llevar en silencio hasta la estación, y allí me preguntaron mi nombre, mi número de identidad permanente, mi dirección, lo anotaron todo en una planilla y luego me indicaron que esperara sentado en los bancos de la carpeta. El policía que me trajo se volvió a marchar en el mismo patrullero.
Como a los veinte minutos, un oficial me llamó por mi nombre. Me acerqué a él, y me dio los buenos días. Me preguntó por qué estaba allí. Le expliqué que me detuvieron por estar en la calle sin mi carné de identidad. Suponía que al menos me pondrían una multa y para pagarla tendría que volver a pedirle prestado a mi vecino.
El oficial me dijo que no debía salir sin identificación. Le expliqué que solo estaba a unas cuadras de mi casa, que solo había salido a comprar cigarros. Así y todo, me dijo el oficial, debe salir siempre con su identificación. Asentí, disculpándome. Entonces el oficial me dijo que me podía ir. Ni una multa ni nada. Solo que ahora estaba muy lejos de mi casa, y debería regresar a pie, más de media hora de camino, pues no me quedaba ni un centavo.
Ya en la puerta de la estación, escuché mi nombre otra vez. Me volví, y era el mismo oficial, que me hacia señas de que lo esperase. Vino hasta mí, sonrió levemente, y con cierta pena me preguntó si podría regalarle un cigarro.
Saqué un cigarro para él, y otro para mí. El oficial sacó una cajetilla de fósforos, encendió uno, me ofreció fuego, y antes que se apagara la llama, encendió su cigarro también.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

gracias por el saludo...
me he reido muchisimo con el "reporte" de los inmigrantes ilegales españoles llegando a las costas de marruecos...
un abrazo desde la habana
ernesto

Blogger dijo...

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