Ernesto Pérez Castillo
Tras diez años de asedio, y caballo de madera mediante, lograron los argivos penetrar los altos muros de Troya. Una vez destruida la ciudad, saqueada casa a casa, templo a templo, pasaron acuchillo a la población masculina, ya niños, ya ancianos.
A nosotras, las mujeres, nos reunieron en la plaza pública: las más jóvenes y bellas quedaron en propiedad de los principales guerreros, las que se veían fuertes y resistentes fueron tomadas como esclavas.
Las viejas inservibles de blancas canas y senos arrugados fueron abandonadas a su propia suerte en los campos arrasados.
Entre estas últimas iba Helena, más vieja que ninguna, más arrugada que todas.
lunes, 31 de mayo de 2010
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