lunes, 7 de junio de 2010

LA TORMENTA

Ernesto Pérez Castillo

El capitán, muy a pesar suyo, no era el capitán: era un simple remero, extraviado por extrañas circunstancias, luchando en su bote, a solas contra la tormenta. La tormenta tampoco era la tormenta: era la minúscula simulación de la tormenta dentro de un vaso de agua. Mas, el peligro era cierto, pues el vaso de agua no era cualquier vaso de agua: era un vaso de agua que se balanceaba, a flote, entre las olas del mar.
El capitán desconocía las realidades. Para él, era el capitán, su bote, y la tormenta. Remaba desaforado contra las olas en el intento de alcanzar el horizonte. Pero realidad y virtualidad coincidieron en un punto. El creído capitán llegó al horizonte, redondo cual lo suponía, mas, inesperadamente táctil. Cristal. Duro cristal. Pulido y liso, transparente. Duro cristal.
De pie encima del horizonte, en realidad encima del borde del vaso de cristal, el capitán no se concedió un segundo para filosofías baratas. Conservaría sólo un mínimo cuartón de la memoria para el misterio. Ahora estaba en juego la vida. Elevó su bote y lo lanzó al otro lado del horizonte, fuera del vaso de cristal. Nuevamente remó.
El capitán sentía aún el mismo peligro. Pero las cosas habían cambiado. Antes no era la tormenta, antes era la minúscula simulación de la tormenta dentro de un vaso de agua, a flote entre las olas del mar. Antes era únicamente el peligro de ahogarse en un vaso de agua.
Pero ya había salido del vaso de agua. Ahora era el mar, inmenso.
Ahora era la tormenta.

No hay comentarios: