Ernesto Pérez Castillo
Mi padre, que siempre fue un tipo “duro”, una tarde tocó a mi puerta y al abrir le noté algo raro en su rostro: cierta indefensión, cierto desamparo. De primera impresión, no sabía qué era, pero era algo nuevo, que solo comencé a vislumbrar después del café y del primer cigarro cuando me pidió –casi en un susurro– que saliéramos al patio y allí, a la sombra de aquel árbol de mangos que un día hace años dejé atrás, me dijo: “necesito un consejo tuyo”.
Cada uno encendió su segundo (tercer, cuarto) cigarro, y nos estuvimos todavía un rato más así, en silencio: yo aguardando sus palabras, y él sin decidirse, sin saber por dónde comenzar.
Entonces di una palmada en su rodilla, y le dije: “dale, suéltalo”.
Finalmente habló. Le proponían un nuevo empleo, y no se decidía a aceptar o no. La paga era mejor, sí, pero él llevaba años trabajando en el otro lugar y, además le gustaba lo que hacía. Ya él sobrepasaba los cincuenta, y temía no dar pie en el nuevo empeño… y eso a la vez era como un reto.
Por si fuera poco, su nueva ocupación –me confesó– no es que profesionalmente le agradara demasiado, más bien se lo estaba pensando por razones puramente económicas (y en ese momento, a inicios de los noventa, esas eran razones muy poderosas).
Yo para entonces tenía veintitantos. En lo primero que pensé durante el próximo cigarro, el que nos fumamos entre los dos antes de decidirme a dar mi opinión, fue en una escena de cierta película soviética, que curiosamente mi propio padre me había contado años antes, y yo mismo no vi sino muchos años después de aquella conversación.
La escena transcurre en un amanecer de Moscú. Un joven camina por una solitaria avenida, iluminada por el sol que comienza a despuntar, de regreso de una fiesta. En la fiesta la pasó mal, pues en algún momento alguien hizo un chiste sobre la guerra (que había terminado hacia diez o doce años apenas, y en la cual había muerto su padre, a quien apenas conoció) y él sintió que algo andaba mal.
El caso es que amanece en Moscú, y este joven se siente muy solo, y no comprende a los suyos. No entiende la despreocupada alegría de los otros, ni acepta la invitación a dejar atrás los recuerdos de los años difíciles. De pronto, al lado del joven, aparece el padre. Lleva puesto el uniforme de soldado, el amplio capote le cubre del frío, y fuma un tosco cigarro liado a mano. Sobre la pechera, junto a alguna medalla, se ve el agujero que dejó el proyectil que le quitó la vida.
El padre fuma, y ofrece el cigarro a su hijo, que acepta y fuma en silencio. Entonces el padre habla, le dice al joven que le nota preocupado. El joven le cuenta de la fiesta, de sus amigos, de sus contradicciones, de que no sabe qué hacer, cómo reaccionar, y pregunta:
– Tú, que eres mi padre, dime: ¿qué hago? ¿qué debo hacer?
El padre aspira el humo del cigarro, camina un poco más junto a su hijo, y pregunta a su vez:
– ¿Cuántos años tienes?
– Veintiséis –responde el joven.
– Yo solo tengo veintitrés –respondió el padre–, no viví tanto como para saber qué debería aconsejarte ahora.
Eso, ese momento peculiar del filme, esa escena que hasta estonces solo había escuchado de boca de mi padre, fue lo que me vino a la mente en el instante en que mi padre pedía mi consejo.
Pero nada de eso le comenté, y lo que le aconsejé entonces ahora no lo cuento, pues no viene al caso. Lo importante de ese momento es algo que sentí y que no olvido aun, una sensación muy rara: nosotros dos, allí, a la sombra de los mangos, y mi padre pidiendo mi consejo. Lo que sentí fue simple, y por simple fue complejo de asumir.
Y era esto: cuando mi padre escuchó el consejo que le pude dar, en el momento en que asintió, diciendo que entendía lo que le decía, que yo tenía razón, en el segundo en vi que él tomaba una resolución después de escucharme, en ese instante se desplegaron claramente dentro de mí, como en una gran pantalla, estas palabras que hasta hoy recuerdo: “acabo de convertirme en el padre de mi padre.”
Esa tarde, ese día, bajo esos mangos, fue la primera vez que me sentí papá.
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Ciudad de la Habana.―Miembros de las paramilitares Brigadas de Respuesta Rápida - delatores, ex-militares, funcionarios y delincuentes - vecinos del barrio habanero de Santos Suarez recibieron orden superior de vigilar en sus domicilios y en algunos casos reprimir la libertad de movimientos de opositores pacíficos y amigos del preso de conciencia Dr. Darsi Ferrer Ramírez, según se filtró.
El médico disidente Ferrer, permanece en la prisión habanera Valle Grande desde el 21 de julio del 2009 por acusación de "delito de receptación" y de "atentado" y el abogado defensor informó a la familia del Doctor que lo enjuiciaran el martes 22 de junio en el Tribunal Municipal Popular de Diez de Octubre.
El Dr. Ferrer, extenuado por tres huelgas de hambre en reclamo de derechos elementales de atención médica estomatológica y ser juzgado ante un tribunal, denuncio frecuentemente desde el penal los atropellos y latrocinios que cometen allí las autoridades penales.
Pese a que pretextan la prisión de este luchador por los derechos humanos y periodista médico como consecuencia de delitos comunes de competencia municipal, el expediente lleva casi un año "en proceso" en la Fiscalía general de la República, todas las instancias violaron todos los plazos y normas legales y el Ministerio de relaciones Exteriores emitió una nota a embajadas extranjeras afirmando que el Doctor es un "vulgar delincuente común".
El médico opositor Darsi Ferrer Ramírez fue puesto en libertad condicional tras comparecer a juicio y ser condenado a un año y tres meses de privación de libertad, acusado de los delitos de "Receptación y Atentado".
El Dr. Ferrer estuvo encarcelado sin juicio desde julio de 2009 en la prisión de Valle Grande, oeste de La Habana, por lo que ya cumplió la mayor parte de la pena y los meses restantes los seguirá bajo libertad condicional, según explicarona diversos medios la esposa de Ferrer, Yusnaimy Jorge Soca y testigos.
Según el exiliado Segundo Miranda -Centro de Derechos Humanos y Democracia de la Brigada 2506- "a pesar de la injusta condena, ha sido una victoria para el Dr. Darsi Ferrer y la oposición en Cuba"
En el reporte Miranda señala la información brindada por el opositor Joel Lázaro Carbonel en referencia a que la policía política castrista no permitió la presencia de los opositores en la vista oral y matuvo cercado el tribunal donde se efectuó el jucio con las llamadas "Brigadas de Respuesta Rápidas", turbas castristas, y funcionarios de la "Seguridad del Estado".
"Hubo numerosas detenciones -dice la nota- pues todo el que trataba de ingresar al recinto fue arrestado y conducido a una estación de policía".
"Pero la presencia y solidaridad de los opositores demostraron que en Cuba la oposición ya no tiene miedo, como lo demuestran los hechos que se están desarrollando en la Isla Esclava", apunta Miranda.
El Dr. Ferrer Ramírez ha sido declarado prisionero de conciencia por Aministía Internacional (AI) y en marzo pasado el Departamento de Estado de los Estados Unidos le otorgó el premio 'Defensores de la Libertad' 2009.
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