Ernesto Pérez Castillo
Al llegar, sin saludar al vecino, subió a su apartamento. Entró y cerró, pero no pasó el cerrojo de seguridad. No encendió las luces. No encendió el televisor. No encendió la radio. No se cambió de ropa. No abrió las ventanas ni el balcón. No le echó agua a las plantas de la sala. No se preparó nada de comer, no bebió nada. No había platos sucios en la cocina. Abrió la nevera, sacó una cerveza y la dejó sobre la mesa sin abrir, y junto a ella dejó el periódico, sin hojearlo.
Volvió a la sala y se sentó en el sofá. Estiró las piernas, cerró los ojos, y no se durmió. Así estuvo más de media hora. Luego fue al cuarto. Vio el teléfono descolgado, el manófono sobre la mesa de noche. Colgó el teléfono y dejó abierta la gaveta que había dejado abierta en la mañana.
No retiró el cubrecama, no se sacó los zapatos, no se tendió en la cama. Se sentó en la orilla, junto a la cabecera, puso una almohada tras su espalda, se acomodó, y no cerró los ojos.
Cruzó las manos tras la nuca y no pensó en nada. No pensó en nadie. No pensó en sí mismo. Escuchó el descargue del baño vecino, los pasos que subían o bajaban la escalera, que se detenían en la puerta de enfrente, el trasiego en la cocina del piso de arriba, el timbre del teléfono del apartamento de al lado. Escuchó el timbre de su propio teléfono, y no respondió.
Anocheció, llamaron a la puerta y no hizo caso. Volvieron a llamar. Siguió sin responder su teléfono que sonó otras cuatro veces en la madrugada.
Al amanecer encendió un cigarro, pero lo dejó en el cenicero a medio fumar. Entonces se cambió la camisa, se peinó, se cepilló los dientes. No se preparó un café. No desayunó. Guardó la cerveza en la nevera y salió del apartamento a las siete menos cuarto, sin pasar el cerrojo de seguridad.
Bajó unos escalones, se dio media vuelta, y volvió al apartamento. Entró al cuarto, descolgó el teléfono, dejó el manófono sobre la mesa de noche y volvió a salir, pasando ahora el cerrojo de seguridad.
En la avenida miró el reloj y comprobó que otra vez tenía tiempo suficiente para llegar temprano a la oficina.
jueves, 24 de junio de 2010
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URBANO, Otro cubano sin poder entrar a CUBA.•Mayo 13, 2010 • 3 comentarios
El exiliado cubano Urbano González Román tuvo lo que se llama un día largo, el pasado 3 de mayo. Salió de Tortosa, donde vive hace unos años, y viajó primero a Barcelona, para tomar el vuelo 6621 de Iberia, con destino a La Habana. Hizo el viaje pensando, sobre todo, en el alegrón que se llevaría su madre, de 72 años, que iba a pasar el 8 de mayo con su hijo tras cuatro años de no verlo.
Urbano es uno más de esos cubanos que no simpatiza en absoluto con el sistema cubano pero cumple con el ritual de mantener vivos los lazos con su familia en La Habana. Así que a principios de abril decidió pasar por el consulado cubano y pagar por la prórroga de su pasaporte habilitado, con tal de poder viajar al mes siguiente.
Llegó al aeropuerto internacional “José Martí” de La Habana cerca de las 21 horas, y fue directo para el control de pasaportes. Después de hacer la correspondiente cola, una funcionaria le dijo que le faltaba la “tarjeta de embarque y desembarque” y lo mandó a ver a otra funcionaria que a su vez estaban “trabajando” (sic) a otro cubano que venía en el mismo vuelo. La segunda funcionaria llamó a una tercera, que comenzó a rellenar un impreso. De vuelta al control de pasaportes, Urbano entregó su documentación, y se le pidió que mirara una cámara frente a él, después de lo cual la funcionaria le dijo “espere fuera” y comenzó a hablar por teléfono. A los pocos minutos apareció su jefa, que tomó el pasaporte y se marchó sin decirme nada.
El resto de la historia prefiero que sea el propio Urbano quien lo cuente:
“A los pocos minutos vuelve, y me dice que no puede entrar al país, que mi habilitación ha sido cancelada, le pregunto que porqué y me responde que ella no sabia nada, que estaba en el sistema y que ellos cumplían ordenes, acto seguido se marcha y me deja con la palabra en la boca. Al rato vuelvo a interceptarla y sigo pidiéndole explicaciones, esta vez le reclamo que mis familiares están esperándome, que mis padres son personas mayores de 70 años, que me permita verlos para decirles qué pasaba. Respuesta negativa, no se puede, me dice, a lo que reclamo entonces la presencia de alguien de la Seguridad del Estado o la Contrainteligencia, aquí no hay nadie ahora, me responden, mientras comienzo a perder un poco los nervios.
A todo esto los funcionarios de Aduana pasaban por mi lado sin ni siquiera mirarme, como si fuera un terrorista peligroso. La funcionaria me comunica que tengo que abandonar el país en el próximo vuelo de Iberia, le digo que me dé los motivos de mi expulsión y una notificación por escrito, me dice que eso lo tengo que averiguar en mi consulado. Al verme un poco alterado se acercan tres funcionarios mas, uno de ellos dice ser el jefe de unidad. Sigo pidiéndole una explicación, a lo que uno de ellos me responde: “Cuba se aboga el derecho de decidir quien entra al país”. “Se arroga el derecho”, le rectifico, me mira mal y me dice “eso mismo”. Seguimos discutiendo, les digo que yo soy tan cubano como ellos y que ese también es mi país, que no tienen derecho a no dejarme entrar. “Su habilitación esta cancelada” me dicen, el que se dice jefe de unidad me pregunta dónde vivo, le digo en Tortosa, Tarragona, me mira como si le hablara de otro planeta, “Cataluña, España” le aclaro. Me dicen que ellos no saben nada, que estaba en el sistema y que no podían hacer nada: “eso tienes que resolverlo en tu consulado allá en Miami”, me dice. Le rectifico: “en Barcelona, España”. Me traen el equipaje y me comunican que tengo que acompañarlos al avión, les reclamo que alguien tiene que avisarles a mis familiares que me están esperando, con gran cinismo me contestan que ellos se encargarían de hacerlo, que era su deber.
Al llegar a Madrid me entero que le habían dicho a mi familia que yo no venía en ese vuelo). Dos uniformados me escoltan hasta la puerta de embarque, y toman mi equipaje para llevarlo al interior del avión. Sigo reclamando, en este caso la presencia del comandante de Iberia, “No hace falta” me dice un funcionario cubano de Iberia, si , le digo ,tiene que saber que lleva un deportado en su avión, a lo que contesta “ya lo sabe”. Me llevan escoltado hasta la puerta de la nave, allí vuelvo a pedir la presencia del comandante, la cosa se tensa un poco, un sobrecargo me tranquiliza y me dice: “no te preocupes, yo se lo digo”.
A estas alturas, me debato entre ir a mi asiento o montar un escándalo, ante el cansancio y la perspectiva de 9 horas más de vuelo tomo la decisión de calmarme, ya no podía hacer nada. El vuelo de vuelta fue una tortura, nunca me había sentido tan incómodo, a duras penas pude dormir un poco. La tripulación de Iberia en ningún momento se interesó por cómo estaba, parecía que volaba en cubana, una gran decepción. Al llegar a Barajas, lo primero que me encuentro al salir del avión son dos policías que me piden mi documentación, llaman a la central, me pregunta si he tenido algún problema con la justicia en España. “No”, les contesto, me devuelven mis documentos y me dicen “es un procedimiento rutinario, perdone las molestias, puede continuar”, un mejor trato que el que recibí en mi país. El resto fue un viaje infernal hasta mi casa, un montón de horas interminables, 40 horas en total desde que salí el 3 de mayo de Tortosa con la intención de pasar 16 días de vacaciones después de mas de 4 años sin ver a los míos”.
He querido exponer este caso en detalle, aunque no es el único, ni mucho menos. Cuba no sólo impide a sus ciudadanos salir libremente del país, sino que tampoco les permite la entrada como turistas, aunque tengan toda su documentación en regla, como fue este caso.
¿Por qué fue impedido Urbano González de entrar a Cuba el pasado de mayo, se preguntarán ustedes?
La explicación la tienen aquí. En diciembre de 2009 Urbano González participó a cara descubierta en una manifestación frente al Consulado de Cuba en Barcelona. Así que las fotos que tomó el cónsul Calaña no deben ser tomadas a la ligera. Confrontadas con la base de datos del consulado (sí, todos los cubanos estamos obligados a registrarnos en el Consulado más cercano al país de residencia y a aportar cuatro fotos), esas fotos se convirtieron en veto de entrada.
Espero que tomen nota las organizaciones que se dedican a documentar las violaciones de DD HH por parte del régimen cubano. Aquí tienen un caso claro de discriminación política, y a alguien que no tiene miedo a declarar y a ejercer sus derechos.
Es vergonzoso que aerolíneas extranjeras se presten para estas labores de deportación injustificada. Pero este asunto no se va a quedar ahí.
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