domingo, 14 de junio de 2009

CARTA DE KARL MARX A SU ESPOSA JENNY

21 de Junio de 1856
¡Amada mía!
Te escribo de nuevo porque me encuentro solo y me es difícil estar siempre platicando mentalmente contigo y que al mismo tiempo, tú no sepas nada de esto, no me oigas y no puedas responderme.
Tu retrato no esta mal, es maravilloso, me viene bien, y ahora comprendo porque hasta las lúgubres madonnas, las más monstruosas obras de la virgen, podían encontrar fervorosos admiradores, e incluso, mayor cantidad de admiradores que las mejores pinturas. En todo caso, ninguna de esta lúgubres obras fue tan besada, nadie las miró con este estremecimiento piadoso, nadie las adoró tanto como yo a tu retrato que, aunque no es lúgubre, es sombrío, y no refleja en absoluto tu gracia, tu encanto dolce, creado especialmente para besarte el rostro. Yo afirmo que los rayos del sol se imprimieron mal, y encuentro que mis ojos no se han deteriorado con la luz de la lámpara nocturna ni con el humo del tabaco, y son capaces de dibujar no solo en sueños, sino en la realidad. Tú estás toda ante mí como viva, te tomo en mis manos, te cubro de besos de la cabeza a los pies, caigo de rodillas ante ti y suspiro, «yo la amo madame». Y efectivamente, te amo más fuerte de lo que alguna vez amó el moro de Venecia.
El falso y vacío mundo crea una errónea y superficial idea de las personas. ¿Cuál de mis numerosos calumniadores y detractores me ha reprochado alguna vez que sirvo para el papel de primer amante en algún teatro de segunda? Y es así. Encuentran esos miserables aunque sea una gota de humor: garabatean por una parte «La relación de producción y cambio» y de otra parte me dibujan a mí entre tus piernas. Pero esos miserables son imbéciles, y quedarán imbéciles in seculum seculorum.
Una separación temporal es beneficiosa, pues la relaciones permanentes ocasionan una apariencia monótona, a través de la cual se borran las diferencias entre las cosas. Incluso las torres aparentan no ser tan altas en la mezquindad de la vida diaria, y cuando se choca con ellas de cerca, crecen desmesuradamente. Así sucede a las pasiones. Las costumbres cotidianas, como resultado de su cercanía, atrapan por completo al hombre, semejan pasiones, y dejan de existir con solo desaparecer de la vista su objetivo directo.
Las pasiones profundas, que como resultado de sus cercanía toman forma de costumbres diarias, crecen y de nuevo toman su fuerza propia bajo la mágica influencia de la separación. Cuesta tanto universo separarnos, y yo aquí me convenzo de que el tiempo de que dispongo para nuestro amor será lo mismo que el sol y la lluvia para las plantas.
Mi amor hacia ti, lejos de mí te costara trabajo comprobarlo, significa tanto como lo que es en realidad: una especie de gigante, en él se junta toda la energía de mi alma y la fuerza de mis sentidos. De nuevo me siento hombre, en el completo sentido de la palabra, pues experimento una gran pasión.
Es que esa variedad que nos impone la enseñanza y la conducta moderna, y esa expectatividad que nos hace poner en duda todas las sensaciones objetivas y subjetivas, solo sirve y existe para hacernos ruines, débiles, burgueses, e indecisos. No obstante, no es el amor al hombre de Feuerbach, ni el amor al proletariado, sino el amor a la amada, a ti, el que hace al hombre de nuevo hombre, en el completo sentido de la palabra.
Te sonreirás, querida mía, y te preguntarás por qué estoy tan retórico. Pero si yo pudiera apretar tu tierno y limpio corazón al mío, me callaría y no pronunciaría ni una palabra.
Ante la imposibilidad de besarte hasta el cansancio, me veo forzado a recurrir a las palabras para con su ayuda enviarte mis besos. Así, podría yo incluso componer versos, y reescribir el Libri tristium de Ovidio en alemán. Ovidio fue solo separado del emperador Angusto. Yo estoy alejado de ti, y a este Ovidio que soy nadie lo comprende.
En el mundo hay muchas mujeres, muchas de ellas hermosas, pero ¿dónde encontraría yo otra cara, otros rasgos, incluso otras arrugas que me despierten los más profundos y hermosos recuerdos de mi vida?
Incluso, mi dolor infinito, mi insustituible perdida, la veo en tu cariñoso rostro, y supero el sufrimiento cuando cubro de besos tu querido rostro, y ya no necesito a los brahamanes, ni a Pitágoras con sus estudios sobre la resurrección del alma, ni al cristianismo con su estudio del resurgimiento después de la muerte.
Me despido, amada mía, miles y miles de besos para ti y para los niños.
Tuyo
Carlos

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