El carretero disponía para su oficio de un asno muy torpe. Para trabajar engañábalo mediante el consabido ardid de la zanahoria. Colgaba ante las narices del asno la zanahoria gracias a un pedazo de cáñamo y una larga vara, y el bruto, por alcanzar la golosina, daba un paso, y otro, y otro.
Era un carretero muy pobre, y soñaba con ahorrarse el dinero de la zanahoria. «Si el asno supiera leer –pensaba el carretero–, bastaría colgar ante sus narices un cartel que dijera ZANAHORIAS.»
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