Al Subcomandante Marcos
¿Dónde encontrar una excusa para tan terca mudez? Sucede que, cada vez con mayor saña, las musas se vengan de quien abusa del ripio y el do, re, mi. Qué puedo contarte a ti, que no sepas de memoria, si andas cambiando la historia con la tinta y el fusil.
Bastaría con que en las actas chiapanecas del dolor, conste que mi corazón es una ciencia inexacta, que a regañadientes pacta, con la razón militante. Ojalá, subcomandante, al cabo de este pregón merezca tu absolución, este afónico cantante.
Pero, elige con cuidado a quién diriges tus cartas, porque hay leyendas que infartan al ánimo más templado.
¿Cómo puede merecer corresponsal tan bragado quien desde el mejor hotel de Cancún o de Sevilla oye hablar de la guerrilla como quien oye llover? Y, sin embargo excluido de partidos y banderas, me conmueve tu manera de no darte por vencido, de disputarle al olvido la hoguera del porvenir, de desempolvar la crin del caballo de Zapata, de matar a los que matan, de enseñarnos a vivir.
Me encargaste una canción y por décimas te salgo, hace meses que cabalgo sobre la contradicción de restaurar la emoción, en tiempos tan iscariotes, con la mano en el escote del verso a la antigua usanza. Así hablaba Sancho Panza con mi señor Don Quijote. Por lo demás, cuídate, cuando vengan por las malas, que no te rocen las balas, que no te falte papel, ni frijoles, ni mujer, que la virgen lacandona te esconda bajo su lona. Te lo pide un gachupín que se despierta en Madrid soñando con tu persona.
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